+ Hablo con K. sobre La posibilidad de una isla, de Houellebecq. Hablamos sobre el presente, sobre la pandemia y las maneras de comunicarse que tiene la política actual. Le damos vueltas a la identidad y las convicciones políticas que se ven guiadas por el lugar que se ocupa por clase, pero también al adverso de esta realidad: el voto que va en contra de los propios intereses. Veo el reflejo en nuestra conversación de que el triunfo va unido al carácter y es el carácter el que determina la trayectoria [cuántas y cuántas veces habré repetido esto]. Poco recuerdo de la novela de Houellebecq, pero hay un aire que palpita, que condiciona la conversación. Es una idea de realidad que me fascina, que tiene que ver con un hiperrealismo plasmado, quizá, en la maqueta. La maqueta como medida de todo. ¿Una maqueta uno-uno? La trinchera de lo diario, el amor, la fe, el escrutinio de las noticias, el velo de un fantasma llamado actualidad. Se confundo lo actual con lo histórico, y lo histórico se desdibuja.
+ En la línea de lo anterior, observo con atención y distancia cómo se construyen las biografías. Esto solo es un intento de comprensión que sé, de partida, que será fallido, pero, al mismo tiempo, me dará guías para tratar de establecer unos puntos donde apoyar mi visión, la idea que de las cosas tengo. Las biografías. Me detengo demasiado tiempo en ello y no es bueno, me digo pero tienen un rédito, una proposición de espiral que podría arrojar luz sobre el momento presente y sus derivadas. La necesidad de una explicación, una necesidad que es consciente de que no es posible tal explicación. La idea de triunfo va unida a una serie de rasgos del carácter que permanecen bajo la superficie pero que resultan determinantes. Yo no los posee, los que me tienen aprecio tampoco. Una manera de ser, una manera de obrar. Presentadores de televisión, directivos, ilustres profesores universitarios, empresarios, abogados, cocineros y actores, directores de cine o directores de museo. Las biografías que nos ofrecen en la televisión, en la prensa, en la radio, son biografías de personas que han triunfado. Así, vemos documentales sobre destacados chefs, sobre su trayectoria, pero yo echo de menos una historia sobre el que lo intentó y sólo gestó ruina. No es posible, el espectáculo va por otros caminos. Sí, es cierto, también hay lugar para la crónica del fracaso, pero no se trata de una crónica, sino de un moralista show, la perpetua necesidad de historias con moraleja. En esa ambivalencia se mueve el discurso: eres el protagonista de tu historia y, cómo no, el responsable de su desarrollo. ¿Las biografías encuadernadas? Necesitamos respuestas a preguntas que no nos atrevemos a plantear mientras el debate presente se ajusta a esa medida que ofrece la paradoja. La paradoja, la biografía y la moraleja.
+ Daniel Cassany en su imprescindible libro La cocina de la escritura plantea cuatro cuestiones: “¿Me gusta escribir? ¿Por qué escribo? ¿Qué siento cuando escribo? ¿Qué pienso sobre escribir?” No voy a dar respuesta a ninguna de estas preguntas, pero sí pensaré en ellas mientras trato de centrarme en la tarea que mañana emprendo: la escritura de un fragmento del total hacia donde debe derivar la investigación. Qué sufrimiento, qué forma de crecer, cada escalón que se avanza causa dolor y satisfacción, secuencialmente y a partes iguales. Y sí, a modo de fallida respuesta, sin entusiasmo resulta imposible la escritura.
+ Laberintos que atravieso en las primeras horas del día y que me conducen a Guillaume Dustan, el escritor francés fallecido en 2005. Veo vídeos y leo artículos, un fragmento de una novela suya me llega enmarcado por un aire de misterio: la identidad del escritor es una construcción singular, una construcción que, yo como lector, erijo durante un instante y luego contemplo como se desmorona. Creo estar condicionado por lo brillante que resulta la biografía del escritor [no en vano era magistrado de lo administrativo y a la vez un provocador novelista, la novela sí mismo: la autoficción], pero también por lo extremo de la apuesta de su obra: su yo que reta a su posición social. ¿Condicionado o fascinado? Esto exige una investigación sobre mis gustos, sobre mi posición ante la literatura, ante la vida misma y las valoraciones que trazo, hago y deshago. Las distinciones y sus fronteras. Porque la literatura no es otra cosa que identidad, identidad del que escribe y del que lee. Creo que es tiempo de hacer recuento, de extrañas contabilidades que oscilan entre el balance positivo y el balance negativo. Tiempos de turbulencias que se apaciguan y tormentas que se rebelan en mi contra, que logro dominar y que olvido mientras las horas pasan entre el estudio y el trabajo, el deporte y la conversación. Un horizonte blanco y previsible. ¿Es esa la vida deseada, la tranquilidad? ¿Hubiera sido posible la vida de Guillaume Dustan de otra manera? Solo queda lo que se ha escrito, pero la lectura se transformará hasta que el que escribió no lo pueda reconocer. Es esta la labor del lector. En ello estamos, en esta indagación.
+ Voy con mi padre a su tratamiento de rehabilitación. Antes, a sabiendas de que tendría que esperar, tomo Tristán e Iseo de una estantería. Comienzo a leer y la fascinación por el texto es muy distinta a la fascinación anterior, pero yo soy el mismo. ¿Seguro que soy el mismo? Ay, nadie se baña dos veces en el mismo río. Suena Bach y esa solución de continuidad es la respuesta a una pregunta fósil. No quiero despertar viejas pesadillas. Prefiero un sueño reparador y alejado de poses y malditos arcanos. Tristán e Iseo me devuelve el placer de la lectura, tan olvidado este placer, tan constitutivo de una suerte de verdad, tan variable, tan insegura. El placer, ¿dónde está el placer?
+ Sigo adelante con Tristán e Iseo. La versión, la prosa que reconstruye un posible texto, entre tantos. Esta reconstrucción nos la ofrece Alicia Yllera, una prosa fluida y agradable, con un léxico preciso y sorprendente. La reconstrucción de la novela trae consigo la reflexión sobre el hecho mismo de narrar, que tal vez hoy yo sea capaz de describir un marco para una idea sobre la misma. La expresión del yo, la manifestación de ese torrente interno que desborda el ámbito de la persona y se diluye en un mar casi infinito de sujetos que hablan, escriben sobre sí mismos. Este país por explorar no tiene más consistencia que aquello que forma lo posible, sobre lo que se pude hablar y con ello alumbrar el fenómeno de la literatura. El país del yo. Yo mismo cuando esto tecleo, cuando lo releo, cuando lo olvido me inserto, por un breve tiempo, en ese espacio.
+ Imagen: Blur.
