+ Leo en Bourdieu algo sobre la capacidad de detectar la legitimidad de una obra literaria o artística. No dejan de ser rasgos que caracterizan la posición de un persona o su falta de posición. A veces, ver claramente, es doloroso. No es mi caso porque yo he alcanzado un punto de observador que me permite cierto cinismo, del que dimito cuando dejo mi soledad [de observador]. Leo mucho y no recuerdo nada, sé donde inscribir cada libro y conozco el porqué de la inscripción. He estudiado para realizar con cierta soltura esta tarea. Lo legítimo produce situaciones cómicas, como cuando el subordinado asigna al ingeniero un gusto especial para detectar lo bello, lo sublime o lo que merece la etiqueta de buen gusto. No es otra cosa que el servil homenaje del que se asombra de una capacidad que no posee y no es capaz de imaginar. Yo lo estudio en detalle y no llego al análisis, pues solo me interesa la descripción, la taxonomía, el censo escrupuloso de los gestos y las sorpresas. Ay, lo legítimo y lo ilegítimo, hoy me subyuga lo segundo porque encuentro en aquello que pertenece al kitsch para adivinar nuevas posibilidades, para conocer el poder de transformación que lleva del desprecio al aprecio [tantas veces lo he visto ya] y me reconforto en esa belleza portátil de lo degradado que nos conmueve por su propia cursilería. Nadie es más que nadie, menos en los gustos, sentencio en esta hora avanzada de la tarde del domingo en agosto.
+ Supero etapas. Un libro y otro libro. Atrapo alguna idea y siento las narraciones como íntimas balizas en un discurrir vital más relacionado con lo rutinario que con una excepción excelsa. Escribir, tal vez sea otra etapa en lo diario. Desempates y encuentros, conversaciones, cuerpos, manos y artilugios. El mapa de lo diario. La rutina. Pero lo reservo para mí, pues busco el silencio y la soledad. La lectura no es otra cosa. La comunicación se produce, pero llegados a una edad mi opción es un recorte en el pasado, algo que no alcanzo a concretar, pero que palpita. Lo sé. Me hago viejo y todo se va adelgazando, deviene hacia una transparencia inquietante. El sentido se embosca.
+ Oigo en el coche la tercera de Brahms. Qué dulce se me hace la conexión entre música y carretera. Disfruto, por un momento, de una suerte de aislamiento y calidad del presente: la frase de la sinfonía, la fluidez del coche, el mapa electrónico en el salpicadero. Tres factores son suficientes y en ellos me centro. No he pensado en otra cosa que en conducir correctamente: respetar las indicaciones que marca la señalización es conducir bien. Brahms me inspira pero la inspiración pronto la olvido. El olvido refleja una manera de estar, un deseo y un anhelo. Lo escribo ahora porque dejé una nota en el correo electrónico, una nota o un recordatorio. No sé, quizá no sea adecuado escribir directamente en el ordenador y sería preferible hacerlo a mano y copiarlo después, pero mi costumbre es esta y escribir es costumbre, ante todo. No quiero contraponer mi sistema a ningún otro, pero no deseo que se me imponga nada. La tercera de Brahms vibra en el recuerdo, recuperado gracias a la nota electrónica.
+ A vueltas con el capital económico, social, cultural o simbólico. Al final se trata de que deseo comprender para explicarme y saber de qué me hablan cuando de buen gusto me hablan. El buen gusto, un tema que casi sin desearlo se ha abierto. Al final, se trata de una posición elitista que esgrime sus preferencias como un enredo de exclusión. La respuesta no la tengo, la herramienta es el reconocimiento de lo arbitrario. Aunque, dicho sea de paso, arbitrario no es equivalente a inmotivado. Las motivaciones me parecen claras: marcar límites y afirmar una identidad. El dinero sin reflejo no sirve, el reflejo es la cultura y el buen gusto, cosa de la que el nuevo rico está desprovistos y nos permite decir: “qué paleto”, ahí queda el centro del día.
+ Sigo con las vueltas de Tel Quel. Las mismas vueltas que los capitales de Bourdieu. Poco a poco, resulta un recorrido interesante por un mundo que ya es arqueología. No hay archivos sino archiveros, no hay bibliotecas sino libros; esta es la diferencia.
+ Imagen: Muchos días paso por delante de esta fachada, en lo diario se descubren acentos ajenos a lo que se espera, lo esperado tiene una fecha y su caducidad da lugar a nuevas relaciones. Relaciono la ventana con el tránsito de los días, sus afanes y el descanso. Disparo un lunes.



