+ Encuentro una vía de penetración en la escritura. Se trata de buscar ejemplos con los que contrastar las dudas. Magnificar el tema y saber que la estructura lo es todo. Partir de una idea general que se abre como se abren la raíces y las ramas. Conocer la composición sistemática de una otra redacción entrega una moneda que viaja de mano en mano y permite adquirir la técnica y la pericia necesaria para adentrarse en el viaje de seiscientas páginas por elevar desde la idea hasta su final. Escribir tal vez solo sea eso, me digo y sé que necesito pequeños engaños para continuar con la vida diaria, ese anhelo de trabajo cerrado, terminado, satisfactorio. Son estrategias para salvarse de lo cotidiano y sus trampas, trucos que hemos encontrado en el camino, curas y cuidados que nos procuramos sin esperanza pero sin miedo. Como el viejo adagio latino que tantas veces nos hemos repetido: sin miedo y sin esperanza.
+ En la radio escucho a un periodista local. Presto atención mientras pedaleo. Qué gran compañía la radio. Desgrana sus ideas y todo es estilo, sin fondo, porque no sabe de qué habla. El tema es complejo, la estructura de la Unión Europea. Yo sé que ni siquiera tiene el bachillerato y se permite opiniones un tanto categórica, un tanto arriesgadas. Qué puede hacer. Le dan dinero por decir esto, que no es más que unas pinceladas extraídas de lo que se puede encontrar cualquiera en cualquier periódico del día. Los fondos de rescate serán supervisados por altos funcionarios lo que obliga al gobierno […], ha preparado la lección, pero no hay conocimiento alguno tras sus palabras, salvo una técnica de simulación que cada poco se quiebra sin remedio. Con todo, mantiene cierto aplomo, una cierta constancia en su declamación, lo que le otorga credibilidad. La autoridad que otorga la radio pública autonómica es patente, su voz parece la voz de un sabio. ¿Un sabio? No, un actor que está en proceso de mejorar su oficio, pero la acción es otra. Poco importa.
+ Indago en manuales que invitan a establecer un ordenado sistema. El sistema lo es todo, quizá sí, quizá no. Me divido en dos, el que dice que sí al sistema y el que dice que no al sistema. Yo no tengo sistema pero es un anhelo. Me reflejo con precisión en esta dicotomía. Pienso en el poder y cómo puede llegar a desvanecerse, en el dinero y en los escrúpulos. Pienso en la sistemáticas espontáneas que permiten que se articule una carrera política y su término. Su término es el banquillo y la condena, pero todavía se revuelve el hombre, deudor de su propio poder. Los manuales que manejo no me dan respuestas y sé que eso es precisamente el núcleo de la investigación: establecer yo el objeto de estudio. Pero ahora pienso en otras cosas. La ambición, el poder, la prevaricación. La triada se resuelve en una sentencia contra la que cabe recurso pero que en sí es un oprobio. Ordenado y sistemático, ese mi yo no soportaría esa situación. Mis nervios no son de acero, al contrario: una cuerda de tripa de gato que no está bien afinada. Otros días me sublevo contra estas deficiencias y erijo una estatua a mi paciencia.
+ Quizá no es la primera vez que utilizo la sentencia latina para titular una entrada, pero prefiero la sentencia al tatuaje. A veces pienso que en algún momento veré la sentencia latina tatuada en algún cuerpo. No es una apuesta contra el destino sino que es el destino mismo y sus irregulares meandros. No es cuestión de frases sino de aquello que se contiene más allá del sonido de las palabras, de su exacta correspondencia con su referencia, más allá de lo literal. Ese fondo sobre el que se agitan las verdades que hemos construido a lo largo de la biografía. Descansa sobre el mármol el cadáver próximo a la autopsia y, evidentemente, ya no hay vida si no muerte y lo que arroja la operación de análisis no es vida sino la constatación de la muerte; así la sentencia y el tatuaje. Se cierra el día y llega la noche, el sueño. El sueño en la imagen de muerte.
+ Sin buscarlo, ante mí van tomando posición imágenes de rostros. Imágenes que emergen en la pantalla del teléfono. Son recortes que yo amplio y observo. Lienzos y óleos, instantáneas, fotos de estudio, fotos de carnet, fotos digitales, viejas albúminas que no hacen otra cosa que dar cuenta de tiempos que son poco más que una polvorienta arqueología. Un corpus por definir, que debería definir. Por el momento, solo observo y dejo el estudio para momentos posteriores como si de un talismán se tratase. Hay distancia y hay abismo, pero me opongo a su victoria y me entrego a la contemplación de los rostros no para buscar similitudes sino para construir un discurso sobre la pandemia y la soledad. Tentativas, tal vez, tentativas.
+ En modo reproducción continua la música para viajar en autobús me acompaña durante toda la mañana. Me gusta y me disgusta, a partes iguales. Establece un escenario. Me sobrepongo y no quiero describir, pero termino por hacerlo. Otros tiempos, viajes en autobús por la geografía gallega, viajes a Madrid, viajes desde el aeropuerto a casa. La partida y el regreso. Nadie viaja hoy, la pandemia ha anulado los viajes y la nostalgia de los mismos es la nostalgia de la rutina interrumpida, aquel placer que se nos ha hurtado. La pantalla no sustituye la emoción del regreso.
+ Yo no soy yo, ya no soy yo. ¿Alguna vez lo fui? ¿Por qué debo perseguir una identidad perdida, por qué, tal vez, tener una identidad? Lo desleído se impone sobre lo solido, que ha dimitido ya de su realidad. ¿Quién soy?, me pregunto en la espesa noche cuajada de oscuridad y lluvia.
+ Imagen: Oporto - 2016. Hay algo intemporal que se refleja en la foto y se extiende hasta este momento que vivimos. La foto ilustra un estado de ánimo, o eso me gustaría creer.
