sábado, 14 de septiembre de 2019
Espejos en Lisboa
+ He escogido esta foto tomada en Lisboa para ilustrar la entrada porque me parece especialmente significativa. Dos espejos superpuestos, nuestras piernas, nuestros pies; somos C. y yo. El único color que destaca es el rosa de las zapatillas de C., el resto es gris. Mis pies salen en un espejo, los de C. en los dos espejos. ¿Qué aventurado sentido le podríamos dar a esta particularidad? ¿Vivir entre dos mundos: el suyo y el mío; o alcanzar a comprender realidades diversas, mientras que yo estoy más sumido en un acotado contexto? Las posibilidades discursivas son muchas, pero todas apuntan a un cierto entendimiento entre ambos, los espejos lo certifican. Y la foto me gusta, una porque es producto del azar, otra porque se vislumbra un proyecto en común que cuaja en el viaje mismo [que no deja de ser otro proyecto más, uno entre muchos compartidos]. Recuerdo perfectamente dónde disparé la foto y la intención con que lo hice; ahora que se plasma en el blog adquiere toda su magnificencia, su innegable pertenencia a mi personal Barroco [que considero más que una época, un estilo], el juego que se plantea y que no se soluciona con una volandera opinión, ni con el acierto ingenioso: la imagen contiene mucho más de lo que se pude glosar. La glosa queda a un lado, resta la foto, ya que la foto multiplica la vida de aquellos días en Lisboa. ¿Es esto lo que permanece? Si lo deseamos, así es.
+ «Arde en su centro el líquido elemento» Villamediana, Faetón (oct. 172 v. 1).
+ Las fotos fijan un momento, lo fosilizan. Las fotos no se pueden entender sin la temporalidad, como sucede con la escritura. Eso las diferencia de la pintura, porque la pintura suspende el tiempo, las fotos usurpan la sustancia de la realidad y la suplantan: común es entender las fotos como realidad, cuando no es así. La ficción que se crea sobre ellas tiene que ver más con una visión literaria que pictórica, de hecho, cuanto más pictórica una foto, menos me interesa. Me interesa esa captura de lo irrelevante, de los oculto tras las vida cotidiana: fantasmas difusos y persistente. Veo las fotos que he disparado a lo largo de los últimos cuatro o cinco año y me resisto a establecer el hilo que las une, pero el hilo está ahí: ¿la resistencia del tiempo?
+ Descansan los libros que me he traído en la última visita a la biblilioteca: Ferlosio, Mondiano y Sebald. Fragmentaria es la lectura. No hay un plan, estará aquí cerca de dos meses. Dos meses es mucho tiempo. En ello descansamos y el tiempo fluye en su tiranía. Al menos, que no figuren fotos de los autores.
+ Ayer perdí mucho tiempo en gestionar el alquiler del coche para Normandía. Estas acciones me fatigan, me fatigan hasta el punto que después no pude hacer otra cosa que, por ejemplo, ver fotografías en ordenador: como un mecanismo, un resorte que emerge del pasado y se hace presente en la contemplación. Londres, Lisboa, La Rochelle, Madrid (…) Así, continué con la espontánea investigación sobre el hilo que engarza el archivo electrónico de fotos. Sé que soy yo, pero no termino de reconocerme: qué puedo hacer. El palpitar que permanece a lo largo de los años se entrega a lo imperceptible de la vida cotidiana. Perdí el tiempo con el coche de alquiler y no aprendí nada, calderilla de la vida, me digo y sé algo sí que aprendí. Creo haber solucionado el asunto adecuadamente, no es para sentirse orgullo, pero siento cierta satisfacción: qué tontería.
+ Sigo la evolución del postoperatorio de mi hermano. Le escucho, veo las fotos que ve envía. Me concentro en la enfermedad y sus remedios. Qué asunto tan lejano la medicina, hasta que se hace presencia, hasta que nos alcanza la enfermedad. Por arte de magia, nos hacemos peritos en una dolencia, en sus síntomas y razones. Un conocimiento arborescente. Cuántos conocimientos se gestan al contacto con el objeto. Me concentro en la enfermedad y sus remedios, lo dejo a un lado y regreso a la lectura. La lectura, esa enfermedad.
+ La lectura del libro de Modiano que cogí en la biblioteca, El café de la juventud perdida, es mi dosis de ficción diaria. Indago en la substancia de lo estudiado días atrás en relación con el texto pragmático y el texto de ficción: el texto de ficción no admite los matices ni las negaciones o perfeccionamientos del texto pragmático [el texto ordinario frente al texto artístico], ¿pero qué sucede cuando el texto pragmático se hace carne de la historia? ¿todavía admite perfecciones? Lo dudo. La literatura como tal literatura es inasible, es algo que cuaja en el presente, en la recepción: tan evanescente, tan líquida o, mejor, gaseosa. Me vale hoy aquello que oí sobre el arte contemporáneo: es arte si está en un museo. Y es literatura si los lectores consideran que es literatura. ¿Una tautología? Las tautologías no son necesariamente inadecuadas.
+ Portadas de libros: deberían ser blancas, color crema, sin más palabras que las del título, sin autor, sin editorial, sin emblemas ni precios. Un libro totalmente desnudo. ¿Sí? Al menos, que no figuren fotos de los autores.
+ Imagen: un intento de plasmar el tiempo que gravitaba sobre Lisboa, sobre los espejos.
