sábado, 20 de diciembre de 2014

Paraíso




+ [El  paraíso y la muerte]. Las carreteras son peligrosas, extremadamente peligrosas. En un momento la agradable música que nos conduce sin sobresaltos se detiene, alguien invade nuestro carril y venos, durante un segundo, durante un fragmento de segundo, como los faros del otro coche se aproximan. No sucede nada. El trayecto continua. La colisión ha sido una posibilidad y mi experiencia me dice que hubiese sido mortal. Continua la música de Nick Cave: Push and Keep Away. Pero ya no somos los mismos. Adquirir la condición mortal contrasta con el devenir de la vida ordinaria, del día a día. Cada minuto que transcurre a partir de ese momento, es un minuto ganado. Pero, ¿de todas formas, no hubiera sido lo mismo si la posibilidad no hubiese surgido? ¿no son todos los minutos ganados [o perdidos]? Simple, una constatación de la condición mortal, de la no existencia de otra realidad que la palpable, ese: aquí y ahora.

+ [Perder el tiempo, ganar la eternidad]. Caminamos por los pasillos del Cgac y escuchamos un extraño rumor. Debo decirlo: ultraterreno. El placer de la lectura nos ha contaminado totalmente, así como un cierto sabor que va más allá de lo postmoderno o de lo actual, incluso. Los sonidos nos inquietan. Una vez en la sala se puede comprobar que son voces superpuestas, para seleccionar una de ellas el visitante del museo debe permanecer bajo un semicírculo de plástico transparente donde se aloja un altavoz, entonces: el sonido resulta nítido. Me paro, eligo al azar y escucho a dos notarios que, secuencialmente, hablan sobre la verdad, luego a una psicóloga sobre el mismo tema. Un día más tarde, me obligo a revisar definiciones sobre la verdad. ¿Son útiles aquellas definiciones o lo son estás que voy trenzando con la ayuda del Drae o del Ferrater-Mora? Quizá la verdad estaba en la superposición de voces que nos atrapaba en los pasillos, que nos desconcertaba, que asustaba, ya que parecía llegar de los dominios de la muerte. Sin poder evitarlo, se conectaba con la posibilidad de un accidente.

+ La vida líquida, Zygmunt Bauman: libro que he leído en aviones, en el metro, en aeropuertos, en salas violentamente iluminadas, en cafeterías y en bibliotecas. En menos de una semana, al calor de las esperas y los desplazamientos. Supongo que ello ha influido en la celeridad y la concentración. Lo permite la soledad y el hermetismo de la lectura, que se ve acogida por la música de mi Mp3. Soledad hermética. Rescato, pasado el tiempo, una cita: "Los objetos se transforma en obras de arte (de la noche a la mañana) en cuanto son expuestos en una galería cuya entrada separa el arte bueno (…) del arte malo (…). El nombre de la galería contagia su gloria a los nombres de los artistas en ella expuestos." Antes, Z.B., había ejemplificado con que sería una extraña suerte para unos artesanos de una recóndita calle de Londres que Saatchi detuviera su coche delante de su taller y comprase unas baratijas que luego expondría en su centro de arte contemporáneo del centro de Londres. Bueno. ¿Es cierto? Sí, pero, también, discutible. Saatchi elegiría una baratija, desde luego, pero no por ser una baratija, sino por su capacidad, por su peso específicio. Las elecciones no son gratuitas. Pensaré en ello, en si es posible un equilibrio.


+ Otra vez Marco Aurelio: "Recobra el sentido y vuelve en ti y, una vez que hayas salido del sueño, y comprendido que eran sueños los que te perturbaban, mira estas cosas como miraban antes aquellas".

+ Dope girls. Los libros se acumulan en rimeros. Entre ellos, este libro. Sobre las adicciones, sobre la turbulencia de la vida, sobre un teatro al que todos estamos condenados sin remisión. No es cuestión de substancias, sino de grado. La adicción es algo que establece fronteras, pero, también, otorga una visión.


+ Imagen: un pasillo en un centro comercial. Geometría, posibilidad y color. Los pasillos son lo posible, el tránsito, pero esta ausencia de decoración y su absoluto utilitarismo encumbra una idea de impermanencia. El círculo se cierra. Y, por otro lado, quién nos certifica que es el pasillo de un centro comercial y no se trata de un hospital, de un aeropuerto o un edificio de oficinas: aquí permanece lo intercambiable del momento, la ausencia de lo arquitectónico, la verdad de los no-lugares.