+ Algo de Jorge Guillén en la última hora de la tarde en este primer día de vacaciones, este jueves de febrero. Una conversación telefónica, unos mensajes en la mensajería instantánea, un Pdf que descargo, leo y guardo porque me parece que me será de utilidad en un futuro breve, unas semanas que pasará, ay, rápido. Me detengo y estudio los lomos de todos estos libros que he ido acumulando a lo largo de los años y se establece un extraño puente con los verso que acabo de leer. El teléfono reposa como cartílago negro, oscuro y expectante, en su duermevela. El ordenador me sirve para escribir y para viajar por mundos que no me pertenecen y que solo me interesan durante un instante. Ay, los bolígrafos agotados, los lápices, la manía del subrayar y resaltar con colores fluorescentes, todo ello soy yo, pero también otras razones y rasgos que se emboscan el olvidos cotidianos. Ahora soy el que escribe y, qué bien lo sé, es una manera de no ser.
+ Sólo falta un paréntesis, el número 18.
+ ¿Habrá un número 19? No resulta improbable su existencia. [Si esta entrada tuviese un título sería este: palacios del olvido]
+ Vídeos que se ven en el inicio de la noche, un tanto absurdos, un tanto descriptivos del momento presente. Esa invocación a lo extraño de “el tiempo que nos tocó vivir”, como si otro tiempo no lo fuese, como si vivir en sí mismo no fuese algo extraño. Me siento ajeno a estas cuitas y me refugio en el sueño, el sueño reparador producto del trabajo intenso y bien hecho. Los ecos de otros tiempos se han acallado, qué gran remedio es la tarea cumplida, qué medicina prodigiosa. Comienzo en día en la bicicleta y termino el día en calor de la cama, con todos los pasos previstos bien cumplidos. No hay otra poesía y, así, en la radio oigo invocar la muerte como todo tema de cualquier poesía, qué descubrimiento.
+ Pronto se cerrará el paréntesis.
+ Imagen: esta imagen complementa a la de la semana anterior porque forma parte del mismo recorrido, la misma secuencia. Paisajes en el olvido, palacios del olvido.