+ Seguí reflexionando sobre la persona que me mostró simbólicamente como aplicaría el derecho penal, en función de los delitos ejercería una práctica más que disciplinaria simbólica. Hizo tres referencias y en las tres referencias había amputaciones rituales. Pensé en ello demasiado, mientras hacía mi ejercicio diario en mi bicicleta estática. Sé que tras esas afirmaciones algo se esconde. No es gratis hablar de hierros candentes que se introducen por los orificios, amputación secuencial de dedos hasta que la mano se convierta en una pinza como la de un cangrejo, sustituciones de órganos por tubos que permitan la evacuación de la orina. Para cada delito parecía tener una pena física y deformante adecuada. La deformación como reparación. Lo curioso del asunto es que su exposición se desarrollo en un breve tiempo. Pensé en ello mientras hacía ejercicio e intuí ciertas calas en su biografía, asunto que no me interesa nada, pero, también, me di cuenta de que ese mostrar la maquinaria represiva que vive en su imaginación es un cuadro digno de ser tenido en cuenta ya que todos tenemos demonios ocultos y reprimidos. Sin embargo, ese día el hombre me mostró su delirio para que yo asintiese y solo encontró el displicente silencio que me he impuesto.
+ Hospitales, garajes, clínicas veterinarias. Hay un algo pictórico en todo ello, que se trasluce en una suerte de ultramodernidad. Mis dibujos dan cuenta de ello, pero solo me sirven a mí. Poca cosa no es. Líneas rectas, ángulos y luces brillantes, el fluorescente es emblemático. Luego los colores serán gamas de grises que en un punto se verán iluminados por un amarillo fuerte para representar un punto de luz. Es mi estado de ánimo, un plácido sosiego. El sosiego del observador.
+ Empiezo con Manuel Asensi, Lacan para multitudes o por qué no se puede vivir sin Lacan. El interés que tengo proviene de la charla del autor a la que asistí en Ávila. Así reconstruyo los momentos del pasado, mediante libros, sin fotos, sin apuntes o notas. Leo y no encuentro lo que buscaba, pero es parte del juego. El error y la enmienda. No sé si el error se puede materializar en este texto, pero se mantiene. Pienso en los días que pasé en Ávila, en las charlas, en las noches y el horizonte limpio, en como llegaron el viernes las nubes y llovió ligeramente. Los tres ejes que propone Lacan se me antojan complejos, atrapados en una prosa barroca y enrevesada, que necesita del desciframiento y de la reescritura. Leo el libro de M. A. y no soy capaz de llegar a penetrar en su dominio. El dominio del deseo, me digo, tal vez, el deseo en sí. Pero el tiempo se eleva otra vez. Tomé apuntes en la charla y no los he vuelto a ver. Lo haré tras la lectura del libro, en un afán de pedagogía: una forma de apuntalar lo oído y entender un poco más. Sí que tengo presente la idea de que quién escribe tiene una suerte de disfunción que se aplaca mediante la escritura misma, un impulso que no puede detener. La reconstrucción de momentos del pasado, de incidir en esa línea que hemos horadado sobre el papel, los dibujos, el colorearlos, este diario en línea en sí. Una suma que tiende hacia insospechadas cantidades, donde importa más la constatación que su número. Dejo esta escritura y regreso al libro.
+ He regresado a los tratos y transacciones comerciales. La distancia resulta necesaria. Hay algo transitivo que nos lleva a contemporizar, un juego en que para ganar ambos los dos debemos perder. No sé si me da bien o mal, pero no me gusta. Yo sé cuando me engañan y, mismo tiempo, sé cuando debo callar. Es un equilibrio y yo no me juego nada, salvo el orgullo de no ser engañado. Creo que lo sabe: no me engaña, pero a mí en el negocio no me va nada y no tengo ganas de enfrentamientos innecesarios. Con todo, jugaré al gato y al ratón por divertirme un poco, por medir mis fuerzas dialécticas, muy superiores a lo esperado. Regreso.
+ Poco más. Sigue el desarrollo del texto y me detengo aquí. Hoy no escribiré más, esta semana: tampoco.
+ Imagen: quedaba la niebla, pero no llegó a llover, el disparo y su transformación mediante el retoque fotográfico [algo que no se debe perpetrar, pero hasta el mejor escribano deja su borrón]. El muro soporta el peso del error, el deliberado error.
