sábado, 27 de febrero de 2021

Medicamentos, lazos y límites

MAdrid_Weller
 

+ Como  medicina veo una película de Jacques Tati, Las vacaciones del señor Hulot.

+ De la estantería tomo un libro de Juan José Millás, La soledad era esto. Se trata del premio Nadal de 1990. Recuerdo a una chica que me habló muy mal del libro y recuerdo, también, cómo me había gustado y el porqué de ese placer que me había aportado. Una lectura fácil y conectada con una idea de Madrid que había germinado. Leo unas páginas en un intento de recuperar el placer de la lectura, pero no lo consigo aunque debo reconocer que tiene un aire que todavía me atrae. No sé qué me pasa, me digo. Intento leer y no soy capaz, salvo los mandatos de la investigación, que van por otros caminos. ¿Soy yo o es otro el que ocupa mi lugar? Dejo el libro en su lugar y pienso en cómo el tiempo ha pasado por él y por mí. No soy el mismo que lo compró en una librería que ya no existe. Todo termina por desaparecer, pero el instante es este y en ese sentido es eterno. La novela comienza con la muerte de la madre la protagonista, que se está depilando y cuando la noticia le llega, la tarea le queda a medias. Lo vuelvo a leer y creo que está bien contado y que aquella chica no tenía razón. Tampoco creía yo que tenía razón en su momento. Ahora mi instinto desconfía de las opiniones lejanas, hundidas en el transcurso del tiempo. Y era una buena novela, tal vez, pero ella tenía una cierta autoridad en aquel grupo y desmontaba con su mirada de chica guapa mis argumentos. ¿Dónde está ella ahora? ¿En las imágenes que me devuelve la novela, su portada, en la levedad de su recuerdo? Qué poco importa, salvo por llenar un tiempo en esta tarde de febrero, cuando cae la noche y tengo en reproducción continua un oratorio de Bach. Observo la portada y le doy la vuelta al libro. La ilustración de la portada es un fragmento de un cuadro de Georgia O’Keeffe; no es que me guste mucho la obra de la pintora, pero creo que como ilustración del libro funciona: un atisbo de equilibrio entre los delicados rosa pastel y una idea de muerte, que se transmite mediante el gris de la ciudad que se adivina. Ella no lo entendió, yo acabo de comprenderlo, pero ya nada importa.

+ Durante sesenta años fue Bruno, desde el 13 de febrero de 2019 es Beatriz. Una hoja en el viento, el viento que me arroja el teléfono. Ya soy otro, me digo y si a los sesenta años hay capacidad para el cambio, cómo no la va a haber antes. Mientras hay vida hay esperanza, se dice y la esperanza nunca vista como virtud se torna en una posibilidad, más que en una espera.

+ Extraño entretenimiento pandémico este de ver programas de gastronomía, extrañas maneras de vivir la de los cocineros y la de sus comensales. Extrañas por lejanas, por incomprensibles para mí que mi economía no me permite interesarme por su naturaleza. Supongo que las delicias que se ofrecen requieren un aprendizaje que está ligado a un habitus que me resulta más que ajeno. Es una invitación a la reflexión, sobre la naturaleza de la vida y sus placeres, el sentido que estamos obligados a darle para que se difumine y no nos moleste. Así, la cocina es una suerte de tendencia a lo eterno, a la infinitud, un regalo del dios del instante. Yo lo veo como un exorcismo, y me refiero a ese comprender, comentar o asentir. Mientras, otros deberes de la subsistencia nos arrojan la verdad de la vida y no es otra, que como decía aquel filosofo que hoy esta un tanto abandonado por nuestro yo lector, que la reproducción. Pero dejemos que germine el olvido, al ignorancia del pasado, sus consecuencias, la previsión del futuro y disfrutemos de la sonrisa que provoca la buena vida, la buena mesa, los grandes vinos. Alta cocina, reuniones, cigarros, champagne, todo un elenco de posibilidades para conjurar la mortalidad. Mientras, lo vemos en la pantalla como si se tratase de un otro documental sobre la vida de lejanas tribus. Por ejemplo.

+ ¿Solo contemplación, nada más que contemplación?

+ Y llegan, inesperadamente, algunos poemas de Sophia de Mello. Noches azules, el puro aire de la noche y yo escruto las fotos de la autora, las fotos que me regala la búsqueda electrónica. Dormí profundamente pero no pasé una buena noche. Las seis de la mañana es una hora certeza, cuando me despierto y no deseo otra cosa que volver al sueño y no lo consigo. Se agolpan recuerdos que no deseo recuperar, es un repiqueteo incesante contra el que lucho, trato de que la corriente fluya, que se establezca una barrera, tal vez. Son posiciones encontradas. Vuelvo a la poetisa. Pienso en Oporto, pienso en Lisboa, carreteras secundarias en Portugal, un desvío. Leo un poema y siento que el idioma me penetra. Canciones. Los poemas se desvanecen en el interludio entre una pausa y otra pausa, son palabras que se agolpan. No tiene sentido, me digo y todo parece lo que no es. ¿Soy yo o es otro, quién debe esperar?

+ Copio el poema que leía, el que me llevó a escribir el párrafo anterior: “Pudesse eu não ter laços nem limites / Ó vida de mil faces transbordantes / Para poder responder aos teus convites / Suspensos na surpresa dos instantes.”

+ Lazos y límites. ¿Se trata de esto, de las ataduras y las limitaciones, algo que siempre ha estado ahí y no lo he reconocido? ¿Es solo materia poética que admite una disociación de la vida misma cuando todo tiende a la unidad? ¿El tiempo como única medida posible? Leo las reflexiones sobre el poema que ofrece Paulo Borges en un coloquio en línea al que he sido invitado. La posibilidad de otras formas de ser, tal vez. Ahora no llueve y las nubes se disipan en las alturas del cielo, aparece un color intenso, de un azul insospechado. ¿Soy yo el que ve o es el que me hace? En cualquier caso, las tardes crecen día a día y esto hace que un aliento y una esperanza aniden con una promesa de alegría. Alegría, que palabra tan deseada.

+ La tristeza como tema, lo casual y arbitrario como vehículo que hace que surja este tema. ¿Nos acecha el tema y su vehículo, nos ha cercado? La transitoria naturaleza de la pandemia define el momento, podríamos luchar contra el tiempo pero el tiempo es realidad que constriñe: debe pasar y esto no hay manera de adelgazarlo. Las entradas, últimamente, se elevan por casualidad, sugerencias que abren un espacio y un tiempo para la escritura, como si se tratase de una oración, un rezo que nos sitúa en la línea del ejercicio diario, esa rutina que sana y mantiene el ánimo. La tristeza y lo arbitrario, quizá dos frente de combate, una lucha en la que la voluntad es el arma que otorga la diferencia.

+ Imagen: un bar en Malasaña, el sol acuchilla su fachada, el sol de otoño: hacía frío, lo recuerdo perfectamente.

sábado, 20 de febrero de 2021

Epitafio

Ávila

+ Por casualidad, por azar, me llegan noticias de viejos almacenes de instrumentos musicales en Pontevedra y en otras ciudades de Galicia. El detalle de la publicidad y de los propietarios rescata del pasado una realidad que se ha sumergido para siempre, salvo en el ámbito de la letra impresa, que no es muerte pero sí una otra vida. Esta marea del tiempo, esta incesante marcha del tiempo me condiciona y trato de admitir su realidad sin llegar a comprenderla en su totalidad, quizá porque esto no sea posible, quizá porque no está a mi alcance. Nombres, afanes, logros y derrotas, todo ello sepultado por el olvido y, aunque el olvido no hubiese triunfado, en puridad, lo único que aparece es la nada, salvo, como he dicho, por el relato de ese tiempo perdido. La existencia siempre tiende a la nada y resulta necesario conjurar esta verdad para alcanzar la bendición del dios del instante. Guitarras, pianos y violines. ¿Dónde están hoy estas mercancías, los músicos y los vendedores? La noticia de su existencia, simultáneamente, ilumina el presente, la posibilidad de entender cómo se han desarrollado las ciudades y cómo esto se transmite hasta nuestro presente. Ahí se erige una posibilidad: el disfrute del presente y su naturaleza de sillar de la historia, conforme se sedimenta. En fin, se trata de una tesis doctoral muy interesante, que he de ojear con todo el detalle que mis obligaciones me permitan; su título es A guitarra na Galiza y su autora Isabel Rei Samartim.

+ En poco tiempo visité el hospital dos veces. En ambas ocasiones, mi interés se centró en la lectura de los espacios, tan condicionados por la pandemia. Estacionamientos, soportales, el hall de entrada, salas de espera, consultas. El mobiliario y el atuendo, un tiempo en suspenso, la idea de no-lugar, la idea de aproximación al vacío. El color blanco establece una límite y suspende la posibilidad de la suciedad, de la basura tal vez. La higiene llevada al máximo por el efecto de la pandemia. Hay un arte oculto en todas las disposiciones que se dan en el hospital. Luz dura y perpendicular, luz afilada, luz que transforma los cuerpos en conjuntos escultóricos. Las mascarillas le añaden a la escena un acento de irrealidad que nos invade desde hace tiempo, un acento al que, poco a poco, nos vamos acostumbrando, o eso nos gustaría creer.

+ “Incapaz de un proyecto autobiográfico”. Resuelvo en esta cita ciertas preocupaciones por la imagen sobre la que reflexiono desde hace días, semanas, quizá meses. Es el proyecto de una biografía lo que me entretiene durante demasiado tiempo, un intento de dilucidar como los intentos de forjar un destino se convierten en movimientos estéticos que tienen a solidificar un relato público que se hace patente en la creación de un personaje. Yo lo he intentado y no lo he conseguido y de aquí provienen ciertos problemas que debo resolver; cuanto antes, mejor. De una manera espontánea he llegado a un punto de no retorno porque ya soy el que soy, un alguien o una algo que no se corresponde con una idea que me formé hace demasiado tiempo. ¿Mejor, peor? ¿En otro sentido? Se mantienen ciertas líneas de fuerza pero otras han desaparecido y ello me produce dolor o desasosiego. Lucho contra una idea de identidad, con una venenosa rendición de cuentas ante el narrador que parece escribir la vida, como un notario gris y mortecino que va subrayando los errores y las deserciones. Me arrastra este narrador a una desagradable sensación de identidad fallida, un camino que no resulta beneficioso, demasiado centrado en lo  que está mal, en lo que resta, nunca en lo que suma. Lo dejo a un lado y me centro en la lectura, como si aquí pudiese atrapar una astilla de luz.

+ Leído lo anterior, no puedo menos que sonreír: demasiado teatro, demasiada impostura, demasiada lejanía y articulación adolescente. Pero está bien escribir así, dejar que mane una corriente interior que nos desgasta. La erosión propia del cambio, el cambio como herramienta de conocimiento y revelación.

+ ¿Vale como epitafio: “Incapaz de un proyecto autobiográfico”?

+ Escuchamos en la radio consejos contra la tristeza, una tristeza propia de la pandemia. Quizá en otro momento tendrían su interés, ahora mismo solo aportan previsibles consignas que resultan tan aburridas como tediosas. ¿Qué decirle al que ha perdido su trabajo, al que se le ha muerto el padre o su pareja, al que le constriñen las restricciones y no encuentra consuelo en los males que se vivieron en otras épocas? ¿Mensajes de optimismo y una relación de los muertos, la posiblidad, la luz al final del túnel? Todo suman, nada resta; aprendizaje y optimismo. La noche es oscura y la lluvia es otra tiniebla. Suspira el motor del coche y la radio nos adormence.

+ Imagen: un campo de futbol en Ávila. Lo encuentro en un paseo y me transmite una plasticidad que creo que se conserva en la fotografía. La fotografía la disparé con la intención de que el encuadre se constriñese a una cierta regla que no olvido nunca, entiendo que lo logré, pero ahora es una otra arqueología. Ahí queda, vale.

sábado, 13 de febrero de 2021

Nec metu, nec spe

Oporto 2016

+ Encuentro una vía de penetración en la escritura. Se trata de buscar ejemplos con los que contrastar las dudas. Magnificar el tema y saber que la estructura lo es todo. Partir de una idea general que se abre como se abren la raíces y las ramas. Conocer la composición sistemática de una otra redacción entrega una moneda que viaja de mano en mano y permite adquirir la técnica y la pericia necesaria para adentrarse en el viaje de seiscientas páginas por elevar desde la idea hasta su final. Escribir tal vez solo sea eso, me digo y sé que necesito pequeños engaños para continuar con la vida diaria, ese anhelo de trabajo cerrado, terminado, satisfactorio. Son estrategias para salvarse de lo cotidiano y sus trampas, trucos que hemos encontrado en el camino, curas y cuidados que nos procuramos sin esperanza pero sin miedo. Como el viejo adagio latino que tantas veces nos hemos repetido: sin miedo y sin esperanza.

+ En la radio escucho a un periodista local. Presto atención mientras pedaleo. Qué gran compañía la radio. Desgrana sus ideas y todo es estilo, sin fondo, porque no sabe de qué habla. El tema es complejo, la estructura de la Unión Europea. Yo sé que ni siquiera tiene el bachillerato y se permite opiniones un tanto categórica, un tanto arriesgadas. Qué puede hacer. Le dan dinero por decir esto, que no es más que unas pinceladas extraídas de lo que se puede encontrar cualquiera en cualquier periódico del día. Los fondos de rescate serán supervisados por altos funcionarios lo que obliga al gobierno […], ha preparado la lección, pero no hay conocimiento alguno tras sus palabras, salvo una técnica de simulación que cada poco se quiebra sin remedio. Con todo, mantiene cierto aplomo, una cierta constancia en su declamación, lo que le otorga credibilidad. La autoridad que otorga la radio pública autonómica es patente, su voz parece la voz de un sabio. ¿Un sabio? No, un actor que está en proceso de mejorar su oficio, pero la acción es otra. Poco importa.

+ Indago en manuales que invitan a establecer un ordenado sistema. El sistema lo es todo, quizá sí, quizá no. Me divido en dos, el que dice que sí al sistema y el que dice que no al sistema. Yo no tengo sistema pero es un anhelo. Me reflejo con precisión en esta dicotomía. Pienso en el poder y cómo puede llegar a desvanecerse, en el dinero y en los escrúpulos. Pienso en la sistemáticas espontáneas que permiten que se articule una carrera política y su término. Su término es el banquillo y la condena, pero todavía se revuelve el hombre, deudor de su propio poder. Los manuales que manejo no me dan respuestas y sé que eso es precisamente el núcleo de la investigación: establecer yo el objeto de estudio. Pero ahora pienso en otras cosas. La ambición, el poder, la prevaricación. La triada se resuelve en una sentencia contra la que cabe recurso pero que en sí es un oprobio. Ordenado y sistemático, ese mi yo no soportaría esa situación. Mis nervios no son de acero, al contrario: una cuerda de tripa de gato que no está bien afinada. Otros días me sublevo contra estas deficiencias y erijo una estatua a mi paciencia.

+ Quizá no es la primera vez que utilizo la sentencia latina para titular una entrada, pero prefiero la sentencia al tatuaje. A veces pienso que en algún momento veré la sentencia latina tatuada en algún cuerpo. No es una  apuesta contra el destino sino que es el destino mismo y sus irregulares meandros. No es cuestión de frases sino de aquello que se contiene más allá del sonido de las palabras, de su exacta correspondencia con su referencia, más allá de lo literal. Ese fondo sobre el que se agitan las verdades que hemos construido a lo largo de la biografía. Descansa sobre el mármol el cadáver próximo a la autopsia y, evidentemente, ya no hay vida si no muerte y lo que arroja la operación de análisis no es vida sino la constatación de la muerte; así la sentencia y el tatuaje. Se cierra el día y llega la noche, el sueño. El sueño en la imagen de muerte.

+ Sin buscarlo, ante mí van tomando posición imágenes de rostros. Imágenes que emergen en la pantalla del teléfono. Son recortes que yo amplio y observo. Lienzos y óleos, instantáneas, fotos de estudio, fotos de carnet, fotos digitales, viejas albúminas que no hacen otra cosa que dar cuenta de tiempos que son poco más que una polvorienta arqueología. Un corpus por definir, que debería definir. Por el momento, solo observo y dejo el estudio para momentos posteriores como si de un talismán se tratase. Hay distancia y hay abismo, pero me opongo a su victoria y me entrego a la contemplación de los rostros no para buscar similitudes sino para construir un discurso sobre la pandemia y la soledad. Tentativas, tal vez, tentativas.

+ En modo reproducción continua la música para viajar en autobús me acompaña durante toda la mañana. Me gusta y me disgusta, a partes iguales. Establece un escenario. Me sobrepongo y no quiero describir, pero termino por hacerlo. Otros tiempos, viajes en autobús por la geografía gallega, viajes a Madrid, viajes desde el aeropuerto a casa. La partida y el regreso. Nadie viaja hoy, la pandemia ha anulado los viajes y la nostalgia de los mismos es la nostalgia de la rutina interrumpida, aquel placer que se nos ha hurtado. La pantalla no sustituye la emoción del regreso.

+ Yo no soy yo, ya no soy yo. ¿Alguna vez lo fui? ¿Por qué debo perseguir una identidad perdida, por qué, tal vez, tener una identidad? Lo desleído se impone sobre lo solido, que ha dimitido ya de su realidad. ¿Quién soy?, me pregunto en la espesa noche cuajada de oscuridad y lluvia.

+ Imagen: Oporto - 2016. Hay algo intemporal que se refleja en la foto y se extiende hasta este momento que vivimos. La foto ilustra un estado de ánimo, o eso me gustaría creer.

sábado, 6 de febrero de 2021

Ordenado y asistemático

Madrid - 2019

+ Y dice la viuda de Sánchez Ferlosio que el escritor era ordenado y asistemático.

+ Música reiterativa que invita a pensar en un viaje en autobús, con un destino no muy interesante, un lugar que es más no-lugar que destino. Pienso en carreteras que surcan Portugal, espacios amplios, ciudades sin nombre al borde del mar, nombres que no recuerdo. Una disputa entre realistas y nominalistas en la que pensar mientras el paisaje se abre ante nuestros ojos. Decido encender el teléfono y consultar, sin ganas, lo que me ofrece Twitter; noticias, fotos, declaraciones, frases, citas, emblemas, escritores y críticos; cierro el teléfono y regreso a la escritura. ¿La escritura es un remedio o un veneno? He pensado mucho en ello.  La música me devuelve la ilusión del viaje. Aeropuertos, estacionamientos subterráneos, un metro, la línea azul, el autobús 20, calles, senderos, urbanizaciones, Madrid, el reflejo de mi rostro en el cristal del vagón que me conduce a Cruz del Sur. La música electrónica, calma y oscilante, reconstruye un pasado. ¿Qué queda de los viajes? ¿Conocimiento, recuerdos, vagos recuerdos, nada? Veo fotos y me pregunto cómo se ordenan las mismas. ¿Orden sin sistema?

+ Acumulación. Qué inspiradora parece la etiqueta lógica difusa o lógica borrosa. Cuándo la acumulación de granos de trigo se constituye en un montón, y cuándo rebasa esa realidad para pasar a ser otra; cuándo una persona es alta, cuándo baja. Los temas son muchos y el tiempo poco. Averiguo lo suficiente para seguir un poco más allá pero no me encariño con la cuestión. Ahora, en este preciso momento que abandono el ordenador, leo algo sobre Roland Barthes y la nouvelle critique. El autobús avanza y sus pasajeros se dejan morir un poco en el paisaje, la música reconstruye todas las posibilidades que han sido desechadas. Palabras, notas, aciertos y errores. La lógica borrosa.

+ Ayer C. y yo vimos un documental sobre un ambicioso cocinero, todo nervio, todo carácter. Hoy por la mañana lo comentamos. Estamos seguros que algunos de sus ayudantes tiene el mismo talento y la misma capacidad para la cocina que él, pero les falta ese nervio, ese carácter. En algún momento del documental, la madre habla de su exitoso hijo y nos revela que su carácter competitivo era ya patente en la más tierna infancia. El carácter es el destino, me repito sin descanso. Enfrento la libertad a la fuerza y contundencia de ese carácter, como si diluyese cualquier mérito o cualquier culpa. Quizá no se trate ni de méritos ni de culpas. Sigo en la senda del estudio de los ejemplos biográficos que ratifican mi indagación, la investigación espontánea y sin otro fin que explicarme a mí mismo ante mí mismo. ¿Una suerte de descarga de responsabilidad o un subrayado de mis virtudes? Vuelvo a rechazar el mérito y la culpa, me digo que debería regresar a la lectura de Nietzsche, pero no lo hago.

+ La idea de ordenado y asistemático es compleja porque todo orden es en sí un sistema. O se trata de establecer relaciones entre elementos y descartar aquello que no encaja en el plan, mientras que en el caso de Ferlosio todo tiene cabida. Llegará todos sus documentos a la Biblioteca Nacional y allí los especialistas procederán a una sistemática clasificación. Esta clasificación imprimirá una lectura, otra lectura. A partir de ese momento en que el autor abandona su obra, esta ya no pertenece al autor; por otro lado, el conjunto de documentos serán propiedad del crítico genético: otra creación en la misma senda pero con diversas posibilidades destinadas a establecer diferentes sentidos. En el tiempo que va de un punto a otro se coagula la creación, el inestable sentido de la creación.

+ [La radio]: La radio me acompaña en muchos momentos del día. Me acompaña cuando hago deporte, cuando conduzco, poco antes de dormir, ya que, como si me acurrucase, es una melodía agradable y sincera. Cierto es que escojo con cuidado los programas, evito todo aquello que implique crispación y prefiero los temas que se ven tratados por especialistas y el entrevistador es un inteligente curioso, alguien que sorprende con sus preguntas y ayuda a arrojar luz sobre espacios oscuros o de difícil penetración. Se trata, en definitiva, de conseguir herramientas que colaboren en llevar el día con la mejor disposición posible, para evitar el pájaro negro de la tristeza. Aquí, la radio juega un papel importante porque consigue que me distraiga, establezca posiciones y sonría. Por otro lado, la televisión no la soporto, podría decir que no la soporto de una manera casi física. La televisión, otro tema, un tema para otro momento. Ahora que quedo con la alabanza de la radio, con sus virtudes y el enamoramiento que, diariamente, se produce entre nosotros.

+ Certifico las oscilaciones de mi estado de ánimo. ¿Colabora en ello la pandemia o es un rasgo inherente a mi persona? Supongo que hay una combinación de los dos elementos, pero eso no resulta un consuelo y, con la misma, ni siquiera se trate de encontrar consuelos o bálsamos, sino de aceptar una realidad. Me dan miedo las escaladas porque después viene el descenso, y, siempre, cualquier persona que haya ido a la montaña a caminar o a escalar lo sabe, es más costoso el descenso que el ascenso. Hoy asciendo. ¿Ordenado y asistemático?

+ Imagen: en la línea de la fotografía de la entrada de la semana pasada, un Madrid lejano porque el 2019 ya está muy lejano: los condicionantes de la pandemia.