sábado, 20 de noviembre de 2021

400

malasaña

 + Es esta entrada la número 400. Desde el año 2014 publico cada semana una entrada y así se llega a la número 400. Casi ocho años. Una vida, un suspiro. Un número solo es un número y no quiero darle más importancia que dar cuenta de ello. Constato la marcha del blog, su presencia y ese reflejo de la voluntad y la determinación, sin mayor recompensa que la publicación. Nada a cambio.

+ En ocasiones me pregunto si he aprendido a ser agradecido., Me pregunto, incluso, si soy una persona agradecia. El agradecimiento es el cimiento de la persona, uno de los cimientos que aprecio en una persona, y su reverso o contrario me lleva hacia la sospecha. Reconocer que te estiman, se preocupan por ti o te hacen la vida fácil no siempre es fácil de ver, porque el egoísmo y el egotismo crecen sin necesidad de cuidado. Hacerse esta pregunta es establecer un buen rumbo. Hoy me pregunto por ello y concluyo que estoy en la buena senda.

+ ¿Son propósitos o necesidades? Cada semana me asomo al ordenador para dejar constancia de que estoy aquí.

+ Llevar un diario, pues esta plataforma no es otra cosa, es trazar un personaje o, al menos, perfilarlo. ¿Soy yo el que escribe o es una impostura actoral? ¿Me ayuda a conocerme o se proyecta una sombra que me suplanta? En cualquier caso, aquí estoy y aquí permanezco.

+ Lecturas que certifican una cierta idea de determinismo, que diluye la idea de mérito académico, incluso del esfuerzo, porque no deja de ser otra cualidad o don. No deja esta certeza de relacionarse con mi biografía, mis éxitos y fracasos. Es un camino peligroso, sin embargo no puedo soslayar esa atenuación de la culpa; pues, si mérito no hay, culpa tampoco. Es un camino peligroso, sin duda.

+ ¿Nacimiento o educación, herencia o ambiente?

+ El número cuatrocientos es un número como cualquier otro. La diferencia la establece el talismán de la redondez. Lo redondo se impone a lo afilado o anguloso. Pero somos formas redondeadas y ángulos afilados.

+ El color de otoño me seduce y me atemoriza. Recorro con el coche del trabajo las carreteras y se dibujan los perfiles de los árboles que conforman los bosques, sobre ellos, hacia las seis de la tarde, el día comienza a declinar, se transforma este límpido cielo azul de noviembre en una casada de rojos sanguíneos, líquidos e intensos. No hago fotografías porque el espectáculo no las admite, ya que degradarían su profunda verdad. Sin cuestionar mi persona, me diluyo en el tiempo detenido. Un instante no es la eternidad, pero mediante ciertos resortes se puede prolongar su magia. Todo ello es cierto, sin embargo, la capacidad metafórica del otoño me asusta y me entristece. Busco el equilibrio y creo encontrarlo, caído en el sueño y duermo profundamente. Es martes, ya.

+ Llega el final de día y doy por terminada esta entrada número 400. Ahí queda, para el viento, para el olvido.

+ Imagen: en Madrid, en Malasaña, unas imágenes que contienen esa tendencia a la desaparición, a esa lucha contra una tristeza larvada. Seguiremos tras el número 400.