sábado, 3 de septiembre de 2016

Propocionalmente





+ Escucho en Radio Nacional, (R1) a Emilio Gutiérrez Cava. Me gusta como habla sobre su profesión y sobre los trenes. Estimo la interpretación  como un oficio y las circunstancias de este oficio en la boca de un trabajador reflejan una verdad que no admite duda; así, me gusta oírle como me gusta oír a los carpinteros o a los que para ganarse el sustento se ocupan de los jardines, de un huerto o de la limpieza de las playas, y hablan de las labores diarias sin darse mucha importancia, o, mejor, ninguna. Por ejemplo. Hay algo en quién vive el oficio desde el núcleo de su esencia, sin poner, ni quitar; que lleva al elogio de la rutina, los cimientos de las tareas y de los logros. Dice, más tarde, que la crítica en sus inicios no lo estimo demasiado, una porque tenía un aspecto blando y otra por apellidarse Gutiérrez. Una, dos tonterías muy notorias, pero la biografía las desdice sin aspavientos.

+ Los trenes. Yo viví mi época de trenes, en la infancia. Viajes que duraban todo un día, a pesar de que la distancia no llega a los doscientos kilómetros. Trenes correo, enlaces y correspondencia, estaciones de tren con olor a gasoil y a café con leche, pan y leche tibia; por contra, tabacazo y vino mañanero en las manos de los que poblaban los cafés. Recuerdo los billetes, amarillos y azules, pequeños, impresos en un cartón duro y barato. Aquellos trenes con pasillos e infinitas posibilidades narrativas. ¿Dónde anidaron aquellas novelas que nunca nadie escribió y, tal vez, nunca escribirá?

+Nemo dat quod non habet. Nadie da, lo que no tiene.

+ No he dejado de pensar en una película que nunca vi, pero de la que conozco el conflicto con precisión. Se trata de Los Visitantes, con Jean Reno y Chistian Clavier. En primer lugar, no tengo intención de verla, ninguna, y no quiero averiguar si me gustaría o no me gustaría. Pero eso carece de importancia, es algo que va más allá del entretenimiento, aunque, también, sea entreteniento. Lo que me interesa es el punto de vista: dos hombres vienen de la Edad Media mediante un viaje en el tiempo y se plantan en nuestra era. Me interesa la perplejidad. Yo pienso en ello cuando estoy solo y trato de asumir esa condición de extrañamiento, con la idea de maravillarme con todo lo que me rodea, desde el bolígrafo Bic hasta los camiones articulados. Cada elemento del presente merece una glosa, me digo y veo mi anticuado teléfono móvil y me dijo que sí, que también es un prodigio, así: el ordenador, las balizas en la carretera, la iluminación de las gasolineras a las nueve cuarenta y cinco, cuanto todavía la noche no ha cubierto totalmente el paisaje. A renglón seguido, recuerdo imprecisamente una cita de Nabokov en la que reclama las maravillas del presente, y hace hincapié en la llegada del hombre a la luna. Yo hago lo mismo mientras conduzco, cuando corro y no dejo de fijarme en los futuristas atuendos que llevamos los que corremos: azules, naranjas, verdes, amarillos, esas zapatillas multicolores y con reflectancia, las gafas de sol o los auriculares. Finalmente, lo que suma es el asombro y él me descanso cuando me aburro, es decir: nunca.

+ Un poco más sobre la anterior: me dejo sorprender por el coche que me adelanta cuando compruebo que en el asiento trasero un niño ve una película de Winnie The Pooh, veo al osito tras las ventanillas, veo el colorido de la película de dibujos animados en la oscuridad de la noche, en el interior del coche. Con una llama multicolor el coche se aleja y yo quedo a solas con la Pastoral de Beethoven, acogido por las lechosas luces de las farolas. Beethoven, conducción y luces. Todo tan moderno, tan intemporal. Muere el día.

+ Encuentro unos sueltos de un libro de autoayuda. Me detengo y leo con atención para comprobar que todo lo relatado estaba ya en las Meditaciones de Marco Aurelio. Veo un vídeo de un profesor de filosofía en una universidad mexicana y afirma que Zaratustra no deja de ser un libro de autoayuda, le escucho y termino por darle la razón. Ahora me paro y pienso en el concepto y en la necesidad de no tener miedo, de dejar a un lado lo terrible. ¿Es la meta de la vida la felicidad? Probablemente, pero sin pensar mucho en ella, sin marcarse metas, más bien como el que cabalga la ola con lo único que es realmente: lo presente. Amanece, corro, leo, como, trabajo y regreso a la cama. No hay otro proyecto, la lectura es la centralidad pero podría prescindir de ella, eso quiero pensar. 


+ Imagen: la pantalla como vehículo de comunicación distorsionada por el disparo fotográfico; una trompe de oeil, el reflejo del reflejo, la reflexión sobre lo reflexionado, las transiciones futuristas hacia lo abstracto.