sábado, 28 de marzo de 2015

Apariencias. [El hielo y la noche]




+ En la radio, como comentario del accidente aéreo, un locutor dice: "he tenido el privilegio de sobrevolar los Alpes en muchas ocasiones, y puedo decir sin temor a equivocarme que es como un escenario, es un paisaje de cuento y ahora veo un contraste macabro, que me sobrecoge". Por seguir con la comparaciones: como el que dice: es un cuadro tan bueno que parece una fotografía, aunque nunca diría lo contrario: es una foto tan buena que parece un cuadro. Apago la radio y pienso en esa manera de ver las cosas, de guiarse por la vida. Todo lo que emerge de la persona en esa afirmación del "es como un escenerio", que refleja la arquitectura de sus ideas: la simpleza. En otra emisora, en la radio del coche: una periodista subraya, con inteligencia, que tras saber que han muerto un grupo de estudiantes de intercambio se ha preguntado por qué en todas las lenguas del mundo hay un nombre para el hijo que pierde al padre, huérfano, pero no al contrario. El padre que pierde al hijo no tiene una denominación. No es la primera vez que lo oígo, pero ahora arroja una incierta luz sobre el dolor. Nunca es necesaria la originalidad para acertar. La mañana continua y las especulaciones crecen. Hay algo de espectáculo en las narraciones, en las opiniones fundadas y en las opiniones infundadas, en la exposición de la tristeza hay algo teatral, y necesario. Más tarde, en otra radio, una más, otra más, una psicóloga dice que en otra catástrofe fue imposible evitar que ciertos periodistas dejasen de acosar a los familiares de los fallecidos. Así, entre unos testimonios y otros, queda en suspenso la idea de la finitud, de los ritos, de las transiciones que marcan la actualidad. Lo abandono todo, y regreso a la música. Bach. Hay una decantada pureza que evita la explicación, que se aleja de las soluciones y sólo plantea preguntas sin voz, preguntas que se elevan en el aire y se incendian, para desaparecer definitivamente. La mañana es limpia y pensar en esas familias resulta inquietante, aunque: ¿cuántas tragedias similares se producen a diario, cuántos muertos arrojan cada fin de semana los accidentes de tráfico? Pero lo inmediato se centra en el número y en la calidad, nunca en el detalle, en el silencio que arropa cada pequeña noticia de muertos y heridos. En un astillero un hombre fallece al caerle una plancha de mil kilos, la vida continua.

+ [El accidente cobra una dimensión extraña. Donde antes había accidente, ahora hay intención. Las preguntas se suceden, pero, en un primer momento, no se dirigen hacia un lugar concreto, es la perplejidad absoluta: el copiloto estrelló el avión contra las montañas con una planificada frialdad. ¿Qué es lo humano, qué es la enfermedad, qué es el mal, dónde está? Se oyen comentarios de los que conocían al copiloto y se percibe como lo cotidiano y la ausencia de relieve es la medida: nadie lo podría prever, era una persona normal. Qué desagradable es el adjetivo normal, todavía un paso más allá: la unión entre lo normal y lo moralmente aceptable].

+ Vistas de Nueva York. Nueva York es un tema en sí mismo. Una poética, un naufragio y una capilla en la que recogerse. Veo la ciudad cuando cierro los ojos. Tantas veces he estado allí y no he llegado [nunca]. Lo sé. Otro tanto me sucede con Venecia: será mejor no ir,  será mejor dejar que se mantenga la idea poética, el flujo sin venenos, el agua clara, el cristal puro de la imaginación. Retengo poemas que hablan de teléfonos de baquelita, de pistolas y espadas de luz, traigo y rememoro taxis amarillos, vagones de plata, la tramoya gris y las esbeltas simetrías del atardecer: el incendio solar de cada tarde de agosto se recorta contra rascacielos y barcos, los barcos de oscuridad y silencio. La nieve hace que recuerde, que mantenga esa imagen, ese latido. Dimensiones que nos alejan de la vida y de la muerte. Vierten los sueños imágenes: camino por una avenida y al fondo veo los trasatlánticos, camino por un parque y una ardilla me mira y la miro, nos estudiamos sin hablar, camino por una plaza y creo estar en Londres y no: estoy en Nueva York: los sueños lo pueden todo, mis sueños siempre son urbanismo y lírica urbana. No quiero explicaciones, pronto volveré a Porto.

+ [Copio]:

"(En el avión,
mientras el último sol rasa en el ala,
desenvuelves la caja azul celeste.
En su tapa se lee:
Tiffany & Co.

Nada malo puede suceder)"

Juan Cobos Wilkins: "T & C", en Historia poética de Nueva York en la España contemporánea, Julio Neira.

+ Sueño con pájaros. Soñar con pájaros es equivalente a una súbita llegada de riquezas, equivalente a la llegada de un tiempo de prosperidad. Así lo leo en una página que elijo sin convicción. ¿Es un oráculo? La posibilidad de una compensación a la travesía diaria es atractiva, pero eso es sano. Los venenos se deben elegir con cuidado, no vayan a manchar la estampa sepia del dandy que ya no somos. El día comienza.


+ La imagen viene de la noche y del carnaval, los restos de un baile atraviesan el tiempo y dibujan la nostalgia: las posesiones sin valor, el hastío de lo no recibido. Es una niña y su rostro aparece como una máscara, su tiempo se desvanece: no lo sabe. La evaporación es un fenómeno que rebasa lo físico.

sábado, 21 de marzo de 2015

Transformaciones



+ Hospitales (2). La agonía se construye diariamente. Inconsútil. Las guardias y los turnos se agrupan en un calendario: casillas donde el moribundo ocupará un lugar. Una tarea, las horas puntas, los descansos y los fines de semana. Morir es un apunte en una agenda, pero la muerte nunca espera. Sigo caminando. Las ventanas de las habitaciones de la muerte tienen la luz prendida. ¿Quién agoniza ahora? Vuelvo a casa tarde y ese resplandor es un emblema que defiende a todos los habitantes de la ciudad. Nada es más propio del hombre libre que repensar su muerte, cada día, cada noche antes de dormir: el sueño es una imagen de la muerte. Los cromados de los hospitales vierten una rima interna, tan desagradable como higiénica.

+ Sangre. Extracción de sangre en la primera hora del día [libre]. Camino hacia el hospital, sin prisa, acogido por la música y el viento suave y fresco de la mañana. A mí lado van dos estudiantes, con sus carpetas y con sus bolsas, donde duerme el ordenador o la tableta. Subo el volumen del reproductor de Mp3. Al cruzar un esquina, un hombre de mi edad [en el final de los cuarenta] camina visiblemente ebrio. Son las 7:44. Me identifico con él, con su momento, con el caminar vacilante. El pasado emerge. La vida cotidiana no se pude despreciar, así: cada esquina esconde una máxima. Sólo hay que leer, nunca entre líneas: en su literalidad.


+ Atreverse a saltar. El trampolín arroja la estructura de la infancia, vuela sobre la tarde,  se funde con el ronroneo de las olas. Café cerca del mar, el libro de Juan Ramón. Luego, en el coche, suena Marianne Faithfull. No es una frivolidad. Monedas, cuentas de cristal, unas llaves que no abren ninguna cerradura. La fe, la esperanza, la caridad. Unos niños acumulan arena cerca de las rocas, son montañas como pirámides, como prismas de avena y oro, conos de viento: el viento que los desgaja. Dónde duermen (…)

+ Inversiones: [la lectura (de Žižek: Sobre la violencia)]. Se muetra la dicotomía entre lo eterno y la finitud, lo primero es lo deseable y lo segundo la maldad. Pero esto, como todo, admite una inversión. Como es sabido, la inversión de los términos juega a nuestro favor, y  la adaptamos a nuestra circunstancia, a la oportunidad, a la necesidad. Es la ocasión lo que debe establecer la (in)coherencia y su oportunidad. El poseso recupera su aspecto humano y muere en paz. Ese tránsito es el núcleo, lo que permanece en su identidad. La muerte es una herramienta. La finitud frente al egoísmo de lo eterno e inalcanzable: que lastra la elección, que deviene en esclavitud: ¿la esclavitud os hará libres?


+ Imagen: restos pizarra en una hora temprana, un mes de agosto, dos años atrás. Las minas de pizarra y su huella en el paisaje, el zarpazo de la minería, del consumo y su ultra-velocidad.


sábado, 14 de marzo de 2015

Senderos



Hospital. Siempre la entrada es inquietante. Los rostros, los afanes, la prisa o la fatiga. Colores pálidos. El café es excelente, hay hombres que desayunan con calma, mientras leen el periódico, unos operarios hablan en una mesa y es, para ellos, una jornada más, otra más, en una mesa retirada: alguien que parece no haber dormido, estira sus dedos y los estudia, con ojos fríos y acuosos. Mostradores de acero y pocillos eternamente blancos. Esmerado dibujo de la mañana: limpio y exacto. La consulta es funcional y la doctora muy joven, lleva un anillo de plata y teclea con seguridad, algo indica que ha asistido a clases de mecanografía, se teléfono descansa al lado del teclado, habla con seguridad y su letra es clara: cuánto han cambiado las cosas. Se despide sin ceremonias, su vista retorna a la pantalla. Fuera ya, la mañana es fría. Por el retrovisor, el edificio gris y pesado se aleja. La música nos remite a la generación del 27. Hace cinco años que pasó todo, aquellas visitas, aquellas noches, operaciones y convalecencias. Allí descansa una baliza, la vida que ya no está.

+ David Bowie. Ska, Nothern Soul. Una vista de Londres. La plata y el mechero de oro viejo. El humo era atractivo, ahora se ha convertido en una renuncia y no es ya ni siquiera un deseo. El humo oscuro del hachís, tampoco. Los veo fumar en un descansillo, su piel es transparente y sus ojos agua azul o verde. Ese verde del mar en los días de tormenta. Como las manos de un niño de dos o tres años: uñas de nácar. Están impasibles y contemplan el tráfico, como un río incesante y peligroso, para advertir o para escrutar. Carpetas sin contenido, bolígrafos rojos, folios en blanco. Lejos de la obligación la mañana es eterna, su contenido inabarcable.

+ Durante unas horas iba y venía la narración. La hija de una poderosa familia, su extraña belleza que llegaba desde la seguridad del dinero y el poder. Su padre le repetía que era necesario establecer una red de contactos, que uno no era nadie si no conseguía ciertas arbitrariedades administrativas. Ella lo relataba con pena, casi con vergüenza: pertenecía a esa aristocracia local y le desagradaba: casino y veraneo en comunidad de iguales, estudios y matrimonios en el mismo círculo selecto. Su padre había muerto hacía meses y lo recordaba, contaba como todas noches escribía en un cuaderno: detallaba el día: lo logrado y lo pendiente. Esa contabilidad y esa avaricia eran desconcierto y ausencia. "Si encuentro los diarios, no lo los leeré". Todos sabíamos que eso no era posible, su obligación era indagar y encontrar preguntas sobre sí misma. Una necesidad. En sus ojos se veía el desconcierto de la muerte y la turba del sinsentido, pero la curiosidad era la medida: ella misma, el vasto territorio del desconocimiento. Allí reposa el recuerdo de su padre.

+ Para algunos el diario es una necesidad, porque lo escrito es muy diferente a lo pensado, a lo vivido. Hay una extraña decantación en la letra, en el pulso de la caligrafía, en el misterioso canal que  une el pensamiento con la mano. Ella sabe donde están los cuadernos, pero debe retrasar la lectura, aunque no evitarla, la ocasión se mostrará sin velos.


+ Músicos en el East End, los disfraces antiguos y los aparejos de la actualidad. Pete Doherty y una guitarra española, una maleta de cartón, los sombreros y los cigarrillos, la cocaína y el velo de la nocturnidad. Así, ideas de paisajes y personajes asaltan el paseo de la tarde: esa música y los escaparates. Nada interesa tanto como el tacto del tiempo, su presencia o la inconsistencia de los proyectos. Un perfil exacto.


+Imagen: un embalaje y la abstración que ofrece. Es obra de la casualidad, de lo aleatorio: ahí reside su fuerza, su verdad. 

sábado, 7 de marzo de 2015

Subrayados y notas [marginales]




+ Hay una lluvia intensa que enmascara la calle. Es un gris neutro, absoluto, opresivo. Los libros descansan en el estante y durante un momento la música se detiene. Oigo la lluvia caer, el ruido sordo de un lejano televisor, las notas sincopadas de una canción que no es posible adivinar. El café es un bebedizo aguado y su regusto ácido nos aleja de lo monótono de la tarde: la exactitud o la elegancia expositiva; se debe elegir. Llegan noticias de Brixton y se puede ver cómo el barrio londinense se transforma en un destino turístico: así la web de viajes de un diario de tirada nacional lo recomienda: visita Londres, visita Brixton. Llueve. Es de particular interés observar cómo se erosionan escenarios y territorios: se decolora su épica y su lírica se transforma en el ornamento de un parque temático: turístico, seguro, (de) moda. Finalmente, la visión es la visión del suplemento dominical: tiendas, atuendos, café y licores, o vino y tapas, hipsters y bicicletas, cup-cakes y mujeres verticales, hombres esquinados e insuficientes, a juego con el esplendor de los cafés y los locales de ropa ultra-actual. La red se extiende y es una manera de entender la vida, de la cual no estamos lejos [aunque a veces nos guste pensar que sí]. ¿Cabe preguntarse por lo auténtico: es ya una palabra sin referente?

+ Abro Las flores del mal y me encuentro con una fotografía que recorté años atrás. No puedo evitar la sonrisa: se trata de un coche de caballos tirado por cebras (!).  El zoólogo Walter Rothschild (1868 -1937) se paseaba por Londres, cómo no, en un coche tirado por cebras. También tenía canguros en su jardín. Hace tiempo oí que Lord Byron, en su estancia en Roma poseía una jirafa, en otro momento me llegó la noticia de que Dalí paseaba por Nueva York con un oso hormiguero. No sé si es cierto, y no quiero averiguarlo. Estas notas paradójicas en el discurrir de la semana son subrayados de absurdo y alegría que despiertan a los niños salvajes que habitan en mi interior, atrincherados entre los libros, acampados junto a los tigres de juguete y las figuras de chinos con farolillo, hogueras que vigilan mi sueño. Me detengo y regreso a Las flores del mal, otra edad, pero en el mismo carril.

+ En la biblioteca cogí un libro al azar. Estaba anotado a lápiz: alguien se había tomado el trabajo de poner en su lugar al autor: jovencito es usted un indocumentado que no sabe de qué está hablando, pero yo se lo voy a explicar. Había veces que tenía razón, otras no, pero esa tarea inútil sólo puede producir melancolía. Dejé el libro y me quedé pensando en esas tareas inútiles, pensaba y allí estaban los rostros tristes y pesados como su tristeza, entre los periódicos y las revistas ilustradas: viejos prematuramente viejos. La solidaridad con el que sufre en el sordo silencio de la biblioteca es una obligación que va más allá del lujo y de la indignación. Eso pensaba cuando me fijé en él: había sido aquello que se denominaba un hijo de papá, ahora dormitaba: entre los mendigos que cargan el móvil en la gratuidad de la sala de lectura y los parados que se ilustran con diarios económicos, jubilados adormilados sobre ejemplares de Milton o Gironella, quién sabe. Allí estaba y era un rescoldo: su ropa, su peinado atildado, bolsas bajo los ojos, el rostro abotargado: una expresión hipnótica. Lo recuerdo: fue guapo, muy guapo; también recuerdo a su novia: una ninfa de cocaína y tabaco rubio, gloss y abrigos de pieles, nácar imposible y el aroma de la familia y desayuno en la cama un miércoles de mayo: el servicio con cofia y las arañas del salón descolgadas. No había llegado y sufría. Su belleza fue su condena. Se hizo tarde y continué mi camino.

+ "La belleza juega, vivaz, con las máscaras" Luis Antonio de Villena, en Hymnica.

+ Regresamos a esa Grecia creada por nosotros. Como un manual, un prontuario de esquemas y sensaciones, más que la instrucción exacta. Poemas e inscripciones, vasijas de cerámica negra, libros en la estantería. La antología Oxford de Browra descansa, y basta con recordar sus tapas azules, su aspecto de devocionario, las notas a lápiz de hace cincuenta o cincuenta y cinco años que alguien escribió: subrayados y observaciones transparentes. ¿Iré a Lancashire para devolver el libro a la biblioteca de la universidad, el libro que alguien nunca devolvió y yo terminé por comprar en una librería de lance? No hay proyecciones, ni núcleos, solo está el sueño, el descanso. Suena Led Zeppelin: así, en la espuma última del día.

+ Entender lo que nos rodea: sin recetas, pero con un muestrario [de colores]. Existen temporadas que se caracterizan por un caos maligno, ¿es el caos maligno per se? ¿qué es eso que un día te lleva a discutir con una bibliotecaria [aturdida, nerviosa y maleducada] y al día siguiente poco falta para entrar en una pelea [horrorosa] con unos forzudos anfetamínicos? Todos lo sabemos: no hay instrucciones de uso, sin embargo: se pueden atisbar unas líneas, unas líneas de fuerza, pero ¿dónde están ancladas? Pensaré en ello y no encontraré soluciones, el tiempo de espera traza un camino hacia el entendimiento.

+ Imagen: paisaje londinense: un bar, algún scone, nata y té rojo. Unos niños jugaban y sus padres eran tan jóvenes que se aproximaron al juego y entonaron una canción, que no comprendimos, pero nos hizo reír. Allí seguirán, como hadas miríficas de nuestro territorio sentimental.