sábado, 27 de marzo de 2021

Conjuros

 

Rombos en Madrid

 + Los protocolos son uno de los rasgos propios de nuestra época. Lo veo cuando asisto a un curso mixto (mixto significa que una parte es presencial y la otra en línea) sobre prevención de accidentes en el ámbito laboral. Mi primera toma de contacto me muestra que todo ha sido previsto y no hay lugar para la improvisación. Una persona dice que los vídeos son siempre los mismos; a lo que se podría añadir que también el profesor, los alumnos, la observaciones de estos últimos son las mismas. Hay una tendencia innegable a la reiteración especular que se manifiesta en gestos, atuendos o maneras de expresarse. Todo se repite uniformemente, como un programa dado. Es un rasgo definitivo y definitorio, la igualación, la reiteración de los movimientos y los espacios. El manual, la explicación, el examen. Todo segrega una identidad neutra, a la que tendemos tanto en las opiniones como en los dictámenes. Como si se tratase de módulos dentro de un sistema modular donde lo intercambiable solo es posible mediante la equiparación. No sé si me produce melancolía o indiferencia la realidad apreciada, pero lo constato como si se tratase de un conjuro.

+ Un poema de Valle-Inclán en Claves líricas, “Clave III - La rosa hiperbólica”. “- Soñé laureles, no los espero, / y tengo el alma libre de hiel. / ¡No envidio nada, si no es dinero! / ¡Ya no me llama ningún laurel!” Hay un cierto cinismo que me recuerda otros momentos de la vida, pero ahora ya no sirve. Se ha desmoronado aquella seguridad y ha dado paso a esa certeza de la renuncia. No me gusta la conexión entre esta lírica y un acento biográfico. El descanso es el olvido, la disolución y la frontera entre el yo y los yoes posibles, aquellos que, quizá, nunca emergerán, salvo en los sueños o en las pesadillas.

+ ¿Tienen los paseos en coche efectos terapéuticos? En mi caso, sin duda. ¿Hay un placer más grande que conducir bajo el mano agradable de Bach, de una otra selecta electrónica, de canciones bien rimadas, bien engastadas en la historia y en el tiempo? Cuando el día decae en el final del otoño, con las luces dibujando senderos rojos en el frente, conforme avanzamos, se siente un filoso acercamiento

+ Cabe preguntarse por el porqué uno hace fotos, cómo las hace y cuándo. Responder las tres cuestiones entraña una proposición de análisis, la analítica del yo, algo que cuestionar y algo que describir. El porqué se ciñe a mi educación sentimental y afectiva, a la admiración que sentía cuando era niño por las fotos y los fotógrafos que había en mi familia, que no eran otros que mis tíos; la amistad con K. fue reveladora y me inspiró con las viejas cámaras de su abuelo, también con la primera EOS que vi, en un viaje a a Portugal, a Oporto; luego, cuando hice el servicio militar, aprendí algunos tecnicismos, pocos, que me han servido hasta hoy. ¿Por qué? Por un cierto erotismo de la imagen, por una idea de transformación de lo cotidiano; ese plasmar vértices y aristas, momentos y los romos e inconsistentes detalles de lo diario. El cómo que está respondido en la frase anterior: la vertiente que se esconde en lo cotidiano. ¿El cuándo? Variable, pero persistente en los viajes. En los viajes busco los desplazamientos y el zócalo sobre lo que se eleva lo que considero cotidiano, en un sentido más narrativo que documental. Las tres cuestiones tratan de indagar en el sentido que podrían las imágenes que aquí voy insertando, pero este sentido no es un bloque monolítico y estable, sino que resulta ser informe e inestable, como la vida en sí misma. Finalmente, hago fotos porque es una actividad placentera y de ahí deriva todo.

+ Conduzco. Salgo de Pontevedra sin rumbo pero, finalmente, me dirijo a Vigo. Pienso en aparcar, pero desisto y cruzo el Puente de Rande y encaro el corredor del Morrazo. El día es claro y la radio me informa sobre virus, estrategias de lucha contra la pandemia y el cambio climático. Los otros coches son tan similares entre sí. La radio es Radio Cinco, todo noticias. Cuando salí de Pontevedra conecté el equipo de música al teléfono para escuchar algo en francés, lo dejé y tomé una de las emisoras francesas de rap. Para pensar la conducción es un catalizador, eso creo. En soledad, mientras asoma la primavera, observo, sin dejar de prestar atención al volante, la ría y pienso en mi situación actual, en el cambio y cómo este es la razón que explica el desarrollo vital y social, también histórico. El cambio. Primavera, verano, otoño, invierno. Las estaciones, la noche que sucede al día, la edad madura a la juventud, la vejez a la edad madura. Conduzco y me centro en una música de bandoneón. Es algo de Astor Piazzolla; me devuelve una sugerencia de cosmopolita fantasía, unas ideas recibidas tiempo atrás, quizá en la infancia o en la adolescencia. Resulta agradable. Sin conocer el porqué, que quizá no lo haya, me he traje El sueño de Polífilo de Colonna; dormita en el asiento del copiloto durante todo el viaje. Ya no es la ría de Vigo, es la ría de Pontevedra. Me deslizo por la carretera con calma, sin prisa, relajado y centrado en la conducción y las noticias que ofrece la radio. De regreso a casa, paro en el hipermercado y hago unas compras. Cojo el coche, otra vez, y noto que ha habido un proceso de limpieza operado por la conducción y los reportajes sobre virus y cambio climático, la música y el paisaje, la primavera y el cielo despejado. El sábado se desvanece y otra semana palpita en el calendario.

+ ¿De dónde sale la ilustración de la semana anterior, me pregunto con fingida ingenuidad? ¿Era un lienzo, una instalación o un algo que estaba en la calle, parte de un grafiti, de una publicidad o de la decoración de una tienda? No lo recuerdo, y digo mi verdad. Sé que fue en Oporto hace ya unos años, pero poco más. La cámara es un extraño artilugio que da sorpresas, incluso, desde el pasado. ¿Tiene vida propia la cámara? La cámara, y por extensión las fotografías, son carne pretérita, todo en ella se toma la dirección del entomólogo que fija con un alfiler a la mariposa contra el corcho. Tal vez se trata de una arqueología, un fino instrumento que nos permite atrapar lo que el tiempo nos hurta. De una manera no consciente se fosiliza el instante, se hace materia lo que solo es humo, dispersión, una desvanecida realidad que se ha evaporado hace nada. La nada y la foto se unen en esa calidad de asombro ante lo perdido y que aletea en la imagen que se nos ofrece. Ahí está, como una baliza, la imagen de la semana anterior, todas las imágenes que ilustran esta humilde bitácora, que soy yo, que es mi reflejo, el que fui y el que seré, porque el presente es obra del pasado y diana del futuro.

+ Qué terrible maldición: te concedió la inmortalidad, pero no la juventud eterna, para, finalmente, transformarte en una cigarra condenada a vivir por siempre. Ay, de los deseos cumplidos.

+ Imagen: durante un paseo, hacia lo que se desdibuja, lo que se embosca.

sábado, 20 de marzo de 2021

Relaciones de buena vecindad

 

Recorte

 + Avanza, capítulo a capítulo, la lectura de Tristán e Iseo. Encuentro un placer remoto en su lectura, en la evocación de momentos que había olvidado. Por ejemplo, hace años, en casa de mi abuela, mientras leía en verano a Valle Inclán, la Sonata de primavera, percibía una cierta calidad del texto, una armonía entre las imágenes y la prosa, algo que desconocía. Ahora mismo no sabría acertar a decir si esto fue positivo o negativo. Lo recuerdo y Tristán e Iseo arrojan una luz sobre el pasado que ilumina recovecos desconocidos, insospechados. Veo en ello que continúa una representación del pasado que tiene mucho que ver con el balance de lo vivido y no me gusta. Prefiero un presente diáfano y sin exámenes de conciencia, pero sé que eso no es posible en este momento, por el momento.

+ La marea extiende los restos del naufragio a lo largo de la playa. Los veo y no sé qué decir. Ya no me pertenecen y lo que fue ahora no es, salvo en el recuerdo, pero ya poca cosa vale, aunque su significado y peso sean grandes. Los paisajes que me ofrece Tristán e Iseo me trasladan a Normandía, donde un día estuvimos y ahora se ha ha convertido en un lugar de fantasía que no es posible más allá de los sueños. Toda esta conjunción junto la lluvia me entristecen, pero no es la agradable tristeza del spleen, sino una bruma pesada contra la que luchar. El viaje diluido ya no marca horizontes y la lluvia y los recuerdo, el peso de las aventuras de los dos amantes me muestran un sentido que pertenece a una vida que no he vivido, que no es la mía sino una alteración perceptiva. No hay nada más que lo que ante ti tienes. Leo, escucho y pienso, quizá piense demasiado y sé que eso no es bueno. La operación de restauración es compleja y me deja un tanto traspuesto, la lluvia no ayuda mucho y el naufragio todavía está presente.

+ He insertado dos veces una foto, se ha duplicado porque ilustra dos entradas. Se trata de la portería de fútbol en un descampado en Ávila. Es significativo que entre miles de fotos haya unas determinadas fotos por las que muestre un especial interés. Lo apunto y dejo la elección en su lugar.

+ Escucho, en línea en el coche del trabajo gracias a la conexión bluetooth entre el teléfono y el aparato de música, una conferencia del Collège de France que pronuncia William Marx, la conferencia es sobre bibliotecas y su orden, los posibles órdenes. De entre lo mucho expuesto, me quedo con la idea de la caracterización de la biblioteca mediante la relación de vecindad, de la buena vecindad entre los libros. ¿Dónde se sitúa tal libro, junto a qué otros libros? Pienso, entonces, en una posible sintaxis de la biblioteca, donde cada ejemplar sería un sintagma y las relaciones sintagmáticas esas proximidades y aquellos alejamientos. Estudio cómo he dispuesto mis libros y entiendo que la reflexión sobre su colocación da pie a una idea sobre mi manera de entender lo leído y lo que queda por leer, lo que venero y lo que he olvidado, la reunión de material y su dispersión. Los libros hablan muchísimo de nosotros, incluso cuando en una casa no hay ninguno o lo que hay no merecen la pena. Relación de buena vecindad, apunto.

+ [Viaje a Vigo]. Debo comprar un regalo y me dirijo a Vigo. Conecto la radio, pero resulta imposible sintonizar adecuadamente Radio Cinco; desisto y pongo Radio Clásica, aunque la dejo rápidamente, pues van a entrevistar a dos jóvenes estudiantes en Viene, dos brillantes mujeres, sin duda, pero no me interesa; abandono la Radio Clásica y me paso al CD de Kurt Weill. Un aliento de cabaret tiñe la atmósfera de la nublada tarde de sábado. Viajo solo. La conducción es agradable. Cruzo el puente y me doy cuenta de que hace meses que no lo cruzaba. No hay ninguna sensación, salvo la que me transmite la música de K. W., que no es, precisamente, de una baja intensidad, aunque sea esta recóndita y subterránea, privada y acogedora. Aparco y siento esa punzada del futuro [ese desfase entre el presente de la juventud y el presente actual que sienten los viejos; no soy cínico, sin embargo, no me queda otra opción]. Salgo a la calle y noto que mi cuerpo responde muy bien, estoy en una envidiable forma física: delgado, ágil, fuerte; la hora diaria de bicicleta estática me rescata de los abismos del sobrepeso: bien. Entro en El Corte Inglés, me dirijo al Club del Gourmet y hago mi compra: dos botella de aceite de extremada calidad, premiado y biológico. Todos estos movimientos y acciones que realizo me traslada a la prosa y a la poesía de Houellebecq, sin llegar un punto estético sino a un centro existencial y angustioso: los rostros tras las mascarillas, los dependientes, los clientes, las personas que me cruzo en la sección de perfumes, la salida a la calle, esa horrible galería que han instalado en la Gran Vía […]  Me siento huraño y hosco, cínico y viejo. No digo nada y trato de centrarme en el regreso al parking. No lo hago, porque el último momento decido ir a la Casa del Libro. Curioseo y todo está ya sabido, no tengo ilusión, aunque por un momento estoy tentado a comprar una novela o un ensayo. No compro nada y observo a una madre con su hija, ambas han seleccionado libros que sostienen contra su pecho, libros que luego pagarán, que leerán, que aportaran ilusión o desidia, quién sabe. Como un poema que tiene su eje en lo cotidiano, salgo de la librería sin nada y me dirijo al parking. No pienso, solo camino. Me doy cuenta de que tengo tantos libros que carezco de tiempo para leerlos todos. No es posible. O si hay una posibilidad estaría esta subordinada al abandono de mi trabajo remunerado y entregarme a jornadas lectoras de ocho o nueve horas diarias: absurdo. Debo repostar combustible y me apetece una Coca-Cola. Salvo de la ciudad y paro en la primera gasolinera que encuentro. Me atienden con amabilidad, me ofrecen una aplicación para el teléfono que me dará descuentos, tomo el folleto y asiento. Salgo y emprendo el regreso. La conducción es agradable. ¿Un viaje? No ha pasado nada especial, salvo la calma y la distancia que he percibido, me caracteriza los momentos pandémicos y me digo que tal vez de eso se trate: conducir plácidamente, ponerse la mascarilla, comprar, repostar, ver libros, ver gente, no pensar, pensar, recordar, olvidar y volver a coger el coche. La nada se presenta y yo la saludo. Hoy he terminado Tristán e Iseo.

+ Mientras, en este tiempo extraño, me obligo a escribir, que es el trabajo más importante de la investigación. Extraña vida la mía.

+ “Conozco la vida, estoy acostumbrado. Confesar que uno ha perdido el coche es casi excluirse del cuerpo social; decididamente, aleguemos un robo.” Ampliación del campo de batalla, Michel Houellebecq. Sin haberlo previsto, comienzo la relectura de la novela de M. H. Recuerdo que en sí el título me había llamado mucho la atención; en francés, mucho más: Extension du domaine de la lutte.  Hoy, en la librería, la vi por 6 € en francés y pensé en comprarla, pero me dije que no. No sé, ¿me estoy volviendo tacaño? [eso me lo dijo alguien en el Ministerio: “con la edad te vuelves tacaño”, podría ser, pero no tiene mucha importancia; lo que sí es cierto es que soy reticente a comprar libros, hace meses que no compro ninguno y esto es algo que se ha instalado para quedarse, creo ahora mismo, en este preciso momento]. He leído ya veinticinco páginas y sé que voy a continuar. Lo sé, me entrego a ese mundo porque hay algo mío en él, porque tiene un extraño poder narcótico que tanta falta me hace en este momento. Vuelvo a copiar la cita: “Conozco la vida […]”

+ Mientras continúo con la lectura de Ampliación del campo de batalla el día comienza. De repente, súbitamente, recuerdo una anécdota que había contado un tío mío en una comida. Se trataba de una presentadora de televisión del informativo regional. Su marido era un artista bohemio, hijo descarriado de la burguesía compostelana. El artista sin más profesión que su arte invendible le dio por hacer un mural o un fresco en el salón de la casa que ella había adquirido. Ella volvió del trabajo muy tarde, se metió en cama y no fue hasta mañana siguiente cuando vio el mural. Aquel día se terminó el matrimonio. Yo cuando lo oí no creo que llegase a los doce años. Me quedó la anécdota grabada y ahora la recuerdo mientras leo a Houellebecq y es como si la novela de M. H. arrojase luz sobre aquel cuento moral. Porque se trata de un cuento moral donde la cabeza muerde la cola. La burguesía arroja las excrecencias de la burguesía fuera de sus dominios. Mi tío, en aquel momento, lo comentaba como una extravagancia incomprensible para él, un empleado de banca que creía en cierto orden, ornato e higiene. Yo lo tomé por otro lado, como un signo de distinción. Hoy sé que la suma de las dos posiciones acerca el hecho a un punto de no retorno, allí donde se puede comenzar a comprender una época. La Compostela de finales de los años setenta del siglo pasado. Qué antiguo resulta hoy todo aquello.

+ Terminé Ampliación del campo de batalla.

+ Imagen: un recorte, una pared, un algo que se queda en el aire y no se llega a atrapar.

sábado, 13 de marzo de 2021

Las paradojas (?)

Blur
 

+ Hablo con K. sobre La posibilidad de una isla, de Houellebecq. Hablamos sobre el presente, sobre la pandemia y las maneras de comunicarse que tiene la política actual. Le damos vueltas a la identidad y las convicciones políticas que se ven guiadas por el lugar que se ocupa por clase, pero también al adverso de esta realidad: el voto que va en contra de los propios intereses. Veo el reflejo en nuestra conversación de que el triunfo va unido al carácter y es el carácter el que determina la trayectoria [cuántas y cuántas veces habré repetido esto]. Poco recuerdo de la novela de Houellebecq, pero hay un aire que palpita, que condiciona la conversación. Es una idea de realidad que me fascina, que tiene que ver con un hiperrealismo plasmado, quizá, en la maqueta. La maqueta como medida de todo. ¿Una maqueta uno-uno? La trinchera de lo diario, el amor, la fe, el escrutinio de las noticias, el velo de un fantasma llamado actualidad. Se confundo lo actual con lo histórico, y lo histórico se desdibuja.

+ En la línea de lo anterior, observo con atención y distancia cómo se construyen las biografías. Esto solo es un intento de comprensión que sé, de partida, que será fallido, pero, al mismo tiempo, me dará guías para tratar de establecer unos puntos donde apoyar mi visión, la idea que de las cosas tengo. Las biografías. Me detengo demasiado tiempo en ello y no es bueno, me digo pero tienen un rédito, una proposición de espiral que podría arrojar luz sobre el momento presente y sus derivadas. La necesidad de una explicación, una necesidad que es consciente de que no es posible tal explicación. La idea de triunfo va unida a una serie de rasgos del carácter que permanecen bajo la superficie pero que resultan determinantes. Yo no los posee, los que me tienen aprecio tampoco. Una manera de ser, una manera de obrar. Presentadores de televisión, directivos, ilustres profesores universitarios, empresarios, abogados, cocineros y actores, directores de cine o directores de museo. Las biografías que nos ofrecen en la televisión, en la prensa, en la radio, son biografías de personas que han triunfado. Así, vemos documentales sobre destacados chefs, sobre su trayectoria, pero yo echo de menos una historia sobre el que lo intentó y sólo gestó ruina. No es posible, el espectáculo va por otros caminos. Sí, es cierto, también hay lugar para la crónica del fracaso, pero no se trata de una crónica, sino de un moralista show, la perpetua necesidad de historias con moraleja. En esa ambivalencia se mueve el discurso: eres el protagonista de tu historia y, cómo no, el responsable de su desarrollo. ¿Las biografías encuadernadas? Necesitamos respuestas a preguntas que no nos atrevemos a plantear mientras el debate presente se ajusta a esa medida que ofrece la paradoja. La paradoja, la biografía y la moraleja.

+ Daniel Cassany en su imprescindible libro La cocina de la escritura plantea cuatro cuestiones: “¿Me gusta escribir? ¿Por qué escribo? ¿Qué siento cuando escribo? ¿Qué pienso sobre escribir?” No voy a dar respuesta a ninguna de estas preguntas, pero sí pensaré en ellas mientras trato de centrarme en la tarea que mañana emprendo: la escritura de un fragmento del total hacia donde debe derivar la investigación. Qué sufrimiento, qué forma de crecer, cada escalón que se avanza causa dolor y satisfacción, secuencialmente y a partes iguales. Y sí, a modo de fallida respuesta, sin entusiasmo resulta imposible la escritura.

+ Laberintos que atravieso en las primeras horas del día y que me conducen a Guillaume Dustan, el escritor francés fallecido en 2005. Veo vídeos y leo artículos, un fragmento de una novela suya me llega enmarcado por un aire de misterio: la identidad del escritor es una construcción singular, una construcción que, yo como lector, erijo durante un instante y luego contemplo como se desmorona. Creo estar condicionado por lo brillante que resulta la biografía del escritor [no en vano era magistrado de lo administrativo y a la vez un provocador novelista, la novela sí mismo: la autoficción], pero también por lo extremo de la apuesta de su obra: su yo que reta a su posición social. ¿Condicionado o fascinado? Esto exige una investigación sobre mis gustos, sobre mi posición ante la literatura, ante la vida misma y las valoraciones que trazo, hago y deshago. Las distinciones y sus fronteras. Porque la literatura no es otra cosa que identidad, identidad del que escribe y del que lee. Creo que es tiempo de hacer recuento, de extrañas contabilidades que oscilan entre el balance positivo y el balance negativo. Tiempos de turbulencias que se apaciguan y tormentas que se rebelan en mi contra, que logro dominar y que olvido mientras las horas pasan entre el estudio y el trabajo, el deporte y la conversación. Un horizonte blanco y previsible. ¿Es esa la vida deseada, la tranquilidad? ¿Hubiera sido posible la vida de Guillaume Dustan de otra manera? Solo queda lo que se ha escrito, pero la lectura se transformará hasta que el que escribió no lo pueda reconocer. Es esta la labor del lector. En ello estamos, en esta indagación.

+ Voy con mi padre a su tratamiento de rehabilitación. Antes, a sabiendas de que tendría que esperar, tomo  Tristán e Iseo de una estantería. Comienzo a leer y la fascinación por el texto es muy distinta a la fascinación anterior, pero yo soy el mismo. ¿Seguro que soy el mismo? Ay, nadie se baña dos veces en el mismo río. Suena Bach y esa solución de continuidad es la respuesta a una pregunta fósil. No quiero despertar viejas pesadillas. Prefiero un sueño reparador y alejado de poses y malditos arcanos. Tristán e Iseo me devuelve el placer de la lectura, tan olvidado este placer, tan constitutivo de una suerte de verdad, tan variable, tan insegura. El placer, ¿dónde está el placer?

+ Sigo adelante con Tristán e Iseo. La versión, la prosa que reconstruye un posible texto, entre tantos. Esta reconstrucción nos la ofrece Alicia Yllera, una prosa  fluida y agradable, con un léxico preciso y sorprendente. La reconstrucción de la novela trae consigo la reflexión sobre el hecho mismo de narrar, que tal vez hoy yo sea capaz de describir un marco para una idea sobre la misma. La expresión del yo, la manifestación de ese torrente interno que desborda el ámbito de la persona y se diluye en un mar casi infinito de sujetos que hablan, escriben sobre sí mismos. Este país por explorar no tiene más consistencia que aquello que forma lo posible, sobre lo que se pude hablar y con ello alumbrar el fenómeno de la literatura. El país del yo. Yo mismo cuando esto tecleo, cuando lo releo, cuando lo olvido me inserto, por un breve tiempo, en ese espacio.

+ Imagen: Blur.

sábado, 6 de marzo de 2021

Una breve nota

MiguelBombarda
 

+ Tomo de la estantería la Poesía  de Houellebecq y busco un poema que se titula “Les lampes”, que termina con un “une vie assez inquiétante”. Releo, en francés, el pequeño poema en prosa sobre las hileras de luces del TGV y presiento esa animalidad de los transportes, su aspecto orgánico en donde la biología tan bien se presta a la metáfora. Recuerdo viajes y desplazamientos, recuerdo pasajeros y paisajes, la disolución del tiempo en la cápsula que supone el trayecto: la imposibilidad de otra razón que el desplazamiento mismo. Cobra ahora, en esta situación de inmovilidad, un especial aspecto esa vida bastante inquietante que en el pasado se daba por hecha y ahora resulta imposible, paralizante. Como me ha sucedido en otras ocasiones, me resulta muy complicado hacerme con las dimensiones que componen un trayecto, ya que me parecen inabarcables, tan extensas y ahora son solo un recuerdo. Así, actúa un todo como la equiparación que ofrece el mapa y el territorio [por seguir con Houellebecq].

+ “… el lugar común de la ideología autorial es la fobia a lo común…” en Los papeles del autor/a, de Fontdevila y Torras. La soberbia y la supremacía sobre lo común, esa búsqueda de un lugar donde elevarse.

+ Imagen: Un azulejo en Miguel Bombarda, Oporto. Hace tiempo, ayer mismo.