+ Vuelvo a ver las imágenes de la entrada anterior y me fijo en el detalle del ojo derecho de la mujer en el baño, la que yo amplio, la que disparé ante el cuadro. Me fijo y veo tristeza y pregunto si esto es una opinión o un hecho cierto e indiscutible. En cualquier caso, es tristeza lo que me llega y no soy capaz de discernir si se trata de un motivo o es mi estado de ánimo. Mi variable estado de ánimo. Días que se van y esa estela del cansancio. La construcción de una identidad me fatiga y, al mismo tiempo, me veo abocado a ello, desde siempre y con la contundencia de lo que se sabe imposible de alcanzar. Estudio por la mañana asuntos que no me interesan mucho, pero que me puede procurar un trabajo similar al que realizo pero en otro ámbito, quizá mejor, quizá no. Quedo en suspenso y vuelvo a ver el cuadro en su amplitud, donde ya no distingo esa tristeza sino una alegría banal y propia de los años sesenta del siglo pasado, un contraste con otras realidades, un acento que conserva validez y todavía caracteriza ese fluir humano en las eras de los medias y las frivolidades. ¿Soy yo? Sí, eres tú, me responde la mujer en el baño.
+ Me debato entre la opinión, el conocimiento y un aliento lírico. No sé dónde estoy, pero me inclino por lo último y no me gusta mucho. La especialidad se transforma y muestra un vacío. Esa vacío es la lírica y sus impresiones. ¿Toda poesía actual es lírica, cabrían otros modos o es ya imposible? Veo los poemarios pendientes y domina un yo territorial, aunque esta nación sea lo cotidiano ahí está. Lo observo y me observo y encuentro un punto de unión. Soy de otro tiempo y de otro lugar, mundo que quizá no hayan existido nunca y me conduzcan a una extraña nostalgia, la nostalgia de lo no vivido. La opinión, el conocimiento y el aliento lírico, tres vectores de mi presente, que no alcanzan la solución, pero tampoco la intentan. Soy yo, no ellos.
+ Separa un libro, lo deja para cuando llegue el momento del viaje, que será dentro de unos meses. Lleva repitiendo este rito desde hace años. Es una elección cuidadosa, nunca improvisada. Con el tiempo ha decidido que los libros de poesía y las novelas queden descartadas ya desde un primer momento. Se ha vuelto maniático, lo percibe, pero, en realidad, no ha sido una transformación sino que los acentos se han intensificado. Por fin, se decide. Un libro sobre la historia de Francia, para tratar de solventar algunos huecos. Es fácil. Se se sentará en su asiento en el vagón de tren y comenzará a leer con la ayuda del diccionario electrónico que se ha descargado en el teléfono. Es fácil. De vez en cuando le da por observa la portada del libro, pero sin llegar a abrirlo. Napoleón señala un punto en un mapa desplegado, su severa expresión contiene todo un propósito, el destino de una personalidad, la razón de un carácter. Qué pretende adquirir con su lectura, más allá del entretenimiento, del pausado discurrir de las horas que habrá de pasar en el tren. No hay un propósito porque la lectura debe conducir a la conversación, se dice, y, ahora, no habla con nadie, con nadie hablará de las dudas que lo asaltarán cuando penetre en la sucesión de acontecimientos que se producen en el siglo XIX y que tanto le intrigan. ¿Qué sentido tiene leer, salvo ese llenar el tiempo detenido del viaje en tren? No tiene sentido, termina por decirse, pero ¿hay algo que tenga sentido? ¿algo más allá de la muerte? Así, se condensa el tráfago de la semana, los sinsabores y pequeñas angustias, la debilidad de lo visible, la certeza de la finitud, pero su necesidad, también. Deja, por fin, el libro en un hueco de la estantería y bebe un poco de café. Ahí estoy yo, se dice, cierra los ojos y el sábado llega a su fin.
+ Sin dudar, he sumado a la colección de poetas en marcha de lectura sistemática a León Felipe. Una cuestión biográfica o una deuda pendiente, una laguna en mi lánguida cultura o una estancia moral que debe ser habitada. No importa, ahí está la Antología rota. [¿Se suma al equipaje libresco que el hombre prepara para esa tarea pendiente, ese viaje por hacer en el inicio del próximo año?]
+ Los pequeños placeres: chocolate negro y café caliente, cargado y sin azúcar. Leves recuerdos de playas y acantilados, la sal y el verano, un cierto viento que se carga con las sugerencias de la lectura anterior: León Felipe.
+ El malestar regresa pero bajo una faz distinta, el rostro conmovido y vergonzoso del que se ve derrotado. Ahora soy otro, me digo y sé que no es verdad, simplemente recupero fuerzas. Las fuerzas se encuentran en el amor, el trabajo, la poesía y el agradecimiento. El agradecimiento a quien merece esa gracia. Lo sé, soy magnánimo y eso me hace ser quien soy. Un rasgo que constituye mi principio rector. Ahí me centro, esto celebro.
+ Imagen: un fragmento del cuadro de Roy Lichtenstein, una continuidad en la ilustración, un seguidismo en la idea.
sábado, 30 de octubre de 2021
Paréntesis (3)
sábado, 23 de octubre de 2021
Paréntesis (2)
+ El desengaño es la constatación de una verdad incomoda que nos pone ante la realidad de nuestra vida y experiencia, al tiempo que corrige nuestras erróneas percepciones. El desengaño resulta ser el núcleo barroco, donde se produce una revelación transformadora y paralizante. Tal vez toda la poesía trate el tema, pero nunca con tal intensidad como sucede en el ámbito Barroco; en especial, toda la lírica española. Recuerdo lecturas y me atrinchero en sus posibilidades, el abanico de conocimiento que se abre. Un edificio, una ruina, el rastro del pasado, la vida que no volverá, el ver a los jóvenes en su amplia capacidad de disfrute, su energía, el paso del tiempo y su implacable verdad, voluntariosa ceguera. La naturaleza se eleva entre la tranquilidad del otoño. Ese volcán que no cesa nos recuerda la insignificancia que resultamos ser. ¿El desengaño? El emblema del día, el emblema del otoño de la vida.
+ Veo cuadros que vi hace tiempo, mucho tiempo. Los vuelvo a ver en el reproductor de imágenes del ordenador. Un puente hacia el pasado, un retorno a los viajes y las excursiones a museos. Amplio las imágenes y estudio a otros visitantes. Me recreo en esta distancia y en sus posibilidades. Antenas que se desplegaron y hoy ofrecen los frutos de aquellas indagaciones.
+ Como por ensalmo fui consciente de su soledad. Aquel continuo frecuentar el bar y el tacto nervioso sobre el móvil delataban su falta de compañía, salvo esa compañía que proporcionan los bares [que nunca es poca cosa]. Yo lo conozco desde niño y lo he visto envejecer. Así, cuando dijo que era de poco llorar y ni siquiera había llorado cuando murió su madre, me hice cargo de su situación. La cerveza, el tabaco, el teléfono, mañas para tratar de esquivar el dolor, tal vez. Comprendí algo, un punto inefable que solo la poesía podría transmitir. Un gran poeta de lo cotidiano, de las pequeñas cosas, del feble humo de los días y las noches. El trabajo, la conversación y el enfrentarse en soledad a la cama de la humilde pensión, olores de pensión, cuerpos y durmientes embalsamados. No recuerdo su nombre, pero ahí sigue: ante su móvil y su cerveza, a la espera de una palabra tan cotidiana como valiosa, una palabra que no llegará.
+ Imagen: Contrapongo tres imágenes. La primera es una vista nocturna de Madrid, las dos siguientes corresponden a una visita al Museo Thyssen, ante la vista de un cuadro de Roy Lichtenstein. La importancia de la serie radica en la evocación del días pasados, del tiempo que se diluyó y que crea recuerdos y ausencia. La permanencia no es una elección.
sábado, 16 de octubre de 2021
Paréntesis (1)
+ En la primera hora de la mañana del viernes leo una crítica que cuestiona o pone entre paréntesis la palabra realismo. Un cajón de sastre que resulta cómodo y tiende hacia lo irrelevante, hacia la pereza que produce establecer conceptualmente el marco o el contexto de una obra de arte, bien plástica, bien literaria, narrativa o estática. La razón es clara. Se saltan muchas etapas, se desdeñan razones y se establece una frontera que facilita la clasificación. Pero, bien sabido es, las fronteras son tan inestables como permeables y la complejidad de una posible lectura no se resuelve en la etiqueta que se asigna. Sigo con mis tareas pero sé que, a lo largo del día, volveré sobre le tema, al tiempo que añoro mi investigación, pero estamos en otro momento.
+ He visto una persona duplicada. Extraña situación. No es la primera vez que veo a esta persona duplicada. ¿Qué lectura debo establecer?
+ La música de Astor Piazolla llega intensa y nerviosa. La identifico con la ciudad moderna, con el ritmo del metro y las prisas de las calles, las cafeterías en hora punta, el olor a café y a croissant, calles y edificios, plazas y arrabales. Llega y se va. Indago en su biografía y se eleva la decisión, la audacia y la contradictoria y problemática existencia, común a todos los hombre y mujeres. La música permanece y, así, una idea que pervive. La noche se cierra y yo cierro mi teléfono, esta biblioteca de Babel. Argentina en la memoria, como un deseo no alcanzado que se ancla en la adolescencia. Recuerdo a Borges, a Sábato, a Cortazar, los recuerdo y desearía volver a ellos [en especial al Sábato de Sobre héroes y tumbas], pero no es posible. Tareas que me ocupan y me retienen. Astor se desvanece en horizonte y la noche se ha cerrado tras diluirse los último hilos dorados del día entre las montañas. Es viernes a la noche. Se cierra el arco.
+ Regresamos, una vez más, a la liturgia del restaurante y el fin de semana, sustitutos de viajes no realizados, pendientes de la solución de diversas circunstancias y ocupaciones. El trabajo diario se debe ver compensado por dosis de ilusión, que establece una suerte de equilibrios entre la obligación, el esfuerzo y una pizca de hedonismo. La estructura lo es todo, como se sabe desde tiempos inmemoriales. Tanto en la ingeniería como en la trabazón de la obra de arte, incluso en aquella que abjuran del orden. Pero romper ese orden es tender hacia la maestría, hacia lo genial. Recuerdo bien aquel relato sobre la construcción de un palacio japonés (o quizá chino, porque, en realidad, no recuerdo tan bien como quisiera) que alcanza la prístina perfección, cuando se lo muestran al emperador este reclama un martillo y rompe con él el basamento de una columna y exclama: ahora, sí, ahora es merecedor de mi persona. ¿Es el martillo o el basamento roto una equiparación con el restaurante? Ni una cosa ni la otra, sino el gesto mismo. La ruptura, el rechazo de una simétrica reiteración de lo diario. Y, así, en ello estamos. Tomaremos el coche hacia la siete, daremos un paseo por Baiona, iremos al restaurante escogido y registraremos esa ruptura de la rutina, esa elevación en lo diario, la cumbre de las sosegadas y alegres tarde y noches del sábado.
+ Fuimos al restaurante y encontramos lo que buscábamos. No podía ser de otra manera. Antes de llegar nos fijamos en como la luz otoñal perfilaba la silueta de los montes y las urbanizaciones, nos fijamos en el mar calmo y las líneas que las nubes trazaban, entre rojas y negra, próximas a la noche, con destellos azules. La cena no pudo ser mejor y regresamos satisfechos de haber celebrado la llegada del otoño, o cualquier otra cosa, porque el motivo era indiferente y la celebración cobraba valor en sí misma, sin necesidad de otras razones. Hablamos de ello y sentí lejanos los días de hospital de C., sentí lejanas esas desavenencias que no he provocado pero que me hirieron, sentí el peso de la vida disuelto en la alegría y la música que se desperezaba desde el teléfono hasta los altavoces. Era sábado y todo había salido bien, ¿por qué no habrá de continuar esta totalidad por esta fluida senda?
+ Imagen: una primera vista de exposiciones visitadas [algo que se completará en la siguiente entrada].
sábado, 9 de octubre de 2021
La complicación
+ Que la comida aporta felicidad no es ningún descubrimiento, pero atestiguarlo resulta ser un principio de alegría incuestionable. Ayer, viernes, C. y yo fuimos al italiano que solemos ir. Pedí pizza y el sabor intenso del Gorzonzola me devolvió el entusiasmo hurtado por los días de estudio, siesta, trabajo y sueño, en ese orden milimétrico y ordenancista. La culminación fue el tirsamisú. Me gustó ver como la gente disfrutaba con la celebración de cumpleaños y cenas de amigos. Quizá durante mucho tiempo he minusvalorado estas pequeñas delicias que se insertan en lo cotidiano y cotidiano son también. En la hora de recuperar la fuerza necesaria para el camino diario es esta una gran confirmación: la comida aporta felicidad. En ello estoy.
+ Escucho en la mañana del sábado asuntos turísticos sobre Dakota del Sur.
+ Espontáneamente digo: “… y no hablaba a humo de pajas.” En definitiva, la cervantina expresión se ajustaba a aquel preciso momento, a la conversación, a la persona que yo calificaba por su sensata seriedad. Resuenan ecos de nuestras lecturas y de otras influencias, como un eco que se expande más allá del momento y el lugar.
+ Pienso, durante un momento, en la necesidad que las personas tiene de adquirir elementos que completen y realcen su identidad. Un amplio arco que puede ir desde una bandera hasta la entrega al deporte [aficionado]. El arco que he propuesto no responde a ninguna sistemática y es algo que me viene a la cabeza después de observar a corredores y ciclistas por las calles de esta ciudad, que se entregarán mañana a competiciones de aficionados pero con una seriedad, quizá, superior a la propiedad de los profesionales.
+ “De una dama que, quitándose una sortija, se picó con un alfiler”, Góngora. Me llega un artículo de Luis Beltrán Almenara sobre este soneto. Lo leo, fragmentariamente, en el teléfono. Leo el soneto y leo el artículo mientras espero y, al tiempo, no dejo de pensar en las intenciones del texto en su momento de su creación y en estos ámbitos que alcanza mientras se expande. No hay una respuesta clara, como casi siempre. Leo y me admiro de la destreza y la complicación, y sé que esta naturaleza es su razón de ser. Algo que se mantiene. La complicación , esa necesidad de entender y la dificultad misma de llegar hasta ahí. El centro del poema podrá ser irónico o podrá tratar de establecer una nexo estático entre la tradición y su momento, la modificación del tópico petrarquista, pero se mantiene esa complicación a lo largo del tiempo. Desentrañar el poema no deja de ser también otro pasatiempo.
+ Imagen: mercería.
sábado, 2 de octubre de 2021
El mes en curso
+ ¿Cuántas veces he titulado una entrada con el nombre del mes en curso? ¿Un recurso fácil, tal vez? No tengo respuesta y no quiero averiguar la razón, aunque obtener el dato no sea demasiado complicado, pero su interpretación se dibuja como intrincada e innecesaria. Me inclinaré por una carencia de chispa para recoger la calderilla del día, ese rédito que se vierte aquí, con mayor o menor fortuna. Así, se disipa septiembre el séptimo mes en Roma, el noveno en nuestro mundo. Todos los momentos que se acumulan en este continente son el mismo mundo gobernado por mi interés en hacer de la escritura una baliza en lo diario, una tarea que me configura, una obligación impuesta y que se traduce, sin paradojas, en una libertad portátil e íntima. Ahora no tomo notas, ahora recuerdo y el recuerdo es un tamiz, un filtro que limpia y construye ese otro mundo. Bueno, septiembre llega a su fin y asoma octubre.
+ Un tweet sobre los reflejos en los cuadros holandeses del siglo XVII. Lo leo con interés y me pregunto por la razón de la herramienta. Siempre es lo mismo, el cuchillo sirva tanto para el trabajo como para el asesinato. “¿Por qué es el mismo el giro del brazo cuando siembra que cuando siega, el de amor que el de asesinato?”, Claudio Rodríguez.
+ Y mientras hago un seguimiento de bulos en red e identifico un cierto motor político en la podredumbre de las redes, que no es su totalidad, ni creo yo que sea su amplia mayoría, pero sí que el ruido se manifiesta con poderoso impacto.
+ Breves interrupciones que establecen un ritmo por desentrañar, su transcripción es materia de agenda. ¿Agendable?
+ Entre tareas, libre de presión o con una presión bajo control, no sé. Los días pasan y el otoño se estable mientras septiembre llega a su fin. Escucho un podcast sobre Alfonso X el Sabio, regresa una vez más esa certeza de las grandes laguna que mi conocimiento tiene, pero lo que extraigo de mayor valor es esa confirmación de una cierta querencia hacia la lectura y el conocimiento en determinadas personas. Creo estar ahí. No necesito confirmaciones. Se aproxima el fin de semana y también es un ritmo oculto. Turbulencias y yuxtaposiciones. Leo y contesto correos electrónicos. La actividad es el fármaco. Fármaco en griego tiene la doble vertiente de cura y veneno. ¿Depende de la dosis? No hago otra cosa que leer y escribir, me parece oír bajo el tic-tac del reloj que preside el estudio. El reloj, el calendario, el teléfono, todos ellos: vanitas.
+ Imagen: otros otoños y el mismo otoño, la geometría no vence al perfil de las nubes. [Mientras, yo esperaba que llegase un tren].






