sábado, 6 de abril de 2024

Sin indicaciones (17)


+ Observé la foto que colgó en su estado. El niño que fue y la expresión se mantiene a lo largo del tiempo, en el niño y en el adulto la severidad de la expresión representa una manera de conducirse. El emblema mantiene a la persona, me digo. Cierro la foto y regreso a lectura. Pierdo demasiado tiempo en divagaciones. No sé si son necesarias, pero no las puedo evitar. Es parte de mi núcleo, de mi principio. Nada se opone a lo que nos constituyó. Me centro en lo reflexionado ayer por la noche, antes de dormir, sobre el nihilismo. Así, dejé el tomo sobre la mesilla y me sumergí en el sueño. Recordé la sequedad, la falta de sentido de la vida, de mi aislamiento elegido. La soledad elegida. La foto flotaba en el sueño y era mi propia infancia la que se veía cuestionada. Demasiados exámenes de conciencia, la conciencia como otra parte del yo, un enfrentamiento entre las multiplicidades que el día ofrece. Fue el sábado cuando vi la foto, el domingo la recuperé y en la última hora se deshilachaba una idea sobre mí que se trenzó a lo largo del fin de semana: la tristeza, aparentemente, inmotivada. Desperté temprano, fui al ejercicio diario y me salvó, por un momento: me salvó.


+  Recojo palabras y las anoto en un word creado a tal efecto. Utilizo para ello el arbitrario orden alfabético y pienso si no sería mejor intentar establecer una alternativa acorde con mis propósitos. Un orden, tal vez, basado en las facetas de las palabras, sus conexiones o sus antónimos. Estas divagaciones me rescatan de tempestades y naufragios. La culpa intoxica el día y el antídoto se resuelve en lectura y trabajo, también en la certeza de que la determinación gobierna nuestras vidas y el mérito y la culpa novelan los afanes y las derrota. No tiene sentido. Así, regreso a las palabras y su apunte; mientras, decido su orden adecuado o inadecuado. La tempestad desparece, pero tampoco me interesa el despejado horizonte que ahora se atisba. El día muere, otro nace.


+ Arribo una vez más a las playas del determinismo. No es una meta, sino un camino, una explicación que me permite reconstruir mi biografía con unas claves distintas que me curan. Quizá el mérito y la culpa no sean otra cosa que una suerte de toxicidad que nos carga con unas deudas y unos haberes que no nos corresponden. Complejo su desmontaje, el debate: imposible. Aunque lo último no me interesa porque mi objetivo se ciñe a lo personal y a la mecánica terapéutica de mi yo, que precisa cuidado. El mérito estructura el mundo, la culpa es su envés. La otra cara de la moneda aporta un conocimiento más allá de lo complementario. No siempre uno y uno es igual a dos. En el papel, sí. En el desarrollo de lo cotidiano, no. El determinismo ha llegado hoy de la mano de una recomendación automática de lectura: Decidido: Una ciencia de la vida sin libre albedrío, Robert Sapolsky. He leído un fragmento que ofrece la librería en línea y he reconocido ideas que yo he desarrollado hace tiempo: no hay mérito, no hay culpa, tanto la inteligencia como la belleza tienen que ver con la genética y al mismo tiempo: el carácter, bueno o malo, la disposición para el trabajo o para la pereza están tan determinadas como la belleza o la inteligencia, la estupidez o la bondad. Una larga cadena de pesados eslabones que me ha constreñido durante mucho tiempo, demasiado. 


+ “Los hijos perdidos se arrojan a tus pies”, traduzco al vuelo de la Pasión según San Mateo de Bach [hay tres niveles de subtítulos: japonés, alemán y francés, y es del último de donde yo saco la traducción]. Y la frase se enlaza con la reflexión anterior, con la culpa y su perdón, con el mérito y su premio. Lo dejo todo a un lado y me centro en alimentar la ataraxia. Poco más. Sin embargo, el desarrollo de la Semana Santa sigue su camino. Yo me aparto y no debato. Ya no tengo ganas, ya no tengo tiempo.


+ [...] “un desengaño fiel,/ un alivio traidor” (Villamediana, 1629: 362). Una lectura sin contexto es un error, pues no cabe entender estos dos versos sin la codificación petrarquista. Fuera de ello, sentido no hay. ¿Hasta donde es traspasable este error? ¿Qué lejos puede llegar la plantilla? ¿Hasta lo humano, hasta el comportamiento, la inteligencia o la belleza? De ello me ocupo y todo me sirve, como, por ejemplo, estos dos octosílabos. Leo y aplico, sin solución de continuidad.


+ [Cuando esta entrada se publique estaremos en Cádiz; vale].


+ Imagen: Un cierto desorden: hoy que subo la foto me doy cuenta de que en primer término hay un libro de Nietzsche, se trata de Así habló Zaratustra. No creo que haya nada significativo en ello, pero me gusta que quede constancia [rememoración de viejos ritos que se han desvanecido].