sábado, 26 de octubre de 2024

La foto y el arco que describe


+ Me he olvidado, un poco, de la fotografía. Abrí una carpeta en el escritorio del ordenador, escribí algunas notas y lo dejé a un lado, con sus textos, enlaces e imágenes. Me compraría un grueso volumen sobre la fotografía española, recuperaría mi cámara y potenciaría las fotos de mi móvil, lo que se equipara con disparar un cierto método. Eso pensé y nada de ello he hecho. Recupero la palabra ‘método’ y su significado griego: más allá del camino o reflexión sobre el camino, sobre su traza, ancho y dirección. Y el camino se ve interrumpido, sin continuidad. No es triste, pero sí un reflejo de una inconstancia, de los  arrebatos y de un depuesto interés. Fue un relámpago y solo lo tiene continuidad en el anhelo. Conservo el anhelo y como iré próximamente a Madrid trataré, allí, de recuperarlo. Al menos, cuidaré el espectador que hay en mí y veré el espectáculo de la ciudad en esta órbita antes trazada. Finalmente, se trata de la fotografía sin cámara, una manera de estar [ahora se me ocurre, aunque ya lo había pensado mucho antes]. Por ahora, lo dejo.


+ Imagen: Hoy el texto es breve, la imagen intensa. Recuerdo el disparo. En Sevilla. Estaba destinado a llegar hasta aquí. Me interesa esa curva, el arco que describe, la transición desde el momento en que se aparece la imagen y el momento en que se cuelga. Constato, así, la idea de abstracción, los muros y lo pictórico. Podría ser una serie, pero no llegará a tal. Hoy, casi en soledad, aquí queda.


sábado, 19 de octubre de 2024

Secretos



+ No tengo grandes esperanzas respecto a mis dibujos, pero, sin embargo, me resultan muy gratificantes. Ambos juicios no son contradictorios. No espero nada y obtengo un gran beneficio. El beneficio reside en el resultado de una tarea irrelevante y secreta, tan íntima que casi nadie la conoce. He desarrollado una suerte de sistema: dibujo del natural y he terminado por establecer un número limitado de motivos, que van desde lo urbano al detalle de los cafés de los que disfrutamos, sillas, mesas, paraguas o ventanas […] Me he inspirado en algo que le vi hacer a David Hockney en un documental en línea. La idea de tomar la realidad para mí me interesa mucho. Dibujo, luego en casa coloreo. Siempre en pequeñas libretas de bolsillo, siempre con mi portaminas, tan viejo ya, siempre con los colores que compré hace ya casi tres años. No es algo importante y ahí esta su fuerza. Lo hago y no espero nada, es un hacer por sí mismo, un hacer que, al menos es mi impresión, cancela el tiempo. El momento de la línea o el momento del color suspenden una cierta celeridad y me tranquilizan. Podría patentar como terapia este hacer, pero ni siquiera se trata de eso. Es un secreto.


+ Esta escritura, también, es un secreto. Se enlaza con lo anterior, en tanto en cuanto acto íntimo y no traspasable.


+ Oigo decía a alguien que  “lo que se hereda no se compra.” Bien. Determinismo, sin duda. Me agrandan  las posibilidades interpretativas que se despliegan. 


+ Hay una serie de normas que me he impuesto. La primera es no borrar. Sobre estas gravitan todas las demás. Cuando dibujo queda lo que queda. Alguna vez he borrado, pero entiendo que, en este sistema de dibujo y coloreado, no tiene sentido desechar porque lo imperfecto es un reflejo importante e interesante del momento. Tampoco arranco hojas de las libretas. Tiene que ve con una palabra que me gusta especialmente: fluir. Borran líneas o romper hojas va en contra del verbo fluir. La corriente de agua que se aleja no admite correcciones. Leo sobre el dibujo a mano alzada y la poesía que contiene admite el paso de esa idea a la bendita limitación del verso bien medido, el endecasílabo [que en este momento me resulta el más adecuado]. En fin, las normas en lugar de restar liberta, coadyuvan ese elevarse del vuelo. Aunque no exista un propósito, salvo el hacer en sí mismo, las restricciones subliman el hecho mismo. [Pienso, tras lo escrito, en los dibujos de Rafael Moneo y trato de establecer una conexión entre esto y lo construido].


+ En el ínterin, nos debatimos entre el ser y el pensar. Toda una aventura secreta, que reluce en las últimas horas del día y se expande en la promesa del siguiente.


+ Le preguntan a Thomas Bernhard qué importancia tienen en su literatura los lugares a los que va de vacaciones. “Los dos lugares más importantes son el lugar donde se nace y el lugar donde se muere.” En otro lugar habla de injusticia de las habitaciones individuales [que yo he sufrido en más de una ocasión, en otras las he disfrutado]. Habla de ciudades, de gente, trabajos y su escritura, esa práctica. Hoy leí cosas sobre él, en algún momento de la mañana y ese zumbido ha quedado vibrando. Recordé lo leído. Recordé el libro de entrevistas televisivas que compré hace años y lo recuperé [es de aquí de donde he entresacado esas dos citas]. El papel del lector tal vez sea este: navegar despreocupadamente y no emitir juicio. Si la lectura es solitaria de por sí, en mi caso se ve aumentada. Que quede claro: nunca me apuntaría un club de lectura.


+ Busco algo de Thomas Bernhard y cojo una cita: “La ciudad, poblada por dos clases de personas, los que hacen negocios y sus víctimas, sólo es habitable, para el que aprende o estudia, de forma dolorosa, una forma que turba a cualquier naturaleza, con el tiempo la disturba y perturba y, muy a menudo, sólo de forma alevosa y mortal.” Esta extraída de El origen, en un tomo que se lleva el título de Relatos autobiográficos. En la portada aparece el autor entregado a uno de sus placeres: la lectura de periódicos en los cafés de Viena [quizá de cualquier otro sito]. Ahí, en ese placer recóndito, me situó yo, hoy, quizá mañana: la reposada lectura de los periódicos en los cafés [en el descanso en el trabajo lo práctico casi todos los días laborales].


+ Imagen: recorte.


sábado, 12 de octubre de 2024

Los raros



+ Persiste la lluvia. Hace viento. Leo, escucho música, me entretengo con pensamientos vagabundos (el sintagma pertenece, quizá, a una canción de “Radio Futura”). La música se desliza con asombrosa fluidez, es una suerte: la música en línea. Esto me lleva a pensar en aquellos que rechazan el presente y suspiran por un pasado que nunca existió. El equilibrio es necesario, pero la melancolía no me me parece algo precisamente positivo. El tiempo que tenemos es el que abarca desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte y todas la etapas que jalonan el camino son vida y, por lo tanto, nuestro tiempo. Hoy es mi hoy, porque no hay otra. NI pasado, ni futuro. Al mismo tiempo, cada vez con mayor frecuencia, desprecio esas máximas basadas en una suerte de pseudo estoicismo que apuntan a que se debe vivir el presente, que desembocan en horribles tatuajes con un carpe diem sin aliento, o con un error garrafal: carpe día. Todo apunta a la renovación, en lo diario. Qué es lo que sostiene esa ilusión. No lo sé. La lluvia parece contener una enseñanza: el que resiste gana (ese era el lema de Camilo José Cela, cuánto tiempo). Ni resisto, ni gano, porque ni lucho, ni juego.


+ Las indagaciones que he realizado, mientras llovía, en los asuntos históricos que me ocupan me conducen a dudar de toda posibilidad de precisar la relación entre los hechos y su narración. Hay un punto donde esta relación se romper y pasa de una suerte de ciencia a un relato personal, donde el peso del narrador es tan importante como lo narrado. Es un equilibrio, es una mezcla donde lo segundo no debe tener un peso superior a lo primero, ni siquiera la mitad o la cuarta parte de lo primero. ¿Un uno por ciento? No existe un grado cero en la escritura. No se puede dejar a un lado la ficción, el método novelístico recubre su carácter primordial. Finalmente, hay que fiarse del escritor y sus intuiciones, de lo que propone y de lo que niega. Los indicios. Las explicaciones con el paso de los años varían porque la historia es mucho más que el registro de los hechos, me digo y continúo. Su alcance traspasa el presente y se dirige hacia el futuro. [He leído varias explicaciones sobre el asesinato de Villamediana y ninguna me convence o el convencimiento que obtengo es parcial. Todas podrían ser válidas o ninguna lo es. No hay datos, simplemente y eso abre tantas posibilidades que todas las cierra. ¿Hasta dónde puedo trasladar esta idea? Lo sé. Ya no son horas. Debo retirarme. Mañana será domingo y seguiré con lo mismo].


+ Los cuerpos se diluyen en lo fotográfico, toda fotografía es pasado, constatación de la fragilidad, lo temporal y la ceniza donde la vida termina.


+ He apuntado el nombre de un escritor esta mañana, Ángel Vázquez. Nació en Tánger en 1929 y murió en Madrid en 1980. Entre las fechas ganó el Premio Planeta de casualidad [quien debería haberlo ganado había presentado su novela en otra editorial y estaba a punto de ver la luz]. Bien. Ángel Vázquez es un raro, se aparta de lo que se espera y, al mismo tiempo, su malditísimo recubre todo acercamiento a su obra y a su persona. O al contrario: el acercamiento a la obra está condicionada por la idea que se ha elaborado de su persona. Nos interesa particularmente la biografía y, eso espero, su unión con su obra [esperar es equiparable a que llegue la novela que ganó el premio antes citado]. Con todo, a penas escribió tres novelas y nueve o diez cuentos. Su vida es extraña. Extraños trabajos, extranjero en la ciudad donde nació, alcoholizado muere en un pensión de la calle Atocha a la que llamaba “la mansión de Dracula”.  Marcado por una infancia complicada, con el veneno de la lectura en las venas, sin remisión entregado a la escritura: esa enfermedad moral cuya cura es la práctica misma. Una orden que proviene del interior, una diosa doméstica que nos obliga a rendirle pleitesía sin obtener nada a cambio o muy poco. En un recuadro de un periódico se puede leer en referencia al premio: “Ángel Vázquez terminó su novela en seis días antes de cerrarse el plazo. Escribe para distraerse, no está satisfecho con su obra y no tiene proyectos inmediatos.” Son las afirmaciones sobre el ganador del Premio Planeta que están pensadas para hacer apetecible la lectura, ya que se trata de un raro. “No tiene proyectos inmediatos”, reza la última frase, que habla para España y la crónica se fecha en Casablanca. En primer lugar, debo confesar que no sabía nada sobre él y que emergió en un búsqueda sobre la haquetía o jaquetía (ese dialecto del Norte de Marruecos propio de los judío sefardíes). El interés fue súbito e inexcusable. Hay algo que me conecta con la idea que me puedo hacer. Se eleva mientras busco imágenes de Tánger, de sus calles, de la librería donde trabajó Ángel Vázquez, pienso en los humildes y deslavazados trabajos que le dieron un poco de cobijo y encuentro cierta simetría con la figura de Pessoa. Ahora, que es miércoles, espero que llegue el libro que he comprado por menos de tres euros y así vuelvo a esa plegaría que elevo en las librerías de lance, tan caras a internet. Así, espero. Ay, los raros.


+ Y como decía aquella pintada: “Raras somos todas.”


+ Me interesan los obreros [ahora: operarios ]del arte. Los humildes flamencos que fuimos a ver en Sevilla, el libro de Ángel Vázquez que acabo de pedir, fotos que encuentro y no tienen firma. Yo también contribuyo a este conjunto porque, al menos, tenemos una propiedad en común. El trabajo por el trabajo con ningún otro reconocimiento, salvo el trabajo en sí y, en el mejor de los casos, alguna retribución, mayor o menor, pero deficiente.


+ Visiones de personas en una sala de espera: sus gestos, la atención que ponen a sus teléfonos, la disposición propia de las sillas, la funcionalidad sobre toda circunstancia. Ahí reside lo fotográfico, lo que hoy entiendo y quiero entender como fotográfico.


+ Imagen: la maquinaria y su resultado; si lo examinamos en detalle, hasta llegar a su desautomatización, también resulta raros; aquí habitan los raros, aunque ellos no lo sepan. El pequeño detalle arquitectónico, aislado, responde a ese proceso que rompe lo dado.


sábado, 5 de octubre de 2024

Mini-break

 


+ [Fuera de foco]. Entramos en la librería de lance. Rebusco y encuentro muchos libros que me interesan. Sin embargo, decido no adquirirlos. Tantos tengo, tantos por leer. Un acierto. Leer, vaya, es un vicio solamente superado por la loca pasión de comprar libros, que, probablemente, nunca se leerán. “El que lo probó lo sabe”. Así, con esta convicción, me adentro en la estantería de pensamiento, filosofía, ensayo y aledaños, con un orden más acumulativo que clasificatorio, un defecto que tal vez no sea tal y que proporciona hallazgos inesperados. La cala da como resultado un flamboyante ejemplar bilingüe (latín y castellano) en dos volúmenes de La guerra civil Julio César, en Alma mater (CSIC): tapas duras en tela verde con filete dorado. Tan solo 18 euros los dos tomos. Un regalo. No lo compro y creo que no me equivoco. Con todo, hay algo que me reconcome y termino por tomar La República de Platón. Se trata de llevar un solo libro a Sevilla y ese es el propósito de la compra. ¿Propósito o excusa? Lo abro y tiene el nombre de la anterior propietaria escrito a bolígrafo en la primera página, en la segunda otra vez su nombre, esta vez a lápiz. No puedo resistir el vértigo de la búsqueda. Las posibilidades de la red se resuelven en que la investigación arroja el resultado de que C.A.G., con la iniciales es suficiente, falleció el año pasado a la edad de cincuenta y cinco años. No sé que pensar. ¿Nada? Yo ya lo sabía, todos aquellos libros pertenecen a los muertos, como los que tengo yo en mis estanterías. Es una enseñanza que hay que tomarse con alegría porque, al final de la jornada, ni los libros ni los objetos nos pertenecen, pues no dejan de estar en una suerte préstamo. Ese círculo, de radio casi infinito, que implican las librerías de lance, los anticuarios, los mercados de pulgas […] Estaba claro: compraba el libro de Platón, pero el libro regresaría a ese disco eterno donde se funden todas las vanidades.


+ [Mini-break]. Hemos pasado tres o cuatro días en Sevilla. Ha sido un hermoso viaje. Con su programación bien ajustada, con un amplio margen para la improvisación. La música, la arquitectura, la pintura. El paisaje urbano, los bares y la charla, bendita charla. Hubo una pequeña cala, un descenso al pasado con la emergencia de un pesar que no se cura, pero que está apartado con inteligencia y estrategia [esa mirada puesta en el futuro, la anticipación a la tormenta permite una navegación más segura]. Se difuminó. La ciudad nos encandiló.. Una perla de felicidad que atenúa la problemática existencial. La ruptura de la rutina es una bendición porque esta rutina existe. Parece una tautología y no lo es. No leí casi nada, salvo las dos primeras páginas del libro del que hablé en el párrafo anterior y El País. Entendí cosas sobre el flamenco y recordé canciones de la adolescencia, entre Pata negra y Morente. Es la vida que se sedimenta con la sabiduría del tiempo recuperado [a la manera de Proust o no]. Poco más, por el momento; aunque tengo la impresión de que volveré sobre este paréntesis [si el encabezado del párrafo anterior, que también le da título a esta entrada, está en inglés porque me parece ajustado a este tiempo que me toca vivir, que nos toca vivir].


+ He vuelto a Daniel Darc,  “C’est moi le printemps


+ No tolero la expresión: “en mis tiempos”; aquellos tiempos y estos son el contexto, del que nadie se puede evadir. En fin, tampoco se puede ser tan quisquilloso [o sí].


+ Monito [nuestro siamés] me reconoce. Tras cinco días fuera, después de darle algunas golosinas, me reconoce y me adula. Toda una lección de vida.


+  Pesada, insistente, gris. Ha regresado la lluvia y noto un descenso en la energía. Es ese gris, un gris que hace palidecer el paisaje, la traza urbana, los rostros. La energía se diluye en un rítmico repiqueteo de gotas contra el pavimento, contra las fachadas, contra los cristales. Lejos queda la escapada [término preferible, mil veces, a mini-break, pero el último se adaptaba mejor a los días que C. y yo pasamos en Sevilla por ensalmo de la vida moderna, el mundo moderno]. Puedo pensar en esos días de Sevilla, pero no me sirve de consuelo. El pasado siempre es moldeable, aunque, a veces, como es el caso, hoy, falte la fuerza, el impulso necesario para recuperar la ebriedad y la erótica del momento pretérito, del instante feliz. Así, descanso. En el sopor. No me duele la cabeza, pero sí percibo una incierta pesadez que me paraliza. No me gusta. Trato de pensar en como la noche se adueñaba de Sevilla y regresabamos del concierto de Riqueni, Algún grito en el regreso al hotel, el hiriente rasgar de la sirena de una ambulancia, las verjas que bajan con estruendo. Nada más. Aletargado el recuerdo espera momentos mejores. La lluvia es pesada, insistente, gris. Es tarde y no tengo ganas de escribir, nunca tengo ganas de escribir [y, sin embargo, escribo].


+ Imagen: la presencia de la abstracción, constante y perceptible (casi siempre).