sábado, 17 de septiembre de 2016
Con pasos que otros huyen le he buscado
+ Vuelvo a ver los folletos que recogí en algunos museos y exposiciones en Madrid, en el mes de Agosto. No hay melancolía en esta recensión. Al contrario. Los momentos se reconstruyen y se extraen enseñanzas dispares, con una utilidad sinuosa. Recuerdo libros en vitrinas blindadas, que en esa protección parecen adquirir, mediante el distanciamiento, una calidad poética de difícil descripción. Sin saber porqué, en un latigazo casi eléctrico, la metempsicosis me asalta y me hace regresar a un viaje en tren desde Londres a Brighton. No importa, no es momento para hablar de ese trayecto, pero la rememoración está ahí, en este instante. Continúo. Los libros en sus urnas remiten a un tiempo que no ha de volver, pero que no permanece estático. La historia se escribe y se reescribe, no es una figura de cera inamovible y sin vida, nuestro pasado tampoco. Por eso, los folletos están vivos gracias a las asociaciones que establecen. En ello estamos y nos surge una duda sobre un autor, los dejamos donde estaban y nos sumergimos en otras lecturas. Ay, las tardes del domingo, tan propicias para el paseo en la provincia.
+ Somos una provincia de nosotros mismos, así es nuestra multiplicidad. Y quiero pensar en un lugar apartado, con profundas rías, rías con islas donde habitan pescadores que viven su vida sencilla y tranquila, bosques, montañas elevadas en la lejanía, lluvias apacibles y aldeas ordenadas, blancas, generosas. Esa región donde penetrar no es fácil y se requiere una contraseña compleja, la admisión transforma al admitido. El domingo es un día propicio para la ensoñación y el paseo.
+ Tengo entre otros libros pendientes uno que trata sobre la biblioteca del Greco. Corresponde a una exposición que se hizo en El Prado hace dos años. El tiempo parece no transcurrir sobre estos libros. La biblioteca del Greco me parece un libro elegante, una edición que reconforta debido al color y a la tipografía, a la distribución de los blancos. Es un placer ver las páginas, pasarlas sin leer nada de nada y quedarse en la estructura formal de la composición. Hay placeres recónditos que rivalizan con lujos prescindibles y perecederos. Pero no hay batalla, sólo una agradable conversación con aquellos que ya no pueden hablar: los muertos.
+ Esto es la lectura: una amistad con quién ya no te puede responder, que la interlocución se resume en un silencio que avanza sobre las líneas y compone un significado nuevo. Una vez más, escribo e insisto en que el pasado muda constantemente. Pensar que el pasado permanece inmóvil resulta ser un error que conduce a múltiples equivocaciones, como si se tratase de una camada de ratones que corretean sin rumbo, aparentemente. Pero no importa eso ahora. Vuelvo a abrir el libro de la exposición sobre la biblioteca del Greco y me hago cargo de cómo una vida se resume en un inventario tras la muerte, un inventario para distribuir una herencia [hoy ha adquirido otra funcionalidad, tan cara al investigador: ese registro que es ahora un documento que permite y ayuda a argumentar]. ¿Son los objetos que nos rodean parte de nosotros, algo que nos descirbe muy bien, que nos describen con una precisión insospechada? Ahora veo la reproducción del pórtico del libro de Vasari Vida de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos, editado en Florencia; en la ficha se reseñan sus propietarios, entre ellos el Greco. Y qué decir. Los libros, de ninguna manera, nos pertenecen. Una vez que hayamos muerto se esparcirán en una explosión que los dirigirá a las tiendas de segunda mano, a los rastros o a la librería de lance; alguien tomará este libro del que hablo, considerará que es un pequeño tesoro, pagará por él y, ya en su casa, disfrutará como yo disfruto, a sabiendas, o no, de que un proceso semejante al descrito va a suceder, tarde o temprano. En ello veo una grandeza que une a los lectores de un tiempo por venir y de un tiempo que nunca volverá.
+ [Endecasílabo final de un soneto escrito por Quevedo]: «Con pasos que otros huyen le he buscado». Me subyuga el misterio que transmite este recorte. Queda una vibración de misterio y amor, porque habla del error de los que aman, mientras avisa que no sigan los amantes los caminos que él siguió. A pesar de que hay una codificación innegable, producto de los ecos petrarquistas, prefiero pensar que bajo este esquema la necesidad de expresar un sentimiento auténtico prevalece, se eleva y alcanza la superficie del océano poético. Repito y recuerdo: «Con pasos que otros huyen le he buscado».
+ Busco un libro de T.S. Eliot y no aparece. No resulta infrecuente este fracaso. ¿Una derrota? La búsqueda me lleva a afrontar un escrutinio; la biblioteca refleja tiempos, querencias y desacuerdos. Uno se retrata en estas elecciones que son la compra de libros. Como sucede con los folletos, se rememoran tiempos y lugares, amigos, conocidos y libreros. Ciudades que ya sólo son viento en la memoria, niebla o lluvia fina en el comienzo del día; bajo las celdas de un convento de monjas, cuando ellas comienzan a rezar e inauguran el nuevo día. Llueve ahora en Santiago y a nadie le importa.
+ Imagen: la flor no se puede ni se debe fotografiar; así, parece una blasfemia, un pecado en la mente de los iconoclastas. No es posible resistirse, y cuando el resultado se muestra: la decepción es una enseñanza que perdura, que debe perdurar.
