+ Y hablo de las instrucciones para conseguir textos efectivos que logren el propósito de seducir o persuadir al lector. Hablo de retóricas y manuales de redacción. Si comparo los prólogos del pasado, del siglo de las luces, con los prólogos del presente, ya en el siglo XXI, me encuentro con una constante. Los prólogos de estas obras que se proponen establecer las pautas de la buena escritura no dejan de invocar al buen gusto. De una manera u otra, el buen gusto es un asunto de clase social. Las élites marcan las líneas maestras de lo que está bien y lo que está mal, hasta que se cansan y sustituyen un algo por otro algo. Lo tengo presente, cada vez más presente porque lo importante es observar el espectáculo de la vida cotidiana en toda su grandeza y este un punto de vista muy interesante: lo arbitrario del buen gusto y la influencia que las clases superiores realizan. Aquí pondría el acento en la capacidad de invertir los valores y, así, no tomarse demasiado en serio el poder de las modas, la publicidad o los medios.
+ El teléfono es un animal de compañía, aunque adecuado, en ocasiones, demasiado exigente.
+ He terminado dos libros en la semana anterior. Tras la lectura he notado que algo me falta y no sé si son las novelas en sí o es una carencia que se ha acentuado en mí. Vuelvo a Los años salvajes de la teoría de Manuel Asensi y veo mi reflejo en los telquelistas y, tal vez, haya un influjo imparables sobre la obra en su formalismo más absoluto que me ha envenenado sin yo saberlo. Pienso y me dejo llevar por la pesadez del verano, que se ha instalado sin remedio.
+ Añoro el otoño, añoro el invierno.
+ Sobre viajes a la Meseta hablamos en el breve trayecto, apenas diez kilómetros, entre nuestro centro de trabajo y su casa. Lo he aprendido con el tiempo, mejor es encontrar nexos que alimentar divergencias. La Meseta posee magia en sus espacios. Me veo otra vez en Tierra de Campos y el coche es como un barquito que surca un mar calmado. Buen tiempo, sin mucho calor, una niebla lejana que no llegaba a difuminar el paisaje. La música. La vibración de la teoría. El tiempo malgastado y el aprovechamiento de los instantes, un ahorro que no es tal. Lo dejo en su casa y deshago el camino. Pienso en lo mismo, mis viajes en coche por la Meseta.
+ Atesoro libros y los contemplo en su magnitud material. Las portadas, el grosor del lomo, la disposición de las páginas, la numeración o la tipografía, las tintas, el paratexto y el nombre del autor, las cursivas y las negritas, doscientas páginas o setecientas páginas, poesía o prosa, el vértice del volumen. El objeto es fascinante. Resisten los libros sin saber que el paso del tiempo para ellos no cuenta, no resta, suma.
+ Hago cuentas y no salen los números. Debato sobre ello y sé que es perro viejo el que me pone los acentos. No tiene razón, pero yo no tengo la fuerza necesaria. Necesitaría un apoyo que no tengo. Números. Esto y aquello. La resta, la suma, la multiplicación, la división. Los metros cuadrados y los euros. Todo un mundo que se apoya en el mismo fulcro: el espectáculo de la vida. No hay mucho más y volvemos a multiplicar y los euros no se manifiestan.
+ Imagen: un recuadro o un apilamiento de caballetes.
