sábado, 14 de febrero de 2015

Sedimentos


hacney


+ "Hápax": En lexicografía o en crítica textual, voz registrada una sola vez en una lengua, en un autor o en un texto. [Drae]. [Una posibilidad: la palabra como herramienta, un uso simbólico en lo cotidiniado, como estilo o como medida].

+ Ha terminado una semana larga. [Lectura y escritura]. Se hacen sólidos ciertos presupuestos, las intenciones y el proyecto, el que se eleva por encima de todos aquéllos que se subordinan secuencialmente. Discernir y establecer una jerarquía: el objetivo. Finalmente, no deja de ser una figura que se clarifica en la niebla, que, pronto, se vuelve a sumergir en ella y todo comienza de nuevo. Hay una reticencia a hacer explícito el proyecto o la líneas maestras que guían las tareas diarias. La propia indefinición se manifiesta como marca de fábrica, la filigrana, el monograma. Niebla, suspensión entre lo aéreo y lo acuoso.

+ "En edición diferente los libros dicen cosa distinta" Juan Ramón Jiménez. Podría tomarse hoy como un lema, como una ventura para emprender un batalla ya perdida, pero no. Es algo íntimo y verdadero, que se comparte con los que uno va eligiendo para travesías y estancias. Es más, creo que la cita puede despertar un desprecio condescendiente en una generalidad abocada a las pantallas y a los sucedáneos de la vida: o no. ¿O no? La vida es siempre una elección y no se trata de respetar las elecciones sino de obviar aquellas que atentan contra nuestra conciencia estética. ¿Dicen cosas distintas? Sí, por supuesto, pero no todos se percatan de esa distinción, lo demás importa poco.

+ La tarde del domingo gira en torno de una excursión a la playas y unos refrescos en un despacho de pan, que, a su vez, es cafetería. Entretenimientos sencillos, conversaciones serenas, reflexivas, evaporadas. ¿Es un triunfo? Sin duda. Grupos que hablan y ríen, niños y ancianos, mujeres jóvenes, sus hijos, los niños que corren, periódicos, palabrerío, chistes y risas, pasteles, patatas fritas, cerveza, café, revistas, golosinas, teléfonos y, otra vez, risas. El televisor es un ornamento, nadie le presta demasiada atención: se suceden las imágenes y son un baile de luces y movimiento sin sentido. La tarde declina y los colores del mar reverdecen viejas impresiones, la luna se eleva sobre la ría, lentamente, y hay un rumor de nocturnidades acalladas. Tiendas de ropa, heladerías y taxistas en un plasmático aburrimiento. Noticias de otra realidad muy ajena a la nuestra hacen que el vértice cambie de orientación. Es agradable conducir por la costa y escuchar el Réquiem, escrutar el modo menor y esperar que la voz del presentador se extinga. Se estremece la tarde, los árboles se agitan y una muchacha cruza la carretera con despreocupada certeza: la vida es suya, es su propiedad broncínea, sin duda alguna, por un momento, por un breve momento: su juventud.

+ Venecia ha muerto. Veo en la red una colección de fotos de Venecia. Son tres fotógrafos en fin de semana, como si se hubiesen entregado a una cacería.  Comentan que su viaje es literario y resume un avance en sus horizontes poéticos y fotográficos. Las fotos son buenas en algún sentido que no me interesa y creo que captan un aire lejano y palpitante, más por la casualidad de apretar el botón que por un proyecto: Venecia es tan hermosa como fúnebre, y esta alianza eleva cualquier intención. Pero hay algo que flota en torno al cadáver, tal vez moscas, tal vez mariposas negras. Es la sensación de parque temático: algo tan nuestro, del momento, en lo que participamos aunque nos opóngamos. Esta es la estampa, sumada a la felicidad obligatoria, a la relación amistosa intensa y discursiva, al impulso optimista e imparable. Venecia fue otra cosa. Venecia ha muerto. Para mí es triste, después de haber amado esta ciudad en la distancia. Hombres en bermudas, con cámaras grandísimas y muy caras, con aspecto intercambiable, así son ellos: mediana edad, futuras profesiones de fe, afines en su concepción, atrapados sin remedio en el marasmo que lleva y trae turistas como olas henchidas de los restos del naufragio. Llega un momento en el que se debe desistir. Nunca volveré a Venecia, ya que nunca estuve en Venecia.

+ En mi libro electrónico hay dos fragmentos, dos avances editoriales. Ambos tratan del padre, por casualidad, sin intención. ¿Autobiografía o novela, el anclaje en lo real o una técnica, la técnia en sí? Es un tema del momento, si es que el momento admite temáticas. El yo es yo poético o no es, [suma y sigue]. ¿Hay algo literario sin la revancha contra la temporalidad, es el discurso siempre el reflejo de una pérdida, es la muerte siempre el tema? El paso de las horas otorga cierta lucidez: vendrán otras lecturas y complicarán la visión, siempre ha sido así: una intuición, su elevación y su desmoronamiento. Las ruinas son bellas porque atesoran verdad y símbolos que ayudan a poetizar. Una herramienta más en la caja de herramientas.

+ Imagen: Hackney, 2014. Los reflejos contienen insólitos relatos, que se harán carne  más tarde: en la soledad de la pantalla, antes de editar la foto. El paso de las horas en la indolencia del paseo, sin rumbo, sin artificios, en el amor solido e incorruptible. La vitrina con las botellas donde se han estampado rostros se superpone a los edificios, parece que la imagen tiene fuerza, se dispara y el resultado final esboza cuestiones propias del pasado, de aquel día en el recuerdo: el mercado de las flores, los cafés, las muchachas y sus enamorados en los cafés de moda, el cielo a punto de descargar su lluvia fría y aromomática: el Mar del Norte, el café y los pasteles o las chocolatinas, que en su envoltorio hay un corazón dorado. El amor. Allí está, el reflejo: una vez más: espejos y propuestas.