sábado, 13 de enero de 2018

Lo transversal y sus transiciones


serralves-oporto


+ Hay ciertos patrones en mis disparos fotográficos. Uno de ellos es el que se caracteriza por la querencia hacia las manchas en las paredes. Los restos de pegamento, las trazas de carteles, la humedad negruzca que traza rostros o paisajes, desconchones, la salitre que avanza (…) ¿Debería de intentar de encontrar un significado? Sí. Hay un significado que se emparenta con mi adolescencia, cuando veía cuadros informalistas y no buscaba nada, salvo el placer de la mancha, del contemplar el trabajo del tiempo sobre los materiales. En eso sigo.

+ «… all great art is about art». Una visita al Serralves. Un paseo sin objetivo, salvo dejarse llevar por lo que el museo ofrece. Poco pedimos. La sacralización del objeto nos enamora, pues todo lo que allí hay arte es y nosotros lo aceptamos sin discutir: son las reglas del juego y nosotros queremos jugar ese juego. Vimos en otro tiempo antiguos lienzos en polvorientas mansiones, pero ahora estamos ante las bandas de fieltro de Robert Morris y alcanzamos a descifrar una diferencia entre aquel polvo sostenido y este polvo elevado. Su composición no se aleja demasiado del objeto encontrado, podría ser material de deshecho, pero es una obra de arte porque ese reconocimiento tiene. Nos plantamos ante ella y guardamos silencio. Un silencio que se aproxima, deliberada y cínicamente, a la complexión religiosa de otros tiempos, alejados de este constante descreimiento postmoderno. Llegan niños a los que todo eso les da igual y encuentro que es el mismo barullo que había cuando en misa los ruidos de la calle penetraban porque la puerta se abría intermitentemente. Los niños y su ruido subrayan el carácter arbitrario que el museo alberga, pero, nosotros, deseamos paladear esa verdad convencional y resistente. La institución está por encima del individuo, siempre. Pero somos individuos y nos vamos a la cafetería a tomar café y unas deliciosas natas. Creo con firmeza que el edificio está por encima de todo lo que contiene porque no tiene vocación artística, sino que se pliega a su función. La arquitectura sin función no es nada, el arte con función nada vale. Fuera llovizna levemente. En la mente permanece la escultura de Morris y su textura industrial y antigua (¡qué lejanos son los años sesenta del siglo xx). Ay, todo aquello que fue novedad y hoy lucha contra su propia muerte. Me parece bien que los niños griten y pongan los puntos sobre las íes. Todos luchamos contra nuestra propia muerte y esto es un error.

+ «C’est avec les bons sentiments qu’on fait la mauvaise littérature». Vocabulaire esthétique (1946) de Roger Callois, recogido en Jauss Experiencia estética y (…)

+ El invierno se ha instalado. Los perfiles de los árboles se difuminan, la grisalla transforma el paisaje. El paisaje invita al alma a regresar a una estela romántica. El romanticismo vive en nuestro siglo xxi, constituye uno de sus nervios, una línea de fuerza. Un vicio. En la política, en el amor, en la costumbres. El invierno acentúa esa literalidad, el temblor de los que se saben imbuidos en el constructo sentimental. Está bien. Lo conocemos y cuando resulta conveniente subimos su volumen, cuando no: resulta casi inaudible. Atruena en el coche un compositor ruso atormentado por su homosexualidad, según dice la locutora. Tchaikovsky. La música viste la grisalla de intensidad. Ahora el invierno es un espejo, un espejo negro: nuestro rostro se dibuja en la opacidad de las seis y media de la tarde. Madrugamos para creer, creer para madrugar.

+ Otro día, también en el coche, suenan las oberturas del Cascanueces de Tchaikovsky. La interpretación no agrada del todo al locutor. Cuestiona a Pierre Boulez por no poner el nervio preciso, la impresión de pulso ágil. Y yo no llego a esos matices, pero sí disfruto de la evocación que supone esta música, esta música en concreto. Los juguetes, la navidad, la ilusión. Espacios y acciones codificadas que aportan un placer culpable (ese préstamo del inglés que tanto rendimiento aporta). Las tres notas se funden en la agradable melancolía que se eleva por la acción de la intensa lectura de los últimos días. Es invierno y la Navidad pronto finalizará. Desde el coche el paisaje es mucho más abierto: invocaciones de dioses que no han sido alumbrados, fundaciones de ciudades fallidas, negocios y ocupaciones que nunca alcanzado el estatuto de la realidad. Impresiones de un mundo que no existió, salvo como posibilidad. La música acentúa la intemporal permanencia de la infancia, ahora, aquí, mientras se desvanece.


+ Imagen: una ventana, un contexto.