+ He visto dos fotos. Médicos en sus despachos. Entre las fotos media un siglo. Incluso más de un siglo. Si algo hay que destacar, sería la estilización del vestuario, el mobiliario y la papelería. El contraste entre dos realidades. Ahí está mi interés. En la cáscara, el escenario y su actualización. Es lo mínimo que ha triunfado. Un adelgazamiento de la puesta en escena de la profesión. Han desparecido los ornamentos, tanto el atuendo como en el escenario mismo. Así, ahora, el médico posa con las manos cruzadas sobre una mesa en la que apenas hay papeles, a su derecha está la pantalla, en negro, el teclado y la impresora, un teléfono blanco y el ratón. Sabemos que es médico por la bata y el titular del artículo, de no ser por estos dos datos, podría desempeñar cualquier otra profesión. No lleva fonendo y creo que es un error del fotógrafo, pues es señal inequívoca de la condición del médico. En su muñeca izquierda viste discretamente lo que se denomina un reloj inteligente. Las gafas son aéreas, livianas, casi imperceptibles (en el filo de la tecnología). Encuentro una gran disparidad con los despachos plenos de motivos vegetales, con los trajes y las corbatas, con las poses patricias, encuentro el rasgo definitorio de nuestra época: la disolución del envoltorio de la identidad. La identidad se transmuta y permanece, a pesar de los cambios indumentarios.
+ Se disuelve el dios del momento en la lectura. Se transportan los hechos al papel, la lectura no es otra cosa que un simulacro de vida, pero la vida se explica mediante ella, o, al menos, es ese el intento. Dejo los libro y me adentro en la música y el dios del momento y la oportunidad resucita.
+ Música que me acompaña y me ayuda a rememorar aquellos lugares donde C. y yo fuimos felices. Cádiz, por ejemplo.
+ Consultorios médicos. El examen de salud anual. Preguntas, extracciones de sangre, el peso y la altura, relación entre ambos. Tengo sobrepeso. No es preocupante. La mañana, tras el examen médico, resulta fluida. Las preguntas sobre el bienestar y el estado de ánimo son satisfactorias. En mi adorable vida rutinaria, los hechos y las esperas se transforman en una entrada más en la agenda. El debe y el haber.
+ No sé cómo, pero llego a Fernanda y Bernarda de Utrera. Escuchar sus voces resuelve cuestiones antiguas, un balance entre lo esencial y lo fallido. No siempre se llega, pero el intento magnifica el duende. El duende espera a la vuelta de la esquina. Algo aprendí ayer en la sala de espera del dentista. Mientras, sonaban las dos hermanas de Utrera.
+ Se funde la semana con la siguiente y, así, avanzamos hacia el viaje hacia Madrid. Evitamos esencialismos y descansamos en esa idea de viaje o desplazamiento mínimo. Una promesa cumplida. Vale.
+ Imagen: Un duplicado.

