sábado, 9 de agosto de 2014

Hoy


+ Reproductor nuevo. Ha sucedido, finalmente: el antiguo reproductor murió, los discos giraban sin obtener nada a cambio, aunque arrojaba un ruido similar a un motor a punto de agonizar: el ruidismo es un arte siempre por descubrir: éste no era el caso. Sin sorpresa, se descartó el aparato. Lo fungible es el emblema de nuestro tiempo y a él se rinde uno, sin esperar ninguna lección, sin moralejas, sin esperanza. Llegó esta mañana, la portera lo recogió. Abrir el embalaje no es un rito, es una rutina, a pesar de esto último hay comprobaciones que parecen no estar todavía codificadas. Para probarlo utilicé tres discos: un episodio de Yo, Claudio, unos vídeos de Pulp y Transpoitting. Finalmente terminé por ver completa Transpoitting. Llovía abundamente y hacía un calor pesado: una atmosfera espesa y narcotica: ayuda a crear un clima en el entorno de la película. ¿Hay relación entre una cosa y la otra? Ninguna, no es necesario, simplemente se estable como elección destinada a disfrutar del momento. Lo que menos importancia tiene, me digo, es la película, el desarrollo de la trama. Interesan las imágenes, sus colores, el fondo musical, en unión de la lluvia que golpea los cristales, que se oye en la calle como un trasfondo irreal. Trampantojos. La textura de la lluvia, el intenso sabor del café helado, la recreación en que se transforma la tarde del viernes: el inicio del ocio y la indolencia: hoy no leeré nada. La película continua, aquí y allá surgen escenas londinenses en contraste con lo escocés. Es un Londres que no reconozco: sesgado y tópico, tangencia. El sentimentalismo del cine y de la lluvia, el salón en penumbra, la rememoración del pasado. Ha pasado el tiempo. ¿1995? Las cifras que nos otorgan las fechas son equívocas, son útiles, pero no descriptivas. Así esperamos una llamada y el tiempo se alarga, en el caso contrario se encoge. Es un error tratar el tiempo y sus divisiones como objetos, porque no lo son objetos; carecen de entidad. Esclavitud del calendario y el reloj. Por qué no establecer un periodo de tiempo delimitado por la vida de un reproductor: conocemos su inicio y desconocemos su final: como la vida misma, reflejo biográfico. Los apuntes surgen mientras llega el final de Transpoitting y lo que permanece es la suspensión del pasado y su engañosa realidad/irrealidad. Nada más, ha dejado de llover.

+ Un accidente, otro más. La costumbre anula la sorpresa, donde antes estaba la norma ahora toma su posición el letargo [y se equipara a la frecuencia, a la serie, pero no esto no es otra cosa que una bifurcación interesada].

+ Un apunte necesariamente rápido, necesariamente breve: Londres, Sinagoga de Brick Lane, Princelet St.: Rodindsky's Room, Rachel Lichtenstein & Iain Sinclair. Fantasmas, la persecución de fantasmas, pistas, un despertar, una historia, su reconstrucción. Tanteos. Ensayos, errores, rectificaciones. Algo tan propio de la ciudad. El método establece un sistema y éste nos revela capas subterráneas. Bucear en ellas es acceder a otra faceta de la percepción. La suma de las curiosidades termina por perfilar nuestra visión. Toda visión es construida, la elaboración consciente y dirigida se constituye en arte. El arte portátil. El arte que se eleva sobre todos, sin duda, es la poesía, así lo entendía Hegel, y en ello reside una razón: poetizar es sobre todo asombrarnos e indagar en este asombro, luchar contra lo que llega, contra las ideas recibidas. Londres aguarda nuestra visita, pero deberá esperar hasta octubre [oh, ciudad orgullosa y cruel]. En la espera, la lectura, las fotos y las sugerencias que nacen de conversaciones y recuerdos: volver al lugar que nos sorprendió la dicha: la poética del viaje, cuando los turistas se ven relegados y emerge su sombra, la que los ha de transformar, la que los ha de constituir en viajeros. E la nave va.

+Apago la luz y pongo la radio. Suena algo de Kurt Weill: la música acoge el sueño. Pienso en uno que rechazaba el sueño y me preguntó que habrá sido de él. Dormir es para los tipejos, decía citando una película de cine negro, que yo no recuerdo. Niebla que se desvanece, sueño que rescata los paisajes del pasado: urgencias y límites. Ayer, de camino hacia algún sitio donde cenar, nos encontramos con un alcohólico confeso. Contaminado de su propia locura, sus ojos atravesaban el pavimento, se elevaban y se clavaban en los míos. Sostenía yo la mirada y su mirada arrojaba vacío y deserciones. La barba grisácea, el pelo encrespado, la voz cuarteada. Tabaco, humedad, whisky. Se alejaba y había algo de opereta en su caminar, en su monólogo sobre la independencia Escocesa y Mick Jagger, en su ansiedad casi religiosa por el alcohol y su espiritualidad. Una vez alguien me dijo: ahí va Don Alcohol. Así, él es un exempla medievalista, la enfermedad anida en él desde el principio de los tiempos y su caracter perezoso la ha fortalecido: con veinticinco años eran unas elegantes extravagancias, hoy, con cincuenta, resulta una lastimosa estampa de la provincia: la percusión de la rutina y el drama doméstico. Allí va, y en la oscuridad, con Kurt Weill, lo vuelvo a ver en su opereta de borrachín de provincias. Me dejo morir en el sueño, una vez más: somnium imago mortis.