sábado, 27 de abril de 2024

El don y el reflejo necesario

 


+ Es sábado. La mañana, un día más, es una mañana radiante, el sol intenso y el cielo despejado. Hay un algo que me reconcome, está ahí y lo identifico. Lo estudio. Me estudia. He hecho ejercicio y, como siempre, ha resultado una medicina exacta, en el punto exacto ha actuado. Me reconcome mi idea sobre la determinación, sobre mi propia determinación. Lucho contra mi condición y en el principio rector se eleva una decisión: continuar sin pensar demasiado. Me estudia y me estudio. Pero me dejo llevar por el propio ejercicio y la música de guitarra flamenca (es un homenaje al que fui, una reconciliación con el adolescente que hasta aquí me ha traído). Alcanzo la deseada tranquilidad. Le doy una golosina al gato y otra a la gata. Los dos son hermosos y opuestos. Leo, bebo algo de agua, el café me espera, leo. Debo escribir y no sé por dónde comenzar. Todo se ha desplazado, el zócalo me impide continuar, aunque mi obligación es esa: continuar. También la voluntad es un don.


+ La fina línea del horizonte me inspira. Desde la playa veo donde el océano Atlántico se confunde con el cielo. Más que un recuerdo, se trata de una emblemática imagen. Los detalles del viaje llegan mediante la insinuación de una música que cuando estábamos allí no escuchamos. La paradoja casa bien con mi principio rector: la busco y me encuentra. El horizonte es el emblema. Un lugar que está presente pero no se alcanza. Me diluyo en su verdad. Como una letra, como el dibujo del arabesco de una melodía. El sábado avanza y en la tarde se perfilan las nubes, el viento canta leve y sostenido. He tocado un poco la guitarra, ni siquiera diez minutos, he intentado escribir y casi lo consigo. La persistencia apuntala el carácter, pero está ahí desde el inicio. Nadie lo cambia. El tanguillo me rescata y devuelve una alegría fundamental y momentánea, queda la alegría aleando y se aleja.


+ La definición de don, que no es otra, según la RAE, que “gracia especial o habilidad para hacer algo”. Se ve ya en la primera infancia cómo apunta esta capacidad. No se aprende, aunque admite perfección. Pero la capacidad de perfección no deja de ser otro don. También la voluntad, la determinación y la constancia. En inglés la palabra, más o menos, equivalente es gifted, que equivale a la otra acepción que tiene don en español: regalo. El don es un regalo, nadie ha hecho nada para tenerlo y tenerlo no implica mérito. El mérito y la culpa, un debate abierto hace tiempo y que creo que he resuelto, porque he llegado al punto en que no admito ni una cosa ni la otra, pero sí la ficción necesaria que representan ambos conceptos.


+ Mientras, las guitarras suenan. También la voluntad es un don, repito y reflexiono, lo dejo y escucho cómo las guitarras trazan sus arabescos, las líneas finas que se enredan entre sí y resuelven la ecuación, pero la incógnita se eleva, una vez más. La vida, qué complicación.


+ El barquito de vapor / está hecho con la idea / que en echándole carbón / navegue a contra marea […] Esteros de Sancti-Petri / salinas de San Fernando / espejos de sol y sal  / donde se duermen los barcos (Camarón, “Bahía de Cádiz”, 1979).


+ Siempre ha sido así. Una etapa, un tiempo, un espacio entre el cielo y el mar. Ahora toca esto y luego vendrán otras cosas. Hoy solo flamenco. Extraña intimidad. Se eleva sobre el tiempo, busca esa conjunción y no la encuentra. Soy yo y un otro yo que fui. Ahora lo escucho con más respeto y un entendimiento más afinado. El barquito de vapor…


+ Me detengo y observo a las hormigas. Su trabajo incesante e incansable. ¿Mérito? ¿Y la metáfora, la fábula de la hormiga y la cigarra? ¿Puede la hormiga dejar de ser hormiga, puede la cigarra dejar de ser cigarra? El barquito de vapor cruza la bahía.


+ Me he comprado un libro que aborda la historia del flamenco, Una historia del flamenco de José Manuel Gamboa. Con esto todo queda dicho. En los libros está todo, pero esa totalidad siempre espera que se reescriba. El reflejo necesario. Leer, pensar, conversar. La triada se eleva sobre la rutina. Ay, bendita rutina con sus leves acentos. 


+ Imagen: la etiqueta es indescifrable, ahora mismo. La observo y recuerdo. Nada queda ya de aquello: el afán y su olvido, tal vez.

sábado, 20 de abril de 2024

Sin indicaciones (19)


+ Ahora que he regresado al flamenco, escucho, ahora mismo, un mix de Camarón en YouTube. Al final se trata de una rememoración, la reconstrucción de un pasado que fue y que no fue. Aquí están las guitarras, los paisajes y las fotos, viejas amistades el recuerdo de mañanas despejadas de sábado. 


+ Hay siempre una extraña nostalgia de una vida que nunca se llegó a vivir. La nostalgia remite al nostos, la necesidad de regresar a la patria o el simple y sencillo regreso. Escucho a Camarón, iremos a ver la exposición de Tapies, a Cádiz viajamos. De una manera inefable, regreso a ese un mundo que no germinó en su momento y ahora se convierte en una isla de ilusión. Las ideas que dejé a un lado ahora regresan cargadas de fuerza. Así, la guitarra despierta y ensayo acordes flamencos y la luminosa idea de una ciudad bañada por la luz se hace materia en recuerdos de Cádiz. Son idea, fugaces ideas que relevan el día, su afán.


+ Sigo el desarrollo de la guitarra de Sabicas en su esplendor y parece como si yo comprendiese algunas cosas. Cosas, me digo en la indeterminación de la palabra. No se trata de un descubrimiento, sino de reconocerse en el anclaje que nos lleva a esa nostalgia de la que antes hablé. Falta de claridad, me digo, esta es una de mis carencias. La claridad no como cortesía, sino como obligación. Trataré de corregirme, pues de eso se trata. Ahora.


+ Una vez establecido el adagio que yo solo leo escritores fallecidos, ahora construyo algo similar para la música. Mi resucitado flamenco. Soy el de antes y el ahora. Y, así, escucho al Niño Miguel o a Rafael Riqueni. El tiempo dibuja una silueta que no termino de reconocer, pero que voy atisbando. Ese soy yo, en el cambio y la impermanencia.


+ Imagen: paseos al atardecer, grises cuando el sol todavía brilla. Un apunte, otro olvido.

sábado, 13 de abril de 2024

Sin indicaciones (18)

 


+ [Quince días antes]. Se termina la Semana Santa. He escuchado algunas misas en el reproductor en línea porque son un buen telón de fondo y me ayudan a concentrar. Bach. La función crea al órgano y ninguna obra de arte se escapa del uso puro o espurio que se le pueda dar en el futuro, en cuanto sale de la mano del autor ya no le pertenece. La reflexión se diluye en el final de tarde, no llueve. Escribo esto antes de ir a Cádiz y se supone que se publicará tras el viaje. No sé si es necesario hacer una descripción, una valoración del viaje. Ni siquiera sé si es un viaje, pues al turismo estoy plegado, ya que me desprendo de actitudes elitistas que me han lastrado. Libros que termino, libros que comienzo. 


+ La melancolía y la acedía me acechan, me subyugan, pero me opongo a su poder. No es mérito. Las ruinas quedaron a un lado.


+ [Días de Cádiz]: No sé si fue el cielo o fue el paisaje, la luz, tal vez. Una inspiradora temporada de alegría, la felicidad en el margen, la tristeza en la lejanía. Playas, carreteras, pinares. Aprendía algo sobre la identidad y cierto respeto que se debe tener por lo otros, que comienza en el respeto por uno mismo. Sin embargo, tampoco me alejé de mi idea de la necesidad de un grado cero de los atributos personales. Difícil equilibrio, necesario balance. 


+ “¡Osad primero a creeros a vosotros mismos - a vosotros y a vuestras entrañas! El que no se cree a sí mismo miente siempre.” F. Nietzsche.


+ El Dios del momento se embosca en lo cotidiano y no resulta fácil descubrirlo entre el follaje, pero ahí está. El Dios del momento es una ficción necesaria. Aparece y desaparece dejando un rastro de verdad y fuerza, sin mostrar nunca su rostro. Una apariencia que se hace carne en el fluir del día. Poco más.


+ Desde hace unos días no escucho otra cosa que flamenco y regresa, así, una parte de mi juventud. Una parte que cuaja en alegría e ilusión. Ahora mismo suena Pata Negra. La guitarra duerme, deseo comprar una guitarra flamenca. No se dará tal cosa. Se apaga la música y regreso al trabajo lector.


+ Breves notas, apuntes del natural que luego coloreo en el cuarto de estudio, acumulo tareas y afanes. El día muere.


+ Imagen: Baelo Claudia. 2024.

sábado, 6 de abril de 2024

Sin indicaciones (17)


+ Observé la foto que colgó en su estado. El niño que fue y la expresión se mantiene a lo largo del tiempo, en el niño y en el adulto la severidad de la expresión representa una manera de conducirse. El emblema mantiene a la persona, me digo. Cierro la foto y regreso a lectura. Pierdo demasiado tiempo en divagaciones. No sé si son necesarias, pero no las puedo evitar. Es parte de mi núcleo, de mi principio. Nada se opone a lo que nos constituyó. Me centro en lo reflexionado ayer por la noche, antes de dormir, sobre el nihilismo. Así, dejé el tomo sobre la mesilla y me sumergí en el sueño. Recordé la sequedad, la falta de sentido de la vida, de mi aislamiento elegido. La soledad elegida. La foto flotaba en el sueño y era mi propia infancia la que se veía cuestionada. Demasiados exámenes de conciencia, la conciencia como otra parte del yo, un enfrentamiento entre las multiplicidades que el día ofrece. Fue el sábado cuando vi la foto, el domingo la recuperé y en la última hora se deshilachaba una idea sobre mí que se trenzó a lo largo del fin de semana: la tristeza, aparentemente, inmotivada. Desperté temprano, fui al ejercicio diario y me salvó, por un momento: me salvó.


+  Recojo palabras y las anoto en un word creado a tal efecto. Utilizo para ello el arbitrario orden alfabético y pienso si no sería mejor intentar establecer una alternativa acorde con mis propósitos. Un orden, tal vez, basado en las facetas de las palabras, sus conexiones o sus antónimos. Estas divagaciones me rescatan de tempestades y naufragios. La culpa intoxica el día y el antídoto se resuelve en lectura y trabajo, también en la certeza de que la determinación gobierna nuestras vidas y el mérito y la culpa novelan los afanes y las derrota. No tiene sentido. Así, regreso a las palabras y su apunte; mientras, decido su orden adecuado o inadecuado. La tempestad desparece, pero tampoco me interesa el despejado horizonte que ahora se atisba. El día muere, otro nace.


+ Arribo una vez más a las playas del determinismo. No es una meta, sino un camino, una explicación que me permite reconstruir mi biografía con unas claves distintas que me curan. Quizá el mérito y la culpa no sean otra cosa que una suerte de toxicidad que nos carga con unas deudas y unos haberes que no nos corresponden. Complejo su desmontaje, el debate: imposible. Aunque lo último no me interesa porque mi objetivo se ciñe a lo personal y a la mecánica terapéutica de mi yo, que precisa cuidado. El mérito estructura el mundo, la culpa es su envés. La otra cara de la moneda aporta un conocimiento más allá de lo complementario. No siempre uno y uno es igual a dos. En el papel, sí. En el desarrollo de lo cotidiano, no. El determinismo ha llegado hoy de la mano de una recomendación automática de lectura: Decidido: Una ciencia de la vida sin libre albedrío, Robert Sapolsky. He leído un fragmento que ofrece la librería en línea y he reconocido ideas que yo he desarrollado hace tiempo: no hay mérito, no hay culpa, tanto la inteligencia como la belleza tienen que ver con la genética y al mismo tiempo: el carácter, bueno o malo, la disposición para el trabajo o para la pereza están tan determinadas como la belleza o la inteligencia, la estupidez o la bondad. Una larga cadena de pesados eslabones que me ha constreñido durante mucho tiempo, demasiado. 


+ “Los hijos perdidos se arrojan a tus pies”, traduzco al vuelo de la Pasión según San Mateo de Bach [hay tres niveles de subtítulos: japonés, alemán y francés, y es del último de donde yo saco la traducción]. Y la frase se enlaza con la reflexión anterior, con la culpa y su perdón, con el mérito y su premio. Lo dejo todo a un lado y me centro en alimentar la ataraxia. Poco más. Sin embargo, el desarrollo de la Semana Santa sigue su camino. Yo me aparto y no debato. Ya no tengo ganas, ya no tengo tiempo.


+ [...] “un desengaño fiel,/ un alivio traidor” (Villamediana, 1629: 362). Una lectura sin contexto es un error, pues no cabe entender estos dos versos sin la codificación petrarquista. Fuera de ello, sentido no hay. ¿Hasta donde es traspasable este error? ¿Qué lejos puede llegar la plantilla? ¿Hasta lo humano, hasta el comportamiento, la inteligencia o la belleza? De ello me ocupo y todo me sirve, como, por ejemplo, estos dos octosílabos. Leo y aplico, sin solución de continuidad.


+ [Cuando esta entrada se publique estaremos en Cádiz; vale].


+ Imagen: Un cierto desorden: hoy que subo la foto me doy cuenta de que en primer término hay un libro de Nietzsche, se trata de Así habló Zaratustra. No creo que haya nada significativo en ello, pero me gusta que quede constancia [rememoración de viejos ritos que se han desvanecido].