sábado, 25 de julio de 2015

Archivo(s)




+ La lluvia de la primera hora del día es transparente, una cortina sutil, pero si se eleva la mirada se transforma en una opaca resistencia, en una masa absoluta y continua: del gris pronfundo al negro impenetrable. La capa de niebla que envuelve los edificios, el calor palpitante, el bochorno. Todavía es noche cerrada y quienes caminan por las calles son más espectros que humanos. Hay una metáfora sin desvelar: lo espectral y lo humano.

+ El descrédito de la novela. Se puede observar desde hace tiempo, mucho tiempo. La novela es para adolescentes, para personas que todavía no han llegado a la verdad de la vida. ¿Existe la verdad de la vida? Pero lo volvemos a oír, en una terraza, en una noche calurosa, en el filo de las conversaciones, en la discusión perdida. No es importante, pero la novela está ahí: como articulación, un conector entre lo vivido y lo recordado, no hay otra cosa que relato. ¿Novela? Toda conversación se contiene en su estructura, carece de importancia. Dicen que les interesa el ensayo, pero da la impresión de que no leen, aunque no lo confiesen, no está bien visto: hay otras ocupaciones más urgentes y la lectura carece de importancia: estoy de acuerdo, pero guardo silencio. Hay tantas cosas inútiles a las que entrego todos mis esfuerzos.

+ Cómo los archivos tienen una organización que rebasa al archivero, reflexiono en la primera hora del día: el coche, como tantas veces, avanza suavemente en la oscuridad, sin tráfico, en la calidez de la música. Un disco que vibra en el fin de la noche: es una luna insospechada y ausente. Pero el archivo reclama su tiempo. Se muestra una disposición natural, como si su peso se fuese posando sin disciplina, sin aceptar ordenes: tal que una decantación milenaria. Recuerdo ser el señor de un extenso archivo al que no fui capaz de dar forma, que se rebeló y que todavía no alcanzo a comprender, que pienso en él y que me otorga una guía para establecer ciertos compartimentos en la "vida cotidiana". Tan semejante a las estrategias de algunos escritores de periódicos: tan visibles, tan evidentes que dejan de cumplir su función: durante un momento me detengo y me hago con la idea de que soy incapaz de llegar a ese núcleo pues estoy totalmente envenenado por la manía del análisis. El archivo me dejó esa marca. La marca invisible que cuestiona el orden y se somete a él.

+ Regreso a Ourense. La autovía, una vez más, se depliega en su geometría lineal y articulada, sin posibles errores. La autovía, finalmente, es un territorio sin identidad que define el momento en el que vivimos: obesidad, whatsapp y tatuajes: nada de ello tiene importancia, al menos eso semeja mientras conduzco. Las balizas, las señales, las marcas en el pavimento, no hay sujeto: la sintaxis del verbo sin actor, sólo son circunstancias invariables y un predicado extenso y evanescente. Su estatismo es engañoso. Su palabra es no-lugar, su emblema: la impersonalidad.


+ Imagen: una guitarra en el olvido, no está afinada y ahora es ornamento, ha perdido su función: una metáfora más: el archivo en cualquier lugar: la vida se transforma en documento y éste permite una otra comprensión de la vida. Y  la nave va.

sábado, 18 de julio de 2015

No-lugar




+ [Regreso de Oporto por la A28_ duermo y percibo la velocidad como un ornamento]: Un día más, otro día, el mismo paisaje: añorado, amado, que se olvida: también. La potencia transitoria del verano arroja una luz tangencial: desvela aristas y líneas aceradas en el interior del coche, a pesar de ser totalmente negro. El negro es una señal, es lo idéntico, la pasión remota. La ciudad es otra y así se debe reconocer, al primer golpe de vista: ya. Se elevan los edificios como los guerreros del cansancio. Hay en la calle alegría y los mercadillos ofrecen una gran variedad de objetos inútiles, que tanta importancia tienen en el sostenimiento de la persona. Hablamos sobre el olvido/desprecio en el que ha caído la literatura. Ya a nadie le interesa, ni siquiera a aquellos que un día fue motor de su vida y hoy son aburridos funcionarios de su expansión: profesores de enseñanza secundaria en excedencia. En una librería me llama la atención un cuadernillo sobre poesía trovadoresca. Qué curioso, cómo ha pervivido hasta hoy esa visión. cómo en alguna medida es posible reconstruirla. Se acumulan los obstáculos, pero llega hasta nosotros para contar lo que siempre ha estado ahí: la vida, el amor y la muerte. Las triadas son propias de la antigüedad, el presente prefiere lo dual: conectado/desconectado. Se llega a ese punto en que todo es estilo y su unión en la costura es fundamental: de ahí emana el cansancio que produce el calor, el dolor de cabeza, la necesidad de cerrar los ojos en el coche: mientras C. conduce y yo me dejo llevar por la certeza de la velocidad.

+ Conciertos de Brandenburgo: el gran antidepresivo, más curativo que cualquier pastilla, al nivel de la carrera sin descanso: diez kilómetros en una hora. Diez kilómetros por hora, esa es la velocidad adecuada. Ni más ni menos. Bach lo atestigua. Cierro y paso a la Variaciones Goldberg: primero en el piano, luego en el clave. Así se van los días, entre la postración y la entrega, la lucha contra el malestar y el paseo dominical. Con testaruda obstinación avanzan los libros, entre lo árido y lo venturoso. ¿Sin meta? Sin meta.

+ El no-lugar como marco esencial de lo transitorio: la totalidad. El baño de la estación de servicio, el comedor de un restaurante en la autopista, la tienda de regalos en el aeropuerto, el metro, el autobús, el hall de un hotel que no se recuerda salvo por los detalles plásticos del mostrador de recepción. Otros escenarios posibles. El amor se desarrolla en un ámbito que carece de personalidad.

+ Malestar, una vez más. La aglomeración en el centro comercial es especialmente desagradable. Las personas se deslizan por un recorrido previo, por una senda marcada. Me produce un extraño mareo, una sensación de pérdida y desorientación, el tiempo y el espacio se ven distorsionados y un reflejo de ebriedad se posa en cada rostro. Es un torbellino. Lo comento y no soy el único: a otros les sucede en distintas medidas. No deseo analizarlo, sólo es una taxonomía. Colocarlo en su justo lugar: a evitar. Mientras queda atrás el centro comercial, la autopista parece peligrosa: adelantamientos, velocidad excesiva, un penoso atasco y un repentino síntoma: lo impersonal, la muerte del sujeto, el derribo de la identidad. No es malo, es impuesto.

+ "Sous le moi qui agit, il y a des petits moi qui contemplent", G. Deleuze.

+ (Un plan de trabajo [sobre Foucault y su obra]: el ámbito: la novela). La acumulación de libros en torno al autor llega a formar una unidad que tiene su valor, que alcanza precisión mediante un solaparse las lecturas de los unos y de los otros. Como una suerte de recepción, de suma de datos, visiones biográficas y obra en sí. ¿Es una novela? Creo haber llegado a un punto en que puedo afirmar su verdad cambiante y modificable. Sin un formato preciso, asequible, preestablecido, el hecho de pasar de un libro a otro da una idea de un cuerpo múltiple y multiforme, es lo inasible de la persona [de Foucault, en este caso], pero también una creación que el lector hace mediante superposiciones, planos paralelos y niveles, estratos y fugas. ¿Es posible trasladar esta combinatoria a cualquier persona,  cualquier biografía? Es una tarea, pues la facilidad en el autor escogido es que hay una obra y unos libros sobre esa obra, una biografía e introducciones, breves apuntes y tesis doctorales. El material es netamente libresco, aunque se pueda ver algún vídeo en red, alguna entrevista o fotos y recortes de periódicos, entrevistas o debates. El caso contrario es escritura en sí, y ahí está el núcleo permanente de la narración. ¿Cómo llegar a una intersección entre ambas posibilidades? Continúa el plan de trabajo con F., mientras el envés espera su momento. ¿Llegará?


+ Imagen: el recorte, el anonimato, los zapatos que no se asocian a un rostro, el inicio de un paso. Acumulaciones, hace calor y se puede percibir un reflejo en todos los detalles que se encuentran en el mirar simple, sencillo, sin intención.

sábado, 11 de julio de 2015

Microniveles




+ En el camino encuentro un coche: nuevo, blanco, de bajo precio. En su asiento trasero y en el maletero, a la vista, ya que ha sido retirada la bandeja que guarnece el maletero, se ven libros de ajedrez, matemáticas y razones del Universo. Está aparcado en la cuneta como una invitación a las suposiciones. Está matriculado recientemente y el concesionario está en Cangas, como se puede leer en el faldón de la matrícula, lo que no quiere decir nada pues nada aporta. Análisis matemático, aperturas, caballos y torres, los dos primeros segundos del Universo. No son ni dos ni quince libros, a ojo de buen cubero podrían llegar a ser más de cien, más quizá. ¿Una mudanza o una biblioteca portátil? Todo conduce y apunta a un estudio de las monomanías, el coleccionista y la acumulación de objetos cargados de significado. ¿Cómo vaciar este tesoro de pesos y medidas?

+ [Encuentro]. Después de un largo distanciamiento lo veo acercarse con su bicicleta. No es difícil reconocerlo. Por el arcén se desliza con soltura, el casco brilla en una extraña incandescencia y el color bronce de los metales de su bicicleta es épico. Le llamo y se sorprende. En el primer momento no me reconoce, pero al cabo de unos minutos se relaja y sonríe. Bromeamos y celebramos algo así como el sol, el buen tiempo que nos arropa. Es su camino de vuelta, debe recoger su coche en el taller. Nos damos la mano y le veo alejarse cuesta abajo. La figura termina por convertirse en un punto sin definición. Algo se agita en el aire, algo que vibra con soltura y sin consentimiento, como una membrana invisible y rítmica. Pienso que todas las comparaciones son pragmáticas y que no merece la pena hacerlas: no aclaran nada. Lo literal es preferible: es reconfortante el encuentro porque zanja malentendidos y aristas. ¿Qué tiempo es este, hay un astro que determina encuentros y desencuentros, un demonio oculto en cada curva: tal vez? No insistir es la materia de la elegancia. ¿La elegancia en la exposición, tal vez?

+ Siento cierto rechazo instintivo por los libros que tienen en la portada una imagen de gran calidad, plástica y certera. Prefiero libros desnudos, con el título, el autor y un motivo humilde y significativo; por ejemplo: la espiga que figura en los libros de Arco Libros en su colección Lecturas. Tal vez, o esas limpias portadas de Gallimard, con el título y el autor, que la única frivolidad es la tinta roja. ¿Qué pensar de esas ediciones que se adornan con un foto en blanco y negro, tal que esa donde se besan dos amantes en París: la foto de Doisneau, o las que tejen un cuadro prerrafaelita, una lámina de ilustre calidad de un melancólico pintor ante la gran ciudad? Se evitan, así, los escaparates.

+ [Ellos]. Cada viernes, cada sábado, recorremos tres o cuatro bares y allí están ellos. Parecen dotados de una extraña ubicuidad, son la representación de un segmento de la ciudad que oscila entre el fingimiento y solapadas articulaciones de los estratos sociales: hay que dejar nuestra clase bien definida, que nadie penetre en nuestros círculos.  Les veo y pienso en sus soberbias colocaciones: director de banco, jefe de administración en un ayuntamiento limítrofe y pequeño, profesor en la Escuela Naval de una asignatura sin interés, ingeniero en una oscura empresa de tendidos eléctricos. Casi llegan, casi son, pero hay algo que falta que es suplido por elevadas dosis de maneras y perfumes. Los ves saludarse y piensas que el mundo es de ellos, un mundo que interesa poco. Beben y fuman con afectación, sus marcas son evidentes: una clase superior que oscila entre el baile de sociedad, la provincia y el veraneo en la costa. Tienen pequeños yates, motos veloces, esposas maquilladas y teñidas a la moda de las rubias volátiles. Sus hijos, sus cervezas heladas, el rumor de sus opiniones sensatas y conservadoras. Allí están, con su testimonio de clase: desclasados, turbios en su limpieza, presumidos y anticuados. Son apellidos compuestos, apellidos con preposiciones y conjunciones, son apellidos que se remontan al envanecimiento de los comerciantes que enriquecieron en el XiX y se arruinaron en el XX. Abogados o tenderos, notarios o aprovisionadores de buques. Son los viejos y rebarnizados muebles que decoran la ciudad. Aunque su tiempo ha pasado, se empeñan en permanecer hasta altas horas entre las risas que transmiten el fútbol y la ginebra cara y transparente: "color de ginebra mala", decía Gil de Biedma, pues el color de la ginebra siempre es el mismo: buena o mala: transparente. Así se construye el presente. Pero no quiero ir a los mismos bares que van ellos, no quiero verles, no quiero oír como se ríen. No quiero ver los corros que forman sus mujeres, mientras ellos emiten contundentes y fundadas opiniones sobre la crisis del euro o la próxima temporada en 2-B, tal vez las veleidades de un nuevo partido político, o las prístinas virtudes de uno antiguo del agrado de su gusto. No son malos, no son buenos, no son listos, no son tontos. Son ellos.

+ [Ellas] A su coche se le ha pinchado una rueda en el borde de la autovía. Llega la noche, tras la tarde de playa y cerveza sin alcohol, y comienza a contar la peripecia. Sus uñas tienen un color rosa imposible, antinatural, tan plástico como efectivo: todavía tiene un aliento de juventud, que desea retener, y este color es una estrategia y un seguro. Si uno observa con detalle el tatuaje que hay en el envés de su muñeca izquierda adivina un nombre. Un nombre que tal vez no diga nada. Es el nombre de su ahijado, ella no tiene hijos. Su pelo vuela en ese espacio sin costuras que es la plaza, la terraza, el velador y las amigas. Una clara de limón, con burbujas eléctricas, y un cigarrillo esbelto y mortífero. No piensa en la vejez, salvo cuando regresa a su apartamento y la oscuridad de la habitación la aprisiona. Pero ahora ríe y explica como un operario de la carretera que caminaba por la cuneta la ayudó, y como esa ayuda no sirvió de nada. Es que las tuercas las apretaron con un instrumento neumático y ahora, a mano, es imposible. Le pareció un hombre feo y un poco amanerado, afectado, muy pendiente de encontrar las palabras adecuadas. No le gustaba aquella forma de expresarse. Una de sus amigas le preguntó por la playa. Al final llegó tarde y, casi, no merecía la pena. La vida es así, como una alegoría del tránsito vital. Se conformaron con una ronda más, a una le dolía la cabeza, la otra tenía que madrugar, y las demás estaban desganadas. Tenía necesidad de ver la noche y sus luces, de bailar, de recuperar la alegría que el pinchazo le había robado, pero no era posible. No era posible, se repitió para sí, y aquel día comenzó el camino hacia la vejez: ya no funcionaba el sortilegio de los colores y el licor. El pinchazo fue una señal y ahora, mientras abría el portal, lo comprendía todo. Todo. La senectud había comenzado mucho antes de la señal, aquello sólo era una baliza móvil.


+ [Imagen*] ¿El mar, una ola, la marea? El color verde encierra el pliegue que el mar ofrece: sobre sí mismo. La berza atesora trabajo y voluntad, riqueza y armonía. Un emblema. El mundo que se contiene en la cabeza de un alfiler. Muere el día.

sábado, 4 de julio de 2015

Sin intensidad




+ El calor llega como un gato, sin hacer ruido. Arrogante y felino, ya en la primera hora del día. Se instala y produce ese malestar tan conocido: pesadez, dolor de cabeza, pereza absoluta, pereza contra la que luchar. Sin descanso. Como una droga perfumada, el hachís antiguo y barnizado, se extiende por la casa y la lectura se hace difícil o imposible. No es personal, alguien dice en el televisor, y esa expresión cobra una fuerza que no le corresponde. Es un ruido, un rumor ascendente. Viento cálido en la última hora del día, el vapor de la electrónica, el humo frágil del deseo. Agua con limón y un viejo diario que nos lleva a un tiempo que fue nuestro y hoy no nos pertenece: adiós a la adolescencia, la eterna adolescencia: qué pronto envejece todo. Un momento para la actualidad y nos olvidamos del lunes, cómo entramos en el martes, en los ámbitos de la noche. Como una verso lejano y en el olvido, pero aquí está. Otros veranos que se fueron, como todo: todo es pasar.

+ Opiniones que hacen treinta años nos dejaban perplejos y pensativos, hoy parecen poco menos que tonterías huecas o juguetes de niños aburridos, malcriados, que han descubierto el alcohol y sus fascinantes engaños sin tener en cuenta que todo tiene consecuencias. Comienzo a ver un vídeo de una entrevista en los años ochenta del siglo pasado: el cantante se empeña en calificar de estúpidos a aquellos que van a sus conciertos [quizá tuviese razón], mientras el guitarrista, de hito en hito, da pequeños sorbos a un turbio licor, luego besa a una chica, con pasión impostada. ¿Quiénes eran, quiénes son, quiénes somos? La pregunta es una referencia al arqueo de las fascinaciones y los deslumbramientos, que la edad termina por limar, sin embargo: su música continua siendo la misma, con la misma fuerza: la simplicidad, la disonancia y el ruidismo. Absoluta y necesaria. La música siempre está por encima del interprete, que no deja de ser un medio. Como decía aquella estudiante: nos gusta el arte, pero no nos gustan los artistas.¿Es esto lo que queda: el ruido, la pasión en la nota que se sostiene, el trazo independiente de la mano? Sin duda, ese rumor que se confunde con el oleaje, con el viento de la tarde de verano.

+ Su aspecto es un símbolo de algo más allá de lo extraño, que sucumbe a su condición de extranjero. Aunque ya nada es extraño, él lo es. Una espesa barba blanca, una cazadora vaquera cubierta de escudos de diversos países, un casco blanco, unas botas gruesas y contundentes. Conduce una motocicleta muy vieja: un azul pastoso y apagado, metales ennegrecidos, plásticos agrietados. Una mochila pequeña, unas gafas como un antifaz, una sonrisa entre la burla y el desprecio: como un Falstaff motorizado. Lo sé, sólo es una idea pasajera. Arranca su moto y comienza la travesía, la lenta travesía. Es emblemático y lo sabe. Representa un mundo en proceso de fosilización, que ha muerto, que se transforma en piedra. Un mineral para conservar en la vitrina de nuestra colección.

+ Ahora suenan los Smiths y son el abrigo que recoge el latir de la mañana, de la mañana de este jueves que se agota: "Take me out tonight…"

+ ¿Qué importancia o significado tiene confundir mirar con ver, oír con escuchar? ¿Por qué estos matices se diluyen? El locutor le pregunta a un adolescente si 'aplicó' para la universidad. ¿Policías del idioma, observadores de su vida, cuál es el rol?


+ Imagen: La foto se tomó en Kew Gardens. En ella se contiene el momento, el día que ya no volverá. Lo agradable del paseo, la conversación y la preplejidad ante las personas y sus hechos menos palpables. Queda el recuerdo, como queda el diario en el cajón: a la espera de que sea descubierto. Quién lo escribió no sabe quién terminará por leerlo: sin destinatario.