sábado, 30 de agosto de 2014
Edades
+ A primeras horas de la mañana los cuervos vuelan sobre un canal de la ría. Se posan en una escollera y graznan mecánicamente. El día se eleva más allá de la isla, sin voluntad. La isla se asemeja a un monstruo durmiente, un animal anterior al diluvio, con una carga mitológica, con su misterio y su literatura. Una garza transita por los esteros, nadie se puede aproximar si no se quiere que levante el vuelo. Al tiempo, no me resulta complicado pensar en épocas pretéritas: un algo medieval y conectado con la lírica de los trovadores. Un viajero. Su llegada desde la meseta es el tema de un poema que no se ha de escribir [¿o tal vez sí?]. Es un instante de ensimismamiento. Finalmente, la técnica de romper el hábito de la percepción regala y estructura posibilidades. El caballo, el hombre, la ría, los bosques, los pueblos, puentes y torres, amores y lejanías, animales, árboles, mitos, decisiones, rituales, hogueras, la misión. En un amanecer parecido a éste se dieron cita los dos cuervos y la garza, otros cuervos, otra garza, en la arena húmeda, la arena que ha descubierto la bajamar. Hay en el cielo nubes que se podrían leer como se leen las líneas de la mano: la misma certeza de imprecisión, pero con el aliento de un mundo reconstruido: en un instante, con una presencia poética. Así vi en el bosque a la cierva perderse en la espesura. Los animales transmiten el latido del paisaje. Hoy han sido los cuervos, que han dibujado con las puntas de sus alas una mujer, en la arena. A mí me pareció una mujer, tal vez sea una guitarra o un barco sin rumbo, a la deriva.
+ Desde hace unos días, un poco al azar, un poco premeditadamente, leo sin orden fragmentos de Ocurrencias de un ocioso, de Kenko Yoshida. Un día, como un conjuro, la cita giró en torno a cómo el tránsito de la primavera al verano no es abrupto, pues en toda primavera hay algo de verano y en todo verano hay algo de otoño. Los ciclos de las estaciones tienen un innegable paralelismo con las edades de la vida, salvo que la duración de las estaciones está bien delimitada, aunque las fronteras, en muchas ocasiones, semejen imprecisas. Las edades son convencionales, arbitrarias. No todos los que tienen cincuenta años tienen cincuenta años, ni todos los que tienen veinticinco tienen veinticinco. Hemos visto a hombres de veinticuatro años que tienen cincuenta y cuatro. Mujeres de treinta que toda su vida han sido sexagenarias. Anochece, es hora de dormir.
+ El jazz gitano, una guitarra como una veloz motocicleta, el violín tiene algo de avión, las baquetas soportan todo el peso de una sugerencia. Campos, casas, vino, el modo francés, una cierta alegría de vivir, unos años veinte de cigarrillo, bigote y ternos en azul plata. La música, ya se ha dicho, tiene poderes medicinales. Un veneno.
+ Venenos a disposición del caminante. Me ha dicho, mientras señala la mata, que se pueden hacer infusiones, que no provocan la muerte, pero aproximan su presencia al poco de ser ingeridas. Otros me han hablado de pequeños hongos que transforman la visión [interior]. No probaré de nada de eso. Tengo otras recetas. El grado cero. Hay en nuestro interior un hombre con el que conversamos, un homúnculo. Le he prohibido hablar: su silencio es mi ebriedad. Un trabajo diario: el aquí y el ahora, sin pensamiento. El vacío que ofrece el mar cuando la marea baja es substancialmente metafórico. Una paradoja sobre la que reflexionar, sin prisa. La noche es transparencia y aleación de esperanza y victoria. Nada nos indica su fin, tampoco su principio. Las paradojas y la ironía nos ayudan a sobrellevar la carga de mortalidad que nos ha de acompañar por siempre.
+ La silueta de un avión nos habla de un futuro próximo. Un recordatorio, un amuleto. Vuela sobre nosotros y no nos hacemos preguntas. Lo literario es una certeza. Londres espera nuestra llegada, sin duda.
sábado, 23 de agosto de 2014
Laminación
+ Entrevista a una bailarina: en mi casa, en mi infancia nunca hubo televisión, la consideraban perniciosa. Habla de cómo la música inundaba el día a día, cómo sentía la fuerza y la presencia de las canciones. Leonard Cohen, es la cita, luego música clásica. En otro momento, alguien califica el televisor de chatarra. Un ruido sordo, continuo. Un filósofo, en otro siglo, afirmaba que tenía un televisor en blanco y negro, averiado, en el centro del salón. Nunca se encendía. Aunque se tratase de una mera pose, ya valdría.
+ Foucault: "(…) es la defensa de la disensión y del derecho a la diferencia, con un rechazo enérgico de la confusión (común) entre lo normal y lo moral". Entrada sobre Foucault en el Diccionario de Filosofía Ferrater-Mora. La confusión interesada entre normalidad y adecuación debe ser rastreada, constantemente.
+ Capas de maquillaje que se superponen para enmascarar el rostro. El rostro se construye cada día frente al espejo. Sus párpados, sus labios, sus mejillas. Luego el pelo. Se equipara ese inicio con el camerino. Ahora él: se afeita, se peina después de aplicarse gomina o fijador, se coloca sus gafas [813 €], la camisa, los calcetines negros, los mocasines, el terno oscuro. El reloj [2950 €]. Desayunan. Las niñas están con sus abuelos, pero su espíritu permanece en el hogar. Su olor, sus cosas, la ropa en la cesta de la plancha. Salen a la calle y se besan. El escenario es la ciudad, la escena: la oficina de banca. Si se observan durante el fin de semana en los bares que suelen frecuentar, en las terrazas que les gustan, no se percibe variación, tal vez un cambio de indumentaria, pero la coherencia de los personajes, su solidez se impone a la circunstancia. Gin-tonic y cigarrillos rubios, palabras espesadas y planes de pensiones, de los que hablan con una portentosa autoridad. Anoche en la provincia. La normalidad duerme tranquilamente.
+ Llegan voces que hablan de paneles o de láminas magnéticas, de abandonos, de traiciones, adulterios y decepciones, obras que se harán inminentemente y pisos que son una ganga. El sol es hoy una potencia del alma. Lo veo crecer y me impide fotografiar: en la hora del trabajo. Leo y llegan voces, entrecortadas, sólo queda de ellas alguna palabra, pero lo definitivo es su música, que se impone sobre el decir. Es importante esa conjunción que el rumor del mar rompe. Baja la marea y las algas son materia de discusión, las fanecas [esos peces que nos acechan], un niño que llora y otro que ríe, la ternura de las adolescentes, las reverberaciones de la cerveza helada, el sutil tacto de la columna del cigarrillo de la chica rubia, tan elegante en su silencio y contemplación. No es un día cualquiera, es un lunes y la semana comienza en aras de seda y cobre, con aleteos cinematográficos y un lenguaje nuevo, que se ha renovado y permanece: estático y eterno. Siempre ha sido así, ¿verdad?
+ Las cosas que van quedando en el arcén de la carretera son extrañas, no por sí mismas, sino por su descontextualización. A veces, parecen trenzar una historia, parecen las pistas para llegar al núcleo de una verdad pétrea, fósil, eterna. Pero no, no es posible articular nada más allá de lo obvio. Varios bolígrafos sin tinta, tornillería varia, el desguace de unas gafas de sol, un sujetador de rayas azules y blancas, una estampa, un mazo de tarjetas de visita, mecheros inútiles, ortopedia y cajas de Cd's, Cd's, una foto de Ute Lemper, un zapato [¿quién ha perdido un zapato, un sujetador?], botellas de perfumes caros, una olla, libretas y recibos, una lámpara, una cartera vacía, relojes en un calcetín: relojes dorados, herrumbrosos, relojes sin esfera, relojes sin agujas, relojes de los que sólo queda la caja y la correa, relojes dentro de un calcetín (…) Y así. ¿Hay una posible morfología? Creo haber dicho que no, pero esto no lleva a ningún lado, pues toda colección es susceptible de ser ordenada y clasificada, como sabemos, posteriormente, todo orden otorga una enseñanza. Hoy las nubes decoloraron el paisaje, había algo de blanco y negro o débil coloración de albúmina: cobre suave [una vez más]. Los objetos reclaman atención, pero el silencio los entierra un poco más en el olvido.
+ [Ilustración: en algún lugar de Oporto, próximo a Miguel Bombarda]
sábado, 16 de agosto de 2014
La inteligencia y la memoria, para una mitología
+ Hugin y Munin. Los cuervos de Odin: la inteligencia y la memoria. Rescato sus nombres de un poema de Luis Alberto de Cuenca y recuerdo haber visto contigo a L. A. de C. contigo, en Madrid. Le vimos mientras sacaba dinero de un cajero y escuchamos decir a la adolescente que le acompañaba: "Luis Alberto, tranquilo, que yo vigilo". Nos reimos. Para mí fue un gran momento. Nos dirigíamos a un restaurante japonés no muy caro, el otoño comenzaba, pero era un día luminoso, fresco, azulado, tan madrileño. Años después le vi pasar con un conferenciante por una calle de esta provincia. Nunca dije nada. Por ejemplo, no le dije, no le grité: Luis Alberto: Nec metu, nec spe. No importa mucho. El otro día, tarde de sábado, librerías y skaters, compré un tomo con su poesía completa, hasta el 2005. Una tarde de comprar libros, muchos libros, de bebidas multicolores y deliciosa Coca-Cola Light. Nos reímos y estuvimos serios cuando contemplamos la posibilidad de una elección mitológica. Ahora, en calma, mientras leo, a mí me gustaría ser Odin, pero no por otra cosa que por tener los dos cuervos que van por el mundo y al final del día traen noticias. Para saberlo todo, para olvidarlo a continuación y quedarme sólo con el poso de la comparación, una sabiduría articulada en el estallido del instante: sin darle importancia, como un avispero sin avispas. Sin embargo, los cuervos, de alguna manera, llegan cada noche a mí, me hablan de posibles e imposibles amores, de desengaños y de esperanza, me hablan de todo aquello que nos queda por hacer. La inteligencia y la memoria perviven en los gestos y su vuelo es exacto y constante.
+ " (…) se nos quedan los ojos allá arriba,/ en esa línea de las cresterías/ talladas a diamante" Antonio Colinas. Peña Trevinca, en el recuerdo: agosto.
+ La tarde, en las desdibujadas línea del horizonte, es una promesa. La playa se pliega sobre sí misma: una imagen, la verdad reciente. Los cuerpos son misteriosos y bellos, con independencia de la edad, la altura, el peso o el volumen. Hay verdades que se generan en su conjunción, pero es mejor que ésta quede en suspenso, sin llegar a ser definida, en el campo erótico de la sugerencia. Es el dios del momento quién nos seduce, a pesar de ocultarse en el su último baño, sumergido: bucea hacia los bancos de algas, entre piedras y náufragos. Nada busca, nada ambiciona.
+ Cualquier día, en las primeras horas. Un paseo a la orilla del río. Veo como bajan del albergue mendigos y heroinómanos. Observo, sin fijarme mucho, en sus ropas, en el paso lento, en la constancia del humo de sus cigarrillos. A alguno de ellos conozco. Son el testigo de la devastación de la heroína. Contrasta su perfil con la rotunda belleza de la mañana, con el aire tibio, se contraponen a la ropa deportiva de las adolescentes y las mujeres maduras: llenas de salud y determinación. La belleza es la salud. Esta equiparación es ahora más rotunda. El río es una metáfora bien conocida, ellos son otra manera que la realidad nos ofrece para entender las derivaciones que esconde lo múltiple y lo tangible. Serios, concisos, asombrados. La mañana es una silueta de deportistas donde ellos son un contrapunto indeseable pero auténtico. Más adelante, arropado por la música del Mp3, creo entender cómo el ciclo de la vida se muestra sin darse importancia. Tres avispas devoran el cadáver de una lagartija: el arco de sus costillas recuerda a las espinas de un pez, su piel todavía conserva una belleza de verdes y pequeñas motas amarillas, asoma la carne amoratada. Hago una foto, luego la estudio y termino por borrarla: hay algo que me desagrada profundamente. Son las avispas, sin duda, me enferman porque te enferman, me digo recordando los peligros que atesoran. Uno lo uno a lo otro, me detengo y pienso en el humo denso de los cigarrillos, en la dedicación a un vicio, en la transparencia de la mañana y en la imposibilidad de regresar de la muerte. Nada de esto tiene derecho a emerger, la tarea está en centrarse en la música y restringir el flujo del pensamiento: hasta que se extinga. Shostakovich eleva el paisaje a obra de arte y da paso a un punto cero. Volveré, los pliegues son tramas de lo extenso.
+ [Imagen: La fotografía es un vehículo para la abstracción].
sábado, 9 de agosto de 2014
Hoy
+ Un accidente, otro más. La costumbre anula la sorpresa, donde antes estaba la norma ahora toma su posición el letargo [y se equipara a la frecuencia, a la serie, pero no esto no es otra cosa que una bifurcación interesada].
+ Un apunte necesariamente rápido, necesariamente breve: Londres, Sinagoga de Brick Lane, Princelet St.: Rodindsky's Room, Rachel Lichtenstein & Iain Sinclair. Fantasmas, la persecución de fantasmas, pistas, un despertar, una historia, su reconstrucción. Tanteos. Ensayos, errores, rectificaciones. Algo tan propio de la ciudad. El método establece un sistema y éste nos revela capas subterráneas. Bucear en ellas es acceder a otra faceta de la percepción. La suma de las curiosidades termina por perfilar nuestra visión. Toda visión es construida, la elaboración consciente y dirigida se constituye en arte. El arte portátil. El arte que se eleva sobre todos, sin duda, es la poesía, así lo entendía Hegel, y en ello reside una razón: poetizar es sobre todo asombrarnos e indagar en este asombro, luchar contra lo que llega, contra las ideas recibidas. Londres aguarda nuestra visita, pero deberá esperar hasta octubre [oh, ciudad orgullosa y cruel]. En la espera, la lectura, las fotos y las sugerencias que nacen de conversaciones y recuerdos: volver al lugar que nos sorprendió la dicha: la poética del viaje, cuando los turistas se ven relegados y emerge su sombra, la que los ha de transformar, la que los ha de constituir en viajeros. E la nave va.
+Apago la luz y pongo la radio. Suena algo de Kurt Weill: la música acoge el sueño. Pienso en uno que rechazaba el sueño y me preguntó que habrá sido de él. Dormir es para los tipejos, decía citando una película de cine negro, que yo no recuerdo. Niebla que se desvanece, sueño que rescata los paisajes del pasado: urgencias y límites. Ayer, de camino hacia algún sitio donde cenar, nos encontramos con un alcohólico confeso. Contaminado de su propia locura, sus ojos atravesaban el pavimento, se elevaban y se clavaban en los míos. Sostenía yo la mirada y su mirada arrojaba vacío y deserciones. La barba grisácea, el pelo encrespado, la voz cuarteada. Tabaco, humedad, whisky. Se alejaba y había algo de opereta en su caminar, en su monólogo sobre la independencia Escocesa y Mick Jagger, en su ansiedad casi religiosa por el alcohol y su espiritualidad. Una vez alguien me dijo: ahí va Don Alcohol. Así, él es un exempla medievalista, la enfermedad anida en él desde el principio de los tiempos y su caracter perezoso la ha fortalecido: con veinticinco años eran unas elegantes extravagancias, hoy, con cincuenta, resulta una lastimosa estampa de la provincia: la percusión de la rutina y el drama doméstico. Allí va, y en la oscuridad, con Kurt Weill, lo vuelvo a ver en su opereta de borrachín de provincias. Me dejo morir en el sueño, una vez más: somnium imago mortis.
sábado, 2 de agosto de 2014
Inferum
+ Tienen los días de verano una excitante cualidad, que tanto invita al sueño como a la lujuria. Hoy llueve con una monótona insistencia, tal vez se trate de un prestidigitador que nos devuelve a la verdad de las estaciones: siempre está el invierno al acecho, como la alimaña en el bosque, como el ladrón en la oscuridad. No se debe olvidar. Así, se desprecia el tabaco: sólo por considerar su momento fuera del ciclo: la vida es acostumbrarse a eliminar dependencias. La cualidad: la renovación, el estallido, el resorte biológico que apunta a la reproducción. Lo perpetuo e inmóvil.
+ La cama como territorio: dormir, amar, leer. ¿Escribir?, tal vez, con el aparataje adecuado. El mes de agosto se anuncia como una prolongación de un algo innecesario. También la cama es propicia para la muerte: [y alguien] añade: y tanto. El sueño y la muerte se equiparan: somnium imago mortis. Quizá no sea tan descabellada la ambición de no permitir a las palabras alzarse más allá de lo necesario. La cama como instrumento del amor y de la muerte, el verano es la estación recurrente, la otra cara de la moneda alienta una elegancia extrema: el invierno. La cita del día, recogida de regreso a casa, una conversación oída por descuido, sin intención: "No saben lo que es, pero afirman lo que no es". No es preciso entender nada más, el día queda dibujado en el gesto que acompañó la frase: el giro de una sentencia siempre llega con un acompasado movimiento de manos. El verano entrega monedas, joyas y desperdicios, los restos del naufragio que llegan a la playa y se entierran en la arena.
+ La primera persona, el problema del yo. La disolución, la niebla, lo transparente y lo opaco. Egoísmo y lujuria. El tabaco era una compañía agradable, perfecta en los momentos de espera, una cortina de irrealidad y cine, pero un día me cansé. Yo ya era otro yo, que difería terriblemente del anterior. Como había sucedido en otras ocasiones cambié: la serpiente muda su piel anualmente, el ser humano cada tres o cuatro años. Así, el reflejo del rostro en el espejo es un oleaje, un escenario cambiante y sutil. Una mañana no me reconocí mientras me afeitaba, pero aprendí a convivir con aquel extraño, este extraño. Las aguas del Sena contienen mi memoria, la de un París que nunca llego a ser, la nostalgia de lo no vivido. Poemas, notas, caligrafía. No lo recuerdo, me he acostumbrado, con esfuerzo, a olvidar: permanentemente.
+ Era allí donde residía su persona: el teléfono carísimo, el bolso imposible y verde, la pluma excepcional de laca china negra-naranja y oro de 18 kilates y, simultáneamente, inapropiada para el momento y el lugar: demasiada acumulación de costosas baratijas. La primera persona nos engaña con sus estrategias, exige cuidados y atenciones que no se merece. Descendía un nivel cada vez que pronunciaban una palabra: no era guapa, no tenía estilo, pero sí poseía objetos caros que impresionaban muy poco, tal era su fallido cometido: triste, esencialmente triste. Camina bajo la lluvia, con dificultad, en la esfera de sus imposibles tacones negros.
+ La elegante manía de llevar libros a la playa y una vez allí: depositarlos sobre la toalla y olvidarlos, hasta la hora del regreso. Por ejemplo, durante esta semana viajó conmigo Los paraísos artificiales, nunca lo abrí. La vibración del verano supera cualquier lectura, la lógica de los cuerpos rebasa a la literatura misma: ahí se esconde un particular secreto, el secreto de la vida: niños, adolescentes, jóvenes, la edad madura, la vejez. Cada edad tiene una explicación que va más allá de las palabras y el pensamiento y se resume en la huella del tiempo sobre los cuerpos. El libro descansa y las palabras duermen un sueño ligero pero constante. Los cuerpos no mienten, allí se recoge la biografía de lo humano.
+ Inferum: neutro: lo que está debajo. [ Ilustración: las aguas del Sena, mes de octubre, bajo algún puente, quizá bajo algún puente].
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)



