sábado, 26 de agosto de 2023

Capitales y balances, las mismas vueltas

                    

+ Leo en Bourdieu algo sobre la capacidad de detectar la legitimidad de una obra literaria o artística. No dejan de ser rasgos que caracterizan la posición de un persona o su falta de posición. A veces, ver claramente, es doloroso. No es mi caso porque yo he alcanzado un punto de observador que me permite cierto cinismo, del que dimito cuando dejo mi soledad [de observador]. Leo mucho y no recuerdo nada, sé donde inscribir cada libro y conozco el porqué de la inscripción. He estudiado para realizar con cierta soltura esta tarea. Lo legítimo produce situaciones cómicas, como cuando el subordinado asigna al ingeniero un gusto especial para detectar lo bello, lo sublime o lo que merece la etiqueta de buen gusto. No es otra cosa que el servil homenaje del que se asombra de una capacidad que no posee y no es capaz de imaginar. Yo lo estudio en detalle y no llego al análisis, pues solo me interesa la descripción, la taxonomía, el censo escrupuloso de los gestos y las sorpresas. Ay, lo legítimo y lo ilegítimo, hoy me subyuga lo segundo porque encuentro en aquello que pertenece al kitsch para adivinar nuevas posibilidades, para conocer el poder de transformación que lleva del desprecio al aprecio [tantas veces lo he visto ya] y me reconforto en esa belleza portátil de lo degradado que nos conmueve por su propia cursilería. Nadie es más que nadie, menos en los gustos, sentencio en esta hora avanzada de la tarde del domingo en agosto.

+ Supero etapas. Un libro y otro libro. Atrapo alguna idea y siento las narraciones como íntimas balizas en un discurrir vital más relacionado con lo rutinario que con una excepción excelsa. Escribir, tal vez sea otra etapa en lo diario. Desempates y encuentros, conversaciones, cuerpos, manos y artilugios. El mapa de lo diario. La rutina. Pero lo reservo para mí, pues busco el silencio y la soledad. La lectura no es otra cosa. La comunicación se produce, pero llegados a una edad mi opción es un recorte en el pasado, algo que no alcanzo a concretar, pero que palpita. Lo sé. Me hago viejo y todo se va adelgazando, deviene hacia una transparencia inquietante. El sentido se embosca.

+ Oigo en el coche la tercera de Brahms. Qué dulce se me hace la conexión entre música y carretera. Disfruto, por un momento, de una suerte de aislamiento y calidad del presente: la frase de la sinfonía, la fluidez del coche, el mapa electrónico en el salpicadero. Tres factores son suficientes y en ellos me centro. No he pensado en otra cosa que en conducir correctamente: respetar las indicaciones que marca la señalización es conducir bien. Brahms me inspira pero la inspiración pronto la olvido. El olvido refleja una manera de estar, un deseo y un anhelo. Lo escribo ahora porque dejé una nota en el correo electrónico, una nota o un recordatorio. No sé, quizá no sea adecuado escribir directamente en el ordenador y sería preferible hacerlo a mano y copiarlo después, pero mi costumbre es esta y escribir es costumbre, ante todo. No quiero contraponer mi sistema a ningún otro, pero no deseo que se me imponga nada. La tercera de Brahms vibra en el recuerdo, recuperado gracias a la nota electrónica.

+ A vueltas con el capital económico, social, cultural o simbólico. Al final se trata de que deseo comprender para explicarme y saber de qué me hablan cuando de buen gusto me hablan. El buen gusto, un tema que casi sin desearlo se ha abierto. Al final, se trata de una posición elitista que esgrime sus preferencias como un enredo de exclusión. La respuesta no la tengo, la herramienta es el reconocimiento de lo arbitrario. Aunque, dicho sea de paso, arbitrario no es equivalente a inmotivado. Las motivaciones me parecen claras: marcar límites y afirmar una identidad. El dinero sin reflejo no sirve, el reflejo es la cultura y el buen gusto, cosa de la que el nuevo rico está desprovistos y nos permite decir: “qué paleto”, ahí queda el centro del día.

+ Sigo con las  vueltas de Tel Quel. Las mismas vueltas que los capitales de Bourdieu. Poco a poco, resulta un recorrido interesante por un mundo que ya es arqueología. No hay archivos sino archiveros, no hay bibliotecas sino libros; esta es la diferencia.

+ Imagen: Muchos días paso por delante de esta fachada, en lo diario se descubren acentos ajenos a lo que se espera, lo esperado tiene una fecha y su caducidad da lugar a nuevas relaciones. Relaciono la ventana con el tránsito de los días, sus afanes y el descanso. Disparo un lunes.

sábado, 19 de agosto de 2023

Sumas y restas, lo banal


+ El verano no termina. El verano parece que nunca terminará. Se expande. Sin embargo, lo sé, la expansión es limitada y su resultado siempre termina por llegar, por muy molestos y persistentes que nos parezcan los efectos del sol, el calor y el ruido, la luz excesiva y cegadora. Leo algo sobre ciencia-ficción y me convence, se enlaza con esa debilidad que me inyecta el verano. Me quedo con la nota de que la ciencia-ficción no habla del futuro sino del presente. Este presente donde más que edificios intuyo volúmenes y el calor tamiza el sentido de las cosas, las debilita. Las lecturas se pueden abordar de muchas maneras, me quedo con esa lectura oblicua, fuera del sentido que se le quiso imprimir, bien por el autor, bien por el editor, bien por su particular marketing. Todo lo que me rodea es ciencia-ficción, porque yo así lo deseo y lo establezco, en función de una idea de control sobre la percepción. Delimito las líneas maestras de mi mirada. Peor, el verano se termina y mi inversión de valores parece no funcionar. No me salva ni la ciencia ficción. El calor, los volúmenes, la lectura, el cansancio y la decepción. Una suma que tiende al cero absoluto.

+ No sé por qué sigo el desarrollo de la investigación de un asesinato en el paraíso. Quizá porque en el sentido anterior, el de la lectura oblicua, el desarrollo narrativo de la noticia describe más a la sociedad donde creció el presunto asesino que los hechos que constituyen el caso. La biografía del muchacho emerge secuencialmente y el perfil que ofrece nos hace dudar de la posibilidad del mal. Tras la buena apariencia y la práctica sacerdotal de esta nueva, siempre presente, religión, la cocina, unge al acusado de una capa de irrealidad. Nada malo puede venir del surfero hacedor de hamburguesas celestiales y su elaboración de carnes casi crudas, con el punto sublimado. La terraza desde donde retransmitía para YouTube es fascinante. Su pelo rubio, su musculación, el ardor que despierta la posibilidad de un erotismo adentrado en el siglo XXI. Lo exótico tiene visos de irrealidad y la pretensión de dibujar un discurso sobre el bien y el mal fracasa, porque lo único que vamos a encontrar en la cenagosa realidad de lo banal. Todo es banal. La cocina, el pelo, la pose, las copas, la musculación, su atuendo y sus abalorios. No cabe ni el bien ni el mal, sino una blanda e inconsistente huida hacia adelante, sin pretensiones. Solo gestos, solo apariencia. El dinero para la fiesta restablece un orden, pero es efímero, todo tiende al desvanecimiento de lo relativo: lo banal.

+ Sigo con las cuentas y hay algo que se traduce en las operaciones: la acumulación de capital siempre está guiada por Hermes. Hermes, el mensajero de los dioses, el patrón del comercio y de los ladrones. Ya los griegos habían previsto esto que yo veo y estudio al tiempo que trenzo las cuentas. Metros cuadrados, metros lineales, porcentajes y reflejos. Las cuentas no salen.

+ Duermo plácidamente y los sueños se conectan con realidades lejanas, pero no desagradables. No recuerdo casi nada, salvo a los protagonistas. Mi yo central pesa poco, los otros personajes son amables y transparentes. Eso queda. Me levanto temprano, desayuno y me dirijo a pie al trabajo. Escucho música y pienso en lo soñado y no me acuerdo. Los dioses regalan olvido, maldicen con una precisa memoria, te destruyen con tus propios deseos. Los dioses no son otra cosa que la sabiduría aquilatada que nos vale para pronosticar el futuro, para estudiar trayectorias y entender lo que pasa y lo que pasará. Duermo como un lirón.

+ Los animales simbolizan con sus características deseos y carencias. Me veo representado por el caballo: determinación, nobleza y voluntad. ¿Los defectos? No es este momento de defectos.

+ Acierta quien guarda silencio.

+ Imagen: patios que viven en el olvido, un día presente y, para siempre, pasado.


sábado, 12 de agosto de 2023

Sumas y restas



+ Y hablo de las instrucciones para conseguir textos efectivos que logren el propósito de seducir o persuadir al lector. Hablo de retóricas y manuales de redacción. Si comparo los prólogos del pasado, del siglo de las luces, con los prólogos del presente, ya en el siglo XXI, me encuentro con una constante. Los prólogos de estas obras que se proponen establecer las pautas de la buena escritura no dejan de invocar al buen gusto. De una manera u otra, el buen gusto es un asunto de clase social. Las élites marcan las líneas maestras de lo que está bien y lo que está mal, hasta que se cansan y sustituyen un algo por otro algo. Lo tengo presente, cada vez más presente porque lo importante es observar el espectáculo de la vida cotidiana en toda su grandeza y este un punto de vista muy interesante: lo arbitrario del buen gusto y la influencia que las clases superiores realizan. Aquí pondría el acento en la capacidad de invertir los valores y, así, no tomarse demasiado en serio el poder de las modas, la publicidad o los medios.


+ El teléfono es un animal de compañía, aunque adecuado, en ocasiones, demasiado exigente.


+ He terminado dos libros en la semana anterior.  Tras la lectura he notado que algo me falta y no sé si son las novelas en sí o es una carencia que se ha acentuado en mí. Vuelvo a Los años salvajes de la teoría de Manuel Asensi y veo mi reflejo en los telquelistas y, tal vez, haya un influjo imparables sobre la obra en su formalismo más absoluto que me ha envenenado sin yo saberlo. Pienso y me dejo llevar por la pesadez del verano, que se ha instalado sin remedio.


+ Añoro el otoño, añoro el invierno. 


+ Sobre viajes a la Meseta hablamos en el breve trayecto, apenas diez kilómetros, entre nuestro centro de trabajo y su casa. Lo he aprendido con el tiempo, mejor es encontrar nexos que alimentar divergencias. La Meseta posee magia en sus espacios. Me veo otra vez en Tierra de Campos y el coche es como un barquito que surca un mar calmado. Buen tiempo, sin mucho calor, una niebla lejana que no llegaba a difuminar el paisaje. La música. La vibración de la teoría. El tiempo malgastado y el aprovechamiento de los instantes, un ahorro que no es tal. Lo dejo en su casa y deshago el camino. Pienso en lo mismo, mis viajes en coche por la Meseta.


+ Atesoro libros y los contemplo en su magnitud material. Las portadas, el grosor del lomo, la disposición de las páginas, la numeración o la tipografía, las tintas, el paratexto y el nombre del autor, las cursivas y las negritas, doscientas páginas o setecientas páginas, poesía o prosa, el vértice del volumen. El objeto es fascinante. Resisten los libros sin saber que el paso del tiempo para ellos no cuenta, no resta, suma.


+ Hago cuentas y no salen los números. Debato sobre ello y sé que es perro viejo el que me pone los acentos. No tiene razón, pero yo no tengo la fuerza necesaria. Necesitaría un apoyo que no tengo. Números. Esto y aquello. La resta, la suma, la multiplicación, la división. Los metros cuadrados y los euros. Todo un mundo que se apoya en el mismo fulcro: el espectáculo de la vida. No hay mucho más y volvemos a multiplicar y los euros no se manifiestan.


+ Imagen: un recuadro o un apilamiento de caballetes.

sábado, 5 de agosto de 2023

Sin indicaciones (6)

+ Seguí reflexionando sobre la persona que me mostró simbólicamente como aplicaría el derecho penal, en función de los delitos ejercería una práctica más que disciplinaria simbólica. Hizo tres referencias y en las tres referencias había amputaciones rituales. Pensé en ello demasiado, mientras hacía mi ejercicio diario en mi bicicleta estática. Sé que tras esas afirmaciones algo se esconde. No es gratis hablar de hierros candentes que se introducen por los orificios, amputación secuencial de dedos hasta que la mano se convierta en una pinza como la de un cangrejo, sustituciones de órganos por tubos que permitan la evacuación de la orina. Para cada delito parecía tener una pena física y deformante adecuada. La deformación como reparación. Lo curioso del asunto es que su exposición se desarrollo en un breve tiempo. Pensé en ello mientras hacía ejercicio e intuí ciertas calas en su biografía, asunto que no me interesa nada, pero, también, me di cuenta de que ese mostrar la maquinaria represiva que vive en su imaginación es un cuadro digno de ser tenido en cuenta ya que todos tenemos demonios ocultos y reprimidos. Sin embargo, ese día el hombre me mostró su delirio para que yo asintiese y solo encontró el displicente silencio que me he impuesto.


+ Hospitales, garajes, clínicas veterinarias. Hay un algo pictórico en todo ello, que se trasluce en una suerte de ultramodernidad. Mis dibujos dan cuenta de ello, pero solo me sirven a mí. Poca cosa no es. Líneas rectas, ángulos y luces brillantes, el fluorescente es emblemático. Luego los colores serán gamas de grises que en un punto se verán iluminados por un amarillo fuerte para representar un punto de luz. Es mi estado de ánimo, un plácido sosiego. El sosiego del observador.


+ Empiezo con Manuel Asensi, Lacan para multitudes o por qué no se puede vivir sin Lacan. El interés que tengo proviene de la charla del autor a la que asistí en Ávila. Así reconstruyo los momentos del pasado, mediante libros, sin fotos, sin apuntes o notas. Leo y no encuentro lo que buscaba, pero es parte del juego. El error y la enmienda. No sé si el error se puede materializar en este texto, pero se mantiene. Pienso en los días que pasé en Ávila, en las charlas, en las noches y el horizonte limpio, en como llegaron el viernes las nubes y llovió ligeramente. Los tres ejes que propone Lacan se me antojan complejos, atrapados en una prosa barroca y enrevesada, que necesita del desciframiento y de la reescritura. Leo el libro de M. A. y no soy capaz de llegar a penetrar en su dominio. El dominio del deseo, me digo, tal vez, el deseo en sí. Pero el tiempo se eleva otra vez. Tomé apuntes en la charla y no los he vuelto a ver. Lo haré tras la lectura del libro, en un afán de pedagogía: una forma de apuntalar lo oído y entender un poco más. Sí que tengo presente la idea de que quién escribe tiene una suerte de disfunción que se aplaca mediante la escritura misma, un impulso que no puede detener. La reconstrucción de momentos del pasado, de incidir en esa línea que hemos horadado sobre el papel, los dibujos, el colorearlos, este diario en línea en sí. Una suma que tiende hacia insospechadas cantidades, donde importa más la constatación que su número. Dejo esta escritura y regreso al libro. 


+ He regresado a los tratos y transacciones comerciales. La distancia resulta necesaria. Hay algo transitivo que nos lleva a contemporizar, un juego en que para ganar ambos los dos debemos perder. No sé si me da bien o mal, pero no me gusta. Yo sé cuando me engañan y, mismo tiempo, sé cuando debo callar. Es un equilibrio y yo no me juego nada, salvo el orgullo de no ser engañado. Creo que lo sabe: no me engaña, pero a mí en el negocio no me va nada y no tengo ganas de enfrentamientos innecesarios. Con todo, jugaré al gato y al ratón por divertirme un poco, por medir mis fuerzas dialécticas, muy superiores a lo esperado. Regreso.


+ Poco más. Sigue el desarrollo del texto y me detengo aquí. Hoy no escribiré más, esta semana: tampoco.


+ Imagen: quedaba la niebla, pero no llegó a llover, el disparo y su transformación mediante el retoque fotográfico [algo que no se debe perpetrar, pero hasta el mejor escribano deja su borrón]. El muro soporta el peso del error, el deliberado error.