+ Mantener un compromiso sin buscar nada a cambio, un compromiso secreto y férreo, otorga una perspectiva que tiende al acierto. ¿El acierto? Sí, el acierto en la organización de la vida en función de la disciplina y su recompensa: la ataraxia.
+ He aprendido que una característica del devenir es una cierta precariedad. No es en un ámbito concreto donde se establece la precariedad, sino que es un rasgo de lo general. No hay estabilidad y, si la hay, es posterior a los sucesos. Hacia atrás podemos entender que sí había equilibrio y simetría; hacia el futuro, no. La ausencia de certezas es una certeza y lo paradójico gobierna el desarrollo de la vida. ¿Aquí reside la precariedad? Aciertos y errores, sumas y restas.
+ [“Un cancionero del siglo XVII”]: en algún lugar leí sobre la poesía en los teatros [siglo XXI], los micrófonos abiertos y una suerte de proximidad con el público (que no con el lector). La lectura en silencio es un avance importante, que le otorga al individuo una primacía interpretativa de la que carecía en el pasado. ¿Era San Ambrosio quién leía en silencio y su lectura llamó poderosamente la atención de San Agustín? La lectura en silencio es lectura en soledad. La esencia de la lectura se transmite mediante el acto solitario del lector, donde se aísla con una voz que no puede ser otra que la de la muerte. Siempre la conversación del lector es con los muertos. La oralidad está bien, pero resulta inferior. ¿Es poesía? Hablo de otra cosa y estas preguntas no caben.
+ No sé si la cita es auténtica o apócrifa, pero la copio porque me apetece darla por válida: “Cuando leía -dice Agustín- sus ojos recorrían las páginas y su corazón entendía su mensaje, pero su voz y su lengua quedaban quietas”. Según la fuente de donde la recojo, la cita se encuentra en Las Confesiones.
+ Hecha la salvedad anterior, el viernes, cuando C. y yo regresábamos en tren de Santiago, leí alguna composición en la antología la lírica griega que tengo en tanta estima. El poso pesimista invadió el final del día, pero no me hundía en alguna extraña laguna negra, oscura, densa. Al contrario, se trata de una llave que abre la puerta que da acceso a un balcón desde el que la realidad se puede percibir ordena y con su exacto valor: nada tiene sentido. Días más tarde, un obituario me sugirió una búsqueda. La búsqueda me condujo a un hombre brillante, de más de noventa años y profundamente católico. Afirmaba el hombre que hemos llegado a lo que Nietzsche había planteado en la extensión de su obra. Pensé en ello. Pensé en la lírica griega, pensé en Nietzsche, pensé en unos trayectos diarios que hacía yo a diario hacia Vigo hace más de veinte años, trayectos en los que leí Zaratustra. ¿Tanto ha cambiado todo? Pensé y pensé y el sueño llegó: había caminado tanto, no había dormido la siesta y no había tomado café en todo el día, por lo tanto, el sueño fue profundo, muy profundo. Esa inmensidad del sueño me dejó más preguntas que respuestas. Yo también fui profundamente católico, pero eso fue hace mucho tiempo. Hoy la arcaica lírica griega me habla directamente, las creencias del pasado no son un lastre. No recuerdo aquello que no deseo y esto es un logro. El avance del olvido es la contraseña para penetrar en ese balcón, en esa atalaya desde donde contemplar la realidad en su pluralidad.
+ El paso del tiempo de los post- al tiempo de los neo- [entresacado de La inquietud en el barro de Q. Racionero]. Este es nuestro tiempo.
+ Lectura del Fedro. La filosofía, la retórica y la escritura. También, el amor. No es un texto muy extenso, pero tiene razones profundas que inducen a la reflexión. Por ejemplo, la invalidez de la escritura porque limita la memoria que surge del interior y la suplanta por “un recordatorio”. ¿La escritura solo es un recordatorio o va más allá y se muestra como una herramienta de indagación? Lo último guía esta bitácora, pero lo que dice Platón se debe tener en cuenta y en su presencia tratar de atrapar lo que de cierto tiene.
+ [En realidad, las sentencias están puestas en la boca de Sócrates].
+ Recordé a uno que decía que la memoria era la inteligencia de los tontos. Lo recordé al hilo del párrafo sobre el Fedro. Lo recordé y volví a ver su caída en un infame alcoholismo. Era un buen músico, había estudiado en el conservatorio, pero la muelle falta de disciplina lo arrojó a un infierno impensable. Con más de cincuenta años tuvo un hijo con una compañera de correrías, poco más sé. La memoria es la inteligencia de los tontos, resuena ahora mismo.
+ Imagen: dos fotos de dos salas del CGAC: solo las salas, sin obra artística, solo la función, solo el espectro del pasado, lo que permanece exposición tras exposición. Una firma en un cheque en blanco, me digo y acierto, me digo y yerro.

