+ Las fotos que, últimamente, publico para ilustrar la publicación semanal las disparé en las primeras horas del día [entre las siete menos cuarto y las siete de la mañana, cuando todavía el día no ha abierto]. El recorrido es siempre el mismo, pero hacer fotos mientras me dirijo al trabajo me aporta una extraña perspectiva de lo real [siempre: un fragmento de lo real]. Pienso en arquitecturas y en arte, un arte que comprima el paseo mismo y todo lo que el se desprende. ¿Es un paseo? No, es un itinerario y aquí comienza su verdad, la expansión de su verdad. Los detalles que reflejan las fotos son chispas que surgen con la fricción de lo cotidiano. Por eso las fotos se van engarzando con las canciones que escucho (muchas de estas fotos queda unidas a las portadas de los discos que suenan en el reproductor de mi teléfono, al tiempo que ambas capturas de pantallas se depositan en una aplicación que hace de diario [en la línea de los inicios del siglo XXI]). Una arquitectura mínima y un arte portátil, que se embosca en las tripas del teléfono y en su extensión: la nube. Comienza la jornada y el trayecto solo es pasado, pero su transformación se altera conforme la jornada avanza: luego, será regreso. ¿Más fotos? Todo queda en suspenso hasta que se utiliza la imagen como ilustración.
+ Sobre tres ejes se organiza la realidad: la religión, la política y la ciencia. Quizá más que organizar, la palabra correcta sería explicar. La realidad se explica con dosis de las tres razones. Vigilar esta dosificación es comenzar a comprender. ¿Para qué? Resulta tan entretenido, apunta el observador. [Pugna entre formas del saber: las tres razones son formas de organización del poder; el saber por ciencia, el saber por principios morales y el saber por convenciones o acuerdos: Quintín Racionero].
+ Tarde de sábado. Tras la escritura, un momento de silencio. El momento de no hacer nada. Suena el ronroneo del deshumificador y me traslado al territorio del sueño, pero no dormiré. Hay calma. Por un momento hago el arqueo del día y entiendo, a mi manera entiendo, que resulta positivo. Lectura, alejamiento. La espera. Queda apare el afán del día, y pienso un poco en la triada que me ocupa: religión, política y ciencia. Qué iluminación para tratar de entender los trabajos y los días. Cierro el ordenador: por hoy ya está bien.
+ [Lunes]: Vamos, C. y yo, a la Biblioteca de la Universidad de Vigo a buscar un grueso tomo que contiene una parte de la prosa completa de Quevedo, el tomo III. El desplazamiento no deja de ser una curiosidad. El coche se desliza entre bosques y el gris suave del cielo le otorga a la escena un aire alemán, la música barroca que suena en el reproductor contribuye a la sensación. La edificación de la facultad de Filología y Traducción e Interpretación es un conjuntos de módulos cúbicos que se debieron de construir en los años ochenta del siglo pasado. Resulta agradable. No hay nadie. Sin embargo, se está rodando en la instalaciones una película. Cruzamos los pasillos entre el equipo técnico y su aparataje. Dos chicas muy jóvenes cargan con grandes bandejas de bocadillos envueltos en papel de aluminio. Los trabajadores del cine visten de negro. [Luego, C. me dirá que junto a nosotros pasó un actor célebre, pero yo no lo recuerdo]. El cine siempre me da esa sensación entre lo provisional y una extraña distancia. Esa seriedad circunspecta. Llegamos a la sala y me recibe, muy amablemente, una bibliotecaria que indica donde esta el tomo que necesito. Tomo fotos de las cuarenta páginas que preciso, Los anales de quince días. Mientras C. consulta su teléfono. Hasta la sala de lectura llegan los ruidos de la filmación. Termino. La toma de imágenes, la copia del libro, me ha producido fatiga. Salimos, otra vez debemos pasar entre los técnicos de la filmación, unos de pie, otros agazapados tras sus aparatos: mesas de sonidos, pantallas, cables, focos […]. Más tarde, en el coche, otra vez con el abrigo de la música barroca, descendemos hacia la ciudad de Vigo. Me pierdo y retomo la ruta. Comentamos algo sobre los bosques que rodean las facultades. Hay algo retrofuturista en todo. Poco más. Puedo decir que fue una buena tarde, algo poco planificado y con una enseñanza en sí: la tendencia a la serenidad aporta serenidad. El trabajo bien hecho, la observación precisa, la brevedad de la vida y los afanes del trabajo. El reflejo del inicio de septiembre, cuando ya se atisba el otoño. Vale.
+ Imagen: En la primera nota de esta entrada hago mención a fotos que hice durante las primeras horas del día, mientras me dirijo a mi trabajo. Hoy es distinto. La foto se tomó según lo relatado en la última nota. Queda de manifiesto el contraste, que es una relación, a la vez, complementaria: la pieza que se acopla a su compañera en la solución del puzzle. Qué conste.
