+ El verano no termina. El verano parece que nunca terminará. Se expande. Sin embargo, lo sé, la expansión es limitada y su resultado siempre termina por llegar, por muy molestos y persistentes que nos parezcan los efectos del sol, el calor y el ruido, la luz excesiva y cegadora. Leo algo sobre ciencia-ficción y me convence, se enlaza con esa debilidad que me inyecta el verano. Me quedo con la nota de que la ciencia-ficción no habla del futuro sino del presente. Este presente donde más que edificios intuyo volúmenes y el calor tamiza el sentido de las cosas, las debilita. Las lecturas se pueden abordar de muchas maneras, me quedo con esa lectura oblicua, fuera del sentido que se le quiso imprimir, bien por el autor, bien por el editor, bien por su particular marketing. Todo lo que me rodea es ciencia-ficción, porque yo así lo deseo y lo establezco, en función de una idea de control sobre la percepción. Delimito las líneas maestras de mi mirada. Peor, el verano se termina y mi inversión de valores parece no funcionar. No me salva ni la ciencia ficción. El calor, los volúmenes, la lectura, el cansancio y la decepción. Una suma que tiende al cero absoluto.
+ No sé por qué sigo el desarrollo de la investigación de un asesinato en el paraíso. Quizá porque en el sentido anterior, el de la lectura oblicua, el desarrollo narrativo de la noticia describe más a la sociedad donde creció el presunto asesino que los hechos que constituyen el caso. La biografía del muchacho emerge secuencialmente y el perfil que ofrece nos hace dudar de la posibilidad del mal. Tras la buena apariencia y la práctica sacerdotal de esta nueva, siempre presente, religión, la cocina, unge al acusado de una capa de irrealidad. Nada malo puede venir del surfero hacedor de hamburguesas celestiales y su elaboración de carnes casi crudas, con el punto sublimado. La terraza desde donde retransmitía para YouTube es fascinante. Su pelo rubio, su musculación, el ardor que despierta la posibilidad de un erotismo adentrado en el siglo XXI. Lo exótico tiene visos de irrealidad y la pretensión de dibujar un discurso sobre el bien y el mal fracasa, porque lo único que vamos a encontrar en la cenagosa realidad de lo banal. Todo es banal. La cocina, el pelo, la pose, las copas, la musculación, su atuendo y sus abalorios. No cabe ni el bien ni el mal, sino una blanda e inconsistente huida hacia adelante, sin pretensiones. Solo gestos, solo apariencia. El dinero para la fiesta restablece un orden, pero es efímero, todo tiende al desvanecimiento de lo relativo: lo banal.
+ Sigo con las cuentas y hay algo que se traduce en las operaciones: la acumulación de capital siempre está guiada por Hermes. Hermes, el mensajero de los dioses, el patrón del comercio y de los ladrones. Ya los griegos habían previsto esto que yo veo y estudio al tiempo que trenzo las cuentas. Metros cuadrados, metros lineales, porcentajes y reflejos. Las cuentas no salen.
+ Duermo plácidamente y los sueños se conectan con realidades lejanas, pero no desagradables. No recuerdo casi nada, salvo a los protagonistas. Mi yo central pesa poco, los otros personajes son amables y transparentes. Eso queda. Me levanto temprano, desayuno y me dirijo a pie al trabajo. Escucho música y pienso en lo soñado y no me acuerdo. Los dioses regalan olvido, maldicen con una precisa memoria, te destruyen con tus propios deseos. Los dioses no son otra cosa que la sabiduría aquilatada que nos vale para pronosticar el futuro, para estudiar trayectorias y entender lo que pasa y lo que pasará. Duermo como un lirón.
+ Los animales simbolizan con sus características deseos y carencias. Me veo representado por el caballo: determinación, nobleza y voluntad. ¿Los defectos? No es este momento de defectos.
+ Acierta quien guarda silencio.
+ Imagen: patios que viven en el olvido, un día presente y, para siempre, pasado.
