sábado, 21 de febrero de 2015

Fragmentos




+ Voss, by Alexander McQueen. ¿Quién podría dudarlo? Alexander McQueen fue un creador único, revolucionario, lo que con demasiada frecuencia e inexactitud se denomina un genio. Un genus loci , pero a la inversa, desbocado y destructor: el Londres de comienzo del milenio y la voluntad de suicidio, la poco soportable existencia del artista, su ego y su dolor, el dolor infligido, la muerte: una vez más. En la lejanía resulta seductor, pero, quién no lo sabe, su compañía no era muy recomendable. Retomo el principio, la primera cláusula: he visto el desfile Voss en la red, esta noche: la teatralidad parte de un estadio primitivo que extrae esquirlas a la actualidad y las conecta con el pulso de lo telúrico y lo real en el momento previo a la ebullición. Lo real se multiplica y traspasa el mundo de la moda o del arte, [qué importan las etiquetas]. Es una liturgia de lo palpitante. Pero añadir palabras pervierte lo depurado, lo decantado y exacto: la mugre, la podredumbre, el gusto por la sastrería más exacta, el oficio, la droga como virtud e infierno, el sobrepeso y los cuerpos de alquiler, un Londres que nunca podremos ver ni intuir, traiciones y el dibujo afilado del reflejo en el espejo, la paredes espejadas, azules pálidos que nos harán soñar, repentinamente disueltos. Plumas de avestruz teñidas de rojo y negro, cristales para el microscopio tintados con una simulación de sangre fresca. Reflejos e introspecciones. La transformación de los cuerpos. Poco más. Sin palabras. Sin más.

+ [El café en el club de yates a las diez de la noche un día de carnaval]. Llueve intensamente y nos permiten, sin ser socios, pasar al gran salón. Las mesas están cubiertas con corazones rojos: es San Valentín, alguna está dispuesta para la cena: vasos, copas, platos, cubiertos brillantes y servilletas de un blanco inmaculado y paradójico. Fuera la lluvia ha parado. Ocupamos una mesa junto a la cristalera. Entra un hombre muy alto disfrazado de gnomo, su mujer es una bruja con escoba y sombrero cónico, el hijo semeja un personaje de cómic, o no: mi desconocimiento es grande. Hay una entrada fantástica: una ninfa que ha sobrepasado los ochenta años, en su coquetería habita la adolescente que fue: sólo es una impresión, pero me agrada. Hablamos y reímos, con fuerzas renovadas. Fuera el viento agita los mástiles de los barcos. La música ligera es realmente ligera y las conversaciones son fugaces y amortiguadas. Hay una alegría previa a la fiesta, una alegria agradable y humilde, que reconforta y añade tranquilidad. En el camino de regreso pienso en cómo ha de discurrir la fiesta, en su narración, en el punto de vista, en la anécdota que le daría estructura a un posible/imposible relato. Se cierra el episodio y nos adentramos silenciosamente en otro, uno nuevo, un descubrimiento de bares y parroquianos. Etc. La vida es una suma de fragmentos, la suma de los fragmentos no es superior a su individualidad, pero los bailes continuan sin nosotros: como siempre ha sucedido.

+ Una batalla que nos enfrenta con una parte de nosotros, la que se resiste, la que es incapaz de atravesar la fina y acuosa película de carencias y presupuestos.

+ Pronto comenzaré a trabajar con el Diario de un poeta recién casado. Será una aventura que durará, como poco, cuatro meses.

+ [Los horarios y los espacios]. Me intrigan los espacios donde se desarrolla la vida: los centros de trabajo, el hogar (el salón, la cocina, los dormitorios, los baños, los garaje, los trasteros), gimnasios o aulas, por ejemplo. Me intrigan cuando los contrapongo a lo inusual, a esos espacios donde alguien se ve sorprendido y desorientado: el tanatorio, la comisaría, la sala de hospital donde se recibe la peor noticia que se puede recibir. Esa contraposición me habla de lo que se somete al horario y lo está fuera de él. Acogidos por la rutina, cuando ésta se rompe emerge el fantasma de lo posible, lo que no había sido sospechado. Los pesos y contrapesos habituales articulan la estructura de lo cotidiano, cuando se ven desautorizados aparece el fantasma: la finitud, el término de la temporalidad: lo más preciso que se puede enunciar sobre la persona.

+ [Martes de carnaval]. ¿El carnaval es una transgresión o está enjaulado en lo que el poder permite, es una semana de irreverencia dentro de los cauces de lo aceptable y  lo sensato, lo que establece lo presupuesto: carteles y pregones, en su ruptura controlada, iluminación y charangas, una partida dentro de los gastos municipales? Es bueno que el pueblo se divierta. [Y preguntaba Ferlosio: el pueblo, ¿quién ese mozo?]. Yo, mientras, paseo y veo la alegría de los niños y el transformarse de los mayores en el otro, el que aparta la máscara cotidiana. La música marca una distancia necesaria: en el Mp3: Nick Cave. Adolescentes que se tiran huevos y harina, piratas y vampiresas, las luces de colores y la baratija musical. Me veo en la lejanía y avanzo. Pienso en Fellini y en I Vitelloni: ese baile de disfraces tan triste, como tristes son todos los amaneceres tras las fiestas: la luz del día romper el hechizo y lo que se puede ver son las aristas de la realidad, todo lo que se refiere al trabajo y a la rutina, a las obligaciones, lejos ya el vapor del enamoramiento y el alcohol. Avanzo hasta llegar a la Facultad de Bellas Artes, donde entro por casualidad en la sala de exposiciones. Hay una colección de retratos del fotógrafo japonés Hiroh Kikai: Retratos de Asakusa. Se restablece la conexión, las antenas vuelven a recibir noticias del exterior. Las calles son otras, las personas son otras y la trampa del paréntesis carnavalesco me resulta indiferente. No es Batjin, no es el carnaval de la Edad Media, es el carnaval que se suelda a la mercadotecnia política. Baile de concejales en las plazas, aclamados y esculpidos por las palmadas en la espalda. Mientas los retratos de Hiroh Kikai preservan el tiempo de los muertos: los que han sido fotografiados. Fuera boquean las tristes y fungibles fotos de los teléfonos: infinitas y llenas de la sustancia de lo sociológico: síntomas. Cada muestra, cada evidencia, cada esperanza.

+ [Imagen: alguien  toma notas, hace fotos de los cuadros en el musero, que viste bata y camina con segura autoridad. La marca: aquello que está fuera de foco y no necesita ser identificado. ¿Lírica?]