sábado, 25 de noviembre de 2023

Sin indicaciones (10)

+ La crítica impresionista […] Me pregunto si es posible alguna crítica que no parta de las impresiones y no soy capaz de alcanzar a responder. Me gustaría tener la capacidad de establecer razones objetivas, que no admitiesen discusión, que si me planto ante la obra de arte alcanzo su calidad o falta de ella. Pero esto, en sí, es un error, pues precisamente la naturaleza artística tiende a la impermanencia, a la falta de estabilidad, pues el criterio nunca es uno y si es uno es, por definición, mutable. Tanto las personas como las instituciones académicas van variando su opción o su juicio según el tiempo transcurre. No sucede este en el ámbito de la ciencia, pues la estabilidad, siempre presta a ser revisada, es uno de sus pilares. Como alguien que no recuerdo decía, en arte no hay progreso, sino un tiempo que se suspende de la nada.


+ Las pistas que los libros ofrecen son extrañas. Vale esa metáfora de las cerezas, que tras una las otras van saliendo. Lees y buscas, buscas y lees, cuando menos lo esperas surge una nota que te traslada a otra referencia. Se van cruzando, el cruce no depende de nosotros y parece que una fuerza extraña nos guía. Esa es la investigación en su aspecto más atractivo, cuando desconocemos el porqué escribimos, cuando se desvela la inefable guía que nos ha traído hasta aquí. Un misterio. Cierro el ordenador, antes de dormir trataré de pensar en ello.


+ Antes de dormir me enredo en el vicio de ver vídeos de maquetas de trenes. Ahora, lejos de esa querencia, me entretengo en pensar en la necesidad de construir una replica de la realidad y, tras ello, llega la pregunta por la realidad misma. No hay respuesta. Me complace antes de dormir ver esas diminutas locomotoras y vagones surcar parajes que nos son otra cosa que una suma de plásticos y restos de vegetación. Casas, coches, autobuses, ciudadanos, árboles, colinas y montañas, estaciones de tren, viajeros y jefes de estación, que parecen dar la salida a un tren que no está presente [a destacar el estatismo de las figuras, donde el único movimiento es el de las locomotoras y los vagones, donde el resto permanece quieto, asombrosamente quieto, una quietud acentuada por el contraste]. El tiempo se ha detenido mientras observo estas extrañas formas de llenar la vida. Se ven colmadas las ansias y los afanes, el miedo y el hielo frío de la temporalidad, y no se una afirmación, es una pregunta. Nombrarlo es un conjuro y un algo interno me dice: mejor sería que leyeses. Sin embargo, otra vez, me dejo llevar por la corriente y me mezco en el dulzor de las empresas inútiles.


+ Hoy ha dejado de llover. El cielo está cubierto y no llueve y parece que no lloverá en todo el día. Los colores de la tarde están matizados y solo destaca el verde. Un verde esmaltado, en la hierba y en los árboles. A lo lejos las montañas son de un gris que tiende al negro. No mucho más. Se trata, más bien, de que el estado de ánimo se eleva y contrasta con los días anteriores. La lírica, el verso blanco, el rumor del ruido blanco que proviene del ordenador. Una suma de elementos que me condicionan, pero no terminan de vencerme. Es un camino imposible y, a la vez, necesario. La lluvia es una metáfora, contra ella no hay mucho que hacer, salvo unirse a ella.


+ He vuelto por casualidad a la Guerra de Yugoslavia. Siempre está ahí. Una pregunta, una ecuación que soy capaz de resolver. Cuántas dudas y que pocas certezas, salvo alguna que otra sobre la naturaleza del ser humano y su contradicción permanente. El amor, la ternura, la distancia, el horror y la muerte. Leo y escucho. La densidad es el principio. Sigo, regreso, me alejo y retorno la punto inicial. No es una cuestión de ideas, sino de movilidad. El nacionalismo, la política internacional, la confianza en instituciones que no merecen tal confianza. Extremos, levantamientos, pero, sobre todo, la necesidad que se hace arma. Ahí estaba el nacionalismo, agazapado, a la espera, siempre a la espera.


+ Leo algo sobre acumulaciones de sustantivos y adjetivos encuentro una tendencia sentimental, a un incidir en las sensaciones que provoca la digestión de tanta información. Ciudades, hormigón, cristal, acero, coches, metro, elevadores, ascensores de cristal, aeropuertos, lo inapropiado y la anomia, la conversación que no se llega a percibir, leve, el traqueteo del tren de cercanías, la escultural silueta de los edificios del principios del siglo XX, me parecen tartas, merengues, el adjetivo preciso no existe, si fuese así se diluiría. Hay que estar ahí, asistir a la conferencia y no permanecer en silencio. Aprendo mucho y no digo nada. El silencio es mi máxima. Lo veo todo desde lejos y no digo nada.


+ Hay en el ambiente un desagradable aroma de crispación. Cuando esté publicada esta entrada, ya estaré de vuelta de Madrid. Bien. El tránsito de un punto a otro se verá enriquecido por experiencia y por lugar que el observador ocupa. El observador soy yo. 


+ Imagen: arquitectura efímera [si tomamos cierta perspectiva, ¿existe alguna arquitectura que no sea efímera?].

sábado, 18 de noviembre de 2023

Cambios

+ Recupero, casi por casualidad, pero no sin alguna intención, una vieja libreta donde guardé papeles relacionados con Londres. Hay papeles que tienen más de quince años, papeles que me ayudan a reconstruir momentos que parecen dotados de una suerte de irrealidad. Bien. Todo recuerdo es un punto que se aleja de la realidad y eso es lo que pesa en este hallazgo. ¿Quién era aquel que atesoraba postales, tickets o folletos de autobuses? ¿Soy yo?¿Es C., los dos? ¿Quiénes éramos, quiénes somos?


+ Poco importa Londres como tal, queda, más bien, una suerte aproximaciones a una relación. C. y yo. Poco más. Londres era un escenario iy cualquier otro pudiera haber válido. Sin embargo, se me dirá, era Londres y no ningún otro lugar. Paseos infinitos por calles infinitas en un tiempo más allá de lo eterno, pero con imágenes que perduran, a pesar de aquella irrealidad de aviones, autobuses y trenes nocturnos. 


+ Qué cosa. Recorrer la ciudad de noche, en un autobús. Desde el autobús, camino del aeropuerto, se transita por la ciudad. La ciudad es Londres. Como ciencia ficción, por momentos, como Jack El Destripador, sin solución de continuidad. Lo recuerdo hoy, hoy que tanto llueve. La lluvia. La niebla. Pero salíamos de la ciudad y donde la ciudad comienza a desaparecer pude ver bandadas de juerguistas, en el filo de la alegría ebria. Eran bares o pubs, requisitos para la alegría, esa ebriedad. Lo recuerdo como se recuerda un poema pero no la letra exacta de su música. Allí se elevaba un tiempo que no habría de volver, para ellos y para mí. Llegamos al aeropuerto y seguí pensando en todos aquellos, en los tiempos que robaban al sueño, en los delirios y los ensueños de amor y sexo. No. Todo se ha diluido, salvo esto que escribo. Sin fórmulas, ni cálculos. tampoco la intención es establecer un relato, sino una estampa, una postal, la impresión de un momento, el contraste entre edificios de acero, hormigón y cristal y aquellas casas en la periferia, tabernas de luces rojas y verdes, los zombies de la noche que se arrastraban tras el licor [eso supongo yo y no me equivoco]. Así, en aquel regreso, dentro del autobús, C. y yo, nos deslizamos por extrañas autopistas hasta alcanzar la extrañeza del aeropuerto, la rara dimensión de la aeronave, el pasaje y nosotros mismos. Londres quedaba atrás como quién despierta de un sueño extraño. Volvíamos con algo de ropa, algún libro y sueño, cansancio, tal vez, aburrimiento. Porque sí, es posible aburrirse en Londres. Todo tiene cura.


+ Cierto desanimo sobrevuela el día que achaco a la lluvia, que cala, que mina la estabilidad. Pero me repongo y continuo.


+ No lo había tenido presente: cuando esta entrada se publique estaré en Madrid. Hace un año que fui, pero hace casi cuatro que allí no estoy con K. Todo una etapa, una mundo que no cesa de cambiar. La conciencia del tiempo de la oportunidad nunca se diluye pero sí se deforma. Parece que fue ayer, se dice con resignación. Y sí, fue ayer. Siempre fue ayer, porque el adverbio contiene en sí un rasgo de indefinición. Madrid, me digo y no suspiro. Serán largos paseos y ampliadas conversaciones, cuadros y música, algún libro, tal vez. Se relaciona esto con la amistad y con lo intemporal (¿realmente existe algo intemporal?). Sometidos al dictado de lo arbitrario procuraré jugar en el ámbito del trampantojo para disfrutar el momento, embeberme del teatro de la vida sin pedir nada a cambio, salvo ese placer del que actúa y, en en envés, el que contempla la obra. Un propósito.


+ No alcanzo a definir el cambio y prefiero no indagar en ello


+ Imagen: el otoño, el cambio, su imagen: las hojas húmedas sobre el pavimento.

sábado, 11 de noviembre de 2023

Agradecimiento y olvido


+ Ya han pasado casi cuatro años desde el inicio de la pandemia del Covid-19. No sé si es mucho o poco tiempo, porque esto de las mediciones, una vez que se salvan los datos objetivos, se establece en función del observador y el observador es un sujeto sometido a caprichos y vaivenes. Yo lo veo lejano y me parece que es algo que no solo me sucede a mí. El tiempo y su percepción es así. Invocamos a un dios de la oportunidad y le damos un nombre, reflejo temporal de anhelos, triunfos y fracasos. Con todo, necesitamos balizas que orienten nuestra indagación en el pasado; en este sentido valoro yo hoy la pandemia. ¿Dónde ponemos aquel desplante, aquel gesto generoso, antes o después? Pero está ahí y ahí ha perdido la extraña calidad de irrealidad que los encierros en su momento tuvieron. Todo se ha olvidado, al menos el dolor que algunos les causó. No se puede vivir sin olvido y el olvido es un rasgo de la felicidad. La pandemia fue un alto en la narración, la ruptura, la cesura necesaria. Hoy no es nada. Ni siquiera historia, por muchos que en su momento lo considerasen histórico. Ay, los adjetivos. Evito un excurso sobre lo historia y la Historia, que también se distingue en inglés. Fácil es hablar, el silencio, a mi modo de ver, resulta más elocuente. Me callo y la pandemia sigue ahí, agazapa. La cuarentena, el encierro, las reflexiones que conlleva, también.


+ La lluvia persiste. No es una maldición, pero cala en el estado de ánimo. Los gatos duermen plácidamente, han encontrado un cálido acomodo y el día y la noche, creo, les resultan propicios. Yo escribo, leo, guardo silencio y vuelvo a escribir. Es una tarea extraña. Un trabajo que en sí mismo tiene su recompensa y no es poca, pero no se traduce en dinero. El dinero es importante y se le debe tener respeto, pero no lo es todo. Leo y llego a conclusiones que luego no ven su reflejo en el papel. No importa. Se trata de crear un marco para próximas conversaciones sobre La Regenta y la novela decimonónica. Así son las conversaciones. Sin embargo, la lluvia no se detiene. Duermo plácidamente, sueño y son sueños con una solida estructura narrativa, pero no anuncian nada, hablan de que estoy en paz, que todo fluye adecuadamente, que no hay queja y solo queda agradecer. Agradecer es importante, tanto como el olvido, antes mencionado. Eso es, ahí está la clare: agradecimiento y olvido.


+ ¿Resulta significativo que en la imágenes que acompañan as entradas no aparezcan figuras humanas?


+ El sentido y el significado son parte del camino diario. La senda que recorremos hacia el trabajo, donde reflexiono sobre lo que he leído antes de dormir. Es una manera de establecer fronteras. El día y la noche, la lectura y la escritura, la palabra y el silencio. Compartimentos estancos, unas veces, y otras, no. Resulta una materia maleable. Pero no lo comunico, me lo guardo para mí. Una manera de dibujar mapas, útiles para un uso personal, pero sin necesidad de ser traducidos. Quizá fuese un buen guía; sin embargo, me fatiga. Levanto un muro de olvido. El olvido, me digo, qué palabra.


+ Imagen: Durante un momento cesa la lluvia y me paro ante el bosque, ante la carretera que se adentra en él. Pronto volverá a llover. Hoy tampoco aparece ninguna persona.




sábado, 4 de noviembre de 2023

El romanticismo de la desilusión

+ Continúo leyendo artículos académicos sobre La Regenta. Me encuentro con la expresión del título de esta entrada. Me parece un hallazgo, un certero acierto, ¿puede haber aciertos que no sean certeros? Viene de la mano de Gonzalo Sobejano. “El romanticismo de la desilusión”. La actualidad en texto no tiene que ver con el presente, sino con la capacidad de iluminar que tiene la novela que acabamos de leer, que todavía palpita en nuestras sensaciones y recupera momentos del pasado. La identificación con la protagonista y el rechazo de la multitud, la sensación que se arraigo en un pasado allá por los años noventa del siglo pasado. Según la lectura se aleja en el tiempo crece una idea de inversión. Se invierten los valores. Lo bueno es malo y lo malo es bueno. Es una manera que tiene de operar la ficción, que, en ocasiones, termina por ordenar la realidad y pone en su lugar a los actores. El reloj está, ya, en hora. Nietzsche fue quien acuñó la expresión y yo, ahora, la utilizo a mi antojo. La novela se resuelve en un instrumento de investigación de la vida en la provincia. Los vicios privados que son virtudes públicas. El adulterio no es el pecado, la penitencia es la publicación del mismo. No se puede permitir la publicidad del pecado porque el pecado está en, precisamente, lo publico. Por ejemplo. Como otras heroínas decimonónicas, a Ana Ozores no se le permite ser libre, se le impide la autonomía, la verdad de su persona y se impone la rígida e hipócrita moral. Hoy en día se hubiese divorciado y ya no habría novela. Así. Cada época con su marco moral establece narraciones posibles, que fuera de su tiempo resultan imposibles. Así, esa desilusión es una clave de lectura más que válida, pero también circunscribe a un contexto su verdad.


+ Recordar se relaciona con el corazón, todo un campo semántico que hoy me viene al pelo. Recordar aquellos días en un Oporto que nada tiene que ver con el actual porque era una Oporto desconocida a la que nadie iba a hacer turismo. Hoy es el envés. Destinos turísticos, masificados e intercambiables. Pero aquello era otra cosa. Un espejo de la lírica atesorada en lecturas inocentes al calor del olvido, un olvido construido y portátil, necesario para combatir el tedio de la provincia. El silencio, la aspiraciones, el fracaso. Allí aquel tomo de La Regenta, que llevaba K. en su equipaje. Me llamó la atención poderosamente. Leí el libro y debí regresar a él, hace casi nada, para entender a la protagonista, al narrador, al escritor, pero, sobre todo, para tender un punte entre el que fui y el que soy y así entender al adolescente intoxicado de música, literatura y amoríos. No hay fracaso, sino una pose. Como las canciones de los Smiths, una pose, tal vez, tal vez no. Ahora es otro mundo el que ocupa mis días y mi pasado se ha convertido, junto a La Regenta o por obra de ella, en otra narración. Una narración posible que no toma cuerpo, salvo por un anhelo desechable.


+ Pongo en el reproductor ruido blanco, con la intención de aislarme. Lo consigo. Sin amor, me digo, con indiferencia, añado. Es un estado. Un ciclo, tal vez. Hay muchos medios para aislarse, pero el ruido blanco tiene la particularidad de crear compartimentos estancos. Lo celebro.


+ La lluvia intensa no se detiene, a un borrasca otra la sucede. Hay resignación. Llueve. Oigo la lluvia y se establece la abulia. Me cuesta leer, me cuesta escribir. Es un estado de ánimo. Incomprensible, complejo, triste o depresivo. La lucha contra el mal tiempo no es un disfraz, es una necesidad. Frases que se arrojan sin pensar mucho. Las frases y sus volutas, voltear el silencio y perturbar ese equilibrio. Qué importante es saber estar callado. Frases. Oigo frases, sentencias y dictámenes, las leo en el periódico mientras tomo café. Son las nueve y media de la mañana. Llueve intensamente y las mesas que me rodean están ocupadas por oficinistas que debaten sobre la actualidad o sobre sus familias. Un espejo que camina por la calle y nos devuelve sus rostros multiplicados hasta el infinito. No hay pausa. No sé qué decir. El silencio es tesoro, la desilusión una moneda falsa.


+ Extraña es la recuperación del placer/amor por las guitarras [eléctricas]. Ahora, en este mismo momento, las guitarras eléctricas se han transformado en arqueología, ese pasado que es susceptible de recuperes. Su forma, su sonido, su conexión con señales del pasado. Ahí está una educación sentimental que no se corresponde con lo que actualmente está de moda. Ay, la moda. También ellas fueron moda y vanguardia y hoy son el recuerdo. Vaya, Mick Jaeger tiene casi ochenta años. No podía ser de otra manera. La dinámica de las edades marca el sendero y lo que hoy es lo último, mañana será recuerdo. No sé si este reencuentro con la guitarra es una cuestión de nostalgia o reconciliación deontológica con el pasado. En cualquier caso, aquí están. Aquí está, mi Fender Telecaster reedición del 52. La guitarra, sin necesidad de atributos.


+ Leo algo de un afamado columnista y el artículo no se entiende. ¿Una cuestión de sintaxis? Tal vez. Una tendencia, esa frase enrevesada que tiene como fin enmascara el mensaje. ¿Monarquía sí, monarquía no? O es sí, o es no, pero no conviene andar dando rodeos para no pronunciarse. Aquí lo dejo, el que entienda, entendiste, el que no, no.


+ Imagen: reflejos y luces en la noche.