sábado, 14 de marzo de 2015
Senderos
+ Hospital. Siempre la entrada es inquietante. Los rostros, los afanes, la prisa o la fatiga. Colores pálidos. El café es excelente, hay hombres que desayunan con calma, mientras leen el periódico, unos operarios hablan en una mesa y es, para ellos, una jornada más, otra más, en una mesa retirada: alguien que parece no haber dormido, estira sus dedos y los estudia, con ojos fríos y acuosos. Mostradores de acero y pocillos eternamente blancos. Esmerado dibujo de la mañana: limpio y exacto. La consulta es funcional y la doctora muy joven, lleva un anillo de plata y teclea con seguridad, algo indica que ha asistido a clases de mecanografía, se teléfono descansa al lado del teclado, habla con seguridad y su letra es clara: cuánto han cambiado las cosas. Se despide sin ceremonias, su vista retorna a la pantalla. Fuera ya, la mañana es fría. Por el retrovisor, el edificio gris y pesado se aleja. La música nos remite a la generación del 27. Hace cinco años que pasó todo, aquellas visitas, aquellas noches, operaciones y convalecencias. Allí descansa una baliza, la vida que ya no está.
+ David Bowie. Ska, Nothern Soul. Una vista de Londres. La plata y el mechero de oro viejo. El humo era atractivo, ahora se ha convertido en una renuncia y no es ya ni siquiera un deseo. El humo oscuro del hachís, tampoco. Los veo fumar en un descansillo, su piel es transparente y sus ojos agua azul o verde. Ese verde del mar en los días de tormenta. Como las manos de un niño de dos o tres años: uñas de nácar. Están impasibles y contemplan el tráfico, como un río incesante y peligroso, para advertir o para escrutar. Carpetas sin contenido, bolígrafos rojos, folios en blanco. Lejos de la obligación la mañana es eterna, su contenido inabarcable.
+ Durante unas horas iba y venía la narración. La hija de una poderosa familia, su extraña belleza que llegaba desde la seguridad del dinero y el poder. Su padre le repetía que era necesario establecer una red de contactos, que uno no era nadie si no conseguía ciertas arbitrariedades administrativas. Ella lo relataba con pena, casi con vergüenza: pertenecía a esa aristocracia local y le desagradaba: casino y veraneo en comunidad de iguales, estudios y matrimonios en el mismo círculo selecto. Su padre había muerto hacía meses y lo recordaba, contaba como todas noches escribía en un cuaderno: detallaba el día: lo logrado y lo pendiente. Esa contabilidad y esa avaricia eran desconcierto y ausencia. "Si encuentro los diarios, no lo los leeré". Todos sabíamos que eso no era posible, su obligación era indagar y encontrar preguntas sobre sí misma. Una necesidad. En sus ojos se veía el desconcierto de la muerte y la turba del sinsentido, pero la curiosidad era la medida: ella misma, el vasto territorio del desconocimiento. Allí reposa el recuerdo de su padre.
+ Para algunos el diario es una necesidad, porque lo escrito es muy diferente a lo pensado, a lo vivido. Hay una extraña decantación en la letra, en el pulso de la caligrafía, en el misterioso canal que une el pensamiento con la mano. Ella sabe donde están los cuadernos, pero debe retrasar la lectura, aunque no evitarla, la ocasión se mostrará sin velos.
+ Músicos en el East End, los disfraces antiguos y los aparejos de la actualidad. Pete Doherty y una guitarra española, una maleta de cartón, los sombreros y los cigarrillos, la cocaína y el velo de la nocturnidad. Así, ideas de paisajes y personajes asaltan el paseo de la tarde: esa música y los escaparates. Nada interesa tanto como el tacto del tiempo, su presencia o la inconsistencia de los proyectos. Un perfil exacto.
+Imagen: un embalaje y la abstración que ofrece. Es obra de la casualidad, de lo aleatorio: ahí reside su fuerza, su verdad.
