sábado, 25 de abril de 2015
El orden alfabético
+ La acumulación de libros, de monedas, sellos, cuadros, joyas. Plumas, lápices, bolígrafos, tinteros. Cuadros, bolsos, relojes. [Etc]. Finalmente, las estructuras y estrategias que se usan para mostrar la magnificencia de la colección son la colección misma, por encima de esos objetos. La disposición del decorado es más importante que el espectáculo, que todo coleccionista supone y establece en función de una idea de orden.
+ "(…) el orden alfabético, que tiene la ventaja de no aspirar a tener sentido". [Sin referencia].
+ "Ordenar un mundo visible". [Sin referencia].
+ Esquemas para la redacción de un catálogo: la música que suena de camino al trabajo en modo aleatorio, las listas de reproducción, el abanico de canciones y detalles. No hay una hoja en blanco, el discurrir del tráfico escribe la primera entrada, y así todo.
+ Un mono que busca su libreta, en su mesilla, junto a su cama de mono resposable y trabajador, busca su libreta cuando se despierta en mitad de la noche. La encuentra y anota su último sueño. Retorna al sueño con satisfacción, recoge la cosecha y descansa. El mes de abril se aproxima a su final, como la llegada de la primavera: todo llega. El mono se lanza a su onírica aventura entre montañas y valles, atento a la cosecha y a la floración, entre la risa y la broma mientras esquiva las tristezas y las decepciones, la traición y la burla. Se ríe y continua su aventura, como un rey sin reino, como una corona sin rey. Baila y toca su pequeña guitarra de cuerdas de acero y viento, canta y ríe, la risa y el baile, la transformación de lo real en otro pliegue de esa misma realidad. Una tarea para este pequeño mono responsable y trabajador.
+ La cirugía estética como síntoma. Se extenderá a la totalidad de la población como se extendieron los tatuajes no hace demasiado. Al alcance de cualquier bolsillo. La transformación del rostro es la transformación de la persona. Se modula el sujeto hasta que sinuosamente sintoniza con el canon del momento. Mujeres acuáticas, hombres sin grasa, niños sin crítica. Ya estamos en el futuro y el futuro no es gris, no es negro, no es luminoso, el futuro es rutina y olvido.
+ Esa confusión de aromas que se da en las tiendas de los aeropuertos, esos brillos acerados, de filo y esquema, embalajes, precintos, plásticos inmaculados, la luces que rozan el deslumbramiento, pasillos y atracciones y baratijas. Ese estallido que confunde y electriza. Alguien que se para ante unas botellas de whisky, otro que confunde el tabaco con el café, revistas y libros, chocolate, galletas, lágrimas de aceite, caviar o respiradores. En el abismo del aeropuerto la distracción es observar a las personas ante los cebos. Gafas de sol irisadas. Uno también se deja llevar por el celofán de lo accesorio y recuerda sin nostalgia la infancia. Esa nota que ofrece la confusión entre sensaciones. Suena el despertador y el aeropuerto se desvanece, o esa es la impresión, ¿la realidad superpuesta lo advierte?
+ Imagen: carro de supermecado en una esquina: cubista y temporal, su plasticidad depende de su descontextualización. Acero que se recorta contra la esquina del garaje, que ofrece su geometría como una muestra de lo actual. Modulaciones de lo real, transformaciones de la percepción.
sábado, 18 de abril de 2015
¿Metáforas o metonimias?
+ Los Rolling Stones suenan incansables en el reproductor del coche. Es el camino a las playas. La gente corre con despreocupación y el filo de las guitarras es un perfil exacto. Alguna armónica, algún violín, una escala pentatónica menor, la afinación en sol, el deslizarse del bottleneck. Todo está en calma, la perfección es el nombre del instante anterior, el momento que se desentiende de su existencia. El ritmo se acelera y el sabor del café tiene aspiración de eternidad, ese momento que no volverá.
+ [Aproximaciones]. Una lectura literal de sus palabras indicaba más de lo que él desearía. Desnuda su expresión de toda tintura irónica, mostraba lo profundo de sus desprecios. Me gustaría saber hasta qué punto tiene sentido emplear la palabra profundo, pero, así también, es literal: una sima que se hunde en su vocabulario, en las modulaciones de su voz, en el estigma que palpita. Sacó una vieja agenda que se cerraba con una goma de plástico, y dijo que allí residía su poder, explicó detenidamente qué entendía por poder, su voluntad como piedra de toque. Guardó la agenda en un bolsillo interior de la chaqueta. Era la segunda vez que le veía y era la segunda vez que me mostraba la agenda. No me produjo curiosidad, pienso que no tengo necesidad alguna de conocer su contenido. Sin embargo su hija era un interesante misterio, pero la resolución de los enigmas que suscitaba requería determinaciones que yo no estaba dispuesto a emprender. Su rostro andrógino, su revamp style, el pelo y su consistencia, las blusas y las transparencias, el nerviosismo gestual, la mirada firme y afilada. Su erotismo es venenoso y lejano, para la contemplación y, mientras se mantenga la distancia, agradable. Apagué el televisor, era hora de descansar.
+ [Otro día: cambio la lista de reproducción y elijo el álbum blanco de los Beatles y surge otro paisaje, otros ámbitos: hay una cuestión en aire que está a punto de incendiarse, pero ese prólogo no llega a tomar forma por carencia de comburente. Todavía es noche cerrada y el avanzar por la carretera hacia el centro de trabajo tiene algo fluvial y antiguo, pero la noche no es una certeza, es una realidad, la noche oscura del alma].
+ Los bosque guardan sus miedos y sus alegrías con avaricia, ¿son metafóricos o metonímicos? Quedan, por un momento, a un lado. Procesos que se detienen pero que en cualquier momento retornan a la composición. Cómodo fue el hijo de Marco Aurelio, el contraste entre el padre y el hijo es más que notable. Hay un simetría que se mantiene, que ayuda a comprender lo permanente. Los bosques reverdecen. Las hojas comienzan a tapar las capas de liquen que se acumulan sobre los troncos y las ramas. Es otro paisaje, son otros padres, son otros hijos: permanece la relación y la posibilidad del error. Del hombre bueno nacerá un demonio, y no reconocerá su persona en la de su hijo. Un tono profético ilumina la semana, la posibilidad del error está siempre presente.
+ More or less, Nietzsche: lo que no te destruye te hará fuerte.
+ [Imagem]: el que camina por el museo, su avaricia de imágenes: dispara sin descanso, camina y dispara, se detiene y dispara. Dispara. Más tarde, se disuelve en la masa que transita las calles. ¿Metáfora o metonimia?
sábado, 11 de abril de 2015
Bric-à-brac
+ Las clasificaciones son parte de la realidad cotidiana, implícitas o explícitas: recubren lo vital. Un mapa, los lineales en el supermercado, los colores, las zonas en una gasolinera: ligeros y pesados, las etiquetas, los marcadores (...) Un mundo organizado, que impone esa lógica y su necesidad a la naturaleza, que es ajena al edificio conceptual, porque simplemente es: con independencia del archivo y la archivística. Así: un hombre espera a la puerta de unos grandes almacenes, ve pasar adolescentes, parejas, viejos, mujeres, niños (…) Estudia su vestuario, sus gestos, los peinados y los tatuajes o la ausencia de estos. Se debate en el filo de los parecidos y las diferencias, todos están en lo humano, todos están vivos, pero cada vida se materializa en una apariencia diferente. El archivo intenta componer el día, pero no lo logra, algo se revela y dice que no, que el caos es la respuesta. El hombre se abandona al sol de media tarde.
+ "… tener hábito de conjeturar frente a lo verosímil es propio de quien también está con el mismo hábito respecto a la verdad" Poética, Aristóteles, (1355a).
+ [Lo vintage o el bric-à-brac]. Hay una conexión entre la aceptación del feismo y la reconstrucción estética y retórica. Atrás queda el acero inox y surge la botella de cristal sepia, con tapón de corcho, donde guardar el té verde helado. La construcción a base de segmentos en principio inconexos se extiende a todo lo vital: lo viejo es nuevo y lo viejo es el futuro vintage, pero sobre ello está el bricolage, ensamble de lo inesperado.
+ [Las historias del Tren Nocturno]. Hubo un tiempo en que viajaba en trenes nocturnos. Las historias se sucedían y llegado un momento, en el vagón-restaurante, entre cervezas y cigarrillos, se desnudaban las almas de los que no se volverían a ver, los nunca se volverían a ver: qué inquietante en la memoria. Recuerdo un viaje a finales de los noventa, en el último Rías-Baixas. Madrid estaba al otro lado de la noche y los pasajeros del compartimento nos mirábamos con altanería. Eso fue en un principio. Basto sacar los cigarrillos y ofrecerlos para romper una barrera: hoy ya nadie fuma en los trenes [hace seis años que no fumo]. La chica que se iba a Londres, el chico que gestionaba una Ong dedicada a recuperar ordenadores para países africanos, el empleado de banca un poco canalla, un poco coquero, con su bolsita de magia blanca que ofrecía sin distinción, yo. Les miraba y les escuchaba y asentía, no tenía ganas de participar. Ahora llegaría el momento de la narración, de estructurar una historia, de perfilar unos personajes y encaminarse a una moraleja, pero ya no hay tiempo para consejas. Había otro invitado, era un portugués que se había colado en el tren. En Goians. Sucio y muy joven. Bebió cerveza y le aconsejaron esconderse. Él sonreía, como si no entendiese nada, como si aquello no fuese con él. Cuando llegamos a Madrid le esperaban unos guardias jurados. Recuerdo como corrió, como le alcanzaron, como cayó al suelo, como me perdí yo en el metro. A veces creo que le vuelvo a ver, cuando en Madrid un cuajo de frío y melancolía me asalta. Ubi sunt?
+ Algo que sin duda me han aportado las regulares visitas al(os) museo(s) de arte contemporáneo y aledaños es una suerte de gusto por el detalle y lo paradójico. Todo se resume en el reconocimiento de lo automático y el exorcismo que sucede a continuación. Mientras pienso en ello veo un programa sobre uno de los hoteles más caros y lujosos del mundo. Un hotel en un país árabe, un hotel de dimensiones sobrehumanas, una extraña construcción a mayor gloria de la nada. Tal vez yo no comprenda la verdad de su existencia, pero de eso se trata: de no entender, de buscar y acariciar la perplejidad. Uno de los encargados de la recepción hace una entrevista telefónicos a una mujer alemana. El centro de la entrevista consiste en un test sobre el lujo. El lujo: marcas, marcas, marcas. Le pregunta por champán, por zapatos, bolsos, relojes, maquillaje (…), hasta que llega a un punto donde ella no puede contestar, donde su erudición marquítica se ha agotado. El entrevistador sonríe satisfecho, el luxury-test ha vuelto a funcionar, dice ufano: no puede trabajar aquí, el nivel de conocimientos es exigente, muy exigente. Como siempre, una cosa lleva a la otra y recuerdo a Kenko Yoshida, cuando dice que ante la perfección de un palacio no cabe otra cosa que romper algo para que haya una imperfección: una columna rota. Todo se hila y llega al principio: la perplejidad ante el comportamiento de los humanos y de sus obras. No puede dejar de crecer una vibrante misantropía: no me interesan lo carísimos hoteles donde semanalmente las sillas se renuevan de pan de oro y estolidez. El abrigo de la noche es el mayor consuelo, la alegría del que ha trabajo con justicia durante el día, lo demás es accesorio.
+ Se detuvo en aquel lugar, en aquella calle y contuvo la respiración, durante un instante. Estaba allí y podría estar en cualquier otro sitio. Esa inconsistencia urbana era remota e ilegible. Un lugar perfectamente intercambiable. Alcorcón, Móstoles, Getafe. No podría acertar, pero allí estaba su casa, su mujer y sus hijos. Ladrillos, verjas, bancos. Todo repetido hasta la nausea. Ya no era joven y no lo quería aceptar. Después de veintocho años nos vimos fugazmente en una estación de metro. Los fantasmas a veces pierden su condición transparente.
+ Imagen: reciente, el maniquí me llama con su agresiva pose. Un niño en posición de pelea, su traje, su calva perfecta, el recorte contra esa pared tan pictórica. La hora de comer se aproxima y el niño inmóvil reclama atención y pleitesía. Nadie le mira, nadie le escucha. Disparo y desaparezco, la foto es la constatación de la presencia.
sábado, 4 de abril de 2015
Música
+ [Vapor]: anteriormente una calavera o un esqueleto remitían a la muerte, pero ahora el memento mori es un motivo para la moda o para el arte [contemporáneo] en una incierta vena banal. Los huesos son cool. La canalización de los símbolos habla y describe el momento, sin cortes ni contrastes morales: es un hecho, un espejo que constata el rechazo a la finitud. Mientras en otras épocas la muerte era la muerte, ahora se enmascara y se evita su presencia, su certeza. Así, también, sucede con la vejez y la decrepitud, con la enfermedad y el dolor. Sólo lo fluido y suave se puede aceptar. Esa textura sedosa que recubre los días y las noches. Los suplementos dominicales descansan sobre la mesa que se dispone frente al televisor: color, papel estucado, mujeres que sólo habitan en el corazón del retoque fotográfico, hombres de cera en su carne impasible. Las calaveras que se ven en la revista están desgajadas de los que ven la revista, son ajenas a ellos, pero en ellos también se contiene una calavera: aunque no les guste y prefieran una visión irónica de su naturaleza mortal. Así hay pulseras, camisetas, tatuajes, pósters, cinturones (…) No hay posibilidad de conjurar el fin. La finitud continua siendo la medida de todo lo humano, su razón, esa razón de la que nadie escapa. Cierro la revista sin miedo ni esperanza.
+ "Se podría decir que el cuento es el arte de la omisión". Géneros literarios, Kurt Spang.
+ Todo lo que no se dice y se debe sobreentender. Hablamos en el museo y nos encontramos con nosotros, con la intimidad que a lo largo de los años hemos disfrutado, construido, perdido y recuperado. No hacen falta más palabras, la galería se asoma a una extensión de césped considerable y allí se contiene nuestra historia, la que en ese momento protagonizamos. Somos el resultado del pasado, pero no somos el pasado, así: podemos construir la narración conforme a nuestras necesidades. La búsqueda del equilibrio y la alegría. Oporto muestra una de sus caras, nunca antes vista, muchas veces intuida. La renovación es el tema del día.
+ La voz humana es el instrumento del que derivan todos los demás, de una manera subordinada: of course. Por antonomasia, repito con entusiamo antes de que comience el concierto, mientras nos perdemos en los ornamentos de la sala. La luz decrece y se cierran las puertas. Aparecen los músicos, una pequeña introduccion a la polifonía. Todo se detiene. Suena un réquiem y las voces transportan la imaginación a capillas o catedrales de un primer renacimiento portugués. Esa catedral de Braga es ahora el motivo de una volatil rememoración, ahí se reconstruye: en un escenario futurista de láminas de cobre sobre madera, de seda plateada y reposabrazos transparentes. La mano que acaricio vibra suavemente. Hay una mujer de una belleza pasmosa en nuestra cercanía. Parece imposible que exista un ser humano tan perfecto: es inquietante. Sus perfectos rasgos asiáticos, el pelo negro como el viento nocturno, la serena sucesión de sus gestos. Luego, cuando la vemos sola, en el restaurante de A Casa da Música, su articulada manera de llevar la copa a los labios nos enamora: hay que apreciar el arte del instante en toda su grandeza, en su plenitud. La cena no fue buena, pero el escenario y los personajes nos salvaron de la mediocridad: esa playa de música y viento, el ballet, los labios rojos y la piel tan blanca, sin maquillaje. En la terraza Porto es una extensión para soñar, sin cálculos.
+ No es la primera vez que la decisión entre el café o el té resulta compleja, tan compleja. Cada uno tiene su punto exacto de excitación. El momento decide con su automatismo infalible.
+ Imagen: terraza de A Casa da Música. La noche es translucida.
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