sábado, 28 de septiembre de 2019
Preparativos
+ En unos días cogeremos el avión y llegaremos a la Picardía, a Beauvais Tillé, y luego nos encaminaremos a Normandía, a Caen. Mientras desde el ordenador gestiono las tarjetas de embarque, no puedo dejar de pensar en dos lugares: el Monte Saint-Michel y el estudio de Flaubert. Ambos se unen en el repertorio de mi imaginario, los dos marcan como hitos, puntos concretos de mi vida: el último tramo de la infancia, la primera juventud. El Monte Saint-Michel me deslumbró cuando vi una foto en una revista, lo recuerdo muy bien: me pareció el espacio necesario para una narración, un lugar con el que soñar, una esquirla de fantasía; Flaubert me enseñó la perfección de la novela, algo que anteriormente vi con el Quijote, me hubiera gustado imitarlo con éxito, pero no lo conseguí. Entiendo que hay un círculo que se cierra con esta visita, un porqué en el que indagar. Metas y trayectorias, el camino y la posada, la visión plasmada en el viaje, en la compañía deseada y necesaria: C.
+ Otros círculos quedan por cerrar, otros nunca se cerrarán.
+ Recuerdo en mi infancia haber visto la foto del Monte Saint-Michel con la marea baja y sentir que había algo allí que me pertenecía. Su perfil, la aguja, la perfecta forma de la isla y la arquitectura incrustada. Ir allí es cerrar un círculo, repito. Siempre me pareció una quimera viajar hasta el Monte Saint-Michel y hoy me preparo surcar la Baja Normandía para llegar hasta allí. Esto me hace presentir una realidad sobre lo posible y lo probable, sobre cómo la vida nos ofrece oportunidades cuando menos lo esperamos. Hay en lo imprevisible una característica que no se debe soslayar: poco podemos decir sobre el futuro.
+ Escojo algunas novelas que se ubican en Normandía: Serotonina, Houellebecq; Trilogía de la guerra, Fernández Mallo. Una tercera: Madame Bovary, Flaubert. Tres novelas que componen una biblioteca imaginaria y portátil para surcar las planicies normandas. Sé que estarán presentes en el viaje en coche, un modesto C3, lo que no deja de constituir una nueva narración. La narración que nosotros trazamos para nuestro uso particular, en exclusiva. Las conversaciones y los silencios, el estudio de los mapas, la noche y el amanecer, la geometría del coche alquilado, la poesía acumulada en los aeropuertos, en las maletas, en los rostros vacíos de los viajeros: el cansancio y la ilusición. El viaje.
+ En el estudio de Flaubert, en la compañía de Madame Bovary. Lo dicho: también Flaubert se une con el pasado y el recuerdo. Se acumulan expectativas de las que no espero mucho, porque su función se cumplió ya, hace tiempo, y visitar su realidad tangible no deja de ser un constatar lo ya sabido. Leí las cartas que le escribía a Louis Collet en busca de las razones para su gran novela, con el objeto de escrutar su disciplinado trabajo, mientras me imaginaba su estudio y su trabajo creía entender un poco mejor la novela. Hoy mi idea es muy distinta, más reposada y próxima, estoy seguro de ello, a la realidad de su trabajo y a sus intenciones. Sin embargo, no creo que la interpretación anterior esté errada, porque aquello que entendí permanece en una suspensión pretérita. Entendí un reflejo del autor en la protagonista; hoy la razón es otra: Madame Bovary es la novela en sí misma y su naturaleza es perfección novelística. Pero el reflejo del autor puede ser un sentido válido, porque los sentidos se mantienen por la argumentación, nunca por una razón fija, digamos, incontestable.
+ ¿Cómo he llegado hasta aquí y cómo mantengo el edificio, sus cimientos, estructura, muros y vanos? Vuelvo a estudiar los libros que atesoro y trato de encontrar una explicación y sé que explicaciones no hay, sólo un destello instantáneo. Ese destello me indica la dirección, un nombre más preciso sería intuición.
+ Hoy jueves, dejo pendientes, para el regreso del trabajo, la guía y el mapa de Normandía con el objeto de estudiar las rutas que haremos: El Monte Saint-Michel, Bayeux, las playas del desembarco y Honfleur. Rouen también está pendiente. La organización lo es todo. Regreso del trabajo y la guía y el mapa continúan donde los dejé. Constatan mi cansancio, debo ponerme con ello, lo sé. Estoy cansado, insisto. Iremos a dar un corto paseo, los paseos de los jueves. Luego, ya en cama, trataré de aclarar mis ideas, tomar notas y traducirlas a los itinerarios de los próximos días. También la programación es una aventura, o una novela en sí, ese arte de que todo sea arte: el arte de lo cotidiano.
+ No falta nada, ya está ahí. Finalmente, observo el paso del tiempo y me perturba. Qué fluidez, qué tiranía. Normandía es otra baliza, el día se completa, dormimos bien porque hemos trabajado bien: a la cama se debe llegar cansado y recibir el sueño merecido. No siempre es así, pero se debe tener presente. Ahí está Normandía, me desvanezco en la niebla de lo diario y su visión es otra visión de lo cotidiano.
+ Imagen: un altavoz cubierto por una protección. Me parece que describe el momento, el momento donde preparamos un viaje: la realidad cotidiana que está oculta, a la espera de ser descubierta. Son esas gamas de grises que tomarán color según se desarrolle nuestro viaje a Normandía. Todo permanece abierto.
sábado, 21 de septiembre de 2019
Memorias en la provincia
+ Siempre me han interesado las memorias, libros que ampliamente muestran la vida desde la perspectiva de su protagonista. A veces creo que siempre las memorias son apócrifas. Encuentro en su naturaleza una colisión con la novela, porque las memorias admiten comprobaciones que las novelas no. ¿Tiene importancia? Estos días se han presentado unas memorias y yo no las leeré a no ser que por casualidad las encuentre en un estante de la biblioteca pública. Sé del autor lo suficiente, hasta en una ocasión cené con él, invitado por el provinciano ateneo. Es arrogante, y tiene motivos para ser arrogante, pero para mí hoy sólo es un aliento de vapor y niebla. Su vida es una vida ejemplar, con un claro sentido moral y eso se reflejará en el libro. Hay una entereza en su vida que me hace desconfiar. ¿Leeré sus memorias?
+ Me recupero con la lectura de algunos poemas. Poemas de Luis Alberto de Cuenca y poemas de Antonio Colinas. Se desvanece la tarde del domingo y descanso en una una música plena de romanticismo, verdadera y solida, aligerada y rectilínea. Fluctúa la sensación de finitud, pero ahí está, en el centro de la vida. La memoria no es otra cosa que una contabilidad injusta, hoy al menos.
+ Hay enfermedades del cuerpo y enfermedades del alma, también hay enfermedades literarias. Convaleciente estoy de atracones de ficción, que distorsionan las primeras horas del día, ese momento en que espero en el coche por O. o que O. espera por mí en su coche. Es una alucinación, una ebriedad que aporta la lectura intensa y prolongada. Se acentúa la geometría de la arquitectura, destaca el contraste de las luces y las sombras, las personas adquieren un aliento pictórico, retratos nunca ejecutados. Rememoro lo leído en Modiano, por ejemplo, la indagación en la vida de una mujer que voluntariamente ha desaparecido. Cuál es el reflejo en lo diario. Indago en mi propia percepción, pero el deslumbrante foco de lo diario me lo impide. He aprendido a apreciar cada latido de la realidad, algo que sólo se puede relacionar con la suma de años donde estoy y con la acumulación de lecturas; era una enfermedad. ¿Enfermedad?
+ Vuelvo a pensar en la arrogancia del memorialista. Sé de un columnista local que guarda silencio sobre el libro. Seguro estoy de que ha sufrido un desplante, un zarpazo. Al memorialista lo conozco un poco, al columnista mucho. La combinación de ambos se traduce en la intolerancia y la soberbia de uno con la indolencia y la falsificación del otro. Ninguno de los dos me interesa mucho, salvo como materia para ficciones que nunca escribiré, me interesan como productos de la negra provincia [La negra provincia de Flaubert, de Miguel Sánchez Ostiz, libro que me gustaría leer, pero el tiempo es muy limitado]. Estas fricciones despiertan mi curiosidad, la articulación de la vida cultural en una pequeña ciudad, algo tan literario. Hay una oposición nuclear entre sus vidas: el primero es un hombre trabajador y tenaz, el segundo: un vago redomado y acomodaticio. Los une la vanidad. ¿El primero ha despreciado o humillado al segundo? Eso sería materia de la novela que no escribo, salvo estos flecos que de la vida se escapan.
+ El memorialista y el escritor de columnas, podría valer como título de una novela que no se escribirá, tampoco un relato; queda la posibilidad, que es equivalente a la nada.
+ El escritor de columnas no se preocupa por su aspecto ni por su salud porque el vicio de la bebida y el tabaco es mucho más fuerte que el miedo a la muerte. Tiene gracia para escribir, pero le falta formación y constancia. A veces se notan sus carencias, a veces no. Yo lo conozco bien y sé de sus defectos y virtudes. En un tiempo teníamos una cierta relación, hoy sólo es un persona que camina por la calle: me saluda de mala gana pero yo preferiría que no me saludase (esas cosas de la negra provincia). Yo creo que él entiende que ha triunfado y yo he fracasado. Nunca lo discutiría, pero yo no busco triunfos ni glorias, sino un pequeño espacio donde desarrollar mi investigación. Mis investigaciones. Lo sé, somos, ambos, ejemplos provincianos. Lo asumo, pero no como un defecto sino como una característica más en mi configuración, en una de mis varias configuraciones. Lo múltiple habita en mí: desde la primera hora de la mañana hasta el inicio del sueño reparador. En fin, lo vimos el otro día fuera de la conferencia de presentación de las memorias del memorialista, me dio pena su soledad ante la gran jarra de cerveza: se veía claramente que había sido despreciado y que con ello venía una comprensión de su totalidad: creo haber leído que estas revelaciones marcan un inicio de una decadencia. Vale. No sé si ha tenido algún tipo de revelación, pero yo sí vi ciertas aspectos de su vida con una claridad extrema y despertaron una compasión que no se restringe a su persona sino que se expande hasta llegar a una totalidad de amigos o conocidos de hace veinte o treinta años, algo que me alcanza: así es la provincia.
+ El memorialista es muy suyo, es un hombre con un grado importante de presunción y soberbia que se refleja en las primeras palabras. La línea de su vida es clara y su inteligencia evidente. Hay un asunto áspero en su dirigirse a los demás que no me gusta, que me produce un rechazo automático, que se relaciona con simas que no consigo alcanzar, pero que tampoco deseo entrar en la exploración de su batimetría. Dejemos las simas en su profundidad silenciosa. ¿El triunfo? Las memorias son un confesarse silencioso y, al tiempo, un verse en comparativa comparación con el resto, yo aporto esto y tú: qué aportas. Vi las fotos de la presentación y se puede decir que fue un éxito. Todos estaban allí, salvo el escritor de columnas, porque el escritor de columnas dialogaba con su generosa jarra de cerveza y su tabacazo liado, húmedo, perfumes del pasado.
+ Noche de pesadillas, me salvo del vacío pero alguien en el otro lado del teléfono me dice que no quiere hablar conmigo. Me levanto y bebo agua, el agua está caliente y un sistema de recuerdos me sume en la tristeza, una tristeza que alcanza el propio sueño. Deseo que llegue el día, un nuevo día.
+ ¿La autoridad?
+ Imagen: recorte.
sábado, 14 de septiembre de 2019
Espejos en Lisboa
+ He escogido esta foto tomada en Lisboa para ilustrar la entrada porque me parece especialmente significativa. Dos espejos superpuestos, nuestras piernas, nuestros pies; somos C. y yo. El único color que destaca es el rosa de las zapatillas de C., el resto es gris. Mis pies salen en un espejo, los de C. en los dos espejos. ¿Qué aventurado sentido le podríamos dar a esta particularidad? ¿Vivir entre dos mundos: el suyo y el mío; o alcanzar a comprender realidades diversas, mientras que yo estoy más sumido en un acotado contexto? Las posibilidades discursivas son muchas, pero todas apuntan a un cierto entendimiento entre ambos, los espejos lo certifican. Y la foto me gusta, una porque es producto del azar, otra porque se vislumbra un proyecto en común que cuaja en el viaje mismo [que no deja de ser otro proyecto más, uno entre muchos compartidos]. Recuerdo perfectamente dónde disparé la foto y la intención con que lo hice; ahora que se plasma en el blog adquiere toda su magnificencia, su innegable pertenencia a mi personal Barroco [que considero más que una época, un estilo], el juego que se plantea y que no se soluciona con una volandera opinión, ni con el acierto ingenioso: la imagen contiene mucho más de lo que se pude glosar. La glosa queda a un lado, resta la foto, ya que la foto multiplica la vida de aquellos días en Lisboa. ¿Es esto lo que permanece? Si lo deseamos, así es.
+ «Arde en su centro el líquido elemento» Villamediana, Faetón (oct. 172 v. 1).
+ Las fotos fijan un momento, lo fosilizan. Las fotos no se pueden entender sin la temporalidad, como sucede con la escritura. Eso las diferencia de la pintura, porque la pintura suspende el tiempo, las fotos usurpan la sustancia de la realidad y la suplantan: común es entender las fotos como realidad, cuando no es así. La ficción que se crea sobre ellas tiene que ver más con una visión literaria que pictórica, de hecho, cuanto más pictórica una foto, menos me interesa. Me interesa esa captura de lo irrelevante, de los oculto tras las vida cotidiana: fantasmas difusos y persistente. Veo las fotos que he disparado a lo largo de los últimos cuatro o cinco año y me resisto a establecer el hilo que las une, pero el hilo está ahí: ¿la resistencia del tiempo?
+ Descansan los libros que me he traído en la última visita a la biblilioteca: Ferlosio, Mondiano y Sebald. Fragmentaria es la lectura. No hay un plan, estará aquí cerca de dos meses. Dos meses es mucho tiempo. En ello descansamos y el tiempo fluye en su tiranía. Al menos, que no figuren fotos de los autores.
+ Ayer perdí mucho tiempo en gestionar el alquiler del coche para Normandía. Estas acciones me fatigan, me fatigan hasta el punto que después no pude hacer otra cosa que, por ejemplo, ver fotografías en ordenador: como un mecanismo, un resorte que emerge del pasado y se hace presente en la contemplación. Londres, Lisboa, La Rochelle, Madrid (…) Así, continué con la espontánea investigación sobre el hilo que engarza el archivo electrónico de fotos. Sé que soy yo, pero no termino de reconocerme: qué puedo hacer. El palpitar que permanece a lo largo de los años se entrega a lo imperceptible de la vida cotidiana. Perdí el tiempo con el coche de alquiler y no aprendí nada, calderilla de la vida, me digo y sé algo sí que aprendí. Creo haber solucionado el asunto adecuadamente, no es para sentirse orgullo, pero siento cierta satisfacción: qué tontería.
+ Sigo la evolución del postoperatorio de mi hermano. Le escucho, veo las fotos que ve envía. Me concentro en la enfermedad y sus remedios. Qué asunto tan lejano la medicina, hasta que se hace presencia, hasta que nos alcanza la enfermedad. Por arte de magia, nos hacemos peritos en una dolencia, en sus síntomas y razones. Un conocimiento arborescente. Cuántos conocimientos se gestan al contacto con el objeto. Me concentro en la enfermedad y sus remedios, lo dejo a un lado y regreso a la lectura. La lectura, esa enfermedad.
+ La lectura del libro de Modiano que cogí en la biblioteca, El café de la juventud perdida, es mi dosis de ficción diaria. Indago en la substancia de lo estudiado días atrás en relación con el texto pragmático y el texto de ficción: el texto de ficción no admite los matices ni las negaciones o perfeccionamientos del texto pragmático [el texto ordinario frente al texto artístico], ¿pero qué sucede cuando el texto pragmático se hace carne de la historia? ¿todavía admite perfecciones? Lo dudo. La literatura como tal literatura es inasible, es algo que cuaja en el presente, en la recepción: tan evanescente, tan líquida o, mejor, gaseosa. Me vale hoy aquello que oí sobre el arte contemporáneo: es arte si está en un museo. Y es literatura si los lectores consideran que es literatura. ¿Una tautología? Las tautologías no son necesariamente inadecuadas.
+ Portadas de libros: deberían ser blancas, color crema, sin más palabras que las del título, sin autor, sin editorial, sin emblemas ni precios. Un libro totalmente desnudo. ¿Sí? Al menos, que no figuren fotos de los autores.
+ Imagen: un intento de plasmar el tiempo que gravitaba sobre Lisboa, sobre los espejos.
sábado, 7 de septiembre de 2019
Hospital
+ Un domingo por la tarde hospitalizaron a mi hermano para realizarle una operación que, aunque compleja, no revestía un gran riesgo. Todo hay que decirlo, no doy nada por hecho y el discurrir de un asunto nunca se puede pronosticar. Bien, sólo creo en las matemáticas, porque son la perfección sobre el papel o en la pantalla, otra cosa es cuando los cálculos deben ser empleadas por el ingeniero o el arquitecto para sus propósitos y fines utilitarios. Se trata más de una aproximación que de un acierto en el pleno de la diana. La operación salió bien.
+ En los últimos meses encontré una clave para leer rostros. Todavía no puedo concretar su forma, pero funciona. Hoy, antes de salir para Santiago D. C., vi algo en la mirada de K.O.K. que me reveló una particular intimidad, algo que ya está en los libros: una constatación: la debilidad, el cinismo y una fuerza agazapada, que puede saltar como un gato, un latigazo certero. Me desconcierta. Nada de eso tiene que ver con la literatura, con sus libros. Esa plantilla me sirve: la utilicé en el hospital y me sorprendió, deseé que se desvaneciese y déjase de mostrarme recuerdos y estelas del pasado, estelas que llegan al presente.
+ Estaba en la sala de visitas tratando de leer y tomar notas. Lo lograba entre el barullo y el calor suspendido de la sala. Entonces llegó un hombre joven, revestido con una seguridad propia del que ha tenido que hacerse cargo de asuntos importantes a temprana edad. Su voz era grave, caminaba en círculos y sentenciaba. Conversaba por teléfono con gestores, oficinas de banca, habilitados de clases pasivas. Se entendía que trataba de arreglar la pensión de su padre. Tenía aplomo. Su cabeza rapada, la barba rala y la curva perfecta que trazaba su cráneo indicaban una fuerza innegable, un atractivo seguro, éxito en el amor, tal vez, tal vez no. No me fío de las primeras impresiones, tampoco de las de segundo grado. De repente se detuvo en medio de la sala y a su interlocutor tras el teléfono le hizo una confesión: «… pero si nuestro padre se gasta seiscientos euros al mes en tabaco y vino, y eso es lo que le ha llevado a estar donde está y estar como está». Su rostro no cambió, escuchó atentamente lo que del otro lado le decía y se encerró en sí mismo. Sentado en la ventana, con el móvil en la mano, balbuceando alguna letanía, componía por sí mismo un interesante retrato: ningún pincel, ninguna cámara fotográfica podría haber capturado lo que yo vi, por lo que yo vi era literatura, no era pintura, no era fotografía.
+ Creí aprender algo y no fue así.
+ Me fijé en el atuendo de las personas que transitaban por la sala de visitas. Traté de encontrar en su ropa y zapatos algo que definiese este tiempo en el que vivimos. No hallé nada, pues sumido estaba en lo automático de mi percepción: era imposible romper su conjuro. Había música, rumores, pasos amortiguados. Iban y venían los trabajadores del hospital: sus ropas, sus zuecos de goma, los fonendos. Ellos hablaban del presente y del futuro. Me trasladé años atrás, con un esfuerzo grande y lo conseguí: todo tomaba otro cariz a través de la vestimenta de las enfermeras y celadores, de las auxiliares de clínica y los médicos. Luego los pantalones pirata, las cibernéticas zapatillas de deporte, los teléfonos y los relojes, los tatuajes y los anillados. ¿Ese era mi tiempo? Me di cuenta, una vez más: sólo soy un espectador.
+ Bonita imagen: los ríos vaporizados / vaporizadores. Me entretengo en ella y continúo con la lectura.
+ Fue entonces cuando recordé aquella conferencia donde se trataba el tema: leer los espacios. Los espacios deben ser leídos, pero no como arquitectos, sino como leen los aficionados viciosos a las novelas. El hospital tiene su narración, la narración desordenada de lo cotidiano. Los enfermos y los familiares, los trabajadores del propio hospital, los trabajadores externos, la cafetería y los camareros, el vendedor de periódicos, el vendedor de lotería, administrativos y conserjes. Una red que junta y separa vidas. Observar, es éste el verbo que vibra en mi cabeza mientras trato de ejercitar mi capacidad de romper con los automatismos. Así, dejé a un lado al libro sobre la naturaleza de la literatura, dejé a un lado la libreta de notas. Me sumergí en la corriente y entendí lo cotidiano como una novela más allá de la novela, sin necesidad de orden ni estructura. Leí el espacio del hospital y la interacción de los trabajadores eran el tema. Me dejé llevar por su fluida realidad. Mi hermano dormía.
+ Me hubiera gustado comentarlo con E., pero E. no estaba. Se encontraba mal y hablamos por teléfono, lo comentamos y noté que ella no estaba. Me gusta escucharla e intercambiar pareceres. Otro día hablaremos. El hospital inició su ritual de sueño y olvido.
+ Imagen: la tendencia al desenfoque y el gusto por las figuras que se desvanecen; como fondo, lo que un día fue un hospital y hoy es un museo [¿siempre regreso?].
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)



