sábado, 2 de agosto de 2014

Inferum


+ Tienen los días de verano una excitante cualidad, que tanto invita al sueño como a la lujuria. Hoy llueve con una monótona insistencia, tal vez se trate de un prestidigitador que nos devuelve a la verdad de las estaciones: siempre está el invierno al acecho, como la alimaña en el bosque, como el ladrón en la oscuridad. No se debe olvidar. Así, se desprecia el tabaco: sólo por considerar su momento fuera del ciclo: la vida es acostumbrarse a eliminar dependencias. La cualidad: la renovación, el estallido, el resorte biológico que apunta a la reproducción. Lo perpetuo e inmóvil.

+ La cama como territorio: dormir, amar, leer. ¿Escribir?, tal vez, con el aparataje adecuado. El mes de agosto se anuncia como una prolongación de un algo innecesario. También la cama es propicia para la muerte: [y alguien] añade: y tanto. El sueño y la muerte se equiparan: somnium imago mortis. Quizá no sea tan descabellada la ambición de no permitir a las palabras alzarse más allá de lo necesario. La cama como instrumento del amor y de la muerte, el verano es la estación recurrente, la otra cara de la moneda alienta una elegancia extrema: el invierno. La cita del día, recogida de regreso a casa, una conversación oída por descuido, sin intención: "No saben lo que es, pero afirman lo que no es". No es preciso entender nada más, el día queda dibujado en el gesto que acompañó la frase: el giro de una sentencia siempre llega con un acompasado movimiento de manos. El verano entrega monedas, joyas y desperdicios, los restos del naufragio que llegan a la playa y se entierran en la arena.

+ La primera persona, el problema del yo. La disolución, la niebla, lo transparente y lo opaco. Egoísmo y lujuria. El tabaco era una compañía agradable, perfecta en los momentos de espera, una cortina de irrealidad y cine, pero un día me cansé. Yo ya era otro yo, que difería terriblemente del anterior. Como había sucedido en otras ocasiones cambié: la serpiente muda su piel anualmente, el ser humano cada tres o cuatro años. Así, el reflejo del rostro en el espejo es un oleaje, un escenario cambiante y sutil. Una mañana no me reconocí mientras me afeitaba, pero aprendí a convivir con aquel extraño, este extraño. Las aguas del Sena contienen mi memoria, la de un París que nunca llego a ser, la nostalgia de lo no vivido. Poemas, notas, caligrafía. No lo recuerdo, me he acostumbrado, con esfuerzo, a olvidar: permanentemente.

+ Era allí donde residía su persona: el teléfono carísimo, el bolso imposible y verde, la pluma excepcional de laca china negra-naranja y oro de 18 kilates y, simultáneamente, inapropiada para el momento y el lugar: demasiada acumulación de costosas baratijas. La primera persona nos engaña con sus estrategias, exige cuidados y atenciones que no se merece. Descendía un nivel cada vez que pronunciaban una palabra: no era guapa, no tenía estilo, pero sí poseía objetos caros que impresionaban muy poco, tal era su fallido cometido: triste, esencialmente triste. Camina bajo la lluvia, con dificultad, en la esfera de sus imposibles tacones negros.

+ La elegante manía de llevar libros a la playa y una vez allí: depositarlos sobre la toalla y olvidarlos, hasta la hora del regreso. Por ejemplo, durante esta semana viajó conmigo Los paraísos artificiales, nunca lo abrí. La vibración del verano supera cualquier lectura, la lógica de los cuerpos rebasa a la literatura misma: ahí se esconde un particular secreto, el secreto de la vida: niños, adolescentes, jóvenes, la edad madura, la vejez. Cada edad tiene una explicación que va más allá de las palabras y el pensamiento y se resume en la huella del tiempo sobre los cuerpos. El libro descansa y las palabras duermen un sueño ligero pero constante. Los cuerpos no mienten, allí se recoge la biografía de lo humano.

+ Inferum: neutro: lo que está debajo. [ Ilustración: las aguas del Sena, mes de octubre, bajo algún puente, quizá bajo algún puente].