+ Pasear. Pasear y charlar. Pasear y guardar silencio. En compañía, en soledad, pasear. La ciudad se despliega y evoluciona con ese caminar sin rumbo ni propósito. No hay nada artístico en esto o, tal vez, sí. Un arte menor, un recodo de lo posible y lo sorprendente. Lugares que se descubren, bares que alumbran lo improbable, fotografía que nunca se habrán de disparar. Es un poco aquello de “prefería no hacerlo”. Casa bien con mi carácter [insisto: el carácter es el destino]. Alumbro una idea que se disuelve en un escaparate que me gusta, que me sugiere mundos entrevistos en la infancia. Es un destello. La conversación es otra cosa, pero hay que encontrarse con la persona adecuada, una sintonía que se articula mediante una armonía de ideas, expresiones y memoria. Lleva tiempo, aunque, si se insiste, se logra. Así han sido estos días de Madrid, cuatro, cinco, tres días. La medida del tiempo no siempre refleja el desarrollo temporal [bien lo sabían los griegos]. La oportunidad, el dibujo de los edificios, los temores al futuro, la estela de la intolerancia, la ingenuidad, el nihilismo que nos guía [otra no hay, porque mucho no se puede esperar]. En fin, días felices que no emboscan el temporal que se gesta. Lo hemos visto, lo hemos constatado. El paseo continúa.
+ El viaje es una quimera. Somos turistas. No cabe el engaño. Así se resume el espíritu de nuestro tiempo: el desplazamiento, las estancias vacacionales, la compra de recuerdos y la degustación de los platos locales. Hay otros rasgos que caracterizan nuestra existencia en este primer cuarto del s. XXI, que ya casi se ha terminado, pero, este, este en concreto nos engasta en cierta forma de estar: el veloz desplazamiento y la estancia. Luego está el regreso. Los regalos, los comentarios y las anécdotas, las experiencias y los desencuentros. El viaje no, es el turismo el que configura nuestra personalidad, a pesar de que nos cuesta verlo o nos desagrade esa brisa de colectividad, de vulgarización. No somos sublimes sin interrupción, que rogaba Baudelaire, hoy la literatura que nos caracteriza es la de Houellebecq, no la de Charles B.
+ En algún lugar apunto: “la errancia y el límite”
+ “[…] pues son treinta mil los inmortales que se mueve sobre la tierra y que, envueltos en niebla, vigilan sin cesar a los hombres.” Bowra.
+ Imagen: el paseo y las balizas.





