sábado, 25 de febrero de 2017

Soledades




+ Se aproxima la primavera, los días crecen y se disfruta del sol, cuando la  lluvia lo permite. No, es contante, pero la percepción es esa. He conducido sin prisas entre bosques y aldeas, he visto a los gatos saltar desde un tejado a otro, las ninfas ocultas me han susurrado secretos que nunca revelaré. Hay un viento eterno que me permite sobrellevar en tránsito de las estaciones, la constatación ineludible del paso del tiempo. Son juegos, perfeccionados con los años, con tanta rentabilidad.

+ Asisto a un breve pase de diapositivas de los cuadros del padre de Alma Mahler, Emil Jakob Schindler. Paisajes, bocetos, apuntes. Me llama la atención una marina que está en un museo de Moldavia. No trato de entender nada, al contrario: es una recuperación de otros momentos vividos y lejanos, de días de la adolescencia y las playas, tan lejanos como extraños. Esto me lleva a pensar en quiénes somos, en la coherencia biográfica, la cohesión de los hechos que se produce más por decantación o sedimentación que por la respuesta a un plan previo. Me interesa la sedimentación y en el cuadro se refleja una trayectoria que no ha terminado, pero que se dirige sin brújula a un no se sabe dónde. No creo que todo el mundo actúe de la misma manera, pero la condición del carácter es lo que imprime el impulso a la trayectoria, o se lo resta, lo desvía o hace que se hunda la nave y duerma en el fondo de ese océano sin nombre. Suena la número dos de Mahler. Buscaré una no-explicación en la mitología, por construir un muro de hielo y diamante.

+ El no-lugar es el espacio que nos pertenece, así lo veo ahora mismo [lo que no impide un cambio brusco de rumbo: la paradoja]. Por su incapacidad para hacerse concreto nos retrata con una precisión singular y exacta. Autopistas, establecimientos de comida rápida, pasillos de aeropuertos, gasolineras, cafeterías de hospital, piscinas públicas, estaciones de autobús, esferas o estuches vacíos de guitarras eléctricas. La poética del desastido, en la sala de espera: rostros vacíos que escrutan las brillantes pantallas de sus teléfonos. El día llega con lluvia y todo la ciudad es un escenario para los prólogos del deseo, que no se consumará. Llueve.

+ [Zenit / Nadir].

+ La conversación debe, necesariamente, estar gobernada por un genio que aparece cuando los dos interlocutores hacen presencia y se reconocen como iguales, pero mantienen sus diferencias, cuando se prestan a los juegos de turnos, pausas y silencios. Un genio del momento, para el momento. Nos tutela un dios menor, que impera sobre los encuentros y sus meandros. Intentamos observarlo, sin embargo es esquivo y se difumina. El coche avanza sin dificultad, con una fluidez que resulta equívoca: ¿es un coche o es una balsa? ¿un cofre, tal vez? Aquí comienza la conversación, éste es su punto de partida.


+ Imagen: la superposición de planos. El cielo, la medianera, el muro de ladrillo. Sobre su geometría gobierna una idea de detritus. Algo repetido, algo que definine y delimita. Los bordes de la realidad contienen en sí claves insospechadas, buscarlas es la tarea de hoy [¿y para mañana, qué?]

sábado, 18 de febrero de 2017

De nobis ipsis silemus




+ La traducción del título que encabeza la entrada viene a ser algo así como «callemos sobre nosotros mismos». Mantener silencio sobre nuestra persona, sobre nuestras opiniones, sobre lo que deseamos añadir a lo que no necesita aditivos. La consigna se recoge de un libro de Miguel Morey sobre Foucault, y viene de Bacon. Dejemos que el texto hable sin pervertirlo con nuestros juicios y opiniones, tan prescindibles. Así, con esta intención, he cogido las Letrillas de Góngora en la biblioteca. Leer, y nada más, palpar la música del idioma, su propia piel, la consistencia de los enlaces, como mucho determinar el verbo principal y sus complementos, quizá el sujeto. Leer, sólo leer. Nada más allá. Pienso en un periodista (especialista provinciano en diversos ámbitos artísticos) que leo a veces, que escribe todos los fines de semana en el periódico local. Hay un placer morboso en esta lectura porque él pone de relieve el valor de sus sentimientos en la percha de cualquier novela, poema, cuadro o música, con unos repetidos clichés espaciales, paisajísticos o ético-morales. Sé que tiene su reputación y a ese mundo no me pliego. Sonrío y le doy un largo trago a la amarga y fría cerveza. Y yo me digo que no hay nada más bello que esa hoja en blanco que nadie va a manchar. Pero no me acostumbro y comienzo a hablar, a escribir y digo estas cosas que tan poco valor tienen. Ay, callemos sobre nosotros mismos, por favor.

+ Me resulta particularmente enojosa la expresión: si x no existiese, habría que inventarlo. En el mismo orden, detesto: hay que reinventarse. Abandona tu zona de confort. Y así todo. He dimitido de mis propias manías para que otros venga a imponerme su visión. Otro cosmos necesario: el silencio.

+ Hay una erótica en los objetos de escritorio a la que no me puedo substraer. Portaminas, notas adhesivas, gomas de borrar, baratos bolígrafos de tinta verde, libretas de diferentes tamaños, la tinta azul de la pluma, lápices de colores, iluminadores fluorescentes (…) ¿Me aportan seguridad o sólo es un reflejo de un cierto confort que tanto aprecio, en el escenario de mi estudio mientras leo con un jazz suave y monótono? Todo un territorio, me digo, una nación, un país donde los límites no se han establecido, por el momento. Fuera llueve, hace sol o el viento sopla con fuerza, yo leo, tomo notas, escucho la música y vuelvo a Góngora: elogio de aldea, menosprecio de corte.

+ «¿Dónde podría yuxtaponerse no ser en el no-lugar del lenguaje?» (Foucault, en Las palabras y las cosas)

+ Suena en mi reproductor Carmen, lo que imposibilita cualquier lectura. No hay concentración salvo la que la música requiere. Coros, ascensos, descensos. Música que atraviesa el aire espeso de la tarde del sábado y ofrece una carta de batalla. Contra los baches de lo diario, contra la planicie en que se resuelve, siempre, la actualidad. Aquí hemos llegado por nuestra falta de ambición.

+ El domingo, temprano, veo Vidas rebeldes, o mejor: Los inadaptados, la traducción literal del título en inglés. Amanece lentamente y el blanco y negro lo inunda todo. No sé qué palabra emplear, pero me impresionan los caballos, me remito a los personajes y a la yuxtaposición de los diálogos que me llevan a pensar en un imposible sistema de turnos. Es de día ya, cuando termina la película y regreso a la sugerencia que me arrastró hasta aquí. Se cierra un círculo. Dejo que suene la canción de Auserón: Los inadaptados. Suena y el día es otro, hacía tiempo que no sentía esa nostalgia de lo no vivido, pero es domingo, no llueve y me espera una larga sesión de lectura. [No quiero escribir más sobre la sensación de extrañamiento que me ha producido la película, vuelvo al inicio: callemos sobre nosotros mismos].

+ [Misfits, es la palabra en inglés, en español: los inadaptados].


+ Imagen: la mirada del animal disecado decatanda por el filtro fotográfico. Se transmite una lejanía que no se atrapará, el huir en el campo que el cazador alcanza, que el taxidermista dibuja y que el que empuña la cámara trata de devolver a la vida [sin lograrlo]. Queda el tono de la tarde otoñal, poco más, salvo la constancia de la muerte, que encabeza el sentido de la foto: nadie ni nada le devolverá la vida al ciervo. Y, mientras cierro el párrafo, recuerdo aquella corza entrevista en su intimidad, el húmedo y suculento fondo del bosque, allí a donde nadie llega, donde habita la erótica recóndita del animal ajeno, desconfiado de nuestra mismidad; esa perturbación.

sábado, 11 de febrero de 2017

El color del ámbar




+ Al cabo del tiempo, me vuelvo a encontrar con la poesía de Jaime Gil de Biedma. Las personas del verbo. Leo los poemas en la cama, en la ultimísima hora del sábado. El tiempo ha pasado y hemos transitado sin pena ni gloria el paraíso y el infierno. En la lectura de estos poemas hay algo que tiene que ver con la revisión y el examen del pasado. El pasado es una resaca, una playa donde se ven arrojados los restos de todos los naufragios.  El pasado siempre es naufragio, porque sabemos bien a donde conduce su acumulación. La nada, ahí está. Los poemas flotan en una solución plasmática, se dejan querer pero contienen la violencia del fracaso y la victoria de la muerte sobre nuestra totalidad. Cuánto amamos esta poesía, cuánta identificación. Eramos unos adolescentes que prolongaban el fin de la infancia más allá de los treinta años, la poesía de Gil de Biedma era una buena bandera, un adecuado emblema. Hoy reposa el libro en la mesilla de noche y yo soy otro, el mismo, pero otro. Soy mi propio exilio, con debates y sin certezas.

+ En qué nos debemos fijar, ¿en los hechos o en las ideas declaradas? La pregunta se puede utilizar en diversos ámbitos de la vida, pero yo la oí formulada para que se aplicase sobre los partidos políticos. Yo, en estos días, dejé que cayese la cuestión sobre el comportamiento de algunas personas y las declaraciones que realizan sobre esas sus conductas. El resultado era el esperado: contradictorio. Pero, más tarde, podemos ser nosotros mismos los que suframos esta cuestión. Tampoco se sostiene, entré en las mismas contradicciones, vi mis declaraciones grandilocuentes y vacías y mis actos guiados por mi interés, lo aleatorio y la debilidad. He de pensar detenidamente en todo ello.

+ He rescatado a Brígida de su sueño, de su ataúd de diablesa vampírica. Brígida es mi guitarra española. Ensayo acordes y trato de ‘sacar’ una canción, cantar un poco y sentir ese recóndito placer que es la música. En la modestia del dilectante que carece totalmente de cualidades, que reside, en contra de su voluntad, en la amusía.

+ [Música]. Un jazz casi inaudible, donde se mezcla lo brasileño y una aire de los años setenta. Flautas, guitarras con cuerdas de nailon, lejanas percusiones. Incluso un piano. Se evocan arquitecturas, licores, vestidos verdes pastel, conversaciones sobre literatura medieval o matermáticas superiores, economía, filología o el cultivo de jardines en el Norte de Inglaterra. Todo sucede en un vanguardista chalet en Los Ángeles. Es un escenario que se eleva sobre el discurrir por una sinuosa carretera. La sucesión de imágenes se nutre de una sobrevenida necesidad de sentir el tacto vital y cinematográfico de esta música y sus posibles escenarios. La vida es así. Sorpresas y elevaciones donde no se espera más que mesetas. La posibilidad se abre porque uno está dispuesto a ello. Cada momento se convierte en un regalo, lo valoramos como se debe valorar. El regalo es este minuto. Hoy la insinuación de sofisticadas fiestas, champagne en pequeñas dosis, su música, los vestidos, el brillo de los instrumentos, la vista de una bahía y la canción que flota en el tiempo. ¿Soy yo? Sin duda, por un momento, en una ensoñación.

+ Ha muerto Jose Luis Pérez de Arteaga, el gran crítico musical. He abierto su libro sobre G. Mahler y he comenzado la lectura. Setí pena. La misma pena que cuando murió Amy Winehouse. Conducía por solitarias carreteras y llegó la noticia. Recuerdo su voz y su magisterio, recuerdo que desprendía un saber que traspasaba las ondas. La silueta de los bosques son un aviso; apagué la radio y dejé que se oyesen los pájaros, el viento, la corriente inquieta de un arroyo. Esto no llegó al minuto, suficiente. Regreso a Mahler.

+ Imagen: en la parte de atrás de la ciudad. Es Oporto. No es un barrio marginal, tampoco está muy alejado del centro. Tras la Avenida de Boa Vista se esconde este retazo que conecta con algo tan de mi gusto como es el contraste paradójico entre lo muy moderno y lo que se resiste a morir y aporta ese grano de autenticidad. No hablo de tradiciones, ni de elementos a conservar, pero el día que se urbanice este fragmento, la cohesión entre la ciudad y yo cambiará de registros y será un poco menos mi pasado. El pasado lo contiene  la foto: árboles, casas baratas, muros repintados de pintadas. Allí duerme otra intuición que no termina de concretarse, que no deseo concretar.

sábado, 4 de febrero de 2017

Carbunclos




+ El carbunclo es una piedra preciosa. El carbunclo no es otra cosa que el rubí. También es una enfermedad contagiosa, lo que muchas veces se ha llamado ántrax. La doble naturaleza de la palabra se une en el color rojo y el color rojo es el elegido para los últimos días de enero y los primeros de febrero, como empresa o enseña. El rubí y la enfermedad, el contagio y el lujo del rojo intenso de la piedra preciosa. Comienzan a crecer los días y hay en ello una alegría contenida, que apacigua la lluvia, una lluvia que persiste y atempera el fulgor del rojo. El rojo continúa vibrando, incluso cuando duerme.

+ Inicio el domingo con la música seriada de Philip Glass. Me sugiere un viaje en coche por paisajes desiertos, donde en el fondo se alza un raquítico árbol. Un cielo pleno, azules polarizados, viento suave, una cálida sensación de comienzo. Una nota sostenida, una voz, un instrumento que no llego a identificar, quizá sea un teclado, la síntesis de una flauta. La electrónica transforma la visión y cierro los ojos y vuelvo a esa carretera que no conduce a ningún lugar. La sensación de no pertenencia se acrecienta. Estamos despojados de la posibilidad de llegar a saber lo que realmente los otros piensan de nosotros, el fluir de la música y el imaginario automóvil inciden en esta certeza. Son cosas que se piensan cuando se viaja solo, cuando se conduce solo. Conducir es un placer, sentencia que precisa matices. Conducir es un verbo transitivo, yo soy el sujeto y el coche el agente, el complemento directo. La precisión no es necesaria, pero se funden extrañas razones, quién lleva a quién. Debo centrarme en el coche: es un Mini oscuro, con techo  solar que me ha costado 17.900 euros, tiene un potente equipo musical [donde suena Philip Glass], es potente, es brillante, es muy moderno, ultramoderno. El domingo es propicio para los ensueños seriales, minimalistas, centrados en un arte no realizado, que nunca se realizará. 1970, es el año de la composición.

+ 1970 invita al ensueño de un verano intenso con tardías notas hippies. La India, extensos prados recién segados, estudiantes de vacaciones que hacen auto-stop y tienen relucientes mochilas granates y verdes. Me fijo en sus misteriosos estuches de guitarra. Se ensambla todo en la mañana y el resultado es un hermoso y provincial bric-a-brac inmaterial. Ahí me reflejo, sin problemáticas.

+ La tempestad asoma su rostro, el viento y la lluvia, el frío y el gris profundo. No hay excusas, formamos parte de la meteorología: se refleja en lo diario y afecta a nuestro estado de ánimo. No hay excusas, tomo el libro de Marco Aurelio y después de leer se produce una ordenación. Cada elemento ocupa su lugar sin discusiones, el día comienza. El viernes tiene magia.

+ [Sobre un Mini que deseaba y no compré]. Lo vi durante días en la gran cristalera del vendedor de coches de segunda mano. Lo admiraba, sinceramente, lo admiraba. Así he visto cuadros, con esa misma entrega, pero con la conciencia de que en el momento en que me alejase de la sala, del museo, el cuadro penetraría en otra dimensión. La memoria, la memoria que selecciona momentos y los hace emerger sin coste alguno. Sé que con una postal, una foto, una imagen en un libro es suficiente. Ni siquiera eso. Con los coches me sucede algo similar. Los veo y los aprecio, pero no los deseo. Vi algún Aston Martin realmente hermoso, una belleza violenta como el caballo que corre desbocado sobre los prados mojados, bajo la lluvia intensa; me enamoró un Ferrari negro diamante que se dibujaba en el cristal acerado del expositor en Kensington; o un Bentley tenía algo luferino en su perfección negra o plateada, levemente invisible. Tres coches, tres olvidos. De uno de ellos incluso hice una foto. Hoy volví a pasar por delante del establecimiento del vendedor de coches de segunda mano y el Mini ya no estaba allí. Ahora se abre la posibilidad de jugar con la adivinación: quién es el propietario, qué le gusta exactamente del coche que ha adquirido, lo aprecia en la medida que yo lo aprecio. No. Para mí sólo es un objeto ornamental que me atrae pero, al tiempo, decido no necesitarlo. El día me bendice y yo lo agradezco con humilde nostalgia.

+ «Los edificios que fundé en el viento / él se los llevó, como él los sostenía» Juan de Tassis y Peralta, Conde de Villamediana, [en un soneto].


+ Comienza en la BBC-3 [Música Clásica] la primera sinfonía de Tchaikovsky. Abandono la escritura, la lectura y dejo que nada interrumpa la música. Es invierno y la intimidad del hogar define los límites.

+ [Imagen]: un Rolls en uno de esos callejones [Mews] de Londres: antes eran cuadras de caballos, hoy son carísimas viviendas. El coche está a tono con el cinematográfico escenario, nada desentona. Qué delicado, qué lujurioso este coche blanco tan pasado de moda. En eso estamos: vemos, disparamos y desaparecemos. Como por ensalmo. [Intencionadamente, le he añadido un filtro sepia y otro azul para que la foto tenga ese apecto anticuado: en ello me reflejo].