sábado, 16 de enero de 2016
Para los raros
+ Hoy, en el trabajo, alguien me dijo que se había muerto David Bowie. Llovía, llovía con intensidad. Recordé unas palabras de Jarvis Cocker: "D.B. fue un paraguas para todos aquellos que se siente diferentes". Lo raro, lo extraño, lo que habita en los márgenes y más allá. Pienso en la palabra normalidad y recuerdo cómo la he oído pronunciar muchas veces, cómo me he sentido herido por ella. ¿Soy normal? No, respondo mientras la lluvia continua cayendo, el viento se estrella contra la cristalera y un cuervo se posa en un charco. Esa falta de uniformidad siempre ha sido un deseo, en Bowie se encarnó con una libertad extraña que se reflejaba en su ambición, en su calidad circense, el disfraz, el teatro, la comedia. De tanto interpretar uno pierde su humanidad. La coca lleva a la una comunión: la conexión con la divinidad del cuarto de hora. Recordé a algunos que encuerados lo imitaron allá a finales de los setenta aquí, en la provincia, una mezcla de dandismo y heroína: ya han muerto todos. Aquella aristocracia de crápulas de buena familia son hoy materia de novela nostálgica, pero Bowie es verdad.
+ David Bowie en su último vídeo transmite con exactitud la certeza de la muerte, su inminencia y la dolorosa inquietud que produce. Cuando se ve con detenimiento el vídeo se percibe que terminó su carrera y su vida brillantemente. Ese paraguas para los raros se abre, lo que a todos nos atañe: la propia vida, esa sombra a la que nos precipitamos con cada latido, con cada inspiración, al amanecer, al anochecer. Y suena un extraño coro ruso, mientras escribo, cuerdas que descienden hacia el caos de la lluvia y la resurrección de la maleza, cortada ayer, hoy se eleva sobre su límite.
+ Un lugar preferido: el Royal Crescent de Bath. En el desconocimiento de razones, el Crescent se une a la figura de David Bowie
+ Estos días, durante esta semana, camino del trabajo en el coche ha sonado David Bowie, sin descanso. Extraño viaje al universo del de Brixton. La noche, la lluvia y la profundidad de un saxo, alguna vez, no siempre. Pienso en él y en toda esa moralidad que desvela el juicio sobre sus vicios y sus consecuencias. Cada vez oigo sonar los tambores de lo moral con mayor frecuencia, y me pregunto si será la edad, el transito necesario. La cocaína, el sexo inseguro, la bisexualidad, las salidas y las entradas, lo cambiante y lo permanente. Tomo una curva, un desvío y la jornada laboral comienza. El paréntesis se abre, se cierra. El regreso se viste de la música de Bowie, una vez más: recuerdo el catalogo de la exposición del 2013 sobre D.B en el Victoria&Albert, comprado en el V&A por 5 libras: era el mejor de los catálogos de sala, que estaban allí en un montón, ese reciclaje que ofrece los fondos de la librería del museo. Recuerdo llevarlo a la cama, y estar durante media hora embobado por las fotos, por el vestuario, por la promesa que encierra. Faltaba una semana para que D.B. muriese.
+ Esparcidos en las estanterías del escaparate de la tienda de empeños se disponen relojes, plumas, cámaras de fotos, anillos y pulseras. Muchas otras cosas, cosas que no necesito: vajillas, calibradores, jarrones con dibujos de Dalí. El brillo del oro se distingue entre plomizos grises y austeros negros, profundas ilusiones y reflejos apagados. La tienda de empeños me muestra una serie de razones y se unen con la música que desaparece. Ya no suena en mi coche Bowie. Ha dado paso al silencio. Debo buscar una selección, creo que comenzaré por Debussy.
+ Imagen: abstracción. El blanco es el luto, el suelo de madera: la certeza de la vida embalsamada.
