sábado, 30 de enero de 2016
Elevación
+ Fotos de boda, reportajes de boda. Mientras las veo en la red, escucho a Chuck Berry. Ese todo nupcial me resulta codificado en exceso, incluso lo que intenta ser innovador, y la música de Ch. B. acentúa esa particular manera: manos que se agarran desmayadas, flores que simbolizan la pureza (?), oferentes esposas, devotos maridos. Los sacerdotes, los padres de los novios, niños e invitados. La felicidad es una explosión programada y controlada. Champagne, vino, licores dulzones. La vida fluye sin detenerse, pero queda esa constancia: las fotos son el veneno.
+ La iniciales de Chuck Berry se corresponden con las de Charles Baudelaire. Ch.B. = Ch.B. ¿Hay un mensaje oculto, una pirueta alegórica?
+ "… la buena voluntad de hoy no garantiza la buena voluntad de mañana". Recogido en ¿Qué es política? de Hannah Ardendt.
+ La tradición oculta de los marca páginas: como un tesoro se juntan sus cuerpos de papel en la intimidad de su nicho de madera. Nunca tuve la intención de hacer una colección, y no es tal, pues carece totalmente de un sistema, de una clasificación, de un orden. Podría alcanzar este orden, pero no se trata de eso, sino de la constancia de la lectura y las librerías que ya no existen. ¿Son un fetiche, en su sentido más literal? Sí, un amuleto, el horóscopo del día que nunca llegará. Hay matices innecesarios, pero son todo un mundo sin descubrir, que palpita en silencio en su reducto de madera y viento.
+ A modo de confesión, tres cosas que me interesan mucho, y no necesariamente por ese orden: las guitarras, los árboles y la tipografía. Veo los libros que he atesorado sobre las materias y tienen una especial forma de escribir una biografía. Un dibujo exacto de lo que fui y de lo que soy. Otra confesión: para mí la contemplación de los libros que se albergan en una casa son, redundantemente, un libro abierto: títulos, manera de gastarse, encuadernaciones, ediciones (…). Cuánto habla esto de la persona, sin ella desearlo. Manías clasificatorias. Listas, clasificaciones y cruces rojas. Lo intransitable y lo necesario, la razón oculta en las compras. Implícito va ese mensaje. Libros, discos, cuadros o láminas. Y, más tarde, pensaré en las posibilidades paisajistas de los dormitorios de los que me cruzo en el día a día: esa mórbida imaginación. Muere el día.
+ Otro interés: la caligrafía victoriana. Para ejercitarse a diario con el convencimiento de que nunca se alcanzará un competencia mínima, pero lo importante es la tarea, la disciplina, el horizonte de lograr una línea recta sin titubeos. Poco más.
+ Foto: la lluvia, el pavimento, la captura de una abstracción.
sábado, 23 de enero de 2016
Diletantes
+ Hemos visitado museos y galerías de arte sin un propósito claro. Por pasear, por ver gente y, tal vez, cuadros. Esa manera de ver pasar la vida: sin intervenir en ella, con una elegancia trasnochada y superflua. Grandes cuadros, prescindibles cuadros, herméticas exposiciones, aleatorias muestras. El arte es una vía de entretenimiento y observación indispensable para el flâneur. Allí se da una concentración de intereses y posturas que no se aprecia en otro lugar. El estudiante con su bloc de notas, la mujer que hace de su pasatiempo la razón del vivir, el ligón con la víctima, el hombre sabio, la niña aburrida y el colegio como rebaño del hastío y la prisa. Sentarse en una bancada y ver pasar a la gente es un placer sin par. Se abre un mundo insospechado y, al tiempo, ver el cuadro. Así he repasado obras de libro de texto: Velázquez, Turner, Van Gogh. Pero muchos, muchísimos más sin esa importancia. El análisis del contexto aporta una visión enloquecida de lo que realmente importa. Para eso están estas catas pseudo sociológicas: entretenimiento y diletantismo.
+ Lo anterior aplicado al concierto de música clásica. Así mismo, el concierto de jazz. Una lista demasiado larga y pretenciosa. Qué importa. Es muy similar a poner nota a los libros, a los discos, a las películas. Me gusta/no me gusta. Pero el vicio de las listas no admite discusión y en eso estamos. Un día se muere una estrella del pop y es mucho más interesante la hagiografía espontánea que la biografía. Contemplar y estudiar a los otros sin consecuencias. Hay, en efecto, una contradicción notable, pero es complejo esquivarla. Hoy no llueve, quién nos ha bendecido con esta tregua.
+ La realidad es muy rica. Imposible atraparla. Como el gato que, inmóvil durante horas, espera a su presa: ratón o pajarito, le da alcance, juega con él y lo olvida. La realidad cotidiana, el día a día, lo vulgar y lo rutinario tienen el poder de la sorpresa. Sólo hay que evitar las visiones automáticas. Elevarse sobre el escenario y dejar de ser uno más, para contemplar: como espectador. Lejos ya de lo dado, aparece la sorpresa, la poesía y lo magnífico. No hay realidades superiores a otras, ni inferiores: que se lo digan a los muertos. Tan extremadamente sinuosa, fértil e incomprensible.
+ La gata que pasea tranquila, la transparencia del día de enero, una brisa fría, pero no heladora. El sabor del café, la pastas escocesas con exceso de mantequilla, un requiem que nadie consigue identificar. El tiempo se ha detenido. La gata con sus patitas blancas acaricia la yerba, salta un pequeño ratón y lo caza al vuelo. La muerte se hace materia en sus garras. Esa transformación que va de la ternura de su cara mimosa a la fiera que esconde, la gran cazadora de los prados y las huertas muestra sus dientes filosos. Somos ambiguos, caras ocultas, serpientes y jilgueros, reptiles y ángeles.
+ En algún sitio se puede leer una entrevista con Michael Cain donde el actor británico dice que en su juventud bebía una botella de vodka a diario, y añade que le recomienda a un actor joven que no haga caso de los consejos que le darán los actores viejos: siempre le sentenciarán que lo deje, que es una profesión podrida. Una botella diaria de vodka y una profesión podrida. Hay algo en la yuxtaposición que me gusta, me gusta mucho y parece explicar ciertos momentos de mi vida: cosas que he hecho, cosas que he visto. Excusas para beber, el sufrimiento como el vaso de licor, "color de ginebra mala", como si difiriese ese color del color de la ginebra de calidad. Un sabor medicinal y profundo. El vodka helado, vasos helados, zumo de naranja. Suave y certero, como un caramelo. Pero Michael Cain abandonó la bebida y ya no da consejos, quizá nunca los dio. Se cierran los aposentos de la noche.
+ Imagen: atareados y anónimos, se pueden ver en los centros comerciales a última hora de la tarde; gesticulan sin alzar la voz, anotan y se miran sin esperar nada. Ha caído la noche, una vez más: recogen sus cosas y desaparecen. Cierran el centro comercial. [Algún lugar en Oporto].
sábado, 16 de enero de 2016
Para los raros
+ Hoy, en el trabajo, alguien me dijo que se había muerto David Bowie. Llovía, llovía con intensidad. Recordé unas palabras de Jarvis Cocker: "D.B. fue un paraguas para todos aquellos que se siente diferentes". Lo raro, lo extraño, lo que habita en los márgenes y más allá. Pienso en la palabra normalidad y recuerdo cómo la he oído pronunciar muchas veces, cómo me he sentido herido por ella. ¿Soy normal? No, respondo mientras la lluvia continua cayendo, el viento se estrella contra la cristalera y un cuervo se posa en un charco. Esa falta de uniformidad siempre ha sido un deseo, en Bowie se encarnó con una libertad extraña que se reflejaba en su ambición, en su calidad circense, el disfraz, el teatro, la comedia. De tanto interpretar uno pierde su humanidad. La coca lleva a la una comunión: la conexión con la divinidad del cuarto de hora. Recordé a algunos que encuerados lo imitaron allá a finales de los setenta aquí, en la provincia, una mezcla de dandismo y heroína: ya han muerto todos. Aquella aristocracia de crápulas de buena familia son hoy materia de novela nostálgica, pero Bowie es verdad.
+ David Bowie en su último vídeo transmite con exactitud la certeza de la muerte, su inminencia y la dolorosa inquietud que produce. Cuando se ve con detenimiento el vídeo se percibe que terminó su carrera y su vida brillantemente. Ese paraguas para los raros se abre, lo que a todos nos atañe: la propia vida, esa sombra a la que nos precipitamos con cada latido, con cada inspiración, al amanecer, al anochecer. Y suena un extraño coro ruso, mientras escribo, cuerdas que descienden hacia el caos de la lluvia y la resurrección de la maleza, cortada ayer, hoy se eleva sobre su límite.
+ Un lugar preferido: el Royal Crescent de Bath. En el desconocimiento de razones, el Crescent se une a la figura de David Bowie
+ Estos días, durante esta semana, camino del trabajo en el coche ha sonado David Bowie, sin descanso. Extraño viaje al universo del de Brixton. La noche, la lluvia y la profundidad de un saxo, alguna vez, no siempre. Pienso en él y en toda esa moralidad que desvela el juicio sobre sus vicios y sus consecuencias. Cada vez oigo sonar los tambores de lo moral con mayor frecuencia, y me pregunto si será la edad, el transito necesario. La cocaína, el sexo inseguro, la bisexualidad, las salidas y las entradas, lo cambiante y lo permanente. Tomo una curva, un desvío y la jornada laboral comienza. El paréntesis se abre, se cierra. El regreso se viste de la música de Bowie, una vez más: recuerdo el catalogo de la exposición del 2013 sobre D.B en el Victoria&Albert, comprado en el V&A por 5 libras: era el mejor de los catálogos de sala, que estaban allí en un montón, ese reciclaje que ofrece los fondos de la librería del museo. Recuerdo llevarlo a la cama, y estar durante media hora embobado por las fotos, por el vestuario, por la promesa que encierra. Faltaba una semana para que D.B. muriese.
+ Esparcidos en las estanterías del escaparate de la tienda de empeños se disponen relojes, plumas, cámaras de fotos, anillos y pulseras. Muchas otras cosas, cosas que no necesito: vajillas, calibradores, jarrones con dibujos de Dalí. El brillo del oro se distingue entre plomizos grises y austeros negros, profundas ilusiones y reflejos apagados. La tienda de empeños me muestra una serie de razones y se unen con la música que desaparece. Ya no suena en mi coche Bowie. Ha dado paso al silencio. Debo buscar una selección, creo que comenzaré por Debussy.
+ Imagen: abstracción. El blanco es el luto, el suelo de madera: la certeza de la vida embalsamada.
sábado, 9 de enero de 2016
El sueño y la vigilia
+ Me miré en el espejo y me pareció ver el rostro de Roland Barthes. ¿Se debe a mi corte de pelo, a cómo me he colocado la bufanda, a largas lecturas arropadas por un aliento parisino? No es preciso averiguarlo, el placer del reconocimiento reside en la sorpresa. Y el espejo devuelve una razón onírica. Los sueños se deben interpretar sin demasiadas pretensiones, como un juego, como el que lee el horóscopo y no cree en él. La líneas de la mano ofrecen mensajes móviles, en lo que la permanencia no es posible: si se sabe esto, la tranquilidad evapora la ansiosa velocidad del momento. Conferencias de poetas del 27, caligrafía victoriana, subrayadores, portaminas y artículos impresos por leer y anotar. Me miro en el espejo y me pregunto por el grado cero de la escritura. ¿Mi rostro se adapta a las lecturas que voy desgajando en lo diario? Transiciones y pausas. Apago la luz y duermo.
+ El sonido del mar, la madera de un barco que cruje, las gaviotas y sus chillidos. Sé de alguien que podía establecer la distancia a la costa por el chillido de las gaviotas. Pero no se trata de eso. Es una banda sonora continua que he descargado en mi ordenador, propicia para el sueño; la acompaña la imagen de un velero de época en un desolador océano gris claro. Suena y me adormezco con la imagen solitaria del barco. En el sueño el barco continua su singladura hacia ningún lugar. Así, el descanso, la noche, el sueño se ve como una travesía sin destino.
+ Suena un vals. Viena. Qué cine, me digo y sostengo el lápiz. Pero no es Viena, es Jean Sibelius, el Vals caballeresco, opus 46. Así, que todo retorna a un paisaje nevado e infinito. Los problemas de Sibelius con el tabaco y el alcohol, su longevidad, la sinfonía como arquitectura diamantina. Tres por cuatro, no todo es alegre, astillas de melancolía asoman en la invitación al baile. Paso la página. Cierro el libro y dejo el lápiz en el tarro que le corresponde. El sueño, otra vez, me acoge victorioso y maternal.
+ Oporto bajo la lluvia, la intensa lluvia. Qué difícil es conducir por la Autovía, qué incertidumbre, qué inseguridad ofrecen los adelantamientos. La parada en el área de servicio viene servida con la granizada intensa. El pavimento se ha cubierto de un manto blanco y resbaladizo. El café reconforta, rescata el placer de las entrañas del desplazamiento. Llueve y hay tantas cuestiones sin respuesta. El día libre, la lejanía del trabajo, una suspensión momentánea de las obligaciones. El café es un veneno suave: el nervio se tensa y la conducción se retoma con seguridad. La música adorna la conducción. Como un pasadizo, como los edificios de los sueños, el toque de irrealidad acrecienta la sensación de peligro y vacación. Se rebela el cielo oscuro contra la obra humana, parece que tuviese una conciencia que lucha contra la infamia constructiva. Un dibujo en el cielo, es un cuervo al que la lluvia no le importa.
+ Imagen(es): Tres texturas. La huella del invierno sobre los jardines del Serralves, Oporto. La tierra, las ramas, el agua sobre el mármol. Su figuración, el preciso debate entre la renovación, la muerte y la vida, horas de luz incierta. El peso ingrávido de una mano amada: su estructura y composición. Hay un inicio, un propósito para el año que comienza en las tres imágenes.
sábado, 2 de enero de 2016
Música aleatoria
+ Alguna vez he hablado de este libro. Es un tomo curioso, con un tamaño muy cómodo, un libro que me costó, creo recordar, un euro. Un precio que invita a comprar lo que sea y este libro está muy por encima: una extraña brújula que de vez en vez emerge para ubicar un mundo trenzado de alcohol, grafomanía y soledad. Total, es una biografía en imágenes de C. Bukowski. Abro el libro y comienzo a pasar la páginas, sin prisa, sin un objetivo, con una lujuriosa delectación. Fotos de sus antepasados en Alemania, sus padres en una California traspasada por el color desvaído del sepia fotográfico que la técnica y el tiempo aportan sin intención y que subliman esas vistas, esos rostros. Coches y casas, playas infinitas. El atuendo podría servir como inspiración a modistos de vanguardia, me digo sin convencimiento y suena Sibelius. La música ensalza el momento. Me imagino a mí mismo como protagonista de un cuadro, un interior muy enfocado al horror vacui: con este libro en la mano, recostado, con la pila de libros que me esperan. Esta demora tendría como marco una pintura de principios del siglo veinte: una vieja técnica renacentista sobre tabla, un dibujo escrupuloso y colores que tienden a lo oscuro sin olvidar una incierta veladura. Paso página. Un cementerio, un certificado de defunción. La vida se traduce en muy poca cosa. Bukowski apuesta en las carreras de caballos y le retratan: qué afán. El licor y las mujeres, sus oficios y el oficio de escribir. La escritura o la vida. La vida no es otra cosa que interpretar y explicar o transmitir esa explicación. Así, encargo un libro de Hannah Arendt: Política. Mi interés se amplia. Unas vacaciones en un resort: El escenario y las poses, el vínculo entre el hombre que trabaja en su libro [siempre el mismo, como cualquier escritor] y el hombre que disfruta del ocio, con la lata de cerveza en la mano, como un arma; sonríe, fuma, se mira desnudo ante un espejo y saluda. La vida, así, es poca cosa o lo es todo. Finalmente, en las últimas páginas, de da cuenta de las portadas de sus libros. Ese mosaico nos lleva al final: dibujos de R. Crumb que retrata a Bukowski en su casa de San Pedro. Es el primer día del año y la música se desliza y se impone sobre el traqueteo de la lluvia, dejo el libro de Bukowski y sueño con una próxima y fugaz visita a Porto. Las promesas no son humo, son necesidad y hay cumplirlas: conduciré sin prisa y con una selección de música aleatoria, buenas canciones.
+ Música de Luis de Freitas Branco. Consulto en la web y me entero de que descubrió en la Biblioteca Municipal de Évora la ópera de Calderón de la Barca: Celos aun del aire matan (1660). Las Metamorfosis, como tantas otras veces son inagotable fuente de inspiración. Cierro la página.
+ La voluntad conforma todo proyecto, lo impulsa, lo establece o lo desmorona. ¿Es hoy posible un elogio de la pereza? No, es el pecado prohibido, peor que cualquier otro, quizá el único que ha sobrevivido, pues otros, ahora, son virtud: el egoísmo, la avaricia, la soberbia. La presencia de la voluntad es constante en los medios de comunicación, en las entrevistas con creadores o políticos o periodistas. La voluntad es una razón moral y quién no admite su reinado está pecando gravemente contra todos sus congéneres. Se ha decantado por el filtro del turbo capitalismo y en lugar de ser un instrumento, se ha convertido en un intocable emblema: la religiosa creencia en el progreso y la velocidad rotula el dibujo de un esforzado cocinero de éxito. Ese es el emblema que me imagino yo. Oigo al cocinero de mucho éxito relatar cómo es su vida y cómo invoca a la libertad y la sumisión total a un proyecto que él llama sueño. Hay una gran cantidad de confusiones en su parlamento: las declaraciones de intenciones forman parte de un sistema de certezas que están más próximas a unas técnicas de venta que a lo íntimo de su persona: los sueños. El maratón, la cocina, el trabajo, una suerte de vanguardia sin nombre. Está en lo cierto, sin duda, y la aclamación que lo sustenta revela las directrices de un tiempo, su tiempo: banalidad, precisión, dinero. Algo hay decadente en todo ello, que se hace material en este momento de aventuras sin riesgo, de viajes embutidos en la agenda, del parque temático y la profilaxis. Es un modelo, es un ejemplo. La vida ejemplar se impone: elige: hoy ya es tarde para comenzar.
+ Al final del día me resulta imposible no hacer una comparación entre Bukowski y el cocinero. Trato de establecer una posición. Las posibilidades entre un extremo y otro son muchas, y quizá ni siquiera se trate de extremos: la obsesión: el trabajo,el éxito, el alcohol, la grafomanía. Etc. Aquí descansa la idea: toda invocación a la voluntad es moral, una norma obligatoria e inexcusable. Pero el proyecto absorbente se desea sobre el horizonte de la pereza: la pereza como garantía de la paz y la conservación del planeta. Etc.
+ Título: Ett ensamt skidspår [trad. Una pista de esquí solitaria], Jean Sibelius. Copio el título del melodrama, me parece suficiente. Una breve y melancólica pieza. La imagen es suficiente. Jean Sibelius en Radio Nacional de España, Radio Clásica, Grandes ciclos dirigido por Eva Sandoval, qué regalo. Se ha terminado el ciclo Sibelius.
+ Imagen: la suma desordenada de elementos provoca una sensación de malestar, pero se puede revertir. Siempre es preciso invertir los valores, cuando nos viene bien. Lo estético es una imposición moral, me pregunto y subo la foto: mientras suena Ett ensamt skidspår. No llueve, por el momento.
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