sábado, 25 de diciembre de 2021

Paréntesis (10)

28
+ Guías para experimentos. Leo con interés un breve vocabulario que sirve para elaborar experimentos sencillos. Muchas veces he pensado que todo vocabulario pretende contener en sí el mundo, un mundo. No lo dudo, ahora mismo, no lo dudo ya que, en realidad, más que definir lo que hace es establecer un mundo o un universo limitado por las definiciones. Estos límites son perfectos y en su perfección encierra la perfección de su realidad. En el ámbito perfecto del laboratorio todo es previsible y no hay lugar para las sacudidas de la incertidumbre. Pero, ay, la vida es otra cosa. La vida no se deja contener en la definición y, ni siquiera así, la vida admite mayores extensiones, definiciones, contenedores estancos.

+ Casi al mismo tiempo que la lectura anterior, me dejo ir por noticas sobre restaurantes caros y precisos. El dinero y la colaboración entre la élite y la exclusión parecen conjurarse para tratar de evitar la certidumbre del tiempo, su implacable labor, la diaria socavación de las certezas. Quizá una tendencia a la eternidad mediante lo exclusivo e inexplicablemente exquisito (palabra que en portugués no es otra cosa que absurdo). Esa arrogancia o soberbia me asombran, me admiran y creo que son dignas de observación y estudio, por contener en ellas trazas o indicios del miedo, de la imposibilidad de vencer nuestra condición mortal. Pero, así, es, queda el intento de traspasar la certeza de la muerte. Tratar de establecer, también aquí, un ámbito seguro, en donde se pueden repetir los ritos como si se conjurase su propio devenir: un desafío a la muerte. El simulacro da su fruto y funciona, durante un instante funciona, pero cae la noche y las ilusiones se disuelven en la oscura, profunda y hermética verdad.

+ No he leído El sueño de Escipión. ¿Por qué no lo he leído? ¿Debería leerlo? ¿Se trata de una cuenta pendiente? ¿Cuántos libros no llegaré a leer y resultan fundamentales en el programa que me he marcado? No utilizaré ningún adagio para reflejar la realidad que se impone: es imposible llegar a un mínima fracción de lo que se ha escrito, a una minúscula fracción, despreciable. Por ello la selección es tan importante, ese establecer una canon personal [y, tal vez, portátil]. Ese programa o canon siempre está presente, incluso cuando me alejo de él y me establezco o bien en sus márgenes o lejos de ellos. Así, en mi cuaderno, anoto El sueño de Escipión tras leer su resumen en línea. Una anotación que se pierde en el océano de las libretas de notas, insondable, irresoluble.

+ Encuentro una edición del libro: 56 páginas, 21 euros. El comentario la pondera y termina con un “elegantemente sobria”.

+ Imagen: 28, solo un número, sin necesidad de un significado, sin adelantar una predicción, solo por la belleza de sus formas, por el azul y por la piedra. Nada más, nada menos.

sábado, 18 de diciembre de 2021

Paréntesis (9)

 

 + No era el silencio sino un murmullo casi imperceptible pero constante y profundo. Era el océano. Desde allí, en lo alto, sobre la punta donde se alza el faro, veíamos los barcos maniobrar en la bocana de la ría, barcos de dimensiones considerables que parecían juguetes dirigidos mediante control remoto, también, insignificantes barcos de pesca que se debatían en el juego de las suaves olas, con su ritmo de arte menor. Octosílabos, tal vez, serían las estrofas más adecuadas. El rumor penetraba en el interior de nuestros cuerpos y transmitía una paz nunca antes percibida, deshacía la corriente del tiempo y establecía conexiones con una eternidad imposible. No había otro sonido que ese rumor del océano. Se realizó una operación mecánica en uno de los barcos y llegó amplificado el rugir del motor, que semejaba la respiración de un animal, una respiración que se ahogaba en el tenue rumor del océano.Ese sonido, entre la poesía, la música y la sabiduría. La sabiduría del silencio. Miré al horizonte y cerré los ojos, todo estaba allí y permanecería mucho tiempo después de nuestras muertes, de las muertes de nuestros coetáneos y los que nos sucedan.

+ Me olvidé de llevar un libro para el viaje, para esas extrañas horas antes de dormir en cama extraña, esos libros que rara vez abro. Así, una vez que llegamos a Noia y comenzamos el paseo, le dije a C. que había localizado una librería en el teléfono. Una pequeña librería. Vi una estantería en la que se encontraban varios tomos de la colección de bolsillo de Alianza Editorial. Pasé sobre los lomos con mi vista, escrutando títulos y autores. Había varios de mi agrado, otros que resultan ser cuentas pendientes y, muchos, muchísimos, que sé que nunca leeré. ¿Por qué me decidí por Guillermo el Mariscal? Fundamentalmente por la temática, pero me decidió, finalmente, el autor, Georges Duby. Estaban en ese sentido de saldar cuentas y encontrar la vía en la que penetré hace tiempo. La Edad Media, la Caballería y la permanencia del hombre como tal, a pesar de las diferencias, a pesar del paso del tiempo. No me equivoqué, aunque sí me produjo desazón todo el rito de la muerte del Mariscal, el rito y el tránsito de un hombre hacia sus hijos. Leí en silencio y contrasté lo leído con el silencio filoso en el fin del mundo. Allá abajo los barcos resultan irrelevantes, en mi interior la sensación de finitud me otorga paz, me salva del miedo. Por un momento, solo por un momento.

+ Visita al CGAC y parece que hay un hilo conductor entre los días anteriores y la exposición. No es cosa para pensar, ni para aventurar hipótesis. Como coda del viaje cumple su función. Lo anoto.

+ El cuaderno en donde se preparan los pequeños poemas es, también, una suma de poemas. Esto creo entender cuando leo algo sobre la antigua poesía japonesa. Es un esbozo, un breve interludio, el viento fresco de la mañana o un suspiro en el corazón del teléfono. Lo anoto.

+ De los viajes queda un rumor que se prolonga durante días o semanas, que tras meses despierta singularmente. Quizá se trate de que quede para siempre, cuando ese siempre tenga no sea una dirección difusa.

+ Imagen: tres imágenes del museo sin mayor intención que capturar un cierto vacío que se aloja en los blancos de los lienzos de pared, esquinas y otros rincones.

sábado, 11 de diciembre de 2021

Paréntesis (8)

Burdeos

+ Los días de diciembre se reparten entre el estudio y el trabajo, pero quedará un hueco para el viaje, un viaje a lo cercano, pero no por ello conocido. Se trata de ir a Noia y alrededores, para terminar el sábado en Santiago de Compostela. El equilibrio está en la ruptura de la rutina, hay descanso.

+ Se aproxima el invierno. El frío avanza mientras el gris ya recubre la totalidad del paisaje. Sin matices, el sutil difuminarse de los perfiles avanza en un día plomizo, pesado, intenso. Suena el latido del reloj de pared, no hay sombras que se proyecten, el flexo es una coordenada del deseo, el deseo dormido. Todo duerme en esta hora del medio día, todo es fulgor apagado. Siento el invierno en mi cuerpo, en la punta de los dedos mientras escribo y el frío me hace sentir la vida en esta aguda vertiente. Agua fría, viento, los árboles insospechados de los atardecer que son noche cerrada y sin estrellas ni luna. Busco otro poema y el que encuentro no habla de otra cosa que no sea la muerte y su hermano, el tiempo. Bolígrafos, lapiceros, rotuladores, resma de papel, libros en el olvido. Todo habrá de pasar y este tiempo de preparación se sola con aquel otro, el del olvido.

+ La lluvia es intensa y oculta el paisaje. Otro día, el invierno, el final del otoño. Una poética y un olvido.

+ Quizá se trate del estudio de vidas ejemplares, de caídas y de remontadas. La vida como narración y ese espectáculo que guía el entusiasmo. El que se sabe elegido por los dioses parece ignorar su indiferencia ante los hombres. Se levanta y vuelve a caer. Sin embargo, la fortuna parece que le sonríe una vez más. Breve espejismo. No hay debate. Se desluce y envejece pero mantiene la arrogancia y se escucha su voz, el timbre y el golpe. Fuerte es su oración y breve su eco.

+ Imagen: fotos anteriores a la pandemia, las veo y pienso si en ellas se puede contener una profecía y, al momento dudo. Mi yo del pasado le envía un mensaje al yo del presente, barajo y me abandono en el sonido de la lluvia contra el pavimento.

sábado, 4 de diciembre de 2021

Paréntesis (7)

Uned - Humanidades

+ Tras toda una mañana y parte de la tarde dedicado al estudio de estos temas que no me interesan demasiado pero que el fruto posible tanto me motiva, me entrego, breve y con intensidad, a lectura de algunos poemas escogidos. León Felipe, otra vez. Hay en la música un consuelo sosegado que me invita a la lejanía y a la posesión de la calma, ahí están sus poemas y, en ellos, el núcleo de su música. Lo que aprendo lo olvido y queda ese poso, la certeza de que el minuto y la eternidad conforman una única sentencia: el olvido. El olvido me subyuga y me salva, en lo paradójico y en lo transitorio. Abro el libro y, mientras, escucho el tic-tac del reloj de pared. Ya no es mi mundo, me digo y sonrío porque sé que no es verdad. Estoy vivo.

+ Un grueso tomo me ofrece poemas que se distribuyen a lo largo de la historia de la literatura española, casi hasta llegar al presente. Leo, salteados, dos sonetos y dos poemas sin estructura canónica. Me llega la noticia de que no sé nada, que todo lo he olvidado. En ello descanso y trato de digerir la intuición de que la política es algo más que el gobierno de la ciudad. Los cuatro poemas me alejan del tiempo presente. La pandemia, la crisis, el ascenso de la intolerancia. Todo y más, me digo, todo es lejano en este momento. Aquí sigo y el frío asciende desde el sueño y en las manos hace su trabajo.

+ Me gusta el frío.

+ Titularía, de no estar entre paréntesis, la entrada: lejanía.

+ El día se apaga y una espesa cortina de lluvia lo cubre todo, absolutamente todo. Ese vacío que se instala tiene un rasgo común con otros momentos de la biografía. Lo presiento porque es un indicio de la tristeza. Esa pena, tan larvada, tan leve. Puedo luchar contra su percusión y lo hago, pero la lluvia y su espesor persisten. No soy yo, me digo, es el clima. Cae la noche y pienso en viejos castillos, abadías, ruinas. Es un catálogo de lugares comunes, es el Romanticismo, porque somos hijos del Romanticismo y no podemos escapar de su influjo. Yo me dejo llevar y sonrío.

+ Y dice el hombre que está en la mesa de al lado, con visible ironía y manifiesto estruendo: “… y mi hermano es tan malo como mi padre y tan holgazán que salió a mi madre.” Las mujeres que están con él lo miran con indiferencia y asienten, sin convencimiento. Los tres fuman, los tres beben café con leche. Una idea pictórica, un aliento narrativo. La tarde declina tras las grúas de los astilleros, de los muelles de reparación. Olor a mar y a pescado fresco, líneas que se pierden en el horizonte, nubes deshilachadas, restos del día sobre el asfalto, hubo mercadillo y quedan algunos restos en la plaza. El hombre pide otro café y se ríe con hueca sonoridad. Me voy y me alejo. La música es divina, la música me aísla.    

+ Imagen: hace dos años, Uned - Edificio de Humanidades. Una senda, un rastro que define el paréntesis: para quién lo sabe.