sábado, 19 de marzo de 2016

Simulación (b)



+ [Fotos y textos]. Un folleto electrónico de una universidad privada en algún país de la Unión Europea; otro folleto de otra universidad privada en otro país de la Unión Europea; y un tercero y un cuarto y un quinto. Los formatos comparten ciertas características, pero, al final, difieren ligeramente: equiparables, tal vez . En todos ellos hay una línea en las fotografías que los ilustran que establece algo más que un estilo. La alegría, el desenfado, una apertura en los espacios y una camaradería multirracial y una disparidad que no permite distinguir los profesores de los alumnos, salvo por evidentes diferencias de edad. Es un mundo atractivo y líquido, que se opone a una idea de rigidez que los estudios superiores suelen connotar y denotar. La foto parece, en un primer momento, más importante que el texto o la maqueta del folleto, que están mucho más próximos a esa idea de universidad como liderazgo, experiencia, trabajo en compañías internacionales, entornos y excelencia. No es necesariamente un hiato entre fondo y forma, entre mensaje e intención. No hay un sentido alegórico. Estudiar los rostros, los cuerpos y los espacios como si se tratase de un comentario de una instalación en el sentido clásico del formato escolar arroja un retrato del mundo que habitamos muy exacto: lo lúdico es el destino. El destino es la trayectoria divertida que la vida nos da y nos ofrece con gallardo optimismo, hasta en esos momentos tan serios de la elección del futuro, la elección de la carrera. El texto y la maqueta nos dan el contexto. Fotos para los hijos, texto para los padres. El mensaje es que se puede combinar el desenfado con la exigencia más severa: aquí nadie tira su dinero, pues todo está destinado al triunfo, a obtener una muy substanciosa plusvalía vital. El folleto es perfecto y su producto también, sin duda. El producto no deja de ser la vida excelente de los elegidos. Una frontera invisible.

+ La postmodernidad es ante todo cuestionamiento. Nuestra época es una época sin certezas, sin anclajes, difusa tal vez. Dios murió en el siglo XIX, y ahora ajemos   al desarrollo histórico debemos ocupar su lugar, pero ni siquiera creemos en nosotros: porque estamos muertos y como los protagonistas de alguna película no lo sabemos. Es una duda constante, una incerteza que sólo se combate levantando presas y represas que contengan el aburrimiento. La soledad es muy mala de aguantar. Yo que pasó mucho tiempo solo aprendo a estar con mi mismidad, a luchar contra ella, anularla, a rebajar ese tono que el yo quiere imponer. El silencio es la medida, el silencio es el remedio. Un vacío necesario. Vuelvo a ver las alegres poses que el folleto ofrece. Me detengo en la escuela de arquitectura y trato de darle un sentido al relato que se pretende escenificar. Ya está reseñado un poco más arriba; pero algo brota espontáneamente: quizá no sean estudiantes y se trate de modelos, totalmente ajenos a la enseñanza universitaria privada, a esa clase social que pueble estas aulas y desconectados de esa suerte de valores que sustentan todo el entramado. Pensar que son modelos me sitúa en el centro de este mirar postmoderno: duda, anulación del yo y la simulación. La simulación como moneda, la simulación como lingua franca

+ La simulación, el disfraz, la farsa o la vida como obra teatral. El telón se levanta cada mañana y saltamos hacia el escenario. Cuánto tiempo nos ha llevado preparar el papel que hoy representamos: desde el vientre materno hasta el último suspiro: esa es la tarea: encomendarse a una buena interpretación de ese yo que nos posee. Una buena representación se sustenta en el vértice entre la seguridad en uno mismo y la asunción de que lo imperfecto es la piedra angular de toda personalidad. Se vierten las sensaciones en ese cambiante personaje que somos. El dibujo del gesto se da en función de los que nos acompañan, nos evitan o le producimos una abúlica indiferencia. El día comienza, la función se inicia, el telón se levanta según el despertador suena.

+ Le saludé y no me saludó. Bajó la cabeza y continuó silbando. No le di importancia porque me propuse no darle importancia. Una longitud variable es el límite. Ni siquiera le molestó mi indiferencia: ahí es donde estaba la lección: el vacío como posibilidad nuclear.

+ Al borde de la carretera veo tres motoristas, por las matriculas de sus motos me doy cuenta de que son británicos. Les observo como se observa la pintura en el museo, vaya: con solemnidad. Esa reverencia no es percibida, pero me permite componer una escena que se evapora sin remedio. Arrancan y se alejan por la carretera: tres motos, la niebla que recubre el paisaje y oculta las copas de los eucaliptos, el brillo del asfalto: entre el charol y la piel del reptil. No hay colores, salvo el brillante color amarillo de sus chalecos, que en la parte posterior llevan escrita una sentencia: Be Polite, Be Brit. El día es un misterio y sus imágenes son guías para descifrar lo indescifrable; su relato, otra codificación.

+ Suena Babies de Pulp. Harvis es elegancia para la clase trabajadora. El estilo es posible en cualquier circunstancia. En ello estamos, aunque nuestra estatura no alcance el metro noventa y cinco: no se puede tener todo.

+ Imagen: una turista perdida en el metro de Lisboa. La imagen es un emblema, o eso me gustaría: ¿cuál es acertijo, quién lo desvelará?, ¿y la sentencia? La sentencia: canciones de Pulp en el Mp3, el mundo y la juventud sonora que pastorea en las ciudades en una equiparación de tatuajes, teléfonos y reiteraciones.