sábado, 11 de febrero de 2017
El color del ámbar
+ Al cabo del tiempo, me vuelvo a encontrar con la poesía de Jaime Gil de Biedma. Las personas del verbo. Leo los poemas en la cama, en la ultimísima hora del sábado. El tiempo ha pasado y hemos transitado sin pena ni gloria el paraíso y el infierno. En la lectura de estos poemas hay algo que tiene que ver con la revisión y el examen del pasado. El pasado es una resaca, una playa donde se ven arrojados los restos de todos los naufragios. El pasado siempre es naufragio, porque sabemos bien a donde conduce su acumulación. La nada, ahí está. Los poemas flotan en una solución plasmática, se dejan querer pero contienen la violencia del fracaso y la victoria de la muerte sobre nuestra totalidad. Cuánto amamos esta poesía, cuánta identificación. Eramos unos adolescentes que prolongaban el fin de la infancia más allá de los treinta años, la poesía de Gil de Biedma era una buena bandera, un adecuado emblema. Hoy reposa el libro en la mesilla de noche y yo soy otro, el mismo, pero otro. Soy mi propio exilio, con debates y sin certezas.
+ En qué nos debemos fijar, ¿en los hechos o en las ideas declaradas? La pregunta se puede utilizar en diversos ámbitos de la vida, pero yo la oí formulada para que se aplicase sobre los partidos políticos. Yo, en estos días, dejé que cayese la cuestión sobre el comportamiento de algunas personas y las declaraciones que realizan sobre esas sus conductas. El resultado era el esperado: contradictorio. Pero, más tarde, podemos ser nosotros mismos los que suframos esta cuestión. Tampoco se sostiene, entré en las mismas contradicciones, vi mis declaraciones grandilocuentes y vacías y mis actos guiados por mi interés, lo aleatorio y la debilidad. He de pensar detenidamente en todo ello.
+ He rescatado a Brígida de su sueño, de su ataúd de diablesa vampírica. Brígida es mi guitarra española. Ensayo acordes y trato de ‘sacar’ una canción, cantar un poco y sentir ese recóndito placer que es la música. En la modestia del dilectante que carece totalmente de cualidades, que reside, en contra de su voluntad, en la amusía.
+ [Música]. Un jazz casi inaudible, donde se mezcla lo brasileño y una aire de los años setenta. Flautas, guitarras con cuerdas de nailon, lejanas percusiones. Incluso un piano. Se evocan arquitecturas, licores, vestidos verdes pastel, conversaciones sobre literatura medieval o matermáticas superiores, economía, filología o el cultivo de jardines en el Norte de Inglaterra. Todo sucede en un vanguardista chalet en Los Ángeles. Es un escenario que se eleva sobre el discurrir por una sinuosa carretera. La sucesión de imágenes se nutre de una sobrevenida necesidad de sentir el tacto vital y cinematográfico de esta música y sus posibles escenarios. La vida es así. Sorpresas y elevaciones donde no se espera más que mesetas. La posibilidad se abre porque uno está dispuesto a ello. Cada momento se convierte en un regalo, lo valoramos como se debe valorar. El regalo es este minuto. Hoy la insinuación de sofisticadas fiestas, champagne en pequeñas dosis, su música, los vestidos, el brillo de los instrumentos, la vista de una bahía y la canción que flota en el tiempo. ¿Soy yo? Sin duda, por un momento, en una ensoñación.
+ Ha muerto Jose Luis Pérez de Arteaga, el gran crítico musical. He abierto su libro sobre G. Mahler y he comenzado la lectura. Setí pena. La misma pena que cuando murió Amy Winehouse. Conducía por solitarias carreteras y llegó la noticia. Recuerdo su voz y su magisterio, recuerdo que desprendía un saber que traspasaba las ondas. La silueta de los bosques son un aviso; apagué la radio y dejé que se oyesen los pájaros, el viento, la corriente inquieta de un arroyo. Esto no llegó al minuto, suficiente. Regreso a Mahler.
+ Imagen: en la parte de atrás de la ciudad. Es Oporto. No es un barrio marginal, tampoco está muy alejado del centro. Tras la Avenida de Boa Vista se esconde este retazo que conecta con algo tan de mi gusto como es el contraste paradójico entre lo muy moderno y lo que se resiste a morir y aporta ese grano de autenticidad. No hablo de tradiciones, ni de elementos a conservar, pero el día que se urbanice este fragmento, la cohesión entre la ciudad y yo cambiará de registros y será un poco menos mi pasado. El pasado lo contiene la foto: árboles, casas baratas, muros repintados de pintadas. Allí duerme otra intuición que no termina de concretarse, que no deseo concretar.