sábado, 9 de marzo de 2024

La espada



 + No he dejado de pensar en la discusión a la que asistí como espectador la semana pasada. Hay una serie de problemáticas que derivan de la incapacidad para saber quién es uno mismo en cada momento de su propia trayectoria. La confusión trae consigo problemas insolubles, ya que el origen está vedado al protagonista. Esto fue lo que pensé. Y, al tiempo, sé que resulta imposible que la persona ofendida (ay, las ofensas) rectifique. Las rectificaciones aparecen cuando hay voluntad, cuando la ceguera provocada por la soberbia y la incapacidad para renacerse en el escenario asoma, la alternativa no es posible. ¿Alternativa? Una enquistada manera de conducirse no cambia, creo y afirmo. Lo dejo y me dedico a asunto más productivos. La aceleración es un robo, el retardo, también. En el justo medio me dispongo yo. Silencio.

+ El robo. La rapiña. Las posiciones alcanzadas que no responden a nada, salvo a un plan trenzado con un propósito espurio. Tal vez, la finalidad no sea despreciable, quizá tenga su punto de grandeza, pero, lo sé, los medios lo son todo. Si los medios fallan, el fin carece de importancia. La función crea el órgano. O, podría ser, se trate de una acendrado impulso, mi tendencia a juzgar en función de la lealtad y la deslealtad. El peso desleído, la organización que se desmorona, la conclusión argumentativa que se había observado en una trayectoria. Aun así, ni siquiera se trata de un algo moral o ético, sino que podría ser, simplemente, una manía. Pero ahí está: mi yo y la manía, materializados en una unidad. Siento que la estrategia para conseguir una colación se expande en la colocación misma, me digo como conclusión. Soy muy ingenuo. Sin embargo, rebasado un límite, la inocencia se transforma en una dura e implacable espada. La espada refleja el rostro. El robo es, ya en su inicio, despreciable.


+ Los dos párrafos anteriores están relacionados con la mencionada discusión. Me afecta en la medida en que durante el fin de semana he estado pensando en ello y, también, en la medida en que fue tema de conversación entre C. y yo. Al final, colijo que se trata de un tema de lealtad, al que sumamos un rasgo entreguista en mi personalidad. Siempre he intentado evitar el conflicto, quizá más por miedo que por una verdadera convicción. Si definí todo el proceso como robo es porque entiendo que se me ha hurtado un punto de confianza, porque se ha roto un acuerdo y ahora ha crecido la desconfianza. El análisis trasforma el prado en murada prevención. No me fío. Quizá soy elíptico y no llamo a las cosas por su nombre, esto también forma parte de lo que he confesado hace poso: soy un queda-bien. ¿Seguro? La espada cimbrea, su vibración responde a mis dudad: no, no eres un queda-bien.


+ Quiero descansar del pensamiento recursivo: los unos se solapan contra los otros. Quién fuera un benedictino en silencio: ora et labora


+ En espiral llovía esta mañana. El viento dibujaba grandísimas caracolas de agua en el aire, matizadas por las turbias farolas. Me mojé. No me importó. Caminaba con seguridad mientras se desgranaba en los auriculares música electrónica francesa. A veces entendía algo, una palabra, una expresión. El amor, el tiempo, la sutura de los reencuentros. El decorado me trasladaba a pesadillas infantiles. Llegué al trabajo y las estancias resultaban acogedoras. Tiempo y espacio, esto es lo que hay. Fuera continuaba implacable la lluvia. Bebí agua y consulté el correo electrónico. Recordé la lectura de la noche y la fuerza regresó. Ese rumor nietzscheano que invade el inicio de la mañana. Llegarán más tarde las conversaciones y el aroma del café, pinchos de tortilla o bizcochos, palabras y lejanías. Las llamadas telefónicas, las respuestas a tiempo, recados y expedientes. Algo que se pierde y no está en su sitio. Así comienza la mañana, sin mucho que reseñar.


+ Demasiada actividad. La frenética disposición de las tareas responde a una necesidad que ignoro, pero, estoy seguro, se relaciona con algún tipo de trauma o carencia. Todo aquello que ayuda a olvidar envenena. El veneno y el olvido van de la mano. El trabajo intenso refleja un interior falto de sosiego. Lo sé. Qué me importará a mí. Pues eso, no es asunto mío, sin embargo, nunca está de más un ligero apunte al vuelo. Vuelan las tareas, se pospone la pereza, qué error.


+ A diario escucho a Bach, no me remito a la oración, pienso en un ejercido de distanciamiento. La distancia entre mi yo y el yo percibido [el que no puedo recomponer]. Toda maniobra de alejamiento dibuja esa carencia. Yo conozco la mía, la cuido, la perfecciono y desparece. Había uno que decía que la manera de conjurar el aburrimiento se resuelve en su definición. Ahí duerme el yo, sin exactitud, sin límites, sin perfil. Un fantasma en el filo del abismo de los cotidiano.


+ El perro y el emperador, el perro ladra y el emperador no consigue que se calle. Le pide algo y el perro se niega, solo quiere tomar el sol. Es la historia de Diogenes de Sínope. Así, el libro de Miguel Morey me traslada a unas ideas que encontré hace tiempo y me han acompañado. Esa maestrías en el desprecio se manifiesta a diario. Saber que careces de posesiones o si algo tienes, nada más, es tu imaginación, sobre la que tal vez ni control tengas. Saberse desposeído otorga un extraño poder, una manifestación de gobierno. Y qué importantes es el gobierno sobre uno mismo.


+ La identidad, a un lado, en la reserva, en el olvido, en la sombra.


+ Imagen: La oposición no es entre imágenes, sino entre momentos. El tiempo juega a mi favor. [Madrid, 2023].