sábado, 26 de mayo de 2018

Irrelevante


LISBOB


+ Paseamos por una playa de aires californianos y todo resulta perfecto. Hay un equilibro que podría llegar a ser inquietante, fantasmal, muy cinematográfico. Comienza la puesta de sol y los paseantes se paran para disparar sus teléfonos. Pareciese que se han coordinado. Pienso que no se trata de fotografía, sino de la constatación de una presencia, de la calidad de espectador del espectáculo: el sol se hunde misteriosamente en el mar y un ensangrentado festival rojo tiñe el mar. No disparamos ninguna foto. Lo tenue de la noche comienza a invadir el paseo y se perfilan sombras e insinuantes siluetas. La perfección del momento perdura. Hay una semejanza con lo que el escenario cinematográfico deseado nos ofrece: sonrisas, paso calmo, la carrera sosegada, un perro, otra foto, unos se besan con una primera pasión dentro de un viejo coche, en el ordenado aparcamiento hay amor y paz. Trato de extraer una conclusión y no soy capaz, un vapor que inunda la tarde resulta ser ebriedad contenida y sin substancia. La primavera ofrece uno de sus engañosos regalos. La vida y el dolor se debaten bajo la capa de amable serenidad. El balance deberá esperar, el día se ha coagulado.

+ Centro médico a las cinco y media de la tarde: calor, geometría y cansancio. Grises paredes, cristal, cemento y un calor pegajoso. La edad regala calma. No tengo prisa. No he traído nada para leer, no tengo un teléfono que escrutar, ni radio, ni ningún otro artilugio. Me centro en contemplar los edificios que se ven desde las ventanas, observo a los otros pacientes, veo como en la pantalla se dan buenos consejos: hacer ejercicio, una dieta saludable, buenos modales en cualquier circunstancia. Voy de un espacio a otro: del taller mecánico a la consulta del médico. El punto de unión es la necesidad de reparar lo gastado, lo estropeado. Mi coche y yo unidos en una dimensión, en una necesidad de cuidados. La chica del percing en el labio me pregunta si hace falta número y le digo que sí, le indico dónde: muy educadamente me da las gracias. Me llaman y expongo mi caso. Sé que es cosa de la edad y el médico asiente. El cuerpo se gasta como se gastan los rodamientos del coche. Todo tiende a su fin, pero como cada día tiene su afán, éste resulta ser la solución de tareas pendientes: rebaja del seguro del coche, cambio de aceite del coche y visita al médico. Todo ha sido resuelto satisfactoriamente: una pequeña alegría el ver cómo las aguas corren por su natural cauce, sin detenerse, sin desbordarse.

+ Imágenes que se solapan. Ha comenzado a hacer calor, algo que crece y cuaja. La coagulación, el rojo desvaído, la herida que ya no es tal. Brillos, cristales, acero afilado. Palabras. He leído algunos fragmentos de un libro que tomé en la biblioteca del estante de las novedades. Me gustó su materialidad. Lo abro y me encuentro con el relato de cómo la madre del autor muere. Conexiones en el punto más alto de la primavera. Recuerdo aquella habitación tan blanca donde cada sonido se multiplicaba hasta extinguirse, los muebles, el rostro de mi madre (la última vez que la vi). El resultado de todo el proceso era el esperado y allí estaba la muerte, que no era nada, un segundo o ni eso, ni siquiera una fracción de segundo. ¿Hay alguna señal en el hecho de coger el libro, tomarlo en préstamo y abrirlo, esta tarde, a esta hora, en esa página? Algo late más allá del sonido armónico del reloj que guía mis horas, que las cuartea. Las guitarras duermen en sus hermosos estuches, negros como ataúdes de vampiro. La tarde es hermosa, limpia, exacta, transparente. Yo no soy el mismo, nadie es el mismo diez años después. Me asomo a la ventana y veo la calle vacía, pienso en todas esas personas que ahora están en la playa, ajenos al paso del tiempo, pienso en los vecinos que ayer se iban a su casa de veraneo ‘Pili, ¿qué buscas en el bolso? / Nada, me he dejado el teléfono en casa’, él salió del ascensor y ella subió (a buscar su teléfono), ahora que es sábado estarán en una terraza: la dorada cerveza, el cigarrillo rubio, la solida marcha de los estudios de sus hijos, el tiempo de la hipervelocidad, el coche, la jubilación. Yo me siento en la cama y escribo esto que escribo, que se parece mucho a la vida, pero no es la vida. Sólo imágenes que se solapan.

+ Media tarde del sábado: vídeos de Paul Weller. Un poco de ordenado ruido para culminar el día. Pensé que hoy rendiría mejor y no ha sido así. Noto que una falta de estructura ha gobernado la jornada, me desagrada y debo solucionarlo. Paul empuña su SG y ahí veo yo un punto de apoyo: la energía, la distorsión, la voz de la clase obrera. Yo estoy ahí, desde hace mucho tiempo, antes de saber de su existencia.

+ Después de la lectura de un breve fragmento, no puedo dejar de pensar en la estrategias del sueño, de cómo alcanzar el sueño. El narrador cuenta como siento un niño, a pesar de su claustrofobia, descendió a una cueva, un lugar prohibido. Mientras reposa en la cama a la espera de que la vigilia se desvanezca se imagina que ha quedado allí atrapado, bajo la tierra, y su existencia no es otra cosa que la construcción de una vida. Su vida. Yo también tengo instrumentos similares. En mi caso imagino paisajes nevados, extensos, escarpados o infinitos. La niebla me reconforta, mientras estoy en el templado lecho que mi cama es. Supongo que todos empleamos algún tipo de narración para dormir, como si en la narración misma se contuviese un hipnótico remedio. Al mismo tiempo, me doy cuenta que nunca he hablado de esto con nadie. Me pregunto si es mejor no hablar de estas cosas, si es algo tan íntimo como lo meramente fisiológico o sexual. Atraviesan las preguntas la tarde del domingo y sé que es indolencia y falta de método. Me dispongo para el paseo, el paseo dominical en la provincia.

+ El fragmento al que en el bloque anterior me refería pertenece al libro de David Monteagudo Hoy he dejado la fábrica. Un libro que tomé de la balda de novedades en la biblioteca pública. Ha resultado ser un feliz descubrimiento. También es de D.M el fragmento de la madre muerta.


+ Canciones sin cuerpo, son trises pero esto no las hace mejores. La voz quebradiza no termina de alcanzar lo que pretende. No me gusta, pero me explica cosas que antes no comprendía. Sobre la noche, sobre la cocaína, otras drogas, sobre cierta aristocracia cutre y ramplona, pero con su lírica, su charm antiguo y falso. La enseñanza es que el tiempo no perdona a nadie, y aquéllos que se anclaron en la infancia o en una adolescencia prolongada sucumben dolorosamente.


+ El ordenador dormirá, pero su latencia me acompañará mientras duermo.

+ Imagen: alguna cafetería y su evanescente irrelevancia.

sábado, 19 de mayo de 2018

Restos



+ Pongo la emisora en línea Alouette (alondra). Pongo esta generalista emisora francesa     porque me recuerda los días cuando viajábamos por Poitou-Charentes en un Twingo alquilado: pequeño, reluciente, amable. Esta era la música que sonaba. Ahora que escucho la emisora recompongo aquel viaje. El tránsito por la autopista de los pájaros, con ese poético nombre que casi es un título para un poemario, porque sé que no es infrecuente que los pájaros se estrellen contra los camiones y los autobuses, por lo tanto se podría poner de relieve la relación entre la autopista y la muerte (con tantas y tantas ramificaciones). El que por trabajo ha caminado por los arcenes y las cunetas sabe de estas muertes anónimas. La autopista de los pájaros, Alouette, el Twingo, todo permanece inalterable en un lugar que yo custodio.

+ El mendigo que habitaba en la calle donde yo vivo ha desaparecido. También han desaparecido sus pertenencias: atados de bolsas de plástico, un mugriento saco de dormir y alguna que otra cosa, de la que ignoro su filiación. Mantenía una actitud arrogante, con una incierta aristocracia: el tabaco, la suciedad mineral, el café y la ausencia de bebidas alcohólicas. De un tiempo a esta parte comenzó a desmejorarse, terminó por replegarse en sí mismo y permanecer tirado en un portal como un ovillo. Antes la gente se paraba con él y hablaba, ya nadie se paraba con él. Como si hubiese algo similar a la oración o un memento mori: todos estamos condenados a la misma pena, con independencia de nuestra actividad, trabajo o estatus. Despareció y quedó un vació que nadie llenará, pero ese vacío tiene una corta presencia, pronto nos olvidaremos salvo que salte en una conversación, entonces su resurrección no será gloriosa sino una constatación del paso del tiempo, su ciego caminar, abrupto y certero.

+ Un cualquier rostro ordenado por el paso del tiempo. Primero se la ve como adolescente en una foto en blanco y negro; después aparece ya con una cierta edad, en tras la treintena: ha ganado peso, pero su mirada es segura y alegre; los cuarenta, los cincuenta donde ya ese ha teñido el cabello de rojo. Ese color que hace que sus ojos verdes resalten. No esconde las arrugas, no se maquilla, no duda: sonríe. Cierro la página y regreso a otras obligación en la infusión del tiempo y su certeza. Vuelvo a la primera imagen y recompongo esa realidad con la realidad del día de hoy, nada ha cambiado, nada es lo mismo.

+ Se planifican viajes. Los aviones y los aeropuertos, la mecánica que hemos aprendido y ya la damos por hecha, un automatismo interior. Hemos adquirido esa indiferencia no fingida, que se tamiza en la música que del Mp3 nace. ¿Es elegancia? Libros que no se leen, libretas donde no se escribe, revistas en el regazo para ver las fotos y entresacar titulares. Nada nos interesa y nos gustaría dormir, pero no lo logramos. El avión es nuestro emblema, a disgusto es nuestro emblema. El desplazamiento, la ruptura de la distancia, el horizonte difuminado. Se planifican viajes en la profundidad de la provincia, viajes que nos lanzan a ciudades mágicas, misteriosas, más inmersas en el sueño que en la vigilia, ya que esa es la calidad metafórica del viaje: nace, se desarrolla y muere. Ahora sabemos que iremos en noviembre a Madrid, pero esto no es un viaje, esto es una visita, una reunión anual, lo que implica que la ciudad es otra ciudad: no la del turista, no la del viajero. La reunión con los amigos traza otro mapa, otras calles y otro destino. Así se envejece.

+ Cogeré el coche para ir a trabajar y volverán a sonar la canciones napolitanas interpretadas por Pavarotti. La melancolía en el inicio del martes.

+ Me llega al correo-e una foto del mendigo de que antes hablé. El mendigo está en un hospital y ya no es él. Se ha transformado o, mejor, se ha vaciado. Su persona puede estar allí, pero él ya no. Sin la barba, sin la rasta, sin su sucia beisbolera, ni los mugrientos pantalones, ni las mil bolsas con mil ingenios ficticios, ni las medio terminadas colillas o los posos de los cafés con leche: cafeína, magdalenas y azúcar. Es un hombre de madera, pero ya no es él. Me pregunto si volverá a lo mismo y no soy capaz de responder. Se bifurca el camino de la respuesta: volverá o no volverá, será él o será otro, conservará su nombre pero, según decida, se unirá al significado anterior o a un nuevo significado. En cualquier caso, los vecinos del barrio encontrarán una bonita explicación con sentido metafórico, ejemplar y fabulístico . Hoy de madera, mañana de papel: carne de artículo de costumbres, historias que se multiplican en la boca de los vecinos de mi barrio.

+ La foto del mendigo ha saltado a la prensa escrita. El pronóstico se cumple: artículo de costumbres. Vigilar la creación de un personaje no deja de ser toda una lección de cálculo y medida. En ello seguimos, en la observación detenida, taxonómica y diferenciada.

+ Imagen: la proyección de la luz solar sobre una pared blanca. La foto se ha pasado por dos o tres filtros para conseguir un aspecto pictórico, la idea estaba ahí cuando disparé.

sábado, 12 de mayo de 2018

Ramificaciones




+ No recuerdo cuando colgué de esta pared la primera imagen. No quiero recordarlo porque eso le otorga una indefinida prestancia que me agrada. Prefiero desconocer el número y descansar en la idea de su permanencia en la memoria: cuando la tristeza te asalte, piensa en Nápoles [ahora pienso en esa postal que pensaba enviar y no envié, que me guardé para mí].

+ ¿De dónde ha surgido la vaporosa sensación (del momento) que tiene el lector sobre su participación en un fenómeno colectivo: ese lector tan afín a la librería coqueta, a la charla sobre libros, al té matcha o al mate, al cigarrillo electrónico o a la radio en internet? ¿De la publicidad, del marketing, de los suplementos literarios, internet mismo, la televisión, la escuela, la academia…? ¿Recepción estética o estrategia de mercado? Así paso ante las coquetas librerías donde no entro y trato de comprender algo a lo que nombre no doy, me detengo y veo mi reflejo en un escaparate y sé que no soy yo el que cuenta, pero eso no me importa nada. Ya son muchas las personas que me han retirado el saludo. Camino hacia la biblioteca, como cada quince días, siempre en sábado.

+ Mientras me enfrento a algunos textos, textos que me rebasan y me exigen un esfuerzo que casi se torna en físico, una idea recurrente me asalta. Como esa melodía que nos atrapa y se repite en nuestra cabeza y nos resulta imposible expulsar. Ahí se instala, con desagrado y percusión, un timbre y un pulso marcado. Leo y llega esa insufrible intrusa: las personas que te retiran el saludo y no sabes bien porqué, pero que, al tiempo, suscitan sospechas y un desagradable malestar (esa canción reiterada: imposible que se detenga). El otro día le vi desde lejos con sus hijos y él me vio, pasamos muy cerca y me evitó, evitó saludarme con un rostro entre la contención y el mal disimulo. Es muy poca cosa y corre mucho: la rapidez es un emblema de vida moderna por donde se canaliza la frustración y las enfermedades de nuestro tiempo. La velocidad es una identidad, la competición es su zenit. La vida es correr, correr como un conejo y prepararse para la próxima prueba. Un conejo con un carísimo reloj que envía una ingente cantidad de datos a un ordenador, se analizan los datos y lo arrojado es vida, el preciado sentido de la vida. Marcas, peso, gesto angustiado. No sé si me concierne su desprecio, pero no deseo averiguarlo. Sólo quiero expulsar esa canción y centrarme en el libro: Anatomy ofr Cricism, N. Frye. Lo propio sería escribir un soneto, me digo, pero tiempo no hay, sólo debo centrarme en la lectura. [Este punto tiene carácter medicinal: apartar la idea que me impide continuar].

+ [Un poco más sobre lo anterior]. Las llamadas sin contestar que no son devueltas. Nada más, el resto es silencio [decía…].

+ Sobre mi identidad: la pared donde cuelgo los escogidos momentos enmarcados, que son imágenes, que son muchos más. Algunas son recuerdos, otras elecciones y hay imágenes que llegaron por casualidad y no sabría clasificarlas, pero tampoco lo deseo. Sé que hay una taxonomía, pero evitar todo inventario lleva a centrarse en lo que mi persona deja ahí: el tiempo del viaje, el tiempo de la metáfora: el viaje como imagen del transito vital: partir, vivir, regresar: morir.

+ Tuve el privilegio de poder estudiar cómo funcionaba todo aquel equipo que asfalta carreteras. Desde el ingeniero hasta el que con la pala arreglaba los flecos de la tongada recién extendida. Mi observación se centró no tanto en la técnica como en el entusiasmo, porque el entusiasmo me interesa mucho, porque creo el entusiasmo es lo que es lo que mueve el mundo. El entusiasmo con sus mil vestidos, con el millón de vestidos. Veo una relación entre la ilusión y el juego. No son cosas disímiles, al contrario: se unen en un punto: el entretenimiento y el ahuyentar la muerte. Conjuros, rituales, organización. La ropa, los gestos, las maneras. Una experiencia construida durante décadas. Los hijos que esperan en casa, la mujer, la comida, la cama, la humedad del día que amanece, el frío y el viento. El pavimentado se produjo durante la noche y todo se cubrió de irrealidad.  Luego llegaron los pintores y aquello volvió a ser una carretera. Luces densas, focos, pilotos rojos y pitidos de aviso. La maquinaria tiene su propia respiración. Hice fotos, escuché conversaciones, saboree el chocolate barato que compré por la tarde en el supermercado. La idea final, el poso se centró en el juego, en la seriedad con que los niños practican el juego, no tan diferente al trabajo de los adultos. Sin juego, sin sus reglas, espacios y tiempos, la vida no podría darse.

+ Aquella cita de La Rochefoucauld: «La hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud.» En una nota se dice que la cita probablemente no pertenezca a LR. Finalmente, esto no tiene importancia. Cuando salta una cita en la radio o en la tv, no puedo menos que poner en cuarentena tal atribución. La palabra tiene unos de sus pilares en la posibilidad de ocultar, retorcer, enmascarar (…), la mentira: todo aquello que no se corresponde con lo sabido y con lo visto, y deliberadamente se perturba. Pero, por volver al inicio, la cita tiene su verdad con independencia de la atribución.

+ La taxonomía de las imágenes que cuelgan en las paredes de este cuarto. Una tarea por emprender. ¿Se funda ahí una explicación de la identidad? A un lado lo dejo, mientras: las noticias desgranan lo que el día será en las redacciones, a mí me espera otra realidad. Las imágenes tienen mucho de emblema y representación. Las imágenes dormirán y yo desarrollaré en lo diario la combustión de la biografía. Debo coger el coche e irme al trabajo.

+ Tratar de entenderse uno a sí mismo es tarea inagotable, que nunca llega a puerto, que nunca abandona el cambiante escenario del tiempo. El tiempo y el mar tienen en común la imprevisión y su inestable materia. Comprimidos en una realidad mensurable, lo cuantitativo poco vale, porque la elevación o el descenso se ven condicionados por resortes internos, vaivenes, elementos móviles y ocultos. Las mareas, los trabajos y los días, el reloj de arena, las playas y los acantilados, la fina espuma de los temporales, la espuma fina de los días. Todo un arco que contempla el discurrir de lo vivido y lo por vivir. Me inclino hacia los libros de Renacimiento y rescato el tan querido tomo de Julio Martínez Mesanza: Soy en mayo. Por en mayo estamos, por yo fui por primera vez en mayo. Sic. No busco ya entenderme y eso me ha otorgado una renovada libertad y alegría. Ahí estamos.


+ Imagen: ¿cuál es la palabra para este pequeño objeto, el que aguanta la contraventana, que la fija, que impide que el viento la bata? No lo sé. El caballito de mar es poético en su minúscula realidad, con su función y su verdad humilde.

sábado, 5 de mayo de 2018

… por do el dolor la guía


1939-La Rochelle


+ [El título de la entrada es un fragmento del soneto xxxii de Garcilaso]

+ Algún crítico afirmaba que escribía con la televisión encendida, con programas banales que le marcaban un ritmo adecuado a sus texto. No dudo de la eficacia del método, pero yo soy incapaz de escribir con la televisión [aunque sí con la radio]. La televisión me desagrada y creo que el problema es mío, particularmente mío. Es un problema que se extiende a no poco ámbitos, durante no pocos años. Mis selectivos rechazos son la resultante de años de ensimismamientos, de elegantes posturas sin elegancia, atravesados acordes de elitismo sin élite. Ahora se muestran su función y su resultado:un vacío ontológico. Y me comparo: el de hoy y el de ayer. El disgusto se extiende y no alcanzo a encajar el sistema de deserciones que he provocado. La tv chorrea sus músicas y diálogos, escribo esto bajo su influjo lejano, que atraviesa puertas y paredes. La declaración clarifica la voluntad: la enmienda y su retorno.

+ Convivir con fantasmas y resucitados. Tareas complementarias y herméticas, el trabajo, el estudio, la pasión, el olvido. Todo suma y nada resta, el sedimento se deja ver en el fondo del vaso: ahora el agua está clara. Los cuervos sobrevuelan en la primera hora la ría, graznan y se deslizan suaves en el aire, se posan, saltan y vuelven a graznar. Los cuervos son ligeros y astutos. Los veo, me ven. Su indiferencia transita la mañana, buscan comida y poco más, sin preocupación, sin planteamientos, sin valoraciones. No hay biografía, no hay historia. No los podrás capturar, con más listos que tú, alguien dijo no hace mucho a otro que quería atrapar uno para tenerlo. Sólo por tenerlo. Cierto: les puso trampas, pero de nada sirvieron. Conocí a un chófer que tenía un cuervo que hablaba, como un loro. No es algo extraño. No recuerdo el sabor de los licores, hoy me desagradan.

+ Entre los mandamiento del chófer de lujo el sexto dice: «hablarás idiomas y serás culto». La palabra cultura representa un haz de posibilidades que no se dejan atrapar. Como los rayos que surgen de los ojos de la amada en cierta poesía antigua. La cultura lo es todo, la cultura no es nada.

+ Demasiado inmerso en los Siglos de Oro. Cada plazo cumplido nos da cuenta de la realidad que a todos atañe. Se refleja aquí la caducidad de toda obra humana, de la persona. Ese sentimiento barroco.

+ Ver su reloj fue encontrar una clave de bóveda. Todo cobraba sentido. Un Omega Constellation. Lo siento, no puedo dejar de fijarme en los detalles porque ellos dan el tono, acercan sentidos, marca posiciones. Por una parte la presencia del dinero, por otra la ausencia de gusto.

+ Veo a los gatos agazapados, aburridos de la lluvia y el plomizo cielo. La lluvia cansa, pero dará paso al sol. Los ciclos se completan sin darnos cuenta, tal es el fluir del todo, que nunca se detiene, un otro algo donde nosotros estamos incluidos. La sensación de estabilidad resulta engañosa, esa estabilidad se ve traicionada por los años: los años nos hacen sabios porque comenzamos a entender el mecanismo que hace que todo funcione: el cambio. Los gatos son indiferentes al cambio porque para ellos sólo existe presente y una nebulosa de recuerdos más orientados a la supervivencia que a la melancolía. Los amigos que desaparecen, las tiendas y los bares que han cerrado, locales comerciales en abandono, edificios derrumbados que dan paso a otros edificios que nos sorprenden pero que terminarán por integrarse en la rutina. La lluvia parece más un estado o una condición que un fenómeno metereológico. He visto revistas mecanografiadas, con fotos malas, una pésima impresión en blanco y negro. Una revista del año 1995. Tan sólo veintitrés años. ¿Es mucho? Para mí nada, para el que tiene dieciocho: una eternidad, sobre todo porque a esa edad el tiempo carece del valor que para mí tiene. He aprendido a medir de otra manera, un aprendizaje de esfuerzo y dolor, que se traduce en mi edad y mis amistades perdidas. Como una depuración, todo cobra el valor de la transparencia y lo transitorio. Lo sé, lo repito, somos cambio, impermanencia, alejamiento y olvido. Poemas antiguos que ya nadie lee, pero que en su momento saltaban de lengua en legua como hoy lo hacen canciones y programas de televisión. Todo se verá sepultado.

+ En la primera hora del domingo leo con atención una crónica sobre cómo las rías gallegas se han ido hundiendo en los últimos milenios. Se nos muestra su geografía siete mil años atrás y cuatro mil años atrás. Bosques, valles, praderas, un paisaje muerto que permanece bajo las aguas. Podré ver la costa y pensar en todo lo que no volverá. Qué vidas se desarrollaban allí. ¿El amor, la maternidad, el fuego, la amistad o el odio, las comunicaciones o una poesía ignota (…)? La lluvia sólo trae melancolía, la noticia confirma la caducidad, leo y escucho música. La música parece detener el tiempo, pero sólo es un parecer, una ficción, en ella descanso como antes se descansaba en las drogas o en la ebriedad. Dejo el libro y me complazco en la cadencia que ofrece la partitura de la Sinfonía Nº 4 de Anton Bruckner. Sólo la música atenúa esa certeza que la crónica me arrojó en la primera hora de la mañana.

+ Bosques, valles, praderas. El derecho a divagar mientras se despereza la música, lenta y sublime. El romanticismo donde siempre he habitado, incluso cuando a él me oponía. He aprendido a dejarme mecer por la corriente y ahí reside mi fuerza: en no hacer oposición. El paisaje codificado como espejo.

+ Abro el periódico el día festivo y viene una entrevista con José Fariña Tojo, catedrático en la Escuela de Arquitectura de Madrid. Dice que el urbanita tiene una visión totalmente distinta del que vive en el campo. El primero ve belleza y el segundo oportunidades u obstáculos para la producción. Esto acota muy bien la bobalicona mirada que muchos tienen sobre la naturaleza, el complaciente discurso del que no admite responsabilidad sobre los hechos, mientras le resulta extremadamente sencillo opinar. Recuerdo en un bar a una empleada publica del servicio de atención hospitalaria a domicilio que atendía el susodicho servicio con un desvío a su teléfono móvil, que se llevaba de compras a lo largo de la mañana, que desconectaba o conectaba a su antojo. Una persona que, por razones que no vienen al caso, establecía los límites de su responsabilidad en función de sus caprichos. A lo que iba, decía ella que disfrutaba muchísimo del rural (remarcando con engolada voz la palabra), que relajaba y acrecentaba la empatía, que la desconexión del tráfago diario resultaba una medicina. Así, mientras fumaba y redondeaba su medio litro de cerveza. Una postal idílica en los días soleados, mientras el vino orla la conversación y todo brilla como nunca brilla para el que se ve en el trabajo diario, en las faenas del campo, bajo la dura sentencia de las estaciones. El cansancio honrado. La frivolidad tiene su momento, pero siempre debe estar teñida por el desengaño y la sospecha. Ninguno de estos dos acentos los contemplaban su cháchara deslavazada e insostenible. Seguirá con la falta de seriedad en su trabajo y con sus opiniones prescindibles, pero todavía será escuchada y reclamará atención y respeto por sus opiniones. Ahí veo yo la diana del catedrático, tan acertada.

+ Imagen: un memento mori  que encontramos en un cruce de calles en La Rochelle. La acumulación enmarca la calavera: tubos, placas, cables, una fecha (1939). El resultado de la suma es superior al número de elementos que la componen. Puedo recomponer con exactitud el momento, poco después de haber entrado en una librería y haber adquirido un volumen de Foucault. Permanece el recuerdo, permanece una idea de la muerte que se une a lo metafórico del viaje.