sábado, 8 de febrero de 2025

Una arqueología del yo

 


+ Cabe en la precisión de una arquitectura la libertad de la improvisación, la atracción de una extraña vía, la vía de la poesía. Los límites otorgan libertad. Una gran libertad.


+ Vuelvo a escuchar Las morillas de Jaén. Es miércoles, parece que los temporales han remitido (nunca se sabe). Ayer hable con K. Siempre está bien, un recuento, aquello de los espejos: no son duplicidades, sino complementos. La música tamiza este momento de sosiego. Los gatos están en sus camas de gatos. Todo está en calma. Tengo muchos libros a mi alcance y ahí quedan. Lo estático se impone, definitivamente.


+ “Que la Ciencia trate acerca de la Realidad implica que la Ciencia está fuera de la Realidad, puesto que trata acerca de ella.” Agustín García Calvo en Contra la realidad (192). Más adelante afirma que las ciencias son epistemologías de sí mismas. Pero no es lo que me interesa en un primer término, sino la conexión de AGC con algunos poetas. Algunos poetas que compraban drogas a escondidas sin de dejar de ser poetas. Miguel Ángel Velasco, Miel salvaje. “Esta noche / todos somos iguales en la plaza”, qué plaza sino la misma plaza de siempre, entre la adolescencia y el naufragio. “Bultos oscuros en los soportales”, a la espera de la razón que se manifestará en cada gesto. Ay, la huidas. La ciencia tiene una explicación, pero no resuelve la incógnita, porque este pliegue sobre sí misma desvela el secreto y con ello se abrasa, se carboniza. El carbón aunque tiene muchas cosas en común con el diamante, no es un diamante. Finaliza el poemas: “Te miran unos ojos / al pasar, y no saben / que en tu puño aprendo va una tregua / de sombra con la vida.”


+ En realidad solo me interesaba aquel poema, solo aquel poema, y ello se debía que era el único que entendía. Entender, qué palabra. Lo de entender tiene una compleja historia. Se trata, mejor dicho, que aquel era un poema con el que conectaba y se alejaba de maneras y arabescos que no tenían, para mí, sentido. Ahora abro el libro, otra vez, y la sensación es la misma. Una vez se consigue, pero dos no. Un solo poema. Más tarde. Puse el reproductor en línea y escuché su voz en la lejanía de la muerte, más allá de su propia muerte. Y surgió un milagro, vi la verdad. ¿La verdad? Una intimidad de furia y crueldad, el reflejo que ofrece la Ilíada. “Acerca de las heridas de los héroes”


+ Entender. La verdad. La estatura. El tatuaje de lo diario.


+ Leo a Walter Benjamin. Sobre la fotografía. Es un tema, un tema que colabora en el ensamblaje de la realidad y en su desmontaje. Yo creo que la fotografía está cerrada desde hace años, qué le vamos a hacer. Alguna vez me sorprende una exposición, pero ese fulgor se da porque proviene del pasado, porque, a pesar de que se haya disparado en el presente, la visión es lejana y acompasada con la muerte. La muerte, de eso se trata siempre en la fotografía [como en cualquier manifestación artística]. Leo a W.B. y la sensación de finitud se ensancha, pero no quiero quedarme ahí. Una arqueología. Vuelvo a ver las fotos que aquí inserto y sé a qué responden, porque su relación con lo diarístico prevalece sobre cualquier otra intención, pero no deja de ser otra arqueología, una arqueología del yo. La lectura de W.B. me aporta un punto de vista variable, que es lo que necesito.


+ Entro en la biblioteca. Me siento. Leo algunos poemas de un joven autor y siento que ya no me gustan. Me gustaron, pero hoy no me gustan. Quizá sea yo, quizá sea la clima invernal que imprime distancia, quizá sea que en realidad los poemas no valen mucho y cuando me gustaban respondía a una sensación y no a un juicio frío [eso es lo que yo entiendo hoy]. Me levanto y la bibliotecaria habla de asuntos de herencias: una pareja que convive y no están casados, él muere y sus padres, en lugar de su pareja, heredan. Todo un tema me digo. Siempre pienso que se aburren, enfrascadas en gruesos libros y con el teléfono escondido con disimulo [no sé porqué tiene que esconder el teléfono]. Bajo las escaleras y entro en la sala de prensa. Leo dos o tres periódicos del día. Los hojeo, que no leo. Una revista de música clásica y me levanto. El día está limpio y hace frío. Pienso en las bibliotecarias, en los que pasan el día en la biblioteca, en lo que acabo de leer al vuelo. Titulares, entradillas y destacados. Poco importa. Mi discurso es el discurso de alguien que ha salido del trabajo para estirar las piernas [porque puedo] en lugar de ir a tomar café. Menos de media hora. Siento que regreso a la realidad después de haberme sumergido en un extraño sueño, el sueño de lo cotidiano paralelo. El día a día que se desarrolla sin mi presencia y al que no pertenezco. Bien.


+ Imagen: reduplicación.