sábado, 6 de abril de 2019
El mapa negro
+ Una voz habla en inglés y otra la traduce al francés, de fondo una ballena compone una extraña música. Suenan olas, ese gemido intenso e indescifrable, un gruñido, un silbido bajo el agua. Es jueves y la semana llega a su fin. Con este telón de fondo trato de poner en orden mis idea y sólo alcanzo un estado de suspensión. La suspensión del juicio. Es un don: ahora puedo no pensar en nada, salvo en esa respiración profunda bajo el agua, que se confunde con las palabras en inglés, en francés.
+ Regresan las ballenas, pero resultan no ser ballenas. Se trata del triste canto de un triste narval. Si me paro a pensar no sé qué es un narval, salvo que se trata de una mamífero marino, que tiene un larguísimo colmillo exterior por el que es denominado el unicornio del mar. Poco más. Me detengo otra vez en su canto, que lo repiten y ese gemido es una poesía no transcrita, a la espera de un interprete que nunca llegará.
+ [La limpieza de la cocina]: continúo con el programa anterior en France Culture, y las ballenas dan paso a melodías árabes. Mientras limpio la vitrocerámica tengo la extraña sensación de que soy un actor que limpia la cocina y entonces siento la necesidad de esmerarme en el acto mismo, en su gestualidad, en su dimensión inabarcable.
+ En algún momento de la mañana alguien dice: «el mapa negro», cuando se refiere a que la aplicación de mapas no es visible en su teléfono. Lo retengo y pienso en ello, en cómo cuajan los títulos. ¿Podría ser un título válido El mapa negro? ¿Una historia de piratas, de espías, centauros sobre el mar, con acentos clásicos o mitológicos, o una historia sobre las calles de cualquier metrópoli de ese principio de siglo? Se abren las posibilidades que se ven inspiradas por el intenso sabor del café negro, su aroma, ese color: el negro profundo. El mapa negro, me repito mientras salimos del pequeño bar frente al puerto. La mañana es limpia, primaveral, única. Veo a los trabajadores de los astilleros con su cara tiznada y sus fundas azul profundo. ¿Comenzaría en este espacio y en este tiempo la narración? Mi salida del bar, con la decisión de realizar bien el trabajo encomendado, aunque resulte rutinario y redundante. ¿Qué música nos acompañará: un violín neoclásico o el rasgo rugir del hip-hop; veladas armonías y nebulosos deslizamientos de escalas en un amortiguado piano? El estilo, me digo y pienso, como tantas veces últimamente, en La distinción de Pierre Bourdieu? Sí, concluyo, también mi simulacro de interpretación mientras friego la cocina, las ballenas, la captura del sintagma «el mapa negro»; todo ello forma parte de mis maneras y gustos, que me caracterizan como nada me caracteriza: estudiar su estructuración es estudiar mi mismidad, sin alcanzarla, por falta de deseo. Soy yo y mis preferencias, que me condiciona a la vez que intento moldearlas. Apago esas confesiones y regreso al vacío que regala el trabajo rutinario y redundante. Una elemento más que anotar, una extensa lista donde nada ponemos, salvo la espera del salario.
+ La mañana comienza con la radio francesa. Consulto mi cuenta bancaria. Me dispongo a emprender el día. Desayuno y leo un artículo donde el autor distingue entre el creador aficionado y el creador profesional: diarios, poemas, novelas. La mañana, la semana que comienza, el círculo eterno de la jornada laboral y las vespertinas horas de estudio [la sensación de eternidad camufla la ineluctable caducidad del amplio todo]. «Todo lo reduces a la temporalidad», me dijo y yo asentí. La radio de la Baja Normandía me hace transitar por las posibilidades que ofrece un viaje futuro. Las posibilidades y el futuro se pueden teñir de negro en cualquier momento; sin obviarlo, me encomiendo al dios del segundo.
+ Imagen: la ausencia de sujetos carga el decorado de una inquietud e irrealidad, un reflejo, un no-lugar, el olvido.
