sábado, 12 de marzo de 2016
Detritus (II)
+ Pienso en hoteles, recepcionistas y clientes. En cómo el recepcionista termina siempre por adquirir la destreza de ver a una persona y adivinar extraños pliegues. Esa manera se desarrolla lentamente y termina por ser pétrea y duradera. Así, el recepcionista puede sopesar el destino con una habilidad extraña. Le oigo en la radio y cuenta como leía, como entregaba llaves. Finalmente, explica con fluida sencillez de que manera se fraguo esa intuición: ver el dinero en la mano del que va a pagar, la forma de devolver la llave, las propinas y la manera de contar el dinero. Ahí está todo: en el dinero. Cuando su voz se apaga entra la música de los Beatles y el tránsito es una cortina que se ve agitada por el venenoso aire de la mañana: frío, sol intermitente y una lluvia fina y molesta. Yo sé que no es cierto, pero me ha gustado el relato del recepcionista porque yo también viví en ese reverso de la vida.
+ ¿Cuándo está realmente terminada una tarea? ¿Cuándo alcanza su final? Parece que la respuesta es obvia, pero en muchas ocasiones no resulta fácil responder, determinar ese momento con precisión, cuando el círculo se cierra. Esto se debe a que no hay una frontera clara entre el antes y el después. Esa regla incierta que sustenta el aprendizaje de idiomas, el enamoramiento, la consolidación de una amistad o el fundamento del lugar que uno debe ocupar en el ámbito laboral. El cierre es la medida y la media es la regla, no olvidarlo y permanecer en silencio a la espera, sin mirar atrás.
+ Oficinas. Edificios de oficinas y su anónima realidad. Tras las puertas se esconden vidas y afanes, pero, no cabe duda, parecen celdas y esconden trabajo y negocios. El triunfo, el trabajo, las preocupaciones, el aburrimiento, el desasosiego, el pacto y la gloria o el hundimiento, la traición o la entrega. Semejan espacios propicios para la fotografía documental en blanco y negro: puertas, pasillos, ascensores de luz palpitante, carteles y flores de tela y cartón. Si esa fuese el objetivo, buscaría, tal vez, una figura que se mantuviese a contraluz para ilustrar lo diario de ese trabajador independiente que se esfuerza en su despacho, que lucha contra la marea de las obligaciones y se arropa con música de radio fórmula. Todo es narración, fragmentos que esperan a ser recogidos para que se les inspire vida mediante la ordenación. El orden certifica su realidad: las fotos, los relatos o este humilde apunte. Los trabajadores, en esta hora temprana, duermen y yo escribo. Hay un paralelismo que explica como encajan las vidas, piezas de una maquinaria: los que hacen y los que miran. La unión de los extremos es una sentencia lanzada hacia el futuro más lejano.
+ Hay maneras de constituir una ficción que terminan por alcanzar e infectar la realidad cotidiana, la vida ordinaria. Es esa manera de constituir una realidad literaria que supera lo que todos los días pasa en las calles o en los bares. Se carga de sentido ese contorno, se reflejan matices insospechados que serán los que terminen por dar una estructura al desorden imperante. En un cuento de Borges se hace explícito como su conocimiento de Palermo es una ficción en sí mismo, como se ha compuesto de charlas y bibliotecas y, según el cuento avanza, me doy cuenta de que es algo que a todos nos sucede. Nadie escapa de la construcción de un personaje, con mayor o menor intención. Revestirlo de cualidades que afronten la superficie plana de lo diario es la tarea. No hay un revés, una vuelta. Tras la verja no hay nada, todo se ha reducido a la biblioteca, al ámbito de los libros. Un espacio que se eleva desde la página elegida y transforma lo que vemos. Un mundo redivivo, que se traslada de la imaginación a la calle.
+ Una vez más: el detritus. Es continua la reflexión y la presencia del detritus. El detritus contiene una explicación de lo nuestro: la lectura, nuestra escritura, el paseo o el trabajo. El deseo, la pasión y el olvido. Son piezas deslavazadas que reclaman una unión: el bricolaje. Pero el detritus es estático y no desea junturas, sino olvido y desafección. Quizá ni eso, sólo olvido e indiferencia. Así, como si de una sentencia budista se tratase, la basura de las cunetas calla, pero transmite lo que nuestra civilización no se atreve a representar. ¿Es un símbolo? En una ocasión encontré una bolsa de terciopelo comida por la lluvia y el polvo, que contenía relojes, esferas de relojes y cajas y correas de relojes; pensé que eso era una señal, como si el destino se pudiese contener en esa bolsa, pero no fuese posible desentrañar el significado porque sólo era significante. Como un gruñido, como el grito de dolor o la mueca de fastidio. ¿Era el producto de un robo o la huida de un recuerdo desagradable? Sin embargo, llegué a la conclusión de que sólo era olvido y silencio. A nadie le podía importar aquello, como el detritus: esa es su calidad que a nadie le interesa. Bolsas de patatas que el sol ha desvirtuado, los colores evaporados que quedan sobre las latas de cerveza o de refresco, la botella de whisky arrojada desde el coche, el incendio de preservativos o sujetadores olvidados, vidrio y plástico, papel y telas ennegrecidas. Una tonelada de deshechos que se empeña en relatar los viajes de los que un día consideraron que aquello era basura y sólo merecía ser arrojada por la ventanilla del coche. Nada refleja mejor la ciudadanía que sus basuras, pero, mejor todavía: el lugar donde se arrojan sin pensar, sin remordimiento, sin dolor.
+ Imagen; pavimento. La geometría, el azul, la pata de la silla componen una abstracción, pero esa abstracción permanece más allá de la insinuación.
