sábado, 30 de mayo de 2020

Algunos restos por recoger


Berín-Río

+ Son habituales en estos días las reflexiones sobre la pandemia y el encierro. Yo he escogido ya una opinión que me parece definitiva, y que creo que el tiempo habrá de confirmar. Se trata de lo que dijo Michel Houellebecq hace unas semanas. “Todo seguirá igual, pero un poco peor”. En la misma línea, ayer, mientras conducía, pude escuchar a Saváter opinar sobre lo que dijo sobre Slavoj Žižek, que se puede resumir en que es un bobo como filósofo y un genio como publicista. Estoy de acuerdo. Finalmente, Saváter se aproximaba a la idea de Houellebecq: nada cambiará ni llevará a la reflexión a aquellos que ni reflexionaban ni tenían interés en algún tipo de pensamiento crítico antes de la pandemia. Los vectores continuan cruzándose en mi camino. Me enviaron un libro de infausto título y desagradable portada: Sopa de Wuhan, repasé los artículos por el aire. En primer lugar el de Slavoj Žižek, que abandoné muy pronto, pues ese paso a un amable comunismo no me parece ni verosímil ni probable ni, tampoco, deseable; quizá, me dije, se trate de una confusión entre el deseo y la realidad o una apresurada versión de un discurso mantenido a lo largo del tiempo o parte de su estrategia teatral, tan rentable y productiva. Llegué al final de libro y me detuve en el artículo de Paul B.  Preciado [el / la filósofo /a - filósofx]. Todavía tengo el pdf abierto y continuaré con la lectura. Las conexiones con Foucault siempre me interesan y la obra de P. B. P. es una tarea pendiente [me lo recuerdo sin mucha esperanza, tanto que leer, tan poco tiempo], una desiderata abierta [por ejemplo, Un apartamento en Urano]. Me interesó su punto de vista, en especial el subrayado sobre el tránsito de una cultura escrita a una oralidad electrónica. Yo había percibido esta metamorfosis pero no había concretado su espesor, que ahora mismo me parece de una densidad superior a la que yo había estimado. ¿Podemos hablar del regreso de una retórica de la actio? No me cabe la menor duda cuando veo a los predicadores de la alt-right lanzar sus proclamas tanto en Twitter como en YouTube, que son canales que frecuento. Me parece que la apreciación de P.B. P. es más que certera, llega al corazón de un cambio en la comunicación y en la pedagogía que no se puede negar a poco que uno se fije en el discurrir de las calles: el teléfono como extensión de la persona, un apéndice informativo y deformativo. Pero no se puede afirmar que se trata de una consecuencia de la pandemia, sino algo que estaba ya ahí y que, como mucho, esta crisis acelerará. En resumidas cuentas, todo seguirá como siempre, pero un poco peor. No lo duden.

+ Copio un fragmento de la Oda XII de Fr. Luis de León: «Dichoso el que se mide, / Felipe, y de la vida el gozo bueno / a sí solo lo pide, / y mira como ajeno / aquello que no está dentro en su seno.»

+ Paul B. Preciado se manifestó públicamente contra el título Sopa de Wuhan y contra la foto se utiliza en la portada. A mí tampoco me gusta ni lo uno ni lo otro, no me gusta porque destila un simplificador racismo, próximo al que usaba aquel político que manifestaba mientras hacía abdominales que
«los anticuerpos españoles derrotarán al maldito virus chino». No dejan estas posiciones, bien por el interés de mercadotecnia, bien por el interés propagandístico, de esparcir una suerte de superstición que consiste en personificar al virus, en darle apariencia de vertebrado con intenciones, deseos y estrategias, cuando lo único a lo que asistimos es a esa voluntad ciega de la naturaleza, tan voluntariosa como resulta ser la ley de gravedad universal.  La lluvia cae en función de la física, no de proyectos, porque los proyectos son privativos del ser humano. Vaya, por un lado racismo, por otro reducción a lo manejable desde la óptica de lo descriptible en simplificadores términos infantiles; seguiremos con la indagación.

+ Durante la Semana Santa, cuando permanecíamos confinados y solo funcionaban los servicios más esenciales, me dediqué a ver algunas óperas. Recuerdo con nostalgia aquel momento, aquellas noches donde entré en un mundo que, aunque no ajeno en su totalidad, me resultaba extraño. Regresé a Rouen, a la Ópera de Rouen, cuando C. y yo fuimos a ver El barbero de Sevilla. El punto de vista que otorga la ópera es muy útil en discurrir de los días si sometemos nuestra visión a ese ornamento en el decorado, en la trama y en la interpretación que allí percibimos. Lo operístico no deja de ser una manera de entender el mundo y, ahora, cuando ya no es comunicación si no arqueología, nos otorga visiones teatrales que reflejan muchas de las personalidades que nos vamos encontrando según nuestra propia trama argumental se desarrollas. Somos, sin duda, teatro y teatralización, en su caso extremo: la totalidad operística. Algún día volveremos, sin duda, en algún momento C. y yo volveremos a un gran auditorio para presenciar el milagro de la ópera: ¿el San Carlo en Nápoles? Todo un deseo por cumplir, un deseo que se fraguó en aquellas visiones nocturnas de La Traviata, Tosca de Puccini o el Falstaff de Verdi.

+ C. y yo paseamos. C. me recuerda cuando los dos fuimos al concierto de Juan Perro, en el inicio del año 2017 en Redondela. Me recuerda como Santiago Auserón habló de las letrillas de Góngora y cómo dijo que estas habían influido en la elaboración del disco que presentaba. He aquí una conexión, quien pude apreciar estas razones a mi lado va. Son puntos de apoyo del amor, puntos donde se hace cuerpo la afinidad, razones que surgen espontáneamente en el decurso de un paseo, un tranquilo paseo. Seguimos hablando y la tarde llegaba a su fin, quedó allí en suspenso la idea de las canciones, su semilla, el fruto que germina en cada abrazo, beso, en las manos, en los ojos.

+ Las genealogías surgen tras el ejercicio de la sospecha. Copio una cita de Nietzsche en una tarjeta que coloco entre los libros de lectura pendiente, tan próximos a mi lugar de descanso: «(160). No amamos ya bastante nuestro conocimiento tan pronto como lo comunicamos», en Mas allá del bien y del mal. La sospecha me aleja de opiniones que solo me aportan una toxicidad paralizante, no me desprendo de ella, poco a poco, sin perder el ritmo, me recojo en el conocimiento que trato de trabar. Todo aquello que me perturbe lo aparto con cuidado y sin violencia. La genealogía es el tema, no tanto el problema como su la historia de su problematización. En la senda de Foucault, en la senda de Nietzsche.

+ En una lectura de Foucault no se puede dejar a un lado que su padre era un eminente médico, tampoco sus enfrentamientos (que le llevó a desprenderse de su primer nombre y adoptar el segundo, Michel, elegido por su madre), mucho menos se debe obviar su filiación burguesa (recordemos el Jaguar en Uppsala, la casa familiar en Poitiers). Esto solo es un apunte, pero un apunte necesario. La familia de Flaubert era una familia de importantes médicos de Rouen, así pensemos en el papel de los médicos en Mme. Bovary. Ese sentido me interesa mucho, otra posible indagación, que quizá nunca mayor cumplimiento que la idea impresionista. Ay, la impresiones, las fallidas primeras impresiones.

+ Imagen: el emblema de un restaurante junto a un río del que ya no recuerdo su nombre. El detalle que conforma la rememoración de un recuerdo, los restos que nos hemos traido de la singladura.

sábado, 23 de mayo de 2020

Encierro (y 10)

Covid-19

+ La serie sobre el encierro se termina con una imagen retocada en extremo: el retoque se equipara con la distorsión. Vale.

sábado, 16 de mayo de 2020

Encierro (9)


Último vuelo hacia Madrid


+  El encierro comienza a ser menos encierro. Es la novena semana de esta situación y hay algo que se desvanece. Un algo que no se aprecia y esa falta de concreción es la llegada de la vida cotidiana [que es sobre lo que versará, en algún sentido, esta entrada en mi bitácora, en mi diario: ¿ha sido de otra manera alguna vez?].

+ El ordenador ha recuperado la totalidad de la pantalla. Yo había dado por perdido este fragmento rectangular de cuatro centímetros de ancho, había adaptado el procesador de texto a esta nueva disposición, pero ahora dispongo de la pantalla en su totalidad. No me causó perturbación cuando se averió y tampoco me causa alegría el súbito y espontáneo arreglo. Es más, pregunté por el precio de una posible reparación, que me pareció excesivo,

+ Días atrás pude comprobar que el motor de mi coche de trabajo no sufrió daño alguno a pesar de mi confusión con el combustible. Ambos errores o tropiezos, y su solución súbita y fuera de mi alcance, se unen en su alcance: soy yo y un reflejo, la suerte que siempre me acompaña y consigue que mi torpeza no tenga grandes consecuencias. ¿Creo en la suerte? No, pero hay gente que tiene suerte y gente que no tiene suerte, y considero que yo soy de los que tienen suerte. El ordenador y el coche del trabajo me indican la presencia de la Fortuna.

+ El ángel de la vergüenza. ¿Hay, realmente, un ángel de la vergüenza? El regreso del pasado nos acecha tras cada esquina, como un paseante nocturno que oye voces tras él, pasos lentos y pesados, luego: el silencio y el espesor de la noche. Nunca pasa nada. La vergüenza, ese alimento del insomnio, determina vidas y apaga milagros. No encuentro al guardián de nuestras certezas hoy que lo llamo desde el descanso de la lectura, de la hermenéutica de la vida. La vida como extensión de un pensamiento, ese instante que nos dio luz. No hay misterio en ese silencio solo roto por el tic-tac del reloj que preside mis lecturas, ante el ángel de la vergüenza.

+ «Lo que ya ha sido constituye el nexo con lo que será», Ranke.

+ Podría haber buscado el pequeño tomo Sobre los ángeles de Alberti, pero no lo hice y leí otro poema: Venus en ascensor. Indagar en el pasado aquello que fue lo ultimísimo y hoy es tan solo antiguo se convierte en una extraña tarea en la tarde del domingo, cuando el confinamiento o encierro se termina, o eso parece. El maniquí y su silueta, el paso de un piso a otro, con sus pinceladas y enfoques, una poesía que no se ahoga en la dispersión de la lectura, el lector que se difumina, el poeta que se desvanece. Queda el libro, el texto se reproduce como se interpreta la partitura, el tic-tac es el metrónomo de la muerte. La muerte, otra vez la muerte. Leo que dijo en algún momento que hay metáforas que se repiten en todas las culturas: el sueño como imagen de la muerte o el río como representación del fluir de la vida. ¿Qué podemos concluir? ¿Existen unos universales que magnifican una idea constante sobre vivir y morir? Ay, qué silencios me atenazan en esta conversación que mantengo con mi yo más pedante y soberbio [lo sé, necesito escucharlo con atención, pero es muy pesado].

+ En un piso inferior una niña se queja, llora y vuelve a llorar. Está con sus abuelos y eso no deja de ser una ruptura de las normas del confinamiento [¿todavía estamos confinados?]. Grita, eleva la voz y se crispa. Esta aburrida y yo me pregunto dónde están sus padres: en el trabajo, en otras ocupaciones de urgencia incuestionables, sumidos en la solución de problemas sin nombre. El sueño dibuja su cartografía difusa, pongo el sonido de las olas en el reproductor de la tablet y comienzo a conciliar mi transición desde la vigilia. Esa imagen de la muerte, esa posibilidad de otra vida. Duplicadas incertidumbres, el peso de lo vital en lo cotidiano.

+ ¿Cuánto tiempo empleé en estudiar lo cotidiano, en investigar los movimientos imperceptibles de lo común, sus maneras y gestos? Todo esto se ha desvanecido porque ya nadie se recuerda el everyday life. Porque lo normal ya no está. Se habla de que caminamos hacia una nueva normalidad y me planteo esta etiqueta como el remedo de una mala película apocalíptica. Nada cambiará, dijo en una entrevista Michel Houellebecq. Lo recuerdo y veo que un director de periódico ha copiado la declaración en su literalidad, pero no cita al autor. Incluso recoge la apostilla final: nada cambiará, todo será peor. El artículo habla de algo que es un tema recurrente en el escritor francés. La decadencia de Europa es un tránsito hacia un parque temático, hacia la industria del turismo que hunde sus pilares en el paisaje, la arquitectura y la gastronomía. Uno de los polos de mi estudio sobre lo cotidiano se ha basado en esta premisa sobre el hundimiento de Europa [industria, agricultura, sociedad]. Así trataba yo de observar en nuestros viajes a Francia aquello que previamente había leído en H. Mi conclusión se acercaba mucho a la de H., y no me reconfortaba, aunque tampoco me causaba un especial estupor, algo que se debe en lo fundamental a mi condición de observador impasible. ¿Impasible? No sé a qué viene todo esto, si a mí me interesa lo cotidiano y lo cotidiano tardará mucho en regresar porque a la población se le ha entregado esa peligrosa herramientas que se llama desautomatización, eso que otorga bien el aburrimiento, bien la angustia. Y en eso estamos, en el final que es un nuevo principio [la niña se enfada otra vez, la niña se enfada mucho, la niña grita mucho, muchísimo; en consonancia están mis cascos de aislamiento: protecciones individuales para la salud auditiva de los trabajadores aeroportuarios].

+ Imagen: mi último vuelo hacia Madrid.

sábado, 9 de mayo de 2020

Encierro (8)

L'oiseau mort_Honfleur


+  Según se atisba una posibilidad de recuperar la libertad de movimiento se me planteo la posibilidad de la libertad interior. Cómo una persona se puede sobreponer al cautiverio con el recurso de su interioridad. Si lanzamos la vista hacia atrás y recuperamos una bibliografía de cautiverios provechosos, tanto literarios como sanitarios.

+ Repaso digital de viejos tomos: todo es tránsito. Los veo: algunos tienen rastros de sus propietarios: dibujos, notas, subrayados; estampaciones que han perdido el color; el amarillento tono del papel que tan bien se percibe en la copia digital. Es otra marca, una baliza que nos indica la constitución de la realidad: espacio y tiempo, el tiempo que devora la forma del espacio, de la materia. Insistir en ello no es una opción. Cierro el ordenador y siento la nostalgia propia de mi edad, una reflexión sobre el tiempo pasado. He encontrado un fármaco: recuerdo el torso de Rilke y en este torso se puede extraer la lección: con esto cuentas, el resto ya lo has perdido, «debes cambiar». Esa obligación de cambio resuena en toda la extensión del día y ella regreso en no pocas ocasiones. La

+ Dice Sophie Calle en Le Monde: mi vida es un material de trabajo [artístico]. Sin duda. Finalmente, si escribo, sea sobre lo que sea, siempre escribo sobre mí. Con el tiempo he dado con ciertas claves de mi estilo. Hay cosas que me gustan  y cosas que me disgustan, pero me resulta imposible cambiar. Se trata de una serie de ocultamientos y circunloquios, una suerte de falta compromiso que se agazapa en intrincados arabescos. De las almas de los tibios está empedrado el camino del infierno. Me reconozco en ello. Esta confesión al plasmarse en la pantalla del ordenador me devuelve una suerte medicina, como resulta ser el torso que utiliza Rilke para mostrarnos una característica esencial del paso del tiempo. Lo fragmentario se impone sobre una idea de conjunto y la biografía nunca puede ir más allá de una interpretación. Se tarda mucho en aprender esto, yo al menos he tardado mucho. Pero ese estilo mío que tanto amo y tanto me solivianta soy yo. Mi vida es un material de trabajo, lo suscribo.

+ Esa manía mía por el tiempo, por la finitud, la muerte. Son claves que me acercan a un poética que podríamos denominar romántica o decadente. Al mismo tiempo, es un rasgo propio de mi época, porque si soy lo que soy es porque vivo en este presente. Un presente amplio que arranca a principios de los años ochenta del siglo pasado y todavía me condiciona. El tiempo, cuándo me acecha me hago cargo de mi propia mismidad. Yo no descubro nada, pero sé leer.

+ ¿Este tono confesional está relacionado con el confinamiento o se de trata de un ansia de perfección o redención? Debo ganar en seguridad, me digo, y al momento me pregunto cuál es el objetivo de esa seguridad. Nos dejamos llevar en demasiadas ocasiones por los marcos mentales impuestos, que organizan nuestra vida e ilusiones. Me preparo para el estudio y sé que es un acierto, una elección que se enraíza en mis creencias y certezas [no muchas, pero sí solidas, fruto de años de reflexión, interrogaciones y selecciones]. El tono confesional se funda en un sentido de la disciplina que me lleva a observar tareas, horarios y compromisos. ¿La debilidad o la duda? Sí, ahí están pero no dejan de ser compensaciones, contrapesos. Me resisto a centrar todo el esfuerzo en la redención, porque lo entiendo más como un fármaco que como penitencia. Fármaco en su doble sentido griego: remedio y alucinógeno. Cada momento, su sentido.

+ Vuelvo a Erik Satie, regreso a Normandía. Veo, otra vez, un pequeño reportaje sobre David Hockey. D. H. tiene una casa en Normandía y la pandemia lo cogió allí mientras trabajaba sobre flores y plantas. La foto principal lo toma en su esplendor, entregado al trabajo. Pienso en sus cuadros vistos cara a cara. La conexión es importante. La conexión con el paisaje normando y con el pintor.  Erik Satie se desliza en el estudio, llega Honfleur y cierto aroma de mar y viento. Sinestesias que imprimen al día un acento lírico, donde se expande nuestra mismidad. Brilla el sol y en las Gymnopédies es refleja lo vivo y lo muerto, lo que todavía no ha llegado, el presente amplio.

+ Llego a Ravel, Pavana por una infanta difunta. En la línea del apartado anterior, la recreación de una paisaje y sus sugerencias: novelas, cuentos, poemas, piezas literarias que nunca se escribirán. Descanso en esa promesa incumplida, una promesa solo me concierne a mí.

+ Imagen: L'oiseau mort.

sábado, 2 de mayo de 2020

Encierro (7)


Bordeaux


+  [Atolondramiento]: una confusión pone en peligro el coche del trabajo. Me siento culpable, pero esta alocada manera de ser es parte de mí como también lo es una apacible calma, una calma donde más yo me siento yo. El yo y sus precipicios, colinas, mesetas y desfiladeros. Investigaciones tardías, reencuentros, moderación.

+ Virtute duce comite fortuna [La Virtud como guía, la Fortuna como compañera]. Lo he encontrado en un libro de retórica del siglo XVI [1579]. El lema todavía es válido, y continuará siendo válido mientras haya vida humana sobre la tierra. El trabajo y el buen conducirse es una receta para el éxito, pero sin la ayuda de la Fortuna el éxito se pervierte. No es muy racional creer en la Fortuna, pero su compañía se presiente en muchas ocasiones. Yo me siento acompañado por la Fortuna, y mi guía la Virtud. Resta por definir tanto Fortuna como Virtud, pero es esta una tarea que no emprenderé hoy, tampoco mañana.

+ La clave mitológica me ayuda a comprender fenómenos de masas. Las estrellas de rock, los actores, los periodistas célebres. Todos ellos forman parte de un amplio Olimpo. Vicios, virtudes y el gobierno de la varia Fortuna.  Sus comportamientos se imitan, se amplifican o se diluyen en el tráfago diario, pero todos ellos conforman una narración sin fin, sin principio. In media res se desarrollan sus vidas que carecen de paralelo en la vida ordinaria. Me gusta observar y he alcanzado esa posición del observador, su diametral oposición al movimiento, el estatismo permite a la clave mitológica manifestarse. Observar.

+ Concierto en línea de Paul Weller en California. Veo el entorno y me confirma la tendencia a un territorio. No pocas veces soñé con un viaje o una larga estancia en California. Eucaliptos, sol y un rock añejo, reconcentrado en viejas Gibson, negras y pulidas por el uso, amplificadores de válvulas tan precisos como suaves, hermosamente humanos. P. W. evoluciona y cambia de guitarras, es el dueño del circo. Todo concierto tiene algo de circo. En ello me dejo ir y transito como el que no ha visto nada, pero lo sabe todo [el poeta es un fingidor]. ¿Iremos C. y yo a California? ¿Cuándo? No es un proyecto, no es un deseo, sólo una desiderata que, como la botella lanzada al mar, no nos compromete.

+ Atolondrado: que procede sin reflexión [Drae].

+ Repaso las entradas en este cuaderno y me doy cuenta de que las imágenes aquí albergadas están en un nivel superior a los textos. Ello me lleve a pensar que existe algún tipo de error en mi vocación, en mis vocaciones; al rato me corrijo y veo que no se trata ya de vocaciones. Esa estampa de destino escrito y sin posibilidad de apertura quedó ya atrás. Recuerdo el torso de Rilke y en el descanso. Cuántas cosas he perdido, qué permanece. Qué material es este con el que debo trabajar. Las fotos son rápidas aproximaciones a un mundo interior conectado con el reflejo en la realidad cotidiana, en los viajes, en la unión entre deseo y posibilidad. Los viajes, que ahora son la lejanía inalcanzable, han supuesto una barrera entre ciertas edades. Y es ahora cuando lo veo, mediante el catalizador que suponen las fotos. Las fotos reflejan mejor ese paso del tiempo, el clamor de las edades, la fósil verdad del pasado que ahora interpreto desde este cuaderno sin soporte material. Las fotos son un yo más auténtico que el yo de los textos, más desconocido para mí, más versátil y certero.+

+ Por casualidad me llega una memoria de profesores del año 1916, en Logroño. Se destacan las cátedras conseguidas, con sus felicitaciones y el destacado del esfuerzo y el tesón, la calidad de las clases impartidas y el premio al trabajo bien hecho. Son nombre que ya no dicen nada, salvo su reflejo en la lápida del cementerio. Vidas que el tiempo ha diluido con su implacable y constante engranaje. Siempre presente Marco Aurelio, en el tiempo de pandemia esta realidad es mucho más palpable o sólida, pero se debe huir de la lección moral y aprovechar en nuestro beneficio la enseñanza que se desprende de esta incuestionable verdad: no olvides que eres mortal.

+ En la senda del atolondramiento, casi estropeo la pantalla del ordenador. He de fijarme en este rasgo a fin de realizar una poda. Las podas son tan necesarias como el alimento. Cuestión de disciplina. La disciplina: no es un medio, es el fin. Pero yo soy el que soy, un punto del que me puedo apartar pero nunca huir.

+ Imagen: la elección por el color, el verde. Un verde muy especial. El fotografo retrata al fotografo. Burdeos .