sábado, 24 de septiembre de 2016

Aristas y vértices



+ Aunque la mayor parte de las veces conducir me resulte indiferente: lo hago y poco más, hay ocasiones en que me gusta. Pongo un ejemplo. Por razones de trabajo me vi obligado a conducir de noche, entre la niebla mientras una lluvia fina impedía la visión. Las luces de las farolas centelleaban como amebas, como luciérnagas desvaídas. Sintonicé la emisora de música clásica y me dejé llevar por un aliento de ciencia ficción: la música exacta, la iluminación verde de los controles del coche, mi propio atuendo.  Elementos que podrían conformar un escenario de película. Mi placer residía en la capacidad para recolectar partes substanciales de una dirección de arte para esa película nunca filmada. También, por momentos, sentía una inquietud debida a la poca visibilidad y un peligro cierto. Y a lo que iba: buscar la inversión de las situaciones aporta fuerza y reduce la desidia. ¿Es un trabajo? Sí, es un trabajo que, como todos los trabajos, requiere esfuerzo, pero, como siempre, el esfuerzo mismo encuentra su recompensa, la tarea bien hecha. Por último, era algo de Strauss lo que sonaba y esa perfección mitigaba todas las aristas y vértices de esa hora. La una y media de la madrugada.

+ Hay amplios catálogos de mal educados e irrespetuosos. No puedo dejar de observar su comportamiento. Un viernes vamos a unas termas de estilo japonés, claramente se dice que es obligatorio guardar silencio: ¿cuántos no guardan silencio?; otro día, en el gimnasio, hay un hombre mayor que clama contra los políticos de la derecha y de la izquierda, sin piedad, se puede ver un cartel que dice que está prohibido afeitarse en recinto de la piscina: él se afeita y protesta; el sábado voy a correr y una vez más hay corredores y caminantes que transitan por el carril-bici. Y así. Tantas cosas. Resulta molesto, pero lo mejor es guardar silencio ya que manifestarse conduce a otra situación desagradable. Yo no soy el policía de nadie. Me llama mucho la atención que personas que actúan al margen de las normas de convivencia, más tarde son inflexibles con la corrupción de los políticos y uno deja de preguntarse: si no son capaces de guardar silencio, respetar el cartel que impide afeitarse, no ir por el carril-bici o, en el caso de los ciclistas, abstenerse de circular por la acera, ¿cómo manejarían un presupuesto si en su manos cayese uno? No sé, es fácil juzgar a los otros y ser muy benévolo con uno mismo. Creo que resulta necesario pensar mucho antes de hablar, como parece ser que hacen los indios de la Amazonia, que creen firmemente en la palabra y por ese compromiso que implica, pesan y miden las suyas. El valor de la palabra está en función del uso y abuso que de ella se haga. ¿Respetar las normas? Sí, creo que es necesario, pero, antes, por favor, un poco de silencio, un largo silencio, si es posible.

+ ¿Es el acero el marido de la acera?

+ «A job for the boys», leo en un resaltado de una columna de un diario portugués. Me gusta la expresión porque comprime una manera de conducirse en política: los favores, las deudas y el pago de las deudas. En inglés suena mejor. Toda una categoría, todo un estilo. Una manera de otorgar beneficios laborales para aquellos que han sido fieles, pero que no están capacitados para desempeñar esa tarea. Vuelvo a la expresión y me parece que es una guía, útil, para conducirse en la actualidad del momento.

+ Periódicos en otro idioma [que no es el mío]. A finales de agosto, fuimos a Caminha, tomamos café, bebimos cerveza y pedimos unas torradas. Bajo el calor de las últimas horas de la tarde, poco a poco, la conversación derivó hacia la relación sentimental que nos une a Portugal y la conclusión se aproximaba a una ausencia de explicación: como si se tratase de un ciego enamoramiento que oscila entre el amor cortés y un amor romántico: de paisajes, medievalismo y ensoñaciones. Aunque, todo sea dicho, me atrae mucho el Portugal moderno, sus jóvenes, su música, las nuevas tramas de las ciudades, los transportes públicos futuristas o las exposiciones de arte contemporáneo, con su leve aire local. Pero, llegado un momento, me levanté de mi silla en la terraza y compré el diario Publico [Publico-pt]. Hoy lo veo, pasado el tiempo, y esa fosilización de la noticia es una invitación al regreso. ¿Cuándo? En breve.

+ Encuentro, por casualidad, una mención a una guitarra Les Paul que Pete Townsend rompió y que ahora se exhibe en el Victoria & Albert. Estudio la fotografía y encuentro en ella una cierta sedimentación de lo ‘moderno’, de todos aquellos años que supusieron una ruptura con el pasado y el afianzamiento de la juventud como una clase social. La guitarra es hermosa y su descuartizamiento le aporta un plus de irracionalidad que contrasta con la perfección y exactitud de cualquier guitarra Gibson. En ella se resume el triunfo de una revolución. El color dorado, la arquitectura de sus micrófonos, las sensuales curvas de su cuerpo. Y por otro lado, las modificaciones que el guitarrista de The Who operó en ella, para, finalmente, darle mayor potencia al sonido. Pero está rota por el mástil y tras él asoma un hierro que es el alma de ese mismo mástil, con esa función de tensarlo y destensarlo. Ahora ya no es una guitarra sino un objeto artístico condicionado por el uso que un día P.T. le otorgó, esa transformación, esa metamorfosis. Y así se cumple aquello de que arte es todo lo está dentro de un museo. Cierto es, pero, también, hay mucho más, muchísimo más. Por ejemplo, su apunte a vuela pluma.

+ Imagen: un día en Oporto. La palabra time es una condensación de toda una temporada, el desarrollo de una intuición. La fotografía certifica la potencia de time, ya que haber pasado de la pared a la substancia de una pantalla sólo es un posibilidad, una entre mil.


sábado, 17 de septiembre de 2016

Con pasos que otros huyen le he buscado




+ Vuelvo a ver los folletos que recogí en algunos museos y exposiciones en Madrid, en el mes de Agosto. No hay melancolía en esta recensión. Al contrario. Los momentos se reconstruyen y se extraen enseñanzas dispares, con una utilidad sinuosa. Recuerdo libros en vitrinas blindadas, que en esa protección parecen adquirir, mediante el distanciamiento, una calidad poética de difícil descripción. Sin saber porqué, en un latigazo casi eléctrico, la metempsicosis me asalta y me hace regresar a un viaje en tren desde Londres a Brighton. No importa, no es momento para hablar de ese trayecto, pero la rememoración está ahí, en este instante. Continúo. Los libros en sus urnas remiten a un tiempo que no ha de volver, pero que no permanece estático. La historia se escribe y se reescribe, no es una figura de cera inamovible y sin vida, nuestro pasado tampoco. Por eso, los folletos están vivos gracias a las asociaciones que establecen. En ello estamos y nos surge una duda sobre un autor, los dejamos donde estaban y nos sumergimos en otras lecturas. Ay, las tardes del domingo, tan propicias para el paseo en la provincia.

+ Somos una provincia de nosotros mismos, así es nuestra multiplicidad. Y quiero pensar en un lugar apartado, con profundas rías, rías con islas donde habitan pescadores que viven su vida sencilla y tranquila, bosques, montañas elevadas en la lejanía, lluvias apacibles y aldeas ordenadas, blancas, generosas. Esa región donde penetrar no es fácil y se requiere una contraseña compleja, la admisión transforma al admitido. El domingo es un día propicio para la ensoñación y el paseo.

+ Tengo entre otros libros pendientes uno que trata sobre la biblioteca del Greco. Corresponde a una exposición que se hizo en El Prado hace dos años. El tiempo parece no transcurrir sobre estos libros. La biblioteca del Greco me parece un libro elegante, una edición que reconforta debido al color y a la tipografía, a la distribución de los blancos. Es un placer ver las páginas, pasarlas sin leer nada de nada y quedarse en la estructura formal de la composición. Hay placeres recónditos que rivalizan con lujos prescindibles y perecederos. Pero no hay batalla, sólo una agradable conversación con aquellos que ya no pueden hablar: los muertos.

+ Esto es la lectura: una amistad con quién ya no te puede responder, que la interlocución se resume en un silencio que avanza sobre las líneas y compone un significado nuevo. Una vez más, escribo e insisto en que el pasado muda constantemente. Pensar que el pasado permanece inmóvil resulta ser un error que conduce a múltiples equivocaciones, como si se tratase de una camada de ratones que corretean sin rumbo, aparentemente. Pero no importa eso ahora. Vuelvo a abrir el libro de la exposición sobre la biblioteca del Greco y me hago cargo de cómo una vida se resume en un inventario tras la muerte, un inventario para distribuir una herencia [hoy ha adquirido otra funcionalidad, tan cara al investigador: ese registro que es ahora un documento que permite y ayuda a argumentar].  ¿Son los objetos que nos rodean parte de nosotros, algo que nos descirbe muy bien, que nos describen con una precisión insospechada? Ahora veo la reproducción del pórtico del libro de Vasari Vida de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos, editado en Florencia; en la ficha se reseñan sus propietarios, entre ellos el Greco. Y qué decir. Los libros, de ninguna manera, nos pertenecen. Una vez que hayamos muerto se esparcirán en una explosión que los dirigirá a las tiendas de segunda mano, a los rastros o a la librería de lance; alguien tomará este libro del que hablo, considerará que es un pequeño tesoro, pagará por él y, ya en su casa, disfrutará como yo disfruto, a sabiendas, o no, de que un proceso semejante al descrito va a suceder, tarde o temprano. En ello veo una grandeza que une a los lectores de un tiempo por venir y de un tiempo que nunca volverá.

+ [Endecasílabo final de un soneto escrito por Quevedo]: «Con pasos que otros huyen le he buscado». Me subyuga el misterio que transmite este recorte. Queda una vibración de misterio y amor, porque habla del error de los que aman, mientras avisa que no sigan los amantes los caminos que él siguió. A pesar de que hay una codificación innegable, producto de los ecos petrarquistas, prefiero pensar que bajo este esquema la necesidad de expresar un sentimiento auténtico prevalece, se eleva y alcanza la superficie del océano poético. Repito y recuerdo: «Con pasos que otros huyen le he buscado».

+ Busco un libro de T.S. Eliot y no aparece. No resulta infrecuente este fracaso. ¿Una derrota? La búsqueda me lleva a afrontar un escrutinio; la biblioteca refleja tiempos, querencias y desacuerdos. Uno se retrata en estas elecciones que son la compra de libros. Como sucede con los folletos, se rememoran tiempos y lugares, amigos, conocidos y libreros. Ciudades que ya sólo son viento en la memoria, niebla o lluvia fina en el comienzo del día; bajo las celdas de un convento de monjas, cuando ellas comienzan a rezar e inauguran el nuevo día. Llueve ahora en Santiago y a nadie le importa.

+ Imagen: la flor no se puede ni se debe fotografiar; así, parece una blasfemia, un pecado en la mente de los iconoclastas. No es posible resistirse, y cuando el resultado se muestra: la decepción es una enseñanza que perdura, que debe perdurar.

sábado, 10 de septiembre de 2016

Antifashion Pack





+ «También para los tristes hubo muerte», fragmento de una octava del Conde de Villamedia, que a su vez está tomado de unos versos de un poema de Camoens. En el caso del portugués se trata de un poema de ocasión; en caso del español, no lo sé, por el momento. Con todo, es clara la intención barroca que resalta la fugacidad de la vida, esa verdad que no se puede cuestionar, así como su destino: la muerte. La muerte es en realidad la experiencia humana que determina toda la existencia. Ya sé que lo dicho es una obviedad, pero ayer, mientras transitaba por esas carreteras, oía a uno decir que su viaje a Alaska le había resultado carísimo y le había transformado como persona. No pude menos que reír, reír con ganas. No deja de ser una apreciación bien simple; nada nuevo encontraremos más allá de nuestra vida cotidiana, salvo la calderilla de la novedad. Al mismo tiempo, siempre desconfío de estos cambios tan radicales, pero el hecho de ser un viaje carísimo le da un aspecto muy ornamental en la persona. «Yo, que he estado en Alaska», como argumento de autoridad al calor del gin-tonic helado y el cigarrillo rubio es irrebatible [en ese ámbito]. Pero yo viajaba con aquél verso, que potenció la impresión fugaz de la totalidad, y, simultáneamente, la importancia de exprimir cada instante, sin alejarse del presente. Vuela el tiempo y ese volar es su virtud, aquí y en Alaska.

+ Continuo viendo vídeos de moda. La duración es variable, oscila entre unos pocos minutos y otros que rebasan la hora. Hoy, en concreto, veo uno que trata de un desfile de Jeremy Scott, el diseñador norteamericano. Hay muchas cosas que me llaman la atención, pero sobre ellas una en especial: la ropa mantiene la actualidad, pero los teléfonos, las cámaras de fotos, los ordenadores y la páginas web son viejísimas, y sólo han pasado seis años de aquél desfile. Algo nos lleva a pensar que los artilugios electrónicos tienen una vida muy corta y poco interesante una vez que su momento pasa; por el contrario, la ropa posee alma, vive y muere y resucita [así regresan los años ochenta o los noventa], los devices ni siquiera se expresan, no toman de su propietario su vivir, como sucede con la ropa. Pienso en cómo unos zapatos acaban por pertenecer a la huella del dueño, como los pliegues de un pantalón son el dibujo de unas piernas, o un bolso que atesora en sí las historias de su propietaria, alegrías y penas en ese desgastarse elegante,  de la misma manera sucede con los rostros: qué bellos envejecer he encontrado en el camino. Finalmente, sé que todo en su absoluta existencia es un memento mori, el retrato de una vanidad, la vanidad del vivir y creer que el instante es eternidad. Por cierto, en algún lugar leo cómo vanidad y vacío se equiparan. Apago el televisor, apago el AppleTv, apago mi teléfono. Se cierra el tiempo de los devices y se abre el tiempo del sueño.

+ Alguien dice: la gente interesante habla de ideas, la gente mediocre de cosas, la gente vulgar habla de vino. No puedo dejar de reír por la extraña descripción que se produce, extraña y certera.

+ Veo crecer las montañas de libros a mi alrededor como si se tratase de una favela que asciende por la ladera de una montaña. Sin orden, multicolor, propositiva. Así es mi manera de leer; aunque hay una parte sistemática, programada y exacta, tiene su contra en un desorden fértil. Antes de dormir estudio los títulos y veo que esperan muchos por mi atención, esto me lleva a establecer una tregua. No compraré más libros. ¿No? Como dicen todos los adictos, yo controlo.

+ Mientras corro escucho la canción de Prefab Sprout Music Is A Princess. En resumen, una voz dice que la música es una princesa y él un chico vestido de harapos, Oliver Twist: resume. Sin embargo, desde que escuchó su voz por primera vez se entregó a sus banderas, esas que él enarbola. La música. El arte llama a muchos y a muchos digiere, porque el talento es escaso y dentro de esa minoría hay muchos que lo malgastan en artificios, en empresas sin corazón o sin estilo, en sus propios pozos de dolor y auencia. Hay algo en la creación doloroso y difícil de comprender para aquél que nunca se atrevido a escribir un poema, componer una canción o empuñar un lápiz para dibujar un rostro amado, sin ir más lejos. Corro y veo como el día comienza, como se desplazan los patos sobre el agua, las canoas y las piraguas, como otros también corren o pasean; y la música está ahí, con algo tan complicado de explicar y, a la vez, tan intenso. La música nos acerca a una parte desconocida de nosotros mismos, mediante un entramado de sugerencias y sinestesias desde donde emergen episodios vívidos, rostros, aromas, lejanías, ropas, eróticas muchachas que nunca existieron, hombres hermosos y/o andróginos. Sí, somos muchachos harapientos que gozan con las limosnas musicales, mientras otros son devorados por sus tentativos ofrecimientos: ay, muchos son los llamados, pocos los elegidos, y, nosotros, somos espectadores impasibles, mientras corremos.

+ Los disparatados viajes en los noventa que nos llevaron hasta Lisboa en una carambola de licor barato, libros y conversaciones. Así se ha quedado fosilizada aquella Lisboa en una canción de los Smiths. A renglón seguido, regreso al tratamiento de la mitología en el barroco español. ¿Son complementarios estos mundos o se solapan? Sin duda, yo soy esto y mucho más, pero todavía está por descubrir: cada día tiene su afán, cada afán es una propuesta para el triunfo, ya el triunfo es la indiferencia; y así.

+ Imagen(es): ante los jardines, ante un estanque, las formas nos llevan a la abstracción y todo lo que se abstrae se aleja de lo natural, aunque éste sea el punto de partida; lejano suena jazz en alguna emisora, casi imperceptible, como el color verde, como la forma de una hoja, como el giro súbito de un insecto.

sábado, 3 de septiembre de 2016

Propocionalmente





+ Escucho en Radio Nacional, (R1) a Emilio Gutiérrez Cava. Me gusta como habla sobre su profesión y sobre los trenes. Estimo la interpretación  como un oficio y las circunstancias de este oficio en la boca de un trabajador reflejan una verdad que no admite duda; así, me gusta oírle como me gusta oír a los carpinteros o a los que para ganarse el sustento se ocupan de los jardines, de un huerto o de la limpieza de las playas, y hablan de las labores diarias sin darse mucha importancia, o, mejor, ninguna. Por ejemplo. Hay algo en quién vive el oficio desde el núcleo de su esencia, sin poner, ni quitar; que lleva al elogio de la rutina, los cimientos de las tareas y de los logros. Dice, más tarde, que la crítica en sus inicios no lo estimo demasiado, una porque tenía un aspecto blando y otra por apellidarse Gutiérrez. Una, dos tonterías muy notorias, pero la biografía las desdice sin aspavientos.

+ Los trenes. Yo viví mi época de trenes, en la infancia. Viajes que duraban todo un día, a pesar de que la distancia no llega a los doscientos kilómetros. Trenes correo, enlaces y correspondencia, estaciones de tren con olor a gasoil y a café con leche, pan y leche tibia; por contra, tabacazo y vino mañanero en las manos de los que poblaban los cafés. Recuerdo los billetes, amarillos y azules, pequeños, impresos en un cartón duro y barato. Aquellos trenes con pasillos e infinitas posibilidades narrativas. ¿Dónde anidaron aquellas novelas que nunca nadie escribió y, tal vez, nunca escribirá?

+Nemo dat quod non habet. Nadie da, lo que no tiene.

+ No he dejado de pensar en una película que nunca vi, pero de la que conozco el conflicto con precisión. Se trata de Los Visitantes, con Jean Reno y Chistian Clavier. En primer lugar, no tengo intención de verla, ninguna, y no quiero averiguar si me gustaría o no me gustaría. Pero eso carece de importancia, es algo que va más allá del entretenimiento, aunque, también, sea entreteniento. Lo que me interesa es el punto de vista: dos hombres vienen de la Edad Media mediante un viaje en el tiempo y se plantan en nuestra era. Me interesa la perplejidad. Yo pienso en ello cuando estoy solo y trato de asumir esa condición de extrañamiento, con la idea de maravillarme con todo lo que me rodea, desde el bolígrafo Bic hasta los camiones articulados. Cada elemento del presente merece una glosa, me digo y veo mi anticuado teléfono móvil y me dijo que sí, que también es un prodigio, así: el ordenador, las balizas en la carretera, la iluminación de las gasolineras a las nueve cuarenta y cinco, cuanto todavía la noche no ha cubierto totalmente el paisaje. A renglón seguido, recuerdo imprecisamente una cita de Nabokov en la que reclama las maravillas del presente, y hace hincapié en la llegada del hombre a la luna. Yo hago lo mismo mientras conduzco, cuando corro y no dejo de fijarme en los futuristas atuendos que llevamos los que corremos: azules, naranjas, verdes, amarillos, esas zapatillas multicolores y con reflectancia, las gafas de sol o los auriculares. Finalmente, lo que suma es el asombro y él me descanso cuando me aburro, es decir: nunca.

+ Un poco más sobre la anterior: me dejo sorprender por el coche que me adelanta cuando compruebo que en el asiento trasero un niño ve una película de Winnie The Pooh, veo al osito tras las ventanillas, veo el colorido de la película de dibujos animados en la oscuridad de la noche, en el interior del coche. Con una llama multicolor el coche se aleja y yo quedo a solas con la Pastoral de Beethoven, acogido por las lechosas luces de las farolas. Beethoven, conducción y luces. Todo tan moderno, tan intemporal. Muere el día.

+ Encuentro unos sueltos de un libro de autoayuda. Me detengo y leo con atención para comprobar que todo lo relatado estaba ya en las Meditaciones de Marco Aurelio. Veo un vídeo de un profesor de filosofía en una universidad mexicana y afirma que Zaratustra no deja de ser un libro de autoayuda, le escucho y termino por darle la razón. Ahora me paro y pienso en el concepto y en la necesidad de no tener miedo, de dejar a un lado lo terrible. ¿Es la meta de la vida la felicidad? Probablemente, pero sin pensar mucho en ella, sin marcarse metas, más bien como el que cabalga la ola con lo único que es realmente: lo presente. Amanece, corro, leo, como, trabajo y regreso a la cama. No hay otro proyecto, la lectura es la centralidad pero podría prescindir de ella, eso quiero pensar. 


+ Imagen: la pantalla como vehículo de comunicación distorsionada por el disparo fotográfico; una trompe de oeil, el reflejo del reflejo, la reflexión sobre lo reflexionado, las transiciones futuristas hacia lo abstracto.